Introducción[1]

A Nicolás T Bernal

Quienes conocieron a Ricardo Flores Magón e indagaron en su genealogía, dicen que era hijo de un indio, Teodoro Flores, y de una mestiza, Margarita Magón; sin embargo, las descripciones que se tienen del padre le dan una elevada estatura, 1.80 metros, y un rol ocupacional, teniente coronel retirado, que tienen muy poca congruencia con las características generalmente atribuidas a los indios del sur de México. A mayor abundamiento, los retratos que se le hicieron a Ricardo no muestran un aspecto indio en los rasgos de la fisionomía ni en la textura del cabello. De cualquier manera, sabemos con certeza que él y sus hermanos nacieron en la sierra Huautla, en un área territorial ocupada por comunidades de habla mazateca y náhuatl, y que siendo aún niños pasaron a vivir a la ciudad de México, entonces ahora, la urbe antonomasia de la República.

Teodoro es llamado tata —abuelo— por los mazatecas de San Antonio Eloxochitlán, lugar donde ve la luz primera Ricardo y también por los nahuas que cercan Teotitlán, pueblo mestizo que funciona como puerto de intercambio y metrópoli de la región de refugio que constituye el hinterland. El tratamiento reverencial de tata ha querido explicarse como la forma de nombrar una categoría de status, la de cacique o principal, en la estratificación de comunidad indígena; más es necesario recordar que con mayor frecuencia los indios dan esa designación a personas que detentan autoridad en la cultura mestiza dominante. La movilidad geográfica de Teodoro, que vive sucesivamente en diferentes comunidades étnicas de la sierra de Huautla, hace suponer que el rango de tata lo debe a su adscripción en le grupo mestizo y no en el indio.

La discusión de un asunto que a primera vista parece de poca monta es revelante porque el acondicionamiento que experimenta la persona en los primeros años de la vida, como es bien sabido, influye considerablemente en su conducta ulterior. Precisamente en esa etapa decisiva queda expuesto Ricardo a la acción sutil de una lengua y una cultura, distintas a las de configuración occidental que componen el patrimonio nacional. Este accidente histórico influye no solo en la conformación de su personalidad si no, además en la adopción firme, rígida e inexorable de una filosofía social, el anarquismo, que tiene como modelo a una comunidad agraria profundamente idealizada cuyo origen se cifra en las luchas libertarias que durante el siglo anterior los campesinos rusos sostuvieron en contra de la nobleza opresora.

Los escasos años que vive Ricardo en Eloxochitlán no hubieran sido tal vez bastantes para producir en él una huella indeleble si Teodoro, preso en la nostalgia de un retorno inalcanzable al paisaje idílico de la sierra nativa, no la hondara con el relato conmovido y reiterado de un estilo de vida rousseauniano que contrasta trágicamente con las penalidades de la lucha por la existencia en el mundo complejo e ininteligible de la urbe. “¡Cuán diferente es el modo de vida en Teotitlán!”, exclama el padre, cuando en las noches serenas exhibe ante los hijos niños el cuadro feliz de una edad perdida, y una y otra vez vienen a su memoria los años transcurridos entre los indios en comunidades donde la tierra es bien libre a la entera disposición de quien desee arrancarle sus frutos, donde los hombres salen a labrar los campos agregados en compañía y las cosechas se reparten equitativamente.

Entre nosotros no hay pobres ni ricos, ladrones ni pordioseros, “Cada uno recibe de acuerdo sus necesidades —Prosigue Teodoro— todos guardamos el mismo nivel económico “En esta gran ciudad de México ven ustedes lo contrario: Los ricos muy ricos; los pobres, miserables”. En las comunidades indígenas ciertamente hay personas que manden, pero la autoridad no se impone; no hay ninguna autoridad coercitiva. “No tenemos jueces, ni cárceles, ni siquiera un simple policía; vivimos en paz, estima y amor de unos a otros como amigos y hermanos”. Todos son bienvenidos a la comunidad y la afiliación a ella es sencilla y propia; basta expresar la voluntad de pertenencia y de compromiso en el trabajo reciproco, para que se dé a escoger al recién llegado un solar en el pueblo y una parcela en le territorio tribal. Todos contribuyen a construirle la casa y a desmontarle la sementera; pero si abandona el lugar, todos los derechos se pierden ¡Esto sucedió con él!”.[2]

El conocimiento más cercano a la verdad que la etnografía moderna suministra de la vida en las comunidades indígenas difiere en gran medida de la visión mítica que de ella nos da el pensamiento romántico del siglo decimonono, en el cuadro que pinta Teodoro Flores y que internaliza en el subconsciente de sus hijos, algo hay de cierto y mucho de fantasía; ambos ingredientes, sin discriminación, forma parte de las ideas y patrones de acción de Ricardo elaborada para confrontar la realidad de su tiempo y transformarla. Pero antes debe pasar otras experiencias que influyen considerablemente en su pensamiento y en sus obras: la formación intelectual en la escuela preparatoria, los estudios profesionales en la escuela de jurisprudencia y las lecturas de los filósofos sociales de fines del siglo que le llevan a comprometerse apasionadamente en la política y en el periodismo.

Si en la mayoría de los gigantes revolucionarios de la pasada centuria es posible hacer una separación más o menos precisa entre la personalidad y la doctrina que propalan, en Ricardo Flores Magón no puede a hacerse tal distinción. “Su credo es su carácter y su carácter es su credo; el radicalismo y la rebelión sin claudicaciones describen al hombre cuento a sus ideas”, pregona Blaisdell no sin justa razón.[3] Por eso es obligado poner de manifiesto los antecedentes personales de este hombre excepcional que en los años terminales de su vida trasciende las fronteras de la patria y —con Marx, Bakunin, Blanqui, Manzini y otros rebeldes Europeos— pasa a formar parte de ese grupo singular de precursores de las grandes revoluciones de nuestra época.

La escuela preparatoria en la que Ricardo Flores Magón recibe las primeras nociones de la filosofía occidental, es la recién fundada por Gabino Barreda, con base en los principios del materialismo positivo de Comte, que hace de la observación y de la experiencia sensible la esencia de la misma del conocimiento; la escuela de jurisprudencia, para los últimos años del siglo, se hallaba impregnada por el materialismo positivo de Spencer, de acento organicista, que pone el énfasis en la supervivencia del más apto y en la no intervención, ni interferencia, en el libre juego de las leyes de la naturaleza, transportadas al campo de lo social. Por otra parte, sabemos con certeza que para 1903, Ricardo Flores Magón ha leído las obras de los socialistas revolucionarios que, como las de Proudhon, Bakunin, Kropotkin, Malatesta y Marx, están a disposición en la biblioteca bien dotada de su correligionario Camilo Arriaga.

El hombre y la naturaleza

Con la suma y adecuación de elementos tan dispares, Flores Magón construye a pasos su teoría y su acción y año con año las hace más y más radicales hasta llevarlas a desembocar en la utopía.[4] El contraste ostensible entre el recuerdo idílico de la vida en comunidad indígena y la presión en la urbe que emana de una estructura dominada por un gobierno dictatorial y autoritario, le conduce a postular la igualdad original del hombre, su bondad primigenia y la posibilidad de retornar a ella modificando el inicuo régimen social en el que en el que ha vivido la humanidad, para hacer lugar a una sociedad universal en la que los conflictos se clase queden suprimidos.[5]

Las ideas de Flores Magón en lo que concierne al hombre y la naturaleza no son ciertamente suyas originales; no agrega ni pretende agregar nuevos conceptos a la doctrina anárquica o análisis social; su competencia incide —digámoslo de una vez— en la reinterpretación tan acendrada que hace de esa creencia para adaptarla a una circunstancia mexicana; específicamente, a la coyuntura agraria de índole feudal que sufre el país a la vuelta del siglo. En las ideas de Ricardo alienta el estado de naturaleza postulado por Rousseau: “El hombre nació libre y por doquiera se halla condenado”.[6] La noción de que el hombre es bueno en esencia, que en su condición natural vive en un mundo primitivo y dichoso, sin contienda, en relación de mutua cooperación con los otros y su ambiente, es una representación ajena que los anarquistas, y con ellos Ricardo Flores Magón, incorporan como propia.

La creencia en las posibilidades infinitas de perfección del hombre y la confianza consecuente en la factibilidad de reformar la sociedad con base en la razón, son ideas familiares a los filósofos del siglo XVIII que Flores Magón toma en préstamo para exponer con fuerza desbordada su imagen del cambio social.[7] El hombre es bueno y el cambio una constante histórica; malo es el contorno social que le envuelve y le hace lobo al hombre. La artificialidad en que le mantiene un sistema social injusto es la causa de la maldad; la destrucción de ese contorno y la vuelta la estilo natural de la comunidad indígena, con hábitos de vida simples y frugales, donde el grupo corporado se enaltece con el trabajo —el quehacer cotidiano— que proporciona a un tiempo el elemento básico de subsistencia y la norma ética por excelencia, es el desenlace que Flores Magón avizora para el futuro: “Entonces —nos dice— habrá triunfado la anarquía, esto es, el sistema basado en la libertad económica, política y social del individuo; el sistema que se funda en la fraternidad y en el mutuo respecto; el sistema de los iguales, de los libres y de los felices; el sistema en el que solamente los holgazanes no tendrán derecho a comer”.[8]

Proudhon, de fama reconocida por algunas frases que han llegado a permanecer célebres, afirmó en una de ellas su convicción de que “Quien no trabaja deja de ser hombre y de llevar una vida moralmente saludable”.[9] El pensamiento de Ricardo Flores Magón en lo que hace al valor y a la índole edificante del trabajo deriva, según se advierte, de esa persuasión proudhoniana; misma que trasladó, dándole el carácter de principio, al manifiesto que en 1911 pronunció el partido Liberal Mexicano.

En él propugna la obligatoriedad del trabajo para la subsistencia. Con la sola excepción de los ancianos, de los impedidos e inútiles y de los niños, todos tienen que dedicarse a la sociedad futura a producir algo útil para poder dar satisfacción a sus necesidades y para tener el derecho, que se reconoce todo ser humano, “a gozar de todas y cada una de las ventajas que la civilización moderna ofrece, porque esas ventajas son el producto del esfuerzo y del sacrificio de la clase trabajadora de todos los tiempos”.[10]

Educado en le positivismo, Ricardo Flores Magón acepto, además, al hombre como un ser natural sujeto a las mismas leyes que gobiernan a los otros seres y fenómenos de la naturaleza; pero no admite como corolario de tal premisa la inevitavilidad del destino del destino del ser humano. Para él como para otros anarquistas, el hombre, a diferencia de esos otros seres y fenómenos, no está total e inexorablemente determinado por la mecánica del universo; la cultura de que dispone le permite contender por la libertad y realizarse en ella.

La perfectibilidad del hombre se debe al hecho de que ha nacido “libre de toda idea innata”, por lo tanto, su disposición y su mente pueden condicionadas desde el exterior;[11] el conocimiento de las leyes, que le es privativo, le faculta a enmendar su fortuna, a modificar su suerte, a crear su historia y para hacerlo, debe luchar y luchar revolucionariamente.[12]

Por este camino, el ejercicio de la libertad se convierte para él en la actividad por excelencia del hombre. La persecución de este bien supremo, que había sido el fin último de los liberales que hicieron la reforma y que se convirtió en frustrada meta al imponer el porfiriato el orden como un valor de mayor estima, es llevada por el anarquismo hasta sus últimas consecuencias. La libertad en todos los órdenes viene a ser la consigna; una libertad activa, opuesta al dejar hacer social y económico, destinada a promover la felicidad y el bienestar de la colectividad. Ello implica la necesidad de suprimir del seno de la sociedad humana las fuerzas contrarias que se oponen a su consecución. El capital, el gobierno y el clero constituyen la trinidad sombría que causa la desigualdad social e impide la libertad del hombre.[13]

El capital agrario

En la realidad mexicana de fines de siglo, capital es sinónimo de tierra: los anarquistas mexicanos justamente así la consideran y en esto, una vez más, coinciden con Proudhon, quien parece aludir exclusivamente a la propiedad de la tierra siempre que se refiere a la propiedad.

El régimen de Porfirio Díaz, durante sus años de vigoroso impulso, pretende industrializar el país, y crear un una burguesía nacional. Sus esfuerzos, sin embargo, no tienen el éxito esperado porque la industria que funda es en su mayor monto extractiva y la burguesía por lo que se pronuncia no pasa de ser una aspiración fervorosa sin que llegue a cuajar en una realidad concreta. La industria y el capital financiero se hallan enajenados en manos extranjeras y, por su misma naturaleza destinados a servir intereses distintos a los nacionales, la burguesía porfiriana es inauténtica; apéndice y no al más importante, del imperialismo internacional.[14]

En esta circunstancia el capital enemigo de la libertad del hombre es, ante todo, el capital agrario, la propiedad de la tierra. Esto nos explica por qué en México, de la misma manera que en la Rusia zarista y en la España monárquica, el anarquismo es eminentemente un anarquismo agrario antes que un anarco-sindicalismo. Flores Magón se califica así mismo como un anarco-comunista y esta clasificación le viene bien acomodada no solo porque su filosofía, siguiendo Kropotkin, incluye algunos de los postulados marxistas entre ellos el de la lucha de clases, sino además, porque su anarquismo adopta como modelo a la comunidad indígena, que idealiza en lo más profundo de su subconsciente. Para él las masas rurales proletarias tienen instintos genuinamente comunistas porque desde hace siglos, a los menos en partes, practica el comunismo.[15]

Siendo la propiedad de la tierra la propiedad por antonomasia, contra ella encamina Flores Magón su crítica implacable y su acción revolucionaria en procura de su destrucción. A fines del siglo XVIII Graco Babeuf enfáticamente había afirmado que la propiedad privada era la fuente principal de cuantos males han afligido a la sociedad y durante el curso de la revolución francesa alentaba a los campesinos a terminar de una vez con el concepto y su práctica: “El sol brilla para todos y la propiedad no es de nadie. Tomad lo que os haga falta de donde os plazca. Lo que sobra pertenece por defecto al que nada tiene”.[16] A mediados de la centuria pasada Pierre Joseph Proudhon, respondiendo a la pregunta, ¿Qué es la propiedad?, acuño una respuesta que vino a convertirse en uno de los slogans más repetidos por los activistas revolucionarios: “La propiedad es un robo, porque el propietario se ha quedado con lo que debería pertenecer libremente a todos los hombres”.[17]

Edmundo O'Gorman ha hecho notar que una de las características del pensamiento liberal mexicano, es la de atribuir a la conquista el principio de los males nacionales y de buscar su alivio en la imitación de los modelos de vida prehispánicos. Con toda razón Eduardo Blanquel extiende a Flores Magón ese rasgo peculiar;[18] en efecto, para el anarquista mexicano la propiedad es un robo porque la tierra del pueblo trabajador, la tierra que habitaron y regaron con su sudor sus más lejanos antepasados, es “La tierra que los gachupines robaron por la fuerza a nuestros padres indios; la tierra que esos gachupines dieron por medio de la herencia a sus descendientes, que son los que actualmente la poseen”.[19] El despojo de la tierra debe ser reparado mediante la entrega sin condiciones a los indios y mestizos —hoy en día reducidos a las cuatrocientas varas de los fondos legales de sus pueblos, o sujetos a la servidumbre de las haciendas— de lo que les fue quitado, para que reconstruyan la estructura de la antigua comunidad de origen.

Flores Magón acostumbrado a escribir tierra en mayúscula para poner énfasis en su significado trascendente, y en los artículos editoriales que escribió en Regeneración se advierte una tenaz insistencia en el tratamiento del tema; procura recrearlo en términos directos y sencillos para que germine en la mente proletaria poco instruida.[20] La orientación que imprime a su alegato, por su dinámica misma, fuerza al filósofo social a adoptar una posición ética edificante que le conduce inevitablemente a condenar, por inmoral, a una institución que se basa en el robo y la violencia y que, por lo mismo, es la fuente de todos los males que afligen al ser humano. Al execrar la inmoralidad del principio de propiedad, lo hace usando el lenguaje violento tan característico de los reformadores religiosos de todos los tiempos.[21]

El planteamiento del problema en términos morales y el desenlace propuesto mediante la abolición de la propiedad, tiene consecuencias prácticas cuando, estando ya en marcha el proceso revolucionario, el anarquista mexicano exige de las facciones que alcanzan el poder y logran fundar un gobierno de ámbito nacional, la resolución de la cuestión agraria por la expropiación de toda la tierra poseída como propiedad privada; tanto la de los grandes, cuanto de los pequeños propietarios.

Para Flores Magón el dilema se establece n términos absolutos de todo o nada, de ser o no ser; no hay situaciones intermedias ni posibilidad de transición: “Por el hierro y por el fuego debe ser exterminado lo que por hierro y fuego se sostiene”.[22] “¡Tierra y Libertad o muerte!”, tal es el grito de combate; tal es el grito de combate; “¡Tierra y Libertad o muerte!”, tal es el grito de combate; “gritó de muerte para los de arriba y de vida y esperanza para los de abajo”.[23] El lema es la bandera que originalmente empuñan los narodniki rusos en su épica lucha contra la oligarquía territorial zarista durante el último tercio del siglo decimonono; los anarquistas del partido Liberal Mexicano le adoptan y de ellos pasan a las huestes de Emiliano Zapata que, además de prohijar el grito de guerra, también se pronuncian por la expropiación inmediata y total.[24]

Reforma vs expropiación

El desarrollo acelerado de los acontecimientos especialmente de la lucha armada, durante la primera década de la revolución mexicana, sin duda la más álgida de todas, con la tenaz oposición que la elite señorial levanta contra la expropiación de la tierra y que produce el paréntesis de la usurpación huertista, sumado al temor que experimentan los gobiernos revolucionarios de agravar su instabilidad si invierten en la economía de los abastecimientos agrícolas, les lleva a la búsqueda y pública discusión de soluciones de compromiso en cuanto a la cuestión agraria. El presidente Madero, él mismo un gran terrateniente, poco hace por atacar el problema y cae asesinado por la facción conservadora que propugna el retorno al antiguo orden. El primer jefe Venustiano Carranza, que también procede de la burguesía provinciana, hasta donde está en sus manos procura encontrarle una salida ortodoxa a la cuestión de la tierra.

El teórico más eminente de estos regímenes, Luis Cabrera, inspirado en las proposiciones liberales de Andrés Molina Enrique, postula en su célebre discurso de 3 de diciembre de 1912 y en el articulado del decreto de 6 de enero de 1915, la redistribución de la tierra entre los campesinos como propiedad individual para formar con ellos una fuerza económica que, sin independizarse de las haciendas, complementes el salario con ingresos propios.[25] La expropiación de las haciendas, de llevarse al cabo, solo podrá significar la afectación de las tierras incultas que debían adquirirse mediante la correspondiente indemnización a cargo del tesoro público. Lo que en el fondo se proponían esos regimenes, era la compra de la tierra a los hacendados para su venta fraccionada entre los campesinos de los pueblos libres establecidos en las inmediaciones; estos pagarían a plazos más o menos largos la parcela por cada uno de ellos adquirida

El curso de los debates, que se prolongan aun después de la promulgación de la constitución de 1917, permite a Ricardo Flores Magón intervenir en él desde la Tribuna Roja que tiene establecida en le exilio. En su órgano Regeneración, obligado a aparecer irregularmente debido a la incesante persecución de que es objeto, expone con claridad su posición radical. A su juicio, la expropiación de la tierra significa sencillamente el desconocimiento del derecho de propiedad y en consecuencia su concepción como un bien libre al que deben tener acceso todos los campesinos que la trabajan.

La legislación construida en su derredor carece de valor porque está encaminada a mantener en operación un principio que, desde sus orígenes, tiene un fundamento inmoral y deleznable.[26]

Las leyes territoriales fueron escritas por quienes detentan la propiedad para conformar con ellas mecanismos de dominio que son responsables de la esclavitud en que se encuentra el proletariado del campo en el trabajo de la hacienda; son contrarias al derecho natural y requieren ser impuestas y apoyadas por la fuerza para conseguir su vigencia. La rebeldía y negación de la arbitraria imposición es la única respuesta que cabe a los hombres dignos: tomar la tierra, tomar toda la que sea menester y trabajar en el propio beneficio sin reconocer derecho alguno de a los ricos, tomarla ignorando el derecho de propiedad.[27]

El desconocimiento de las leyes y derechos establecidos por la sociedad, con la toma de la tierra, los instrumentos de la producción y los medios de trasporte, es el paso previo indispensable para alcanzar la libertad económica, base de la libertad política y del restante conjunto de las libertades humanas. La igualdad ante la ley es una farsa, una quimera, bajo le régimen actual, “es la más grande de las majaderías que los aspirantes a gobernar o fresen a las multitudes”.[28] Los jueces fallan insistentemente en contra de los pobres; el ejercicio electoral se encuentra dirigido; el derecho de la libre expresión de las ideas no pueden ponerlo en obra quienes nada tiene, ni siquiera la ilustración necesaria para escribir o hablar en público. Para conseguir la libertad hay que echar por la borda las leyes y derechos inventados por la clase dirigente para someter a permanente explotación a la clase proletaria.

Para apoderarse de la tierra y cultivarla no hay por qué esperar la promulgación de leyes y disposiciones que regulen nuevas formas de tenencia; mucho menos debe aplazarse la apropiación hasta el término de la lucha armada. El acto de afirmación revolucionaria habrá de realizarse sobre la marcha para que al sobrevenir la paz quede “Como un hecho consumado la toma de la posesión de la tierra”.[29] Cuando Juárez expropio los bienes del clero para destruir su poder inconmensurable, lo hizo con entereza y determinación en el fragor mismo de la lucha; de haberlo hecho al finalizar esta, habría provocado una nueva rebelión de los intereses afectados. “Es mejor hacer en una revolución lo que tendría que hacerse en dos”, responde a quien le aconsejan dejar para más tarde la decisión trascendente.[30]

La revolución, pues, debe tomar posesión de la tierra inmediatamente, “en estos momentos de zozobra, de angustia, de terror para todos los privilegios... en que masas compactas de desheredados invaden tierras, queman los títulos de propiedad, ponen las manos sobre la fecunda tierra y amenazan con el puño a todo lo que ayer era respetable”.[31] En muchas ocasiones las revoluciones fracasan porque sus dirigentes no se atreven a derribar, desde su inicio, las normas tradicionalmente establecidas y cuando quieren hacerlo pasada la contienda, la oportunidad se ha ido. En el fragor de la lucha hay que “hacer pedazos la ley que protege ese crimen que se llama propiedad territorial”.[32]

El radicalismo anarquista en lo que toca a la manera de resolver el problema de la desigualdad del hombre deriva del derecho de propiedad — contemplando desde la perspectiva que hoy nos suministran la reforma agraria tal y como llego a realizarse de hecho —tenia una razón de ser bien fundada. Flores Magón no considera la redistribución territorial como al simple cuestión de un reparto de parcelas, con más o menos hectáreas, entre los campesinos despojados. Adelantándose en el tiempo a la célebre formulación de Galbraith para quien toda reforma agraria, para ser efectiva, requiere necesariamente la redistribución de tierra, status y poder, el filósofo social mexicano al contradecir el derecho territorial lo hace partiendo precisamente de esas premisas. En la sociedad que con tanta pasión condena la tierra “pertenece a unos cuantos, hace felices a unos cuantos y da poder a unos cuantos[33]”, en consecuencia la redistribución debe comprender solo la tierra, sino también el poder y la felicidad. Esta última condición humana, tan difícil si no imposible en su determinación, hoy en día los antropólogos prefieren vincularla con el prestigio y la ubican en la posición social o status que un individuo alcanza en el grupo propio.

La expropiación de la tierra y su redistribución entre los campesinos no basta; es necesario además tomar posesión de toda la riqueza social; la tierra con las casas, las máquinas, los víveres, los transportes. Solo así podrá subsistir sin depender de nadie. Pero se requiere algo más: que la tierra se trabaje en común.

El trabajo individual inclina a mantener vigente el derecho de propiedad privada; conduce a la consolidación de una pequeña burguesía rural con la tierra en muchas manos, es cierto, pero no en la de todos;[34] también lleva a la sujeción, a caer tarde o temprano en las garras del acaparador y el prestamista. Si antes el campesino sufría despojo en la tienda de raya, mañana se lo robarían en los bancos agrícolas que funde el brazo paternal del gobierno “para el fomento de la agricultura en pequeña escala”.[35]

La solución, pues, no reside en la adquisición individual de un pedazo de tierra, si no en la expropiación de toda la tierra para que, poseída y trabajada en común, los hombres y las mujeres del campo consigan la libertad económica al quedar en su poder los medios de producción. “Me imagino —dice Flores Magón— que feliz será el pueblo mexicano cuando sea el dueño de la tierra, trabajándola todos en común como hermanos y repartiéndose los productos fraternalmente, según las necesidades de cada cual”.[36] Cualquier solución que se le pretenda dársele al problema de la tierra que no tenga “como base el comunismo, tanto en la producción como en el consumo, será un fracaso”.[37]

Dios y el estado

En el pensamiento de Flores Magón, el segundo personaje de la trinidad sombría, lo configura el gobierno y el tercero, la iglesia; en la doctrina anarquista, sin embargo, ambos quedan reducidos a uno solo, la autoridad; llámese o eclesiástica, bien esté representada por la burocracia o por el clero.[38] La autoridad no hace falta más sino para mantener la desigualdad social; mientras mayor fuerza adquiere y se consolida mejor, más capacidad adquiere para garantizar a la burguesía la prosperidad en sus negocios. Bajo el dorado despotismo del régimen de Porfirio Díaz, los generales de las revueltas recibieron en propiedades grandes extensiones territoriales, los hacendados ensancharon los límites de sus feudos, los políticos obtuvieron terrenos llamados baldíos y los extranjeros alcanzaron concesiones sin número, “quedando nuestros hermanos indios sin un palmo de tierra, sin derecho a tomar del bosque ni la más pecunia rama de un árbol, en la miseria más abyecta”.[39]

El gobierno solo existe para tener a raya a los desheredados en sus demandas y rebeldías y la iglesia para mantener en la sumisión y en la obediencia a las masas, evitando que se levanten contra los ricos y los mandatarios. En los poblados y comunidades campesinas que viven en estado de naturaleza; sus habitantes nunca han sentido la necesidad de tener un gobierno. La autoridad solo se hace presente cuando el agente de la recaudación periódicamente aparece o cuando los rurales llegan en busca de varones para forzarlos a ingresar al ejército. El gobierno es, pues, para una gran parte de la población mexicana, el tirano que arranca de sus hogares a los hombres laboriosos para convertirlos en soldados o el explotador brutal que les arrebata el tributo en nombre del fisco.[40] La humanidad solo necesita jefes cuando está dividida en dos clases sociales antagónicas; la de los trabajadores que todo lo producen y la de los explotadores que se declaran dueños de la tierra y de quienes la trabajan.[41]

Recordad mexicanos —continúa argumentando Flores Magón— cómo han vivido las poblaciones campesinas; sin autoridad, sin jefe, alcaldes, carceleros, “ninguna polilla de esa clase” y, sin embargo, en esos lugares donde no se conocen las leyes, ni amenaza el gendarme con su garrote, se hace vida tranquila.[42] La gente vive feliz en su tierra sin saber en muchos casos ni siquiera el nombre del presidente de la república. El cuadro que Ricardo habría aprendido de su padre lo reproduce al pie de la letra.

En esas comunidades todos tienen derecho a la tierra, el agua para los regadíos, el bosque para la leña y la madera para construir los jacales. Los arados andan de manos en mano, así como las yuntas de los bueyes. Cada familia labra la extensión de terreno que calcula ser suficiente para producir lo necesario y el trabajo de escarda y de levantar las cosechas se hace en común, reuniéndose toda la comunidad, “hoy, para levantar la cosecha de Pedro, mañana. Para levantar la de Juan y así sucesivamente”.[43]

Todos son hermanos en esas comunidades; todos se ayudan y se sienten iguales, como lo son realmente; no necesitan de autoridad alguna que vele por sus intereses ¿Para que necesitan el gobierno —se pregunta— las comunidades libres del yaqui? El estudio de los pueblos primitivos, como los esquimales, entre los cuales no ha hecho aparición la llamada civilización, demuestra que viven en la anarquía y, por tanto, “son libres y felices no habiendo sido pervertidos su sentido de justicia por los móviles mío o tuyo”.[44]

La comunidad mítica

Nuevamente es necesario hacer notar que esta emotiva descripción de la vida campesina que, como una reacción en contra de la industrialización,[45] se hace coincidir con la que supuestamente habría de gozar la sociedad anárquica, es una falsa interpretación de la realidad; la comunidad indígena en Flores Magón es una comunidad mítica, muchas de cuyas características son de absoluta responsabilidad o tomadas en préstamo y compartidas con otros pensadores anarquistas y no anarquistas. Kropotkin, en ocasión de sus expediciones por el Asia central como oficial zarista, antes de su conversión, tiene la oportunidad de observar de pasada la vida de tribus primitivas y le parece que las costumbres e “instintos” que regulan su vida social operan sin leyes o gobierno alguno.

En esas comunidades el trabajo recíproco y los instintos de cooperación y sociabilidad, que él llama “ayuda mutua”, representa la forma más cercana al estado natural.[46] Contrariamente a la interpretación corriente de la teoría de la evolución que postula la vida como luchas y eterno batallar por la existencia, Kropotkin, basándose también en Darwin, afirma que la ley natural es una ley de cooperación; ley de ayuda mutua antes que una contienda.

Bakunin, el otro gigante del anarquismo ruso, avizora la sociedad del futuro como una federación de comunidades parroquiales libres y autónomas cuya estabilidad queda garantizada porque en su seno se ha extinguido para siempre los conflictos de clase.[47] Para Bakunin, una organización social mayor que la simple comunidad, con un control autoritario, representa una amenaza constante a la libertad del individuo y de la colectividad. Proudhon, que también saca su procedencia del campo, expresa insistentemente una gran simpatía por esta comunidad agraria teñida de rosa. Hombres nacidos en las urbes, no obstante, se pronuncia a sí mismo por la comunidad indígena y lo hace en una época tan tardía como lo es la tercera década del presente siglo. En Perú, José Carlos Mariátegui, empujado sin lugar a dudas por el peso de la tradición andina, propone como modelo de la sociedad comunista primigenia a la comunidad incaica que hoy en día sobrevive a la conquista, a la colonia y a la nacionalización. Mariátegui construye su modelo utilizando el esquema marxista, pero ello no es óbice para que hagan acto de presencia las características míticas que con tanta constancia le asigna a la comunidad el pensamiento social del siglo anterior.[48] Unos y otros pensadores ponen tal énfasis en el carácter no individual de la tenencia de la tierra en esas comunidades, que las llegan a concebir como si carecieran de toda noción de propiedad territorio; resaltan la índole igualitaria de las relaciones sociales en sociedades como las indígenas no divididas en clases y llaman la atención sobre las formas de cooperación entre las personas que les permite unir sus esfuerzos para alcanzar metas superiores a las individuales, débiles y dispersas. Pero en Flores Magón, como en el resto de los pensadores sociales de la vuelta del siglo, hay una tendencia manifiesta a contemplar la realidad al través de los preconceptos de una imagen del hombre y del mundo en gran medida romántica. Ellos les impiden conocer a fondo los modos de operación de la vida rural a la que juzgan sin tener una justa comprensión de sus motivaciones.

En la comunidad indígena el derecho a la propiedad de la tierra, al igual que el principio de territorialidad entre los animales, es una noción de cardinal importancia. Las guerras ínter tribales y la competencia por la supremacía política —antes del contacto con occidente— tienen su origen, muchas veces, en conflictos fronterizos en que están involucrado el derecho a la propiedad territorial afectado por un grupo agresor. En la comunidad supérstite no es un bien libre a la disposición de quien quiera cultivarla, pertenece al linaje, al ayllu o calpul a este asigna su tenencia y el uso de sus recursos exclusivamente entre sus miembros. El trabajo reciproco o ayuda mutua está esta estrictamente regulado en el grupo de parentesco o de vecindad y el producto de las cosechas corresponde a la familia y no a la comunidad, pero existen mecanismos de redistribución al través del desempeño de cargos que tienden a la igualación económica de los miembros todos del grupo corporado. Estos mecanismos son los que, en último análisis, vienen a dar forma a una estructura de gobierno; porque la comunidad indígena, contrariamente a lo que afirma el pensamiento anárquico, si tiene gobierno, y un gobierno perfectamente estructurado conforme a normas que son distintas a las que conforman el gobierno democrático, hoy prevalerte y que se manifiestan y dejan sentir en todos los órdenes d la vida. Por ser distinto el gobierno indígena a menudo es inaparente para la observación superficial, por ello de modo alguno quiere decir que no exista. En otro lugar hemos expuesto ampliamente los rasgos propios y las funciones del gobierno indígena; baste decir Iquique todos los hombres hábiles, y hasta cierto punto las mujeres forman parte, en uno u otro tiempo, del gobierno.[49] El quehacer gubernamental tiene un coste que paga el incúmbete, quien es compensado en prestigio y poder, esto es, en términos sociales más que económicos.

Las estructuras de poder es tan penetrante y tramada de manera tan sutil, que su debilitamiento provoca la desorganización de la comunidad y le pone en transe de desaparecer como tal, precisamente en el momento mismo en que ese trama se desmorona; tanto como autoridad civil cuanto religiosa, tanto como gobierno interno cuanto externo. El error fundamental de Flores Magón y de los pensadores sociales que idealizan la comunidad primitiva, es el contemplarla como “libre y autónoma”, es decir, sin conexión permanente con la sociedad más amplia, nacional o colonial, en la actual está incluida; y esto hace ya mucho tiempo que no es cierto, si alguna vez lo fue. Las comunidades indígenas forman parte de una estructura regional de poder que tiene como centro rector una ciudad primada que reserva para sí el privilegio de ejercer la coerción cuándo dejan de operar los mecanismos dominicales que actúan suave, tiernamente.[50]

Sincretismo en la innovación

Es difícil precisar hasta qué punto Flores Magón estuvo consiente de este error. Indudablemente que para él la consecución de una comunidad de propiedad privada y sin gobierno habría de alcanzarse solamente a base de lucha y en curso de la lucha misma; la oposición no la espera de las comunidades indias, con unos cuatro millones de habitantes, que constituyen entre un treinta y un cuarenta por ciento de la población total de su tiempo, si no de los hacendados, evidentemente, y además, de los campesinos mestizos quienes aun cuando alguna vez practicaron el comunismo, se hallan ahora condicionados a la propiedad privada como pequeños terratenientes. Tratar de modificar su mentalidad pequeña burguesa no es ciertamente una tarea fácil. Flores Magón advierte claramente el problema cuando, al hacer una evaluación de la revolución en marcha, constata con desesperación que en su seno han formado dos corrientes identificables: la popular y la burguesa.[51] Lo que pugna por la abolición del derecho de propiedad y la que se conforma con una reforma a medias que contemplan solo la afección, de los latifundios sin controvertir el derecho de propiedad. Es bien sabido que Flores Magón y los fundadores del Partido Liberal en 1906 participan, ya para entonces, de una ideología anárquica y que todos sus esfuerzos los destinan a llevar la libertad propugnada por el liberalismo hasta sus consecuencias más extremas, es decir, a una libertad sin restricciones.[52] Esto a juicio de ellos, solo puede alcanzarse mediante la negación del derecho a la propiedad privada, la destrucción del sistema de clases sociales y la pulverización del Estado. No obstante lo anterior, Flores Magón oculta su verdadera posición política, y ya iniciada la lucha armada recomienda tácticas —en cuanto a lo expropiación de la tierra, a su ritmo y a las personas que primero deben ser afectadas— en cartas cifradas dirigidas a sus correligionarios que han sido calificadas de poco éticas en un revolucionario tan honesto como él.[53]

En una de las cartas que obran en el archivo del Departamento de justicia de los Estados Unidos, Flores Magón llega a decir: “Solamente los anarquistas, sabrán que somos anarquistas y les aconsejaremos que no se llamen así para no asustar a los imbeciles”.[54] Esta falta de información al público, se asegura, ahondó las diferencias entre las dos corrientes en la revolución e impidió cualquier entendimiento entre las dos corrientes contenidas en la revolución e impidió cualquier entendimiento entre los distintos dirigentes revolucionarios. No intentamos tomar la defensa de Flores Magón, porque el mismo hubiera rechazado; pero si queremos hacer algunos comentarios al margen de su conducta porque no es única en la conformación del pueblo mexicano. Parece parte de un patrón operativo más a menudo de lo que sería desear y que alcanza a producir resultados intermedios que satisfacen durante algún tiempo la situación problemática, pero no la resuelve drástica o definitivamente.

Cuando terminada la conquista, los frailes misioneros y el clero regular se dan a la tarea de introducir l cristianismo entre los indios, al advertir que la fuerza no basta, apelan al sincretismo, proceso mediante el cual concientemente se identifican a las deidades nativas con las cristianas; de este modo el nuevo credo es aceptado y si bien es cierto que la religión resultante no es la católica occidental, si es, en cambio una religión de forma cristiana aunque de contenido heterodoxo. De acuerdo con un proceder estrictamente ético, tal modo de actuar es condenable y de hecho son pocos teólogos cristianos así se pronuncian; pero si se toman en cuenta las circunstancias de la colonización, la conducta inflexible hubiera llevado a los españoles a una lucha prolongada y estéril y a los indígenas a la total destrucción de su cultura. De haber sido así, México sería una nación de genio occidental pero sin la riqueza de su acervo indio.

La conducta encubierta de Flores Magón no le lleva al triunfo, como tampoco le hubieran llevado la manifestación ostensible de su anarquismo, pero sus ideas y creencias, sin que ganen totalmente a los revolucionarios de la corriente burguesa, influyen considerablemente en ellos hasta el punto de que la invención del ejido, como instituciones revolucionarias, se hace tomando en préstamo muchos de los rasgos que configuran la tenencia de la tierra en la comunidad indígena, pero ubicado la relación del hombre con la tierra dentro de un contexto racional. La revolución mexicana no llega a la abolición d la propiedad privada, configura una forma de tenencia intermedia, sincrética, que, hasta hace muy poco tiempo aún, le sirve para satisfacer las demandas de los campesinos y sus necesidades de autogestión.

Progreso integral

Esta solución indudablemente no es aquella por la que pugna Flores Magón. Él tiene ideas muy precisas en cuanto a la evolución de la sociedad, la naturaleza del proceso de cambio y las metas utópicas que algún día esa sociedad habrá de alcanzar. La humanidad progresa, para él esto indudable, pero su evolución no es integral. Los adelantos que alcanza son enormes en el dominio de la cultura material más no es así en el dominio de la vida moral; progresa la humanidad en un sentido solamente. Las más generosas concepciones de los filósofos, aquellas que si se pusieran en práctica abrirían amplios horizontes para gozar libremente la dicha de vivir, nada vale frente a la admiración que se pone en los descubrimientos técnicos —el cinematógrafo, la telegrafía, la navegación aérea— y como consecuencia de ello la lucha por la vida reviste el mismo carácter de ferocidad, de hostilidad reciproca que hace del hombre, como dijera Hobbes, el lobo del hombre.[55] La industrialización, por deslumbrante que sea, no significa por si sola progreso si no va acompañada de una vida más justa; de un progreso moral tan significativo como el material.

La evolución de la humanidad deja de ser integral en le momento en que aparece el primer propietario sobre la tierra y la divide en dos clases antagónicas que hacen a los hombres extraños unos de otros y a las razas y a las naciones enemigas entre sí. E nuestro país la evolución natural se interrumpe cuando el primer conquistador arrebata al indio la tierra y estílese un sistema de explotación que se desarrolla “en la noche de tres siglos llamada, época colonial”; continúa su curso bajo el imperio, la república federal, y la dictadura y hace explosión con la revolución de 1910.[56] En una humanidad dividida en clases sociales solo puede haber progreso “material”, porque siendo los intereses opuestos “no puede existir vinculo alguno de amistad ni de fraternidad, ya que la clase poseedora tiende a perpetuar el sistema económico, político y social que garantiza el tranquilo disfrute de su rapiña, mientras que la clase trabajadora hace esfuerzos para destruir ese sistema inicuo”.[57]

Si socialmente es imposible la igualdad, la libertad y la fraternidad entre los hombres mientras haya clases sociales, el resultado inevitablemente es la lucha de las clases por excluirse mutuamente. El carácter mismo del conflicto que se establece entre las clases hace que la evolución no pueda realizarse gradualmente sino por saltos, esto es, revolucionariamente. Todos los grandes pasos que la humanidad da en su da en su evolución hacia formas más justas de convivencia, los produce a base de esfuerzos violentos que destruyen las formas tradicionalmente establecidas. El pase de la autocracia a la democracia requiere para realizarse la conmoción sangrienta que se llama la revolución francesa; si este acontecimiento no logra establecer la libertad, la igualdad y la fraternidad, su “fracaso no se debió al salto sino a que dejó intacta la fuente de donde provenía el privilegio y la desigualdad, esto es, la propiedad privada”.[58] La revolución mexicana es un salto, el primer acto de la gran tragedia universal que bien pronto tendrá por escenario la superficie toda del planeta y cuyo acto final será el triunfo de la libertad y la consecución de un progreso integral.

Teoría del conflicto

Siendo la tendencia al cambio una constante en la experiencia humana, siempre hay esperanza de que se produzca una transformación social que establezca de una vez para todas las justicias en las relaciones entre los hombres; el momento que hoy en día vive la humanidad es de cambio y revolución eminentes. El calor de la protesta del proletariado se siente por todas partes y no podrá ser detenido jamás.[59] La evolución de la humanidad requiere el conflicto para actualizarse. El orden, la uniformidad, la simetría, exaltados por el dorado despotismo de Porfirio Díaz y por todos los despotismos entorchados en el mundo, significan la muerte; el desorden, la lucha, el desacuerdo, la pasión en perenne desbordamiento, constituyen la vida. De la lucha surge la verdad y la libertad; la lucha es el agente creador más grande de la naturaleza; es innovadora, rompe los viejos moldes y configuran nuevos patrones, destruye las tradiciones que se oponen al progreso, abre nuevos caminos al arte.[60]

El desacuerdo hace que fomente el disgusto en los pechos proletarios, pone en sus manos la piedra, la bomba, el puñal, el rifle y los lanza contra la injusticia. Sin la rebeldía, “la humanidad andaría perdida aún en aquel lejano crepúsculo que la historia llama la edad de piedra”.[61] El derecho de rebelión es sagrado porque está dirigido a romper los obstáculos que se oponen al derecho de vivir. La rebeldía es la vida, la sumisión es la muerte. Solo la inconformidad, la discordia, la lucha, echan a andar el progreso. En su alegato —detengamos un instante el discurso para hacer notar— Flores Magón advierte que su teoría del conflicto nada tiene nada en común con la de Darwin sobre la selección que explica cómo los individuos mejor dotados son los que triunfan en la vida; con toda perspicacia apunta que tal razonamiento lo “esgrimen los ricos y los déspotas contra los que tratan de poner en duda el derecho que se apropian para explotar y oprimir”.[62] La lucha por la vida a la que Darwin se refiere es la contienda entre especies diferentes, no entre individuos de la misma especie.

Pero la rebeldía, derecho inalienable del hombre, no sería bastante para mover el progreso si la dialéctica del universo no produjese la fuerza contraria que le da significación, a saber, la solidaridad. Kropotkin es tal vez, entre los pensadores anarquistas, quien más énfasis pone en el carácter de cooperación, el esfuerzo mutuo y la solidaridad como fuerzas que inducen al progreso al ser humano.

Flores Magón toma en préstamo del ruso esas ideas y las reinterpreta en la realidad mexicana. Para él, la solidaridad es el conocimiento del interés común y la acción consecuente con ese conocimiento deviene esencial para la existencia porque es condición de la vida; la armonía, la cooperación entre los humanos, hace posible la supervivencia de la comunidad indígena. La cooperación entre los diferentes pueblos y razas del mundo, cuyas contiendas han producido enemistades, ruinas y dolores, determinan un futura de paz y buena voluntad entre los hombres. Solo en la especie humana se advierte el repugnante espectáculo de devorarse unos individuos a otros, “cuando por la solidaridad hace muchos miles de años que habría esclavizado a la naturaleza y obtenido su progreso integral”.[63]

Primacía de la mente

El pensamiento de Flores Magón no siempre sigue un curso inalterable en cuanto a las esencias en que se funda su filosofía; el materialismo positivista en que se forma durante los años mozos para defender el materialismo extremo, de orientación anarquista, que lo define por los años álgidos inmediatamente anteriores o posteriores al estallido de la revolución de 1910. Más tarde, en una de las cartas que escribe desde la cárcel, poco antes de morir, se advierte una evidente tendencia idealista que le lleva a postular la primacía del cambio cultural sobre el cambio social. Contrariamente a lo que sostiene la doctrina marxista, afirma que el cambio en las relaciones de producción no es lo que determina la modificación de la conducta de la gente y su manera de pensar sino el proceso inverso. “La revolución —dice— no comienza con el cambio forzoso o pacifico de un modo colectivo de vida social, económico y política en otra. Mucho antes de que se intente el cambio se ha efectuado la revolución en la conciencia colectiva”.[64]

Estos tropiezos en la secuencia lógica del pensamiento de Flores Magón, por otra parte, ayudan a comprender su forma práctica de actuar frente al fenómeno revolucionario. Cuando este emergen, no toma las armas, ni se pine a la cabeza de sus correligionarios para intervenir físicamente en la contienda; se limita a gritar con la palabra y el pensamiento, a los que concede una capacidad de transformar la realidad social que parece estar más allá de todas las posibilidades.[65] A decir vedad, el anarquismo, por su propia naturaleza, es difícil de realizar. Debe lograr la consecución de sus metas por medio de la revolución y un esfuerzo de esta índole, si ha de conseguir el triunfo, requiere —organización, dirección, disciplina, autoridad— es decir, normas que contradicen el postulado de la libertad absoluta, como lo hace notar con santo juicio Engels.[66] En otra carta de la misma época, Flores Magón expresa su simpatía por la revolución Rusa pero hace constar su inconformidad con los medios empleados para derribar al capitalismo; “La dictadura de la burguesía o del proletario, es siempre tiranía y la libertad no puede alcanzarse por medio de la tiranía”.[67] No obstante la incapacidad del anarquismo para realizarse por si mismo, su apelación a la libertad sigue encontrando eco y continúa produciendo movimientos de masa, como el estudiantil de nuestros días, que conmueven profundamente el status quo, tanto en el sistema capitalista cuanto en el socialista. Su actual vigencia parece darle la razón al lapsus que se produce en Flores Magón.

Su honor como luchador

Es muy posible que el exabrupto idealista del revolucionario tenga su origen en una sobre exaltación del propio superego que le hace tener en gran estima su honestidad y la fuerza de sus convicciones; valores ambos que proyectan en los demás como móviles del proceso de cambio. Algunos incidentes en los que es actor principal, por los años postreros de su vida, ilustran con luz meridiana la firmeza o inflexibilidad de su conducta en los momentos más críticos de su agitada carrera de activista. Se halla preso en Leavenworth. Las gestiones que realizan sus simpatizadores en México llegan a ser oídas por el presidente Obregón quien las transmite, con su aprobación, a los más altos funcionarios del ministerio de justicia de los EU. Estos están conformes la libertad bajo protesta al reo político; lo cual quiere decir que debe expresar públicamente su arrepentimiento y hacer solemne promesa de abstenerse, a partir de entonces, en cualquier acto de militancia anarquista.

El gobierno de los Estados Unidos considera a Flores Magón un hombre peligroso y no está supuesto ha soltarlo sin garantía.

El anarquista se niega a firmar la petición de perdón, porque para él “La alegría de estar fuera de ese infierno, que parece haberme tragado para siempre, sería cruelmente ahogada por la protesta de una indignada conciencia que me gritaría: ¡Vergüenza!... es mi honor como luchador de la libertad... el que está en peligro”.[68]

En su respuesta a Daugherty, el vocero gubernamental norteamericano, luego de darle a conocer la razón de su negativa, aprovecha la ocasión para informarle que el anarquismo tiende al establecimiento de un orden social basado en la fraternidad y el amor, en contraste con la presente forma de sociedad fundada en la violencia y la rivalidad entre los individuos y entre las clases. “El anarquismo —le hace saber— aspira a establecer la paz para siempre entre todas las razas de la tierra, por medio de la supresión de esta fuente de todo mal: el derecho de propiedad privada”.[69] Ningún hombre o mujer honrados pueden arrepentirse de sustentar tales propósitos.

Por la misma época los diputados al congreso de la Unión en México votan a su favor una pensión con la que el prisionero hubiera podido aliviar un tanto las condiciones indeseables en que se encontraba. Flores Magón rechaza el ofrecimiento, no sin antes agradecer cumplidamente a los generosos diputados sus intenciones. “Yo no creo en el Estado —les dice—, sostengo la abolición de las fronteras internacionales, lucho por la fraternidad universal del hombre; considero al Estado como una institución creada por el capitalismo para garantizar la explotación y subyugación de las masas.

Por consiguiente, todo dinero obtenido del Estado representa el sudor, la angustia, y el sacrificio de los trabajadores”.[70] No vaya a pensar que esta posición es circunstancial; tiempo antes, cuando el movimiento revolucionario no definía claramente aún sus diversas tendencias, se hablaba de ofrecer a Flores Magón la vicepresidencia de la república en un gobierno que hoy llamaríamos de coalición y el anarquista violentamente había repudiado la idea como opuesta a las metas que perseguía.

La doctrina anarquista a este respecto es flexible y Flores Magón no se aparta un ápice de ella. La participación del revolucionario en una organización gubernamental que ha sido construida y es mantenida por una clase con la cual no tiene vínculo alguno de propósitos e intereses, implica necesariamente la aceptación de un sistema de control. El hecho de que se elijan diputados obreros o campesinos a las cámaras de la unión, aun cuando estos sean en lo especial competentes y de franca extracción proletaria, en modo alguno modifica la situación. “En todo el mundo —nos recuerda Flores Magón— están desprestigiados los llamados representantes del trabajo en los parlamentos. San tan burgueses como cualquier otro representante”.[71] Para él, en este, como en tantos otros puntos de doctrina, no pueden haber posiciones intermedias; es una cuestión; en una cuestión de todo o nada.

Parece indudable, según advierte, que Flores Magón condicionado por su doctrina, pone una fe inquebrantable en la fuerza de las convicciones cuando estas se sustentan con honestidad, lo que le lleva a limitar su tarea como dirigente al rol exclusivo de activista; agitar y predicar con el ejemplo.[72] Una y otra vez se niega a participar en la construcción de la sociedad que habrá de emerger de la que pretende destruir; al igual que Bakunin, da por un hacho la bondad primigenia del hombre y sostiene que basta el derrumbamiento de los valores tradicionales, que acarrea consigo la revolución, para que del caso surja una sociedad más justa. En su momento no cabe duda alguna sobre la inminencia del cambio, el carácter de inevitabilidad que este contiene y la naturaleza de la sociedad más bella, más sabia y más feliz que ha de nacer de las ruinas. Todo ello hace que la visión racional del hombre y del mundo, postulada por Ricardo Flores Magón, aparezca en algunos momentos paradójicamente, como una visión idealista y dogmática.[73]

Sembrador de ideas

Esta ambivalencia de lo racional y lo ideal en el pensamiento de Flores Magón hace de él un hombre peligroso; exterioriza sus sueños. Les reifica confiriéndoles condición de realidad y actúa conforme a ellos. Se llama a sí mismo un sembrador de ideales que camina hacia el futuro, que construye con los ojos de la mente, sin detenerse, sin retroceder, siempre sembrando la semilla que hace avanzar a la humanidad.[74] En un utopista que habla el lenguaje de todos aquellos que conciben a la humanidad universalmente, como una clase social que trasciende las fronteras nacionales y las diferencias raciales y no se reduce a los estrechos márgenes de una sola patria si no que comprende a todas, a la fraternidad de todos los pueblos del mundo.[75] La exposición de estas ideas le lleva a situaciones conflictivas con los gobernantes de la patria en la que nace y con los de aquella donde se asila.

El 16 de marzo de 1918, cuando en América y en Europa las distintas “burguesías nacionales” s encuentran envueltas en una contienda por el dominio de los mercados mundiales, Flores Magón pública un “manifiesto a los miembros del partido, a los anarquistas de todo el mundo y a los trabajadores en general”, en él hace un violento llamado a la rebelión de los pueblos por acabar de una vez por todas con la sociedad caduca que, apoyada en la falsedad de las ideas patrióticas, lanza a la hoguera de la guerra a multitudes. Esta actitud —que tiende a generalizarse en las filas de los sindicatos obreros[76]— es considerada contraria a los intereses del país beligerante en le que el activista reside y le vale a una condena de 20 años de prisión de los cuales llega a cumplir cuatro, antes de sorprenderle la muerte.

La publicación del manifiesto de 1918 sitúa a Flores Magón, rotundamente, en el plano de la revolución universal, deja de ser precursor y activista de la Revolución Mexicana para ubicarse como un revolucionario de reputación internacional, filial de los filósofos anarquistas europeos de fines del siglo XIX y principios del XX. Su fama en ese ámbito de amplia comprensión puede ser parca notoria, eso no importa; lo significativo del hecho reside en que el carácter universalista que asume, define su idea de patria y la posición que los mexicanos y la noción mexicana guardan respecto a la sociedad y a la historia mundial.[77]

Flores Magón no solo es el precursor de la revolución mexicana, es, además, un precursor de las grandes revoluciones de nuestro siglo, porque al adoptar una doctrina social de genio universalista extrae el movimiento agrario mexicano de sus fronteras parroquiales y lo mete de lleno en la corriente maestra de la evolución mundial. Para él como a su tiempo lo hicimos notar, la revolución mexicana no es sino el paso de una gran transformación de la humanidad, “el primer acto de la gran tragedia universal[78]” y la nación mexicana es solo es una patria en el concierto formado por todas las patrias de los seres humanos, “la patria del hombre y de la mujer con una sola bandera: la de la fraternidad universal[79]” La meta estará a la vista y al alcance de la mano cuando la revolución nacida en México extienda “sus flamas bienhechoras por toda la tierra y en lugar de cabezas proletarias rodarán por el suelo las cabezas de los ricos, de los gobernantes y de los sacerdotes[80]”, cuando la destrucción del sistema de clases trascienda las fronteras y las razas.

Ha sido destino de los revolucionarios universalista el ser acusado de traición a la patria por sus contemporáneos, y el rencor que despierta la osadía de poner en duda los valores en que se funda la cohesión social perdura al través de las generaciones, porque estas actitudes continúan representando una amenaza a la estabilidad. En lo que a México atañe, no es extraño que un héroe de la conquista y la colonización, Fray Bartolomé de las casas, el gran batallador del credo universal, aún concite odios profundos entre sus conciudadanos. Cuatrocientos años después de haber levantado tempestades entre los encomenderos de su tiempo, los sabios de hoy aún lo califican de traidor a la patria.[81] Con Ricardo Flores Magón está sucediendo lo mismo; fue calificado de traidor cuando al inicio de la revolución una fuerza de anarquistas norteamericanos, por él reclutada, invadió la Baja California y en la actualidad, su solo nombre despierta pasiones encontradas y el calificativo de traidor vuelve a aparecer a flor de labios. Veamos, pues, qué es lo que él entendió por patria, antes de juzgarlo conforme a lo que nosotros pensamos que es la patria.

La patria es la tierra

Hemos seguido hasta aquí un largo recorrido para poder abordado finalmente el punto cardinal de nuestra preocupación; la idea de nacionalidad. Con objeto de comprender adecuadamente el pensamiento de Flores Magón a este respecto fue indispensable analizar con cierto detalle el proceso de su desarrollo, ya que ningún otro filósofo social más que en él las distintas partes de su teoría sobre la sociedad se encuentran tan inextricablemente enlazadas. La importancia que para él tiene la tierra, tan capital según ya lo hicimos notar que escribe la inicial con mayúscula; su actividad inexorable opuesta a la de propiedad privada, su negativa a concederle utilidad al gobierno y al clero; y la dualidad y la lucha de clases que forman el substratum de su idea del conflicto; todo ello se refleja en la manera como concibe la noción de nacionalidad.

Hagamos notar, en primer término, que para Ricardo Flores Magón la comunidad internacional, no la nación, es la patria y la patria es la tierra. En derredor de esta idea-fuerza sus conceptos adquieren forma, contenido, función y finalidades. El contenido semántico de las palabras francesas, patrie, e inglesa Fatherland, la tierra de antepasados,[82] expresan muy cercanamente la representación que Flores Magón tiene de la patria, pero aún más la expresa el concepto biológico de la territorialidad, la patria consiste en el pedazo de tierra en que se nace, el lugar donde la niñez arrastra sus primeros pasos —“el patio de la vecindad, la ciudad, el caserío, el jacal perdido en el bosque, en la llanura, en la montaña[83]”— y en el territorio que abarca la mirada, donde la comunidad configura su vida.

El sentimiento de patria es natural, el amor al terruño no requiere ser enseñado, se lleva en le corazón, nadie lo inculca. Hay algo instintivo en la relación de la tierra con le ser; tal parece como si formáramos parte inseparable de ella y es que nuestra vida emocional esta estrechamente unida al terruño de donde procedemos. El patriotismo, por supuesto, trasciende el concepto básico de territorialidad, se ensancha para comprender para comprender un cierto sentimiento de simpatía y amor para con la gente que.1) habla el mismo idioma, 2) tiene una tradición común y 3) comparte valores semejantes; “en cuyos pechos anidan virtudes análogas y serpean y se entremezclan vicios parecidos”.[84] Iguales prejuicios y antipatías similares. Esta añadidura a la ida de patria sigue siendo instintiva, natural, y constituye, consecuentemente, un patriotismo sano, verdadero.

Si la patria es la tierra, esta debe pertenecer a todos; de no ser así, es inauténtica, enajenada. “Los hombres que agonizan en el surco que no es suyo; los trabajadores que pierden la sangre en las fábricas ajenas; los mineros que socavan las minas de otros; todos los que trabajan para beneficiar al burgués, ¿Qué patria tienen?”.[85] Congruente con esta idea de patria instintiva o natural, fundada en la territorialidad, cuando se reprocha a Flores Magón su conducta en Baja California, lógicamente, replica: “Señores patriotas, ¿qué es lo que hacéis cuando gritáis que estamos vendiendo la patria a los Estado Unidos?” Contestad. Vosotros no tenéis patria porque todo lo que hay en México pertenece a los extranjeros millonarios que esclavizan a nuestros hermanos. No tenéis patria, sencillamente porque no tenéis en que caeros muertos”.[86]

En la retoma de la tierra, en la negación del derecho de propiedad, en la expropiación de los fondos otorgados en concesión por el gobierno a las compañías destiladoras y a los latifundistas norteamericanos, en la incautación de los hacendados que usurparon a los indios su terruño, en todo ellos y nada más que en ello, reside la recuperación de la patria perdida, la conquista de la nación enajenada, Según se advierta en la elocuencia, para Ricardo Flores Magón la patria es esencialmente la territorialidad, con el grado de un sentimiento de simpatía y amor cuyos rasgos —habla, tradiciones, y valores participados en común— definen lo que los antropólogos llaman el sentimiento de pertenencia; noción que a menudo usan para delimitar la membresía de la comunidad.[87]

Flores Magón que, según bien sabemos, adoptó a la comunidad indígena como un modelo social, reduce en gran medida su concepto de patria al grupo parroquial —pequeñas patrias les llamaría por esos mismos años[88] Gamio-; pero, ante el desafío que le planteaba la existencia de conglomerados humanos organizados en estados nacionales, algunos de los cuales tienen en gran magnitud, acepta extender el sentimiento patrio a la conjunción de todas las comunidades independientes y libres que habrían de configurar el mundo del futuro. Esta confederación de comunidades que sobrevendrá cuando el sistema de las clases imperante al fin sucumba— las pequeñas patrias — en una sola, grande, hermosa y buena; la patria de los seres humanos, de la fraternidad universal, la que desborda las líneas de frontera y las divisiones de raza; una patria que no será ya nunca más exclusivamente mexicana.

Prejuicio patriótico

Además de esta patria ligada a la naturaleza del ser, hay otra culturalmente condicionada que Flores Magón califica de irracional. Esta última patria es una invención de los hombres, específicamente, de la burguesía, apareció en el momento histórico en que emergió esta clase parasitaria con el nacimiento de la propiedad privada y la apropiación criminal de la tierra y es administrada, sugerida, fomentada y robustecida por el gobierno, “ese perro obediente de la clase capitalista”.[89] La invención de la patria por la burguesía tuvo por objeto “la defensa de un sistema económico, político, social y moral que tiene a la humanidad dividida en opresores y oprimidos[90]”, que segrega a los trabajadores en nacionalidades y evita su unión en una gran organización mundial prepotente. El patriotismo que produce la patria oficial y burguesa, como producto de una formación histórica que se desarrolla irracionalmente, es un etnocentrismo exacerbado con manifiesta proclividad al odio y a la repulsión contra los extraños; es un sentimiento feroz, brutal, sanguinario y cruel que despierta en el nombre de las más bajas pasiones.

Flores Magón vive durante su prolongado exilio en el sur de los Estados Unidos; en la cárcel comparte con le negro, en la calle lo tiene como su correligionario y juntos sufren la discriminación del blanco; más a pesar de ello, jamás cae en la trompa de considerar significativas las diferencias en el color de la piel. Con evidente habilidad —y en ello es pionero entre los pensadores mexicanos— traslada el problema del campo social y le induce a formar parte de la lucha de clases, al igual que lo hace con las diferencias nacionalidades. La raza es una invención paralela a la patria; con ella la burguesía escinde a los habitantes de la tierra mediante el arbitrio de hacer que “Los individuos de todas las razas, se consideran siempre mejores que los demás de las otras razas. De esta división profunda entre el proletariado de todas las razas se aprovecha la burguesía para dominar a sus anchas”.[91] La idea de raza, como invención burguesa históricamente formada, es por su esencia misma irracional.

El condicionamiento de prejuicio racial está estrechamente vinculado al condicionamiento al prejuicio patriótico. Desde la tierna infancia la madre enseña al hijo el amor a la patria; en la pandilla de juego los actos que dramatiza tienen un sentido bélico, se combate contra los indios, contra los nacionales del país vecino, con reproducciones a escala de armas de toda calaña; en la escuela aprendemos la saga de quienes de quienes ofrendaron la vida por la patria en la lucha contra el agresor extranjero;[92] en la iglesia el sacerdote desde el púlpito; en la plaza político, desde la tribuna estimulan el valor de lo propio y deprecan todo lo ajeno.[93] El condicionamiento iniciado en la niñez continúa en el curso entero de la vida e internaliza en nosotros un nacionalismo irracional, que impide el análisis crítico de nuestra conducta, al punto que estamos dispuestos a cometer los mayores excesos a matar y dejarnos matar sin entender realmente por qué lo hacemos.[94]

El acondicionamiento irracional de que es objeto el proletario deriva de la inferioridad intelectual que produce su inferioridad social y que le hace fácil presa de la prédica burguesa.[95] El remedio a la situación reside, de acuerdo con la idea-fuerza de Flores Magón, en “la toma de posesión de la tierra por el pueblo[96]” para que este tenga la oportunidad de adquirir una sociedad más sana. La educación que propone, por supuesto, es la que se basa en principios racionales, toma en cuenta la integridad del trabajo agrícola y manufacturero y se encamina a “desterrar de la mente la que divide a los hombres; los falsos conceptos de propiedad, patria y familia”, según ya lo había expresado Ferrer y conforme lo aprobó, con mucha anterioridad, la sección española de la internacional, durante el congreso de Zaragoza en 1872, entre cuyos postulados proclamó la necesidad de una “enseñanza integral”.[97]

Racionalidad e irracionalidad

En virtud de su temprana formación en la filosofía positiva, Flores Magón pone toda su fe en el poder inconmensurable que asigna la naturaleza racional del hombre. Este carácter, específicamente humano, es capas por sí solo de llevar a la sociedad por la senda de una organización más justa si se destruye, previamente, los obstáculos representados por la propiedad privada y por las estructuras de control que forman el gobierno y el clero. El análisis que hace de las nociones de patria y raza y de la forma como la educación —considerando como el proceso de endoculturación que se inicia el nacer y terminar con la muerte— moral e inmoralmente actúa para configurar la personalidad de los grupos corporados, es un ejemplo de explicación lógica, considerada desde el punto de vista de la perspectiva racional. Así enfocadas, la patria y la raza quedan escindidas en entidades — partes; unas de índole natural y racional y otras de genio artificial o irracional. Consecuentemente, el condicionamiento que mantiene esas invenciones las ejecuta una educación natural o racional en un caso, irracionalidad o artificial en el otro

El error fundamental en Flores Magón —origen del conflicto que levanta en sus contemporáneos y de la oposición que despierta en sus actuales contradictores— es que la dicotomía que postula es una construcción mental, perfectamente lógica, pero que no existe en la realidad. El sentimiento de patria es racional e irracional al mismo tiempo, no hay contradicción alguna en ese respecto; el sentimiento de raza es racional e irracional en su esencia, es imposible apelar a la inteligencia para atacarle sin hacer un llamamiento también a la pasión; el concepto racional y exacto del universo, como propio básico de la educación integral propalado por la filosofía positiva primero, por la anárquica después, es una elaboración del pensamiento inevitablemente parcial porque no toma en cuanta aspectos emocionales de la experiencia humana.

Este error, con todo y las consecuencias indeseables que produjo el anarquista, no empequeñece la cuantía ni la calidad de la inmensa contribución que aportó a la formación de la idea de nacionalidad. Flores Magón, antes que cualquier otro pensador mexicano, pone en claro, 1) que la patria es una invención social, 2) que el concepto insurge y se desarrolla con el capitalismo, 3) que el rasgo fundamental que le compone es el principio de la territorialidad y 4) que el carácter irracional que a menudo adquiere es producido por el condicionamiento cultural puesto en obra por la burguesía dirigente de una sociedad dividida en clases.

La disección que el filósofo hace del concepto, usando frases hirientes, lacerantes, preñadas de emoción,[98] no conduce ciertamente a su desaparición como podrá esperarse, al quedar al descubierto las premisas racionales deleznables en el que se fundan; mas no cabe duda que provocó una violenta sacudida en la conciencia revolucionaria cuando por vez primera fue expuesta a la luz pública. Hoy en día ese análisis sigue conmoviendo la conciencia de nuestra sociedad, afluente y conformista, porque descaradamente pone ante nuestros ojos las racionalizaciones a que acudimos para justificar el nacionalismo intransigente que mantiene en operación un sistema social basado en la desigualdad humana.[99]

Gonzalo Aguirre Beltrán. Semilla Libertaria.

El derecho de rebelión

Desde lo alto de su roca el Buitre Viejo acecha. Una claridad inquietante comienza a disipar las sombras que en el horizonte amontonó el crimen, y en la lividez del paisaje parece adivinarse la silueta de un gigante que avanza: es la Insurrección.

El Buitre Viejo se sumerge en el abismo de su conciencia, hurga los lodos del bajo fondo; pero nada haya en aquellas negruras que le explique el por qué de la rebelión. Acude entonces a los recuerdos; hombres y cosas y fechas y circunstancias pasan por su mente como un desfile dantesco; pasan los mártires de Veracruz, pálidos, mostrando las heridas de sus cuerpos, recibidas una noche a la luz de un farolillo, en el patio de un cuartel, por soldados borrachos mandados por un jefe borracho también de vino y de miedo; pasan los obreros de El Republicano, lívidos, las ropas humildes y las carnes desgarradas por los sables y las bayonetas de los esbirros; pasan las familias de Papantla, ancianos, mujeres, niños, acribillados a balazos; pasan los obreros de Cananea, sublimes en su sacrificio chorreando sangre; pasan los trabajadores de Río Blanco, magníficos, mostrando las heridas denunciadoras del crimen oficial; pasan los mártires de Juchitán, de Velardeña, de Monterrey, de Acayucan, de Tomochic; pasan Ordoñez, Olmos y Contreras, Rivero Echegaray, Martínez, Valadez, Martínez Carreón; pasan Ramírez Terrón, García de la Cadena, Ramón Corona; pasan Ramírez Bonilla, Albertos, Kaukum, Leyva. Luego pasan legiones de espectros, legiones de viudas, legiones de huérfanos, legiones de prisioneros y el pueblo entero pasa, desnudo, mascilento, débil por la ignorancia y el hambre.

El Buitre Viejo alisa con rabia las plumas alborotadas por el torbellino de los recuerdos, sin encontrar en estos el porqué de la Revolución. Su conciencia de ave de rapiña justifica la muerte. ¿Hay cadáveres? La vida está asegurada.

Así viven las clases dominantes: del sufrimiento y de la muerte de las clases dominadas, y pobres y ricos, oprimidos y déspotas, en virtud de la costumbre y de las preocupaciones heredadas, consideran natural este absurdo estado de cosas.

Pero un día uno de los esclavos toma un periódico, y lo lee: es un periódico libertario. En él se ve cómo el rico abusa del pobre sin más derecho que el de la fuerza y la astucia; en él se ve cómo el gobierno abusa del pueblo sin otro derecho que el de la fuerza. El esclavo piensa entonces y acaba por concluir que, hoy como ayer, la fuerza es soberana, y, consecuente con su pensamiento, de hace rebelde. A la fuerza no se la domina con razones: a la fuerza se la domina con la fuerza.

El derecho de rebelión penetra en las conciencias, el descontento crece, el malestar se hace insoportable, la protesta estalla al fin y se inflama el ambiente. Se respira una atmósfera fuerte por los eluvios de rebeldía que la saturan y el horizonte comienza a aclararse. Desde lo alto de su roca el Buitre Viejo acecha. De las llanadas no suben ya rumores de quejas, ni de suspiros ni de llantos: es rugido el que se escucha. Baja la vista y se estremece: no percibe una sola espalda; es que el pueblo se ha puesto de pie.

Bendito momento aquel en que un pueblo se yergue. Ya no es el rebaño de lomos tostados por el sol, ya no es la muchedumbre sórdida de resignados y de sumisos, sino la hueste de rebeldes que se lanza a la conquista de la tierra ennoblecida porque al fin la pisan hombres.

El derecho de rebelión es sagrado porque su ejercicio es indispensable para romper los obstáculos que se oponen al derecho de vivir. Rebeldía, grita la mariposa, al romper el capullo que la aprisiona; rebeldía, grita la yema al desgarrar la recia corteza que cierra el paso; rebeldía, grita el grano en el surco al agrietar la tierra para recibir los rayos del sol; rebeldía, grita el tierno ser humano al desgarrar las entrañas maternas; rebeldía, grita el pueblo cuando se pone de pie para aplastar a tiranos y explotadores.

La rebeldía es la vida: la sumisión es la muerte. ¿Hay rebeldes en un pueblo? La vida está asegurada y asegurados están también el arte y la ciencia y la industria. Desde Prometeo hasta Kropotkin, los rebeldes han hecho avanzar a la humanidad.

Supremo derecho de los instantes supremos es la rebeldía. Sin ella, la humanidad andaría perdida aún en aquel lejano crepúsculo que la Historia llama la Edad de la Piedra, sin ella la inteligencia humana hace tiempo que habría naufragado en el lodo de los dogmas; sin ella, los pueblos vivirían aún de rodillas ante los principios del derecho divino; sin ella, esta América hermosa continuaría durmiendo bajo la protección del misterioso océano; sin ella, los hombres verían aun perfilarse los recios contornos de esa afrenta humana que se llamó la Bastilla.

Y el Buitre Viejo acecha desde lo alto de su roca, fija la sanguinolenta pupila en el gigante que avanza sin darse cuenta aún del por qué de la insurrección. El derecho de rebelión no lo entienden los tiranos.

Regeneración, 10 de septiembre de 1910
Semilla Libertaria: 13-15

Vamos hacia la vida

No vamos los revolucionarios en pos de una quimera: vamos en pos de la realidad. Los pueblos ya no toman las armas para imponer un dios o una religión, los dioses se pudren en los libros sagrados; las religiones se deslíen en las sombras de la indiferencia. El Corán, los Vedas, la Biblia, ya no esplenden: en sus hojas amarillentas agonizan los dioses tristes como el sol en un crepúsculo de invierno.

Vamos hacia la vida. Ayer fue el cielo el objetivo de los pueblos: ahora es la tierra. Ya no hay manos que empuñen las lanzas de los caballeros. La cimitarra de Alí yace en las vitrinas de los museos. Las hordas del dios de Israel se hacen ateas. El polvo de los dogmas va desapareciendo al soplo de los años.

Los pueblos ya no se rebelan, porque prefieren adorar un dios en vez de otro. Las grandes conmociones sociales que tuvieron su génesis en las religiones, han quedado petrificadas en la historia. La Revolución francesa conquistó el derecho de pensar; pero no conquistó el derecho de vivir, y a tomar este derecho se disponen los hombres conscientes de todos los países y de todas las razas.

Todos tenemos derecho de vivir, dicen los pensadores, y esta doctrina humana ha llegado al corazón de la gleba como un rocío bienhechor. Vivir, para el hombre, no significa vegetar. Vivir significa ser libre y ser feliz. Tenemos, pues, todos derecho a la libertad y a la felicidad.

La desigualdad social murió en teoría al morir la metafísica por la rebeldía del pensamiento. Es necesario que muera en la práctica. A este fin encaminan sus esfuerzos todos los hombres libres de la tierra.

He aquí por qué los revolucionarios no vamos en pos de una quimera. No luchamos por abstracciones, sino por materialidades. Queremos tierra para todos, para todos pan. Ya que forzosamente ha de correr sangre, que las conquistas que se obtengan beneficien a todos y no a determinada casta social.

Por eso nos escuchan las multitudes; por eso nuestra voz llega hasta las masas y las sacude y las despierta, y, pobres como somos, podemos levantar un pueblo.

Somos la plebe; pero no la plebe de los Faraones, mustia y doliente; ni la plebe de los Césares, abyecta y servil; ni la plebe que bate palmas al paso de Porfirio Díaz. Somos la plebe rebelde al yugo; somos la plebe de Espartaco, la plebe que con Munzer proclama la igualdad, la plebe que con Camilo Desmoulins aplasta la Bastilla, la plebe que con Hidalgo incendia Granaditas, somos la plebe que con Juárez sostiene la Reforma.

Somos la plebe que despierta en medio de la francachela de los hartos y arroja a los cuatro vientos como Un trueno esta frase formidable: ¡Todos tenemos derecho a ser libres y felices! Y el pueblo, que ya no espera que descienda a algún Sinaí la palabra de Dios grabada en unas tablas, nos escucha. Debajo de las burdas telas se inflaman los corazones de los leales. En las negras pocilgas, donde se amontonan y pudren los que fabrican la felicidad de los de arriba, entra un rayo de esperanza. En los surcos medita el peón. En el vientre de la Tierra el minero repite la frase a sus compañeros de cadenas. Por todas partes se escucha la respiración anhelosa de los que van a rebelarse. En la oscuridad, mil manos nerviosas acarician el arma y mil pechos impacientes consideran siglos los días que faltan para que se escuche este grito de hombres: ¡rebeldía!

El miedo huye de los pechos: solo los viles lo guardan. El miedo es un fardo pesado, del que se despojan los valientes que se avergüenzan de ser bestias de carga. Los fardos obligan a encorvarse, y los valientes quieren andar erguidos. Si hay que soportar algún peso, que sea un peso digno de titanes; que sea el peso del mundo o de un universo de responsabilidades.

¡Sumisión! es el grito de los viles; ¡rebeldía! es el grito de los hombres. Luzbel, rebelde, es más digno que el esbirro Gabriel, sumiso.

Bienaventurados los corazones donde enraíza la protesta. ¡Indisciplina y rebeldía!, bellas flores que no han sido debidamente cultivadas.

Los timoratos palidecen de miedo y los hombres serios se escandalizan al oír nuestras palabras; los timoratos y los hombres serios de mañana las aplaudirán. Los timoratos y los serios de hoy, que adoran a Cristo, fueron los mismos que ayer lo condenaron y lo crucificaron por rebelde. Los que hoy levantan estatuas a los hombres de genio, fueron los que ayer los persiguieron, los cargaron de cadenas o los echaron a la hoguera. Los que torturaron a Galileo y le exigieron su retractación, hoy lo glorifican; los que quemaron vivo a Giordano Bruno, hoy lo admiran; las manos que tiraron de la cuerda que ahorcó a John Brown, el generoso defensor de los negros, fueron las mismas que más tarde rompieron las cadenas de la esclavitud por la guerra de secesión; los que ayer condenaron, excomulgaron y degradaron a Hidalgo, hoy lo veneran; las manos temblorosas que llevaron la cicuta a los labios de Sócrates, escriben hoy llorosas apologías de ese titán del pensamiento.

Todo hombre —dice Carlos Malato— es a la vez el reaccionario de otro hombre y el revolucionario de otro también.

Para los reaccionarios —hombres serios de hoy— somos revolucionarios; para los revolucionarios de mañana nuestros actos habrán sido de hombres serios. Las ideas de la humanidad varían siempre en el sentido del progreso, y es absurdo pretender que sean inmutables como las figuras de las plantas y los animales impresas en las capas geológicas.

Pero si los timoratos y los hombres serios palidecen de miedo y se escandalizan con nuestra doctrina, la gleba se alienta. Los rostros que la miseria y el dolor han hecho feos, se transfiguran; por las mejillas tostadas ya no corren lágrimas; se humanizan las caras, todavía mejor, se divinizan, animadas por el fuego sagrado de la rebelión. ¿Qué escultor ha esculpido jamás un héroe feo? ¿Qué pintor ha dejado en el lienzo la figura deforme de algún héroe? Hay una luz misteriosa que envuelve a los héroes y los hace deslumbradores. Hidalgo, Juárez, Morelos, Zaragoza, deslumbran como soles. Los griegos colocaban a sus héroes entre los semidioses.

Vamos hacia la vida; por eso se alienta la gleba, por eso ha despertado el gigante y por eso no retroceden los bravos. Desde su Olimpo, fabricado sobre las piedras de Chapultepec, un Júpiter de zarzuela pone precio a las cabezas de los que luchan; sus manos viejas firman sentencias de caníbales; sus canas deshonradas se rizan como los pelos de un lobo atacado de rabia. Deshonra de la ancianidad, este viejo perverso se aferra a la vida con la desesperación de un náufrago. Ha quitado la vida a miles de hombres y lucha a brazo partido con la muerte para no perder la suya.

No importa; los revolucionarios vamos adelante. El abismo no nos detiene: el agua es más bella despeñándose.

Si morimos, moriremos como soles: despidiendo luz.

Este artículo fue escrito en San Francisco, California, en julio de 1907, y publicado en el mismo mes en Los Ángeles, Cal., en un periódico llamado Revolución. Después se volvió a reimprimir en el número 5 de Regeneración, del 1º de octubre de 1910.

Semilla Libertaria: 24-27

Tierra

Millones de seres humanos dirigen en estos momentos al cielo su triste mirada, con la esperanza de encontrar más allá de las estrellas que alcanzan a ver, ese algo que es el todo porque constituye el fin, forma el objeto del doloroso esfuerzo, del penoso batallar de la especie hombre desde que sus pasos vacilantes la pusieron un palmo adelante de las especies irracionales: ese algo es la felicidad.

¡La felicidad! La felicidad no es de este mundo, dicen las religiones: la felicidad está en el cielo, está más allá de la tumba. Y el rebaño humano levanta la vista, e ignorante de la ciencia del cielo, piensa que este está muy lejos cuando sus pies se apoyan precisamente en este astro, que con sus hermanos constituye la gloria y la grandeza del Firmamento.

La Tierra forma parte del cielo; la humanidad, por lo mismo, está en el cielo. No hay que levantar la vista con la esperanza de encontrar la felicidad detrás de esos astros que embellecen nuestras noches: la felicidad está aquí, en el astro Tierra, y no se conquista con rezos, no se consigue con oraciones, ni ruegos, ni humillaciones ni llantos: hay que disputarla de pie y por la fuerza, porque los dioses de la Tierra no son como los de las religiones: blandos a la oración y al ruego; los dioses de la Tierra tienen soldados, tienen polizontes, tienen jueces, tienen verdugos, tienen presidios, tienen horcas, tienen leyes, todo lo cual constituye lo que se llama instituciones, montañas escarpadas que impiden a la humanidad alargar el brazo y apoderarse de la Tierra, hacerla suya, someterla a su servicio, con lo que se haría de la felicidad el patrimonio de todos y no el privilegio exclusivo de los pocos que hoy la detentan.

La Tierra es de todos. Cuando hace millones de millones de años no se desprendía aún la Tierra del grumo caótico que andando el tiempo había de dotar al firmamento de nuevos soles, y después, por el sucesivo enfriamiento de ellos, de planetas más o menos bien acondicionados para la vida orgánica, este planeta no tenia dueño, Tampoco tenia dueño la Tierra cuando la humanidad hacia de cada viejo tronco del bosque o de cada caverna de la montaña una vivienda y un refugio contra la intemperie y contra las fieras. Tampoco tenia dueño la Tierra cuando más adelantada la humanidad en la dolorosa vía de su progreso llegó al periodo pastoril: donde había pastos, allí se estacionaba la tribu que poseía en común los ganados. El primer dueño apareció con el primer hombre que tuvo esclavos para labrar los campos, y para hacerse dueño de esos esclavos y de esos campos necesitó hacer uso de las armas y llevar la guerra a una tribu enemiga. Fue, pues, la violencia el origen de la propiedad territorial, y por la violencia se ha sostenido desde entonces hasta nuestros días.

Las invasiones, las guerras de conquista, las revoluciones políticas, las guerras para dominar mercados, los despojos llevados a cabo por los gobernantes o sus protegidos son los títulos de la propiedad territorial, títulos sellados con la sangre y con la esclavitud de la humanidad; y este monstruoso origen de un derecho absurdo, porque se basa en el crimen, no es un obstáculo para que la ley llame sagrado ese derecho, como que son los detentadores mismos de la Tierra los que han escrito la ley.

La propiedad territorial se basa en el crimen, y, por lo mismo, es una institución inmoral. Esta institución es la fuente de todos los males que afligen al ser humano. El vicio, el crimen, la prostitución, el despotismo, de ella nacen. Para protegerla se hacen necesarios el ejército, la judicatura, el parlamento, la policía, el presidio, el cadalso, la iglesia, el gobierno y un enjambre de empleados y de zánganos, siendo todos ellos mantenidos precisamente por los que no tienen un terrón para reclinar la cabeza, por los que vinieron a la vida cuando la Tierra estaba ya repartida entre unos cuantos bandidos que se la apropiaron por la fuerza o entre los descendientes de esos bandidos, que han venido poseyéndola, por el llamado derecho de herencia.

La Tierra es el elemento principal del cual se extrae o se hace producir todo lo que es necesario para la vida. De ella se extraen los metales útiles: carbón, piedra, arena, cal, sales. Cultivándola produce toda clase de frutos alimenticios y de lujo. Sus praderas proporcionan alimento al ganado, mientras sus bosques brindan su madera y las fuentes sus líneas generadoras de vida y de belleza. Y todo esto pertenece a unos cuantos, hace felices a unos cuantos, da poder a unos cuantos, cuando la Naturaleza lo hizo para todos.

De esta tremenda injusticia nacen todos los males que afligen a la especie humana al producir la miseria. La miseria envilece, la miseria prostituye, la miseria empuja al crimen, la miseria bestializa el rostro, el cuerpo y la inteligencia.

Degradadas, y, lo que es peor, sin conciencia de su vergüenza, pasan las generaciones en medio de la abundancia y de la riqueza sin probar la felicidad acaparada por unos pocos. Al pertenecer la Tierra a unos cuantos, los que no la poseen tienen que alquilarse a los que la poseen para siquiera tener en pie la pie y la osamenta. La humillación del salario o el hambre: este es el dilema con que la propiedad territorial recibe a cada nuevo ser que viene a la vida; dilema de hierro que empuja a la humanidad a ponerse ella misma las cadenas de la esclavitud, si no quiere perecer de hambre o entregarse al, crimen o a la prostitución.

Preguntad ahora por qué oprime el Gobierno, por qué roba o mata el hombre, por qué se prostituye la mujer. Detrás de las rejas de esos pudrideros de carne y de espíritu que se llaman presidios, miles de infortunados pagan con la tortura de su cuerpo y la angustia de su espíritu las consecuencias de ese crimen elevado por la ley a la categoría de derecho sagrado: la propiedad territorial. En el envilecimiento de la casa pública, miles de jóvenes mujeres prostituyen su cuerpo y estropean su dignidad, sufriendo igualmente las consecuencias de la propiedad territorial. En los asilos, en los hospicios, en las casas de expósitos, en los hospitales, en todos los sombríos lugares donde se refugian la miseria, el desamparo y el dolor humanos, sufren las consecuencias de la propiedad territorial hombres y mujeres, ancianos y niños. Y presidiarios, mendigos, prostitutas, huérfanos y enfermos levantan los ojos al cielo con la esperanza de encontrar más allá de las estrellas que alcanzan a ver, la felicidad que aquí les roban los dueños de la Tierra.

Y el rebaño humano, inconsciente de su derecho a la vida, torna a encorvar las espaldas trabajando para otros esta tierra con que la Naturaleza lo obsequió, perpetuando con su sumisión el imperio de la injusticia.

Pero de la masa esclava y enlodada surgen los rebeldes; de un mar de espaldas emergen las cabezas de los primeros revolucionarios. El rebaño tiembla presintiendo el castigo; la tiranía tiembla presintiendo el ataque, y, rompiendo el silencio, un grito, que parece un trueno, rueda sobre las espaldas y llega hasta los tronos: ¡Tierra!

¡Tierra!, gritaron los Gracos; ¡Tierra!, gritaron los anabaptistas de Munzer; ¡Tierra!, gritó Babeuf; ¡Tierra!, gritó Bakounine; ¡Tierra!, gritó Ferrer; ¡Tierra!, grita la Revolución mexicana, y este grito ahogado cien veces en sangre en el curso de las edades; este grito que corresponde a una idea guardada con cariño a través de los tiempos por todos los rebeldes del planeta; este grito sagrado transportará al cielo con que sueñan los místicos a este valle de lágrimas cuando el ganado humano deje de lanzar su triste mirada al infinito y la fije aquí, en este astro que se avergüenza de arrastrar la lepra de la miseria humana entre el esplendor y la grandeza de sus hermanos del cielo.

Taciturnos esclavos de la gleba, resignados peones del campo, dejad el arado. Los clarines de Acayucan y Jiménez, de Palomas y las Vacas, de Viesca y Valladolid, os convocan a la guerra para que toméis posesión de esa Tierra, a la que dais vuestro sudor, pero que os niega sus frutos porque habéis consentido con vuestra sumisión que manos ociosas se apoderen de lo que os pertenece, de lo que pertenece a la humanidad entera, de lo que no puede pertenecer a unos cuántos hombres, sino a todos los hombres y a todas las mujeres que, por el solo hecho de vivir, tienen derecho a aprovechar en común, por medio del trabajo, toda la riqueza que la Tierra es capaz de producir.

Esclavos, empuñad el winchester. Trabajad la Tierra cuando hayáis tomado posesión de ella. Trabajar en estos momentos la Tierra es remacharse la cadena, porque se produce más riqueza para los amos y la riqueza es poder, la riqueza es fuerza, fuerza física y fuerza moral, y los fuertes os tendrán siempre sujetos. Sed fuertes vosotros, sed fuertes todos y ricos haciéndoos dueños de la Tierra; pero para eso necesitáis el fusil: compradlo, pedidlo prestado en último caso, y lanzaos a la lucha gritando con todas vuestras fuerzas: ¡Tierra y Libertad!

Regeneración, 1º de octubre de 1910. Semilla Libertaria: 28-32.

Discordia

Imaginaos la Tierra sin montañas, el mar sin olas, el cielo sin estrellas, la flor sin colores. Imaginaos a todas las aves vistiendo el mismo plumaje, a todos los insectos ostentando la misma forma y color. Imaginaos las llanadas sin un repliegue, sin un accidente; arenas y guijarros aquí, guijarros y arenas allá, arenas y guijarros por todas partes; ni un árbol, ni un yerbajo; nada que trunque la monotonía del paisaje, nada que interrumpa la uniformidad del cuadro; ni un arroyo que murmure, ni un pájaro que cante, ni una brisa que recuerde que hay movimiento, que hay acción. Imaginaos, por último, a la humanidad, sin pasiones, teniendo todos los mismos gustos, pensando todos del mismo modo, y decid si no sería preferible morir de una vez a sufrir la prolongada agonía, que no otra cosa sería el vivir en tales condiciones.

El orden, la uniformidad, la simetría parecen más bien cosas de la muerte. La vida es desorden, es lucha, es crítica, es desacuerdo, es hervidero de pasiones. De ese caos sale la belleza; de esa confusión sale la ciencia; de la crítica, del choque, del desorden, del hervidero de pasiones surgen radiantes como ascuas, pero grandes como soles, la verdad y la libertad. La discordia, he ahí el grande agente creador que obra en la naturaleza. Las acciones y las reacciones en la materia inorgánica y en la orgánica, generadoras de movimiento, de calor, de luz, de belleza, ¿qué son sino obra de la Discordia? Rompiendo la monotonía de las substancias simples, la Discordia acerca unas a las otras, las mezcla, las combina, las desmenuza y las lleva de un lugar a otro: el hierro que duerme en las entrañas de la tierra es el mismo que arde al atravesar la atmósfera terrestre en la forma de aerolito, el que enrojece los labios de una mujer y el que brilla en la hoja de un puñal; el carbono que se presenta negro en los tizones apagados es el mismo que se ostenta verde y bello en las hojas de las plantas, límpido como una gota de rocío en el diamante, tibio y acariciador en el aliento de la mujer amada. Todo lo transforma la Discordia: disuelve y crea, destruye y esculpe.

En las sociedades humanas la Discordia desempeña el principal papel. Innovadora, rompe viejos moldes y crea nuevos; destruye tradiciones queridas, pero perniciosas al progreso, y prende en el alma popular nuevas lumbres, nuevas ansias después de destruir los rescoldos en que desentumecen su frío senil los ideales viejos. Esteta, detiene en su trillado camino al Arte y lo hace tomar nuevos derroteros, donde hay fuentes no aprovechadas aún por el rebaño literatoide, nuevos colores, nuevas armonías, giros de dicción inesperados que no existen en ninguna paleta, que no han vibrado en ninguna cuerda, que no han brotado como chorros de luz de ninguna pluma. Revolucionaria siempre, la Discordia hace que el disgusto fermente en los pechos proletarios hasta que, amargadas las almas hasta el límite, irritados los nervios hasta alcanzar el máximo de tensión, la desesperación hace que las manos busquen la piedra, la bomba, el puñal, el revólver, el rifle, y se lancen los hombres contra la injusticia, dispuesto cada uno a ser un héroe.

Mientras el pobre se conforma con ser pobre; mientras el oprimido se conforma con ser esclavo, no hay libertad, no hay progreso. Pero cuando la Discordia tienta el corazón de los humildes; cuando viene y les dice que mientras ellos sufren sus señores gozan, y que todos tenemos derecho a gozar y vivir, arden entonces las pasiones y destruyen y crean al mismo tiempo; talan y cultivan, derriban y edifican. ¡Bendita sea la Discordia!

Regeneración, 29 de octubre de 1910. Semilla libertaria: 52-53.

Sembrando

Yo me imagino las satisfacciones y las angustias del sembrador. ¡Cuántas emociones debe sentir el hombre que pone el grano en la tierra! He aquí un yermo; pero el sembrador viene y remueve la tierra, la rebana, desmenuza los toscos terrones, la peina, echa el grano y riega. Luego, ¡a esperar! Mas no consiste esa espera en cruzarse de brazos: hay que luchar; hay que luchar contra las aves que bajan a comerse el grano, contra los animales que se alimentan de las plantitas tiernas, contra el frío o la acequia que amenaza desbordarse, contra el yerbajo que se extiende y va a sepultar la siembra. ¡Con qué emoción aguarda cada nuevo día, esperando ver las puntitas verdes de las plantas saliendo de la tierra negra! Por fin aparecen, y entonces levanta angustiado la vista al cielo; sabe leer en las nubes el tiempo que va a haber; la dirección con que sopla el viento, tiene, igualmente, grande importancia. Viendo las nubes, reconociendo el viento, se le ve palidecer o iluminarse su rostro, según se deduce de la apariencia del medio, bueno o mal tiempo.

Empero, estas torturas nada son comparándolas con las que sufre el sembrador de ideales. La tierra recibe con cariño. El cerebro de las masas humanas rehúsa recibir los ideales que en él pone el sembrador. La mala hierba, las malezas representadas por los ideales viejos, por las preocupaciones, las tradiciones, los prejuicios, han arraigado tanto, han profundizado sus raíces de tal modo y se han entremezclado a tal grado, que no es fácil extirparlas sin resistencia, sin hacer sufrir al paciente. El sembrador de ideales echa el grano; pero las malezas son tan espesas y proyectan sombras tan densas, que la mayor parte de las veces; no germina; y si, a pesar de las resistencias, la simiente-ideal está dotada de tal vitalidad, de tan vigorosa potencia, que logra hacer salir el brote, crece este débil, enfermizo, porque todos los jugos los aprovechan las malezas viejas y es por esto por lo que con tanto trabajo logran enraizar las ideas nuevas.

El miedo a lo desconocido entra con mucho en la resistencia que el cerebro de las masas ofrece a los ideales nuevos. La cobardía del rebaño queda perfectamente expresada en la frase que anda en boca de todos los taimados: Vale más malo por conocido que bueno por conocer. Son amargos los frutos de las viejas ideas: sin embargo, la imbecilidad o cobardía de las masas los prefieren mejor que entregarse al cultivo de nuevos y sanos ideales.

El sembrador de ideales tiene que luchar contra la masa, que es conservadora; contra las instituciones, que son conservadoras igualmente; y solo, en medio del ir y venir del rebaño que no lo entiende, marcha por el mundo no esperando por recompensa más que el bofetón de los estultos, el calabozo de los tiranos y el cadalso en cualquier momento, Pero mientras va sembrando, sembrando, sembrando; el sembrador de ideales que llega va sembrando, sembrando, sembrando...

Regeneración, 5 de noviembre de 1910. Semilla Libertaria: 65-66.

Los utopistas

¡Ilusos, utopistas!, esto es lo menos que se nos dice, y este ha sido el grito de los conservadores de todos los tiempos contra los que tratan de poner el pie fuera del cerco que aprisiona al ganado humano.

¡Ilusos, utopistas!, nos gritan, y cuando saben que en nuestras reivindicaciones se cuenta la toma de posesión de la tierra para entregársela al pueblo, los gritos son más agudos y los insultos más fuertes: ¡ladrones, asesinos, malvados, traidores!, nos dicen.

Y sin embargo, es a los ilusos y a los utopistas de todos los tiempos a quienes debe su progreso la humanidad. Lo que se llama civilización, ¿qué es si no el resultado de los esfuerzos de los utopistas? Los soñadores, los poetas, los ilusos, los utopistas tan despreciados de las personas serias, tan perseguidos por el paternalismo, de los Gobiernos: ahorcados aquí, fusilados allá; quemados, atormentados, aprisionados, descuartizados en todas las épocas y en todos los países, han sido, no obstante, los propulsores de todo movimiento de avance, los videntes que han señalado a las masas ciegas, derroteros luminosos que conducen a cimas gloriosas.

Habría que renunciar a todo progreso; sería mejor renunciar a toda esperanza de justicia y de grandeza en la humanidad si siquiera en el espacio de un siglo dejase de contar la familia humana entre sus miembros con algunos ilusos, utopistas y soñadores. Que recorran esas personas serias la lista de los hombres muertos que admiran. ¿Qué fueron si no soñadores? ¿Por qué se les admira, si no porque fueron ilusos? ¿Qué es lo que rodea de gloria, si no su carácter de utopista?

De esa especie tan despreciada de seres humanos surgió Sócrates, despreciado por las personas serias y sensatas de su época y admirado por los mismos que entonces le habían abierto la boca para hacerle tragar ellos mismos la cicuta. ¿Cristo? Si hubieran vivido en aquella época los señores sensatos y serios de hoy, ellos habrían juzgado, sentenciado y aun clavado en el madero infamante al gran utopista, ante cuya imagen se persignan y humillan.

No ha habido revolucionario, en el sentido social de la palabra; no ha habido reformador que no haya sido atacado por las clases dirigentes de su época como utopista, soñador e iluso.

¡Utopía, ilusión, sueños...! ¡Cuánta poesía, cuánto progreso, cuánta belleza y, sin embargo, cuánto se os desprecia!

En medio de la trivialidad ambiente, el utopista sueña con una humanidad más justa, sana, más bella, más sabia, más feliz, y mientras exterioriza sus sueños, la envidia palidece, el puñal busca su espalda; el esbirro espía, el carcelero coge las llaves y el tirano firma la sentencia de muerte. De ese modo la humanidad ha mutilado, en todos los tiempos, sus mejores miembros.

¡Adelante! El insulto, el presidio y la amenaza de muerte no pueden impedir que el utopista sueñe...

Regeneración, 12 de noviembre de 1910. Semilla Libertaria: 73-74.

En marcha

Porfirio Díaz está atareadísimo. Este viejo perverso no puede conformarse con la idea de dejar el Poder, y, a los ochenta años de edad, hace derroche de actividad y de energía para no soltar, para no permitir que le arrebaten la presa que devora hace más de treinta años. No sacia su hambre de oro, no sacia su sed de sangre. El dolor humano no tiene ninguna significación para su conciencia encallecida. No le preocupa la suerte de quince millones de seres humanos; para él lo importante es conservar el poder en sus manos para robar, para matar, para alimentar su codicia y su ambición. Y el bandido se da prisa; la Revolución está en marcha y la granujería que ocupa los puestos públicos, a imitación de su jefe, se da prisa también. Las uñas de los funcionarios arañan los fondos de los cofres sacando hasta el último centavo; los polizontes alargan los cuellos como buitres que buscan la presa; Limantour, en Europa, se arrodilla ante los banqueros pidiendo millones y más millones a gran prisa, antes que suene la hora; los jefes militares y sus oficialillos buscan ansiosamente al médico que ha de salvarlos de las balas revolucionarias por medio de un certificado falso de falta de salud; los gobernadores de los Estados acuden en tropel al Palacio Nacional a recibir la orden de matar en caliente a cuanto revolucionario, o sospechoso de serlo, caiga entre sus garras; los lacayos de la Cámara de Diputados votan precipitadamente un terrible aumento en el sueldo del tirano —ciento cincuenta pesos diarios— cuando hay millones de mexicanos que no comen carne en todo el año.

Sí, daos prisa, ¡bandoleros!; repletad bien vuestros bolsillos, arrebatad hasta el último cobre que había podido ocupar a vuestra codicia, porque vuestros minutos están contados...

Aunque se ocurre preguntar: ¿para qué tanto dinero? ¿Esperáis salir con vida del caos que con vuestro despotismo habéis preparado? Lo práctico seria que hicierais vuestro testamento a favor del pueblo, y ya es tiempo de hacerlo, urge hacerlo. Las águilas de Jiménez y Acayucan, Las Vacas y Viesca, Palomas y VaIladolid son cóndores ahora. Martinez Carreón, Lugo, De la Peña, Albertos, Kantún y Ramirez Bonilla, claman venganza desde sus sepulcros. ¡Venganza!, gritan los mártires de Veracruz; ¡venganza!, responde Papantla; ¡venganza!, clama Juchitán; ¡venganza!, repite Monterrey; ¡venganza! ruge Cananea; ¡venganza!, grita Río Blanco; y Velardeña, Tehuitzingo, Tlaxcala, Pótam y Chan Santa Cruz claman ¡venganza, venganza, venganza!

¡Ojo por ojo, diente por diente! Las viudas, los huérfanos, los deudos de vuestras víctimas deberían ser los primeros en tirar la cuerda que os ha de quitar la vida cuando la justicia popular pronuncie su sentencia inapelable. ¡Guay de vosotros el día de la justicia! Os ahogaréis en la misma sangre que habéis derramado.

Tembláis, ¡cobardes!, cuando se os habla de muerte. ¿No la habéis prodigado sin tasa? ¡Y qué diferencia!: a vosotros os ajusticiará el pueblo en medio de la Revolución, mientras vosotros habéis asesinado al pueblo a sangre fría, sin causa justificable, a no ser que consideréis legítimos vuestro dominio y vuestros crímenes.

La Revolución se acerca; ¡arriba, arriba los valientes! Es preferible morir como dioses en plena lucha, a la luz del sol, en el campo de batalla, que como mendigos en los jergones de nuestras covachas.

Porfirio Díaz ha descubierto un excelente medio para ganarse las simpatías de la Prensa norteamericana sin necesidad de subvenciones pagadas en monedas contantes y sonantes. Les regala tierritas a sus queridos primos, los escritores yanquis.

En los diarios de esta ciudad se anuncia descaradamente la venta de las tierras que pertenecían a los yaquis y que ahora son propiedad de varias compañías norteamericanas. Para proteger los intereses de los extranjeros, Porfirio Díaz deporta a Yucatán a los levantiscos yaquis. ¡Hay que tener fe en la Justicia!

Regeneración, 12 de noviembre de 1910. Semilla Libertaria: 75-77.

La revolución

Está para caer el fruto bien maduro de la revuelta intestina; el fruto amargo para todos los engreídos con una situación que produce honores, riquezas, distinciones a los que fundan sus goces en el dolor y en la esclavitud de la humanidad; pero fruto dulce y amable para todos los que por cualquier motivo han sentido sobre su dignidad las pezuñas de las bestias que en una noche de treinta y cuatro años han robado, han violado, han matado, han engañado, han traicionado, ocultando sus crímenes bajo el manto de la ley, esquivando el castigo tras la investidura oficial.

¿Quiénes temen la Revolución? Los mismos que la han provocado; los que con su opresión o su explotación sobre las masas populares han hecho que la desesperación se apodere de las víctimas de sus infamias; los que con la injusticia y la rapiña han sublevado las conciencias y han hecho palidecer de indignación a los hombres honrados de la tierra.

La Revolución va a estallar de un momento a otro. Los que por tantos años hemos estado atentos a todos los incidentes de la vida social y política del pueblo mexicano, no podemos engañarnos. Los síntomas del formidable cataclismo no dejan lugar a la duda de que algo está por surgir y algo por derrumbarse, de que algo va a levantarse y algo está por caer. Por fin, después de treinta y cuatro años de vergüenza, va a levantar la cabeza el pueblo mexicano, y por fin, después de esa larga noche, va a quedar convertido en ruinas el negro edificio cuya pesadumbre nos ahogaba.

Es oportuno ahora volver a decir lo que tanto hemos dicho: hay que hacer que este movimiento, causado por la desesperación, no sea el movimiento ciego del que hace un esfuerzo para librarse del peso de un enorme fardo, movimiento en que el instinto domina casi por completo a la razón. Debemos procurar los libertarios que este movimiento tome la orientación que señala la Ciencia. De no hacerlo así, la Revolución que se levanta no serviría más que para sustituir un Presidente por otro Presidente, o lo que es lo mismo un amo por otro amo. Debemos tener presente que lo que se necesita es que el pueblo tenga pan, tenga albergue, tenga tierra que cultivar; debemos tener presente que ningún Gobierno, por honrado que sea, puede decretar la abolición de la miseria. Es el pueblo mismo, son los hambrientos, son los desheredados los que tienen que abolir la miseria, tomando, en primer lugar, posesión de la tierra que, por derecho natural, no puede ser acaparada por unos cuantos, sino que es la propiedad de todo ser humano. No es posible predecir hasta dónde podrá llegar la obra reivindicadora de la próxima Revolución; pero si llevamos los luchadores de buena fe el propósito de avanzar lo más posible por ese camino; si al empuñar el wínchester vamos decididos, no al encumbramiento de otro amo; sino a la reivindicación de los derechos del proletariado; si llevamos al campo de la lucha armada el empeño de conquistar la libertad económica, que es la base de todas las libertades, que es la condición sin la cual no hay libertad ninguna; si llevamos ese propósito encauzaremos el próximo movimiento popular por un camino digno de esta época; pero si por el afán de triunfar fácilmente; si por querer abreviar la contienda quitamos de nuestras tendencias el radicalismo que las hace incompatibles con las tendencias de los partidos netamente burgueses y conservadores, entonces habremos hecho obra de bandidos y de asesinos, porque la sangre derramada no servirá más que para dar mayor fuerza a la burguesía, esto es, a la casta poseedora de la riqueza, que después del triunfo pondrá nuevamente la cadena al proletariado con cuya sangre, con cuyo sacrificio, con cuyo martirio ganó el poder.

Preciso es, pues, proletarios; preciso es, pues, desheredados, que no os confundáis. Los partidos conservadores y burgueses os hablan de libertad, de justicia, de ley, de gobierno honrado, y os dicen que, cambiando el pueblo los hombres que están en el Poder por otros, tendréis libertad, tendréis justicia, tendréis ley, tendréis gobierno honrado. No os dejéis embaucar. Lo que necesitáis es que se os asegure el bienestar de vuestras familias y el pan de cada día; el bienestar de las familias no podrá dároslo ningún Gobierno. Sois vosotros los que tenéis que conquistar esas ventajas, tomando desde luego posesión de la tierra, que es la fuente primordial de la riqueza, y la tierra no os la podrá dar ningún Gobierno, ¡entendedlo bien!, porque la ley defiende el derecho de los detentadores de la riqueza; tenéis que tomarlo vosotros a despecho de la ley, a despecho del Gobierno, a despecho del pretendido derecho de propiedad; tendréis que tomarlo vosotros en nombre de la justicia natural, en nombre del derecho que todo ser humano tiene a vivir y a desarrollar su cuerpo y su inteligencia.

Cuando vosotros estéis en posesión de la tierra, tendréis libertad, tendréis justicia, porque la libertad y la justicia no se decretan: son el resultado de la independencia económica, esto es, de la facultad que tiene un individuo de vivir sin depender de un amo, esto es, de aprovechar para sí y para los suyos el producto íntegro de su trabajo.

Así, pues, tomad la tierra. La ley dice que no toméis, que es de propiedad particular: pero la ley que tal cosa dice fue escrita por los que os tienen en la esclavitud, y tan no responde a una necesidad general, que necesita el apoyo de la fuerza. Si la ley fuera el resultado del consentimiento de todos, no necesitaría el apoyo del polizonte, del carcelero, del juez, del verdugo, del soldado y del funcionario. La ley os fue impuesta, y contra las imposiciones arbitrarias, apoyadas por la fuerza, debemos los hombres dignos responder con nuestra rebeldía.

Ahora: ¡a luchar! La Revolución, incontenible, avasalladora, no tarda en llegar. Si queréis ser libres de veras, agrupaos bajo las banderas libertarias del Partido Liberal; pero si queréis solamente daros el extraño placer de derramar sangre y derramar la vuestra jugando a los soldados, agrupaos bajo otras banderas, los antirreeleccionistas, por ejemplo, de que después de que juguéis a los soldados os pondrán nuevamente el yugo patronal y el yugo gubernamental; pero, eso sí, os habréis dado el gustazo de cambiar el viejo Presidente, que ya os chocaba, por otro flamante, acabadito de hacer.

Compañeros, la cuestión es grave. Comprendo que estéis dispuestos a luchar; pero luchad con fruto para la clase pobre. Todas las revoluciones han aprovechado hasta hoy a las clases encumbradas, porque no habéis tenido idea clara de vuestros derechos y de vuestros intereses, que, como lo sabéis, son completamente opuestos a los derechos y a los intereses de las clases intelectuales y ricas. El interés de los ricos es que los pobres sean pobres eternamente, porque la pobreza de las masas es la garantía de sus riquezas. Si no hay hombres que tengan necesidad de trabajar a otro hombre, los ricos se verán obligados a hacer alguna cosa útil, a producir algo de utilidad general para poder vivir; ya no tendrán entonces esclavos a quienes explotar.

No es posible predecir, repito, hasta dónde llegarán las reivindicaciones populares en la Revolución que se avecina; pero hay que procurar lo más que se pueda. Ya sería un gran paso hacer que la tierra fuera de propiedad de todos; y si no hubiera fuerza suficiente o suficiente conciencia entre los revolucionarios para obtener más ventaja que esa, ella sería la base de reivindicaciones próximas que por la sola fuerza de las circunstancias conquistaría el proletariado.

¡Adelante, compañeros! Pronto escucharéis los primeros disparos; pronto lanzarán el grito de rebeldía los oprimidos. Que no haya uno solo que deje de secundar el movimiento, lanzando con toda la fuerza de la convicción este grito supremo: ¡Tierra y libertad!

Regeneración, 19 de noviembre de 1910. Como se ve por la fecha, este artículo fue escrito 24 horas antes de que estallara el movimiento armado convocado por el señor Francisco I. Madero.

Para después del triunfo

No, compañeros, no hay que dejar, para cuando caiga el tirano, la implantación de los salvadores principios del Partido Liberal. Algunos revolucionarios creen que basta con derribar a Díaz para que caiga sobre el pueblo una lluvia de bendiciones. Otros piensan que es indiferente luchar bajo la bandera de cualquiera de los dos partidos revolucionarios; pues dicen que lo primero es derribar al tirano, y que, una vez conseguido esto y hecha la paz, los dos partidos revolucionarios —el Liberal y el Antirreeleccionista— convocarían al pueblo a elecciones, se reuniría un Congreso que estudiase el programa del Partido Liberal y se tendría ya listo un flamante Presidente que ejecutase la voluntad del no menos flamante Congreso.

El pueblo es el eterno niño: crédulo, inocente, candoroso. Por eso siempre ha sido burlado en sus aspiraciones, y por eso, también, sus dolorosos sacrificios han sido estériles.

Abramos bien los ojos, compañeros desheredados. No confiemos a ningún Gobierno la solución de nuestros problemas. Los Gobiernos son los representantes del Capital, y, por lo mismo, tienen que oprimir al proletariado. De una vez por todas, sabedlo: ningún Congreso aprobará el programa del Partido Liberal, porque no seréis, vosotros los desheredados, los que vayáis a sentaros en los bancos del Congreso, sino vuestros amos, y vuestros amos tendrán el buen cuidado de no dejaros resollar. Vuestros amos rechazarán indignados el programa liberal de primero de julio de 1906, porque en él se habla de quitarles sus tierras, y las aspiraciones de los proletarios quedarán burladas. A los bancos del Congreso no van los proletarios, sino los burgueses.

Pero aun suponiendo que por un verdadero milagro todos los bancos del Congreso estuvieran ocupados por proletarios, y que, por esa razón, se aprobase el programa del Partido Liberal mexicano, y se decretase la expropiación de la tierra para entregarla al pueblo; aun suponiendo que al frente de los destinos del país se encontrase un ángel bajado del cielo para hacer cumplir la voluntad del Congreso, ¿creéis que los señores hacendados obedecerían la ley y se dejarían quitar las tierras? Suponer eso, creer que los ricos se someterían a la humillación de quedar en la misma posición social que los trabajadores, es una verdadera niñería. No; los señores hacendados se levantarían en armas si algún Congreso tuviera la audacia de decretar la entrega de la tierra al pueblo, y entonces el país se vería envuelto de nuevo en las llamas de una revolución, en la que tal vez naufragasen las sanas aspiraciones de los trabajadores inteligentes.

¿Qué necesidad hay de aplazar la expropiación de la tierra para cuando se establezca un nuevo Gobierno? En la presente insurrección, cuando el movimiento esté en toda su fuerza y el Partido Liberal haya logrado la preponderancia necesaria, esto es, cuando la fuerza del Partido pueda garantizar el éxito de la expropiación, es cuando debe hacerse efectiva la toma de posesión de la tierra por el pueblo, y entonces ya no podrán ser burladas las aspiraciones de los desheredados.

Compañeros: Benito Juárez fue instado, durante la revolución de Reforma, a que no quitase al clero sus bienes sino hasta que se hiciera la paz. Pero Benito Juárez vio bastante lejos, y comprendió que si se expropiaban al clero sus bienes cuando se hiciera la paz, el clero volvería a trastornarla y el país se vería envuelto en una nueva revuelta. Quiso ahorrar sangre y dijo: es mejor hacer en una revolución lo que tendría que hacerse en dos. Y así se hizo.

Hagámoslo así los liberales. En una sola insurrección dejemos como un hecho consumado la toma de posesión de la tierra.

No hagamos aprecio a los que aconsejan que se deje la expropiación de la tierra para después del triunfo. Precisamente el triunfo debe consistir en la consumación del acto más grande que han visto las naciones desde que comenzaron a vivir: la toma de posesión de la tierra por todos los habitantes de ella, hombres y mujeres.

Pero si, ofuscada nuestra razón por las promesas de los políticos que todo lo aplazan para después del triunfo, nos afiliamos a las banderas de esas sirenas que nos hablan de leyes libérrimas, de democracia, de derechos políticos, de boletas electorales y de todas esas fuerzas que solo sirven para desviar al proletariado del camino de su verdadera emancipación: la libertad económica; si de nada nos sirven las elocuentes lecciones de la historia, que nos habla de que ningún hombre puede hacer la felicidad del pueblo pobre cuando está ya al frente del Gobierno; si queremos seguir siendo esclavos de los ricos y de las autoridades después del triunfo, no vacilemos, volemos a engrosar las filas de los que pelean por tener un nuevo amo que se haga pagar bien caros sus servicios.

Compañeros: despertad, despertad, hermanos desheredados. Vayamos a la Revolución, enfrentémonos al despotismo; pero tengamos presente la idea de que hay que tomar la tierra en el presente movimiento, y que el triunfo de este movimiento debe ser la emancipación económica del proletariado, no por decreto de ningún gobernante, sino por la fuerza del hecho; no por la aprobación de ningún Congreso, sino por la acción directa del proletariado.

Me imagino qué feliz será el pueblo mexicano cuando sea dueño de la tierra, trabajándola todos en común como hermanos y repartiéndose los productos fraternalmente, según las necesidades de cada cual. No cometáis, compañeros, la locura de cultivar cada quien un pedazo. Os mataréis en el trabajo, exactamente como os matáis hoy. Uníos y trabajad la tierra en común; pues, todos unidos, la haréis producir tanto que estaréis en aptitud de alimentar al mundo entero. El país es bastante grande y pueden producir sus ricas tierras todo lo que necesiten los demás pueblos de la Tierra. Mas eso, como digo, solo se consigue uniendo los esfuerzos y trabajando como hermanos. Cada quien, naturalmente —si así lo desea— puede reservarse un pedazo para utilizarlo en la producción según sus gustos e inclinaciones, hacer en él su casa, tener un jardín; pero el resto debe ser unido a todo lo demás, si se quiere trabajar menos y producir más. Trabajada en común la tierra, puede dar más de lo suficiente con unas dos o tres horas de trabajo al día, mientras que cultivando uno solo un pedazo, tiene que trabajar todo el día para poder vivir. Por eso me parece mejor que la tierra se trabaje en común, y esta idea creo que será bien acogida por todos los mexicanos.

¿Podrá haber criminales entonces? ¿Tendrán las mujeres que seguir vendiendo sus cuerpos para comer? Los trabajadores llegados a viejos, ¿tendrán que pedir limosna? Nada de eso: el crimen es el producto de la actual sociedad basada en el infortunio de los de abajo en provecho de los de arriba. Creo firmemente que el bienestar y la libertad son fuentes de bondad. Tranquilo el ser humano; sin las inquietudes en que actualmente vive por la inseguridad del porvenir; convertido el trabajo en un simple ejercicio higiénico, pues trabajando todos la tierra bastarán dos o tres horas diarias para producirlo todo en abundancia con el auxilio de la gran maquinaria de que entonces se podrá disponer libremente; desvanecida la codicia, la falsedad de que hay que hacer uso ahora para poder sobrevivir en este medio maldito, no tendrán razón de ser el crimen, ni la prostitución, ni la codicia y todos como hermanos gozaremos la verdadera Libertad, Igualdad y Fraternidad que los burgueses quieren conquistar por medio de la boleta electoral.

Compañeros, ¡a conquistar la tierra!

Regeneración, 28 de enero de 1911. Semilla Libertaria: 99-102.

El derecho de propiedad

Entre todos los absurdos que la humanidad venera, este es uno de los más grandes y es uno de los más venerados.

El derecho de propiedad es antiquísimo, tan antiguo como la estupidez y la ceguedad de los hombres; pero la sola antigüedad de un derecho no puede darle el derecho de sobrevivir. Si es un derecho absurdo, hay que acabar con él no importando que haya nacido cuando la humanidad cubría sus desnúdeles con las pieles de los animales.

El derecho de propiedad es un derecho absurdo porque tuvo por origen el crimen, el fraude, el abuso de la fuerza. En un principio no existía el derecho de propiedad territorial de un solo individuo. Las tierras eran trabajadas en común, los bosques surtían de leña a los hogares de todos, las cosechas se repartían a los miembros de la comunidad según sus necesidades. Ejemplos de esta naturaleza pueden verse todavía en algunas tribus primitivas, y aun en México floreció esta costumbre entre las comunidades indígenas en la época de la dominación española, y vivió hasta hace relativamente pocos años, siendo la causa de la guerra del Yaqui en Sonora y de los mayas en Yucatán el acto atentatorio del despotismo de arrebatarles las tierras a esas tribus indígenas, tierras que cultivaban en común desde hacía siglos.

El derecho de propiedad territorial de un solo individuo nació con el atentado del primer ambicioso que llevó la guerra a una tribu vecina para someterla a la servidumbre, quedando la tierra que esa tribu cultivaba en común, en poder del conquistador y de sus capitanes. Así por medio de la violencia; por medio del abuso de la fuerza, nació la propiedad territorial privada. El agio, el fraude, el robo más o menos legal, pero de todos modos robo, son otros tantos orígenes de la propiedad territorial privada. Después, una vez tomada la tierra por los primeros ladrones, hicieron leyes ellos mismos para defender lo que llamaron y llaman aún en este siglo su derecho, esto es, la facultad que ellos mismos se dieron de usar las tierras que habían robado y disfrutar del producto de ellas sin que nadie los molestase. Hay que fijarse bien que no fueron los despojados los que dieron a esos ladrones el derecho de propiedad de las tierras; no fue el pueblo de ningún país quien les dio la facultad de apropiarse de ese bien natural, al que todos los seres humanos tenemos derecho. Fueron los ladrones mismos quienes, amparados por la fuerza, escribieron la ley que debería proteger sus crímenes y tener a raya a los despojados de posibles reivindicaciones. Este llamado derecho se ha venido trasmitiendo de padres a hijos por medio de la herencia, con lo que el bien, que debería ser común, ha quedado a la disposición de una casta social solamente con notorio perjuicio del resto de la humanidad, cuyos miembros vinieron a la vida cuando ya la tierra estaba repartida entre unos cuantos haraganes.

El origen de la propiedad territorial ha sido la violencia, por la violencia se sostiene aún; pues que si algún hombre quiere usar un pedazo de tierra sin el consentimiento del llamado dueño, tiene que ir a la cárcel, custodiado precisamente por los esbirros que están mantenidos, no por los dueños de las tierras, sino por el pueblo trabajador, pues aunque las contribuciones salen aparentemente de los cofres de los ricos, estos se dan buena maña para reembolsarse el dinero pagando salarios de hambre a los obreros o vendiéndoles los artículos de primera necesidad a alto precio. Así, pues, el pueblo, con su trabajo, sostiene a los esbirros que le privan de tomar lo que le pertenece.

Y si este es el origen de la propiedad territorial, si el derecho de propiedad no es sino la consagración legal del crimen, ¿por qué levantar los brazos al cielo cuando se sabe que el Partido Liberal mexicano trabaja por expropiar la tierra que acaparan los ricos, esto es, los descendientes de los ladrones que se la apropiaron por medio del crimen, para entregarla a su dueño natural que es el pueblo, esto es, los habitantes todos de México?

Algunos maderistas simpatizan con la idea de entregar al pueblo la tierra; pero, conservadores al fin, quieren que el acto revista una solemnidad legal, esto es, quieren que un Congreso decrete la expropiación. He escrito mucho sobre la materia, y me admira que haya todavía quien no pueda entender lo que he dicho, pues tengo la pretensión de que he hablado con entera claridad. Ningún Congreso, he dicho, se atreverá a decretar la expropiación de la tierra, porque a los bancos del Congreso no van a ir los hambrientos, sino los hartos; porque a los bancos del Congreso no van a ir los trabajadores, sino sus amos; no van a ir los ignorantes y los pobres, sino los intelectuales y los ricos. Es decir, en el Congreso tendrán representación las llamadas clases directoras: los ricos, los literatos, los hombres de ciencia, los profesionistas; pero no se permitirá que cuele ahí a ningún trabajador de pico y pala, a ningún peón, a ningún obrero, y si, por un verdadero milagro, logra franquear el umbral del recinto de las leyes algún trabajador, ¿cómo podría luchar contra hombres avezados en las luchas de la palabra? ¿Cómo podría hacer preponderar sus ideas si le faltaban los conocimientos científicos que la burguesía posee en abundancia? Pero podría decirse que el pueblo trabajador enviaría personas competentes al Congreso para que lo representen. En todo el mundo están desprestigiados los llamados representantes del Trabajo en los Parlamentos. Son tan burgueses como cualquier otro representante. ¿Qué han hecho los representantes obreros del pueblo inglés en la Cámara de los Comunes? ¿Qué ventaja objetiva han obtenido los representantes obreros en el Parlamento francés? En el Parlamento alemán hay gran número de representantes obreros, y ¿qué han hecho en pro de la libertad económica de los trabajadores? El Parlamento austrohúngaro es notable por el número crecido de representantes obreros que se sientan en sus bancos, y sin embargo, el problema del hambre está en Austria-Hungría sin resolver, como en cualquiera otro país en que no hay representantes del trabajo en el Congreso.

Hay, pues, que desengañarse. La expropiación de la tierra de las manos de los ricos, debe hacerse efectiva durante la presente insurrección. Los liberales no cometeremos un crimen entregando la tierra al pueblo trabajador, porque es de él, del pueblo, es la tierra que habitaron y regaron con su sudor sus más lejanos antecesores; la tierra que los gachupines robaron por la fuerza a nuestros padres indios; la tierra que esos gachupines dieron por medio de la herencia a sus descendientes, que son los que actualmente la poseen. Esa tierra es de todos los mexicanos por derecho natural. Algunos la han de haber comprado; pero ¿de dónde sacaron el dinero para hacer la compra si no del trabajo de los peones y obreros mexicanos? Otros tomarían esa tierra denunciándola como baldía; pero, si era baldía, pertenecía al pueblo, y nadie tenia derecho de darla al que ofreciera unos cuantos pesos por ella. Otros han de haber adquirido la tierra aprovechándose de su amistad con los hombres del Gobierno para obtenerla sin que les costase un solo centavo si era baldía, o por medio de chanchullos judiciales si pertenecía a algún enemigo de la Dictadura, o a alguna persona sin influencia y sin dinero. Otros más han adquirido la tierra haciendo préstamos a rédito subidísimo a los rancheros en pequeño, que se vieron al fin obligados a dejar la tierra en manos de los matatías, impotentes de pagar las deudas.

Compañeros: todos los que tenéis la convicción de que el acto que va a ejecutar el Partido Liberal es humanitario, procurad convencer a los que todavía adoran al Capital y veneran el llamado derecho de propiedad, de que el Partido Liberal está en lo justo, de que su obra será una obra de justicia, y de que el pueblo mexicano será verdaderamente grande cuando pueda disfrutar, sin obstáculos, de Tierra y Libertad.

Regeneración, 18 de marzo de 1911. Semilla Libertaria: 132-135.

La junta organizadora del partido liberal mexicano a los maderistas y a los mexicanos en general

Mexicanos:

La revolución ha llegado al punto en que forzosamente tiene que seguir cualquier de estos dos cursos: o degenerar en un movimiento simplemente político, en el que encontrarán garantías solamente los jefes de ella y la clase rica, quedando la clase pobre en la misma o pero condición que antes, o, por el contrario, seguir su marcha avasalladora convirtiéndose por completo en una revolución económica, por la cual lucha el Partido Liberal Mexicano, y cuyo triunfo será la toma de posesión de a tierra y de la maquinaria de producción para el uso y libre disfrute de ella por todos los habitantes de México, hombres y mujeres. Si ocurriera lo primero, esto es, si la revolución degenerase en un simple movimiento político que sentase en la silla presidencial a Madero o a cualquier otro hombre, la clase pobre habría dado una vez más a su sangre generosa para seguir en la esclavitud política y económica.

La historia de nuestras revoluciones está llena de ejemplos de esta naturaleza: la clase trabajadora ha dado su sangre en todas ellas para quedar sometida a las mismas condiciones de miseria, de hambre, de ignorancia en que se encontraba antes de tomar las armas. Ese ha sido el resultado, porque los soldados rebeldes no tenían en la mente ideas y el propósito inflexible de luchar exclusivamente por los intereses de su clase. El interés de la clase trabajadora es no tener patrones, y para hacer triunfar ese interés es necesario desconocer a los ricos el derecho de propiedad, y arrancar virilmente de sus manos la tierra y la maquinaria de producción para el servicio de todos.

LA guerra de independencia y todas las demás revoluciones que han conmovido al pueblo mexicano desde entonces hasta lo que llevó al poder a Porfirio Díaz, no dieron ningún buen resultado a la clase trabajadora, que derrocho su sangre en esas luchas. Esto prueba que las luchas que entablan para llevar al poder a un hombre son estériles, porque con ese solo hecho no come el pueblo. El triunfo en esos casos es el triunfo de los que quieren encumbrarse, de los que quieren ser presidentes, gobernadores, jefes, políticos, presidente municipal, jueces, diputados, ministros, empleados de cualquier categoría y aun simples polizontes; pero la clase trabajadora nada gana con eso.

Es necesario, pues, abrir el ojo, mexicano. No nos conformemos con que Madero vaya a sentarse en la silla presidencial, porque ningún gobierno podrá decretar la felicidad. La felicidad se consigue obteniendo la libertad económica por medio de la toma de posesión de la tierra y de la maquinaria de producción, para aprovechar todo en común.

Francisco I Madero y Porfirio Díaz acaban de celebrar un tratado de paz. El telégrafo y el correo están siendo empleados para pedir a todos los jefes insurrectos que suspendan las hostilidades con el objeto de que se hagan nuevas elecciones, pero eso no resuelve el problema del hambre. Se harán tal vez las elecciones, resultará electo presidente en hombre bueno, pero ese hombre bueno, por bueno que sea, no podrá salvar de la miseria a la inmensa mayoría del pueblo mexicano, porque el gobernante tendrá forzosamente que velar por los intereses de la clase capitalista, pues no para otra sirven los gobiernos.

Está ya anunciado que las fuerzas federales y la fuerzas maderistas perseguirán a los revolucionarios que no se conforman con que este movimiento termine con la farsa renueva elección. Desde luego maderistas y federales, unidos, se han puesto en marcha para a aplastar a los compañeros liberales que operan en el distrito de Río grande, del estado de Coahuila. El compañero Miguel B. Gonzáles fue desarmado en unión de veinte compañeros más que operaban en la sierra del norte del estado de Chihuahua, por las fuerzas maderistas de Gabriel Márquez. Los desarmes que sufrieron las fuerzas de Silva y de Alanís por Madero en persona están frescos en nuestra memoria.

¿De qué se trata? Se trata de suprimir el movimiento verdaderamente emancipador del Partido Liberal Mexicano. Madero tiene pagados a muchos de sus lacayos para que, fingiéndose libertarios, se mezclen entre las fuerzas liberales, procurando hacerse dignos de la confianza de nuestros compañeros, y en un momento dado de desarmarlos y fusilarlos.

Así pues, se ha aclarado, por los jefes maderistas, una guerra de exterminio contra las fuerzas liberales en todo el país, porque los liberales queremos la libertad económica de la clase pobre. ¡Entendedlo, desheredados, entendedlo!

Madero y Díaz han formado el pacto de que las fuerzas maderistas se convertirán en fuerzas federales para aplastar a los heroicos compañeros liberales que no rindan sus armas. Ya se habla de enviar a Orozco o a Villa para sofocar el movimiento de los liberales en Sonora. Ya se habla de que otros jefes maderistas, combinados con los federales, aplasten a los revolucionarios de Veracruz y de Tabasco, de Campeche y Yucatán, de Chiapas y de Oaxaca, de Guerrero y de Morelos, de Durango, de Sinaloa, de Tepic, de Jalisco, de Guanajuato, de todas partes.

¿No es una tremenda traición al movimiento revolucionario? ¿Es que se derrama sangre proletaria para que unos cuantos bandidos se aprovechen de ese sacrificio? ¿Va a terminar este grandioso movimiento con una farsa de elección? ¿Se agotó la vergüenza? ¿Ya no hay rostros que se pongan rojos? ¿Vamos a tomar la tierra y la maquinaria llevando en las manos las boletas electorales? Volved nuestros fusiles, soldados maderistas, contra vuestros jefes, tanto contra los federales. ¿O estáis transformarlos con de la noche a la mañana de soldados de la libertad que os llamáis esbirros de los déspotas?

No; vosotros, soldados maderistas, pertenecéis a la clase trabajadora y os negaréis a disparar sobre vuestros hermanos desheredados del Partido Liberal Mexicano. No contáis la infamia de asesinar a los que precisamente están luchando por vuestra verdadera redención, a los liberales que no quieren otra cosa que convertir en hermanos e iguales a todos los mexicanos, haciendo que el pueblo tome posesión de cuanto existe.

No conspiréis contra vosotros mismos. Deshaceos de vuestros jefes de cual quiere manera y enarbolad la bandera roja de vuestra clase, inscribiendo en ella el lama de los liberales “Tierra y Libertad”.

¿Os levantéis en aras para daros el gusto de poner en la presidencia a un nuevo verdugo o con la idea de obtener materiales no solo para vosotros, si no también para todos los mexicanos sin excepción alguna? Si os levantéis en armas con la idea de mejorar las condiciones en que vive el pueblo mexicano, uníos resueltamente a las falanges de la bandera roja, esto es, a las, falanges liberales. Pero antes deshaceos de vuestros jefes, que ya sueñan con las dulzuras de la vida ociosa, arrastrando la espada en los embanquetados de las ciudades, con cruces y condecoraciones el pecho, o bien sentadotes en los bancos del congreso, o en las sillas de los gobiernos de los Estados, o de ministros y grandes señores, mientras vosotros, los que rehuséis a viciarlos y prostituiros en los cuarteles del nuevo gobierno, iréis otra vez al campo, al taller, a la mina, a la fábrica a deslomarlos para sostener la grandeza de vuestros amos, los mismos de siempre.

Hermanos desheredados que peláis en las filas de Madero, escuchad nuestra voz que es desinteresada. Nosotros, los liberales, no queremos pasar sobre vosotros. Ninguno de los miembros de esta junta organizadora del Partido Liberal Mexicano os solicita vuestro voto para vivir de parásito. Queremos, cuando ya esté la tierra en las manos de todos los desheredados, ir a trabajar vuestro lado con el ardo, con el martillo, con el pico y la pala. No queremos ser más que vosotros, sino vuestros iguales, vuestros hermanos.

Deberías estar convencido de nuestra sinceridad como luchadores. No comenzamos a luchar ayer: nos estamos haciendo viejos en la lucha contra la tiranía y la explotación. Los mejores años de nuestra vida han transcurrido en los presidios de México y de los Estados Unidos por ser leales a la causa de los pobres. No deberéis pues, desconfiar de nuestras palabras. Si luchásemos por nuestro provecho personal, hace mucho tiempo que habríamos aceptado las, para otros, tentadoras proposiciones de los verdugos del pueblo. Recordad que no una, si no muchas veces, se nos ha ofrecido dinero para someternos. En estos momentos, los grandes banqueros norteamericanos, así como Díaz y Madero, podrían hacernos millonarios con solo que abandonásemos la sagrada causa de los trabajadores. Nuestra vida humildísima, como les consta a todos los que nos tratan, es la mejor prueba de nuestra honradez. Vivimos en casa malsana, vestimos trajes muy pobres, y en cambio trabajamos como ningún jornalero trabaja. Nuestro trabajo es verdaderamente rudo, fatigoso, agotante. Si no fuésemos sinceros, ¿para qué matarnos trabajando tanto por solamente la comida? Con tal que nos alejásemos de esta lucha, Wall Stret y los vampiros norteamericanos nos pueden dar millones para establecer grandes negociaciones en México, o aquí, para tener a salario a vosotros mismos y explotaros de esa manera.

Oíd, pues, nuestras palabras, hermanos de infortunio, compañeros de cadena: no rindáis nunca las armas, desconoced a los jefes y oficiales maderistas y deshaceos de ellos de cualquier manera. Comprended que el partido Liberal Mexicano es el único que lucha por vuestro bienestar y el bienestar de todos los mexicanos, y enarbolad la bandera Roja gritando con entusiasmo: ¡Viva Tierra y Libertad! Pero no os conforméis con gritar: tomad la tierra y dadla al pueblo para que la trabaje sin amos.

Tierra y Libertad. Los Ángeles, California, mayo 24 de 1911.

Ricardo Flores Magón
Anselmo L Figueroa
Librado Rivera
Enrique Flores Magón

18 de marzo de 1911. Semilla Libertaria: 157-162.

A los patriotas

¿Pertenece a México la Baja California? Sí, me diréis.

Pues bien: la Baja California no pertenece a México, sino a estados Unidos, a Inglaterra y a Francia.

El Norte de la Baja California está en poder de Cudahy, Otis y otros multimillonarios norteamericanos Toda la costa occidental de la misma pertenece a una poderosa compañía perlífera inglesa, y la región en que está ubicada Santa Rosalía pertenece a una rica compañía francesa.

¿Qué es lo que tienen los mexicanos de la Baja California? ¡Nada!

¿Qué es lo que les dará a los mexicanos el partido Liberal Mexicano? ¡Todo!

Entonces, señores patriotas, ¿Qué es lo que hacéis cuando gritáis que estamos vendiendo la patria a los Estado Unidos? Contestad.

Vosotros no tenéis patria porque todo lo que hay en México pertenece a los extranjeros millonarios que esclavizan a nuestros hermanos. No tenéis patria sencillamente porque no tenéis en que caeros muerto.

Y cuando el Partido Liberal Mexicano quiere conquistar para vosotros una verdadera patria, sin tiranos y sin explotadores, protestáis, echáis bravatas y nos insultáis.

Al entorpecer con vuestras protestas los trabajos del Partido Liberal Mexicano, no hacéis otra cosa que impedir que los nuestros arrojen del país a todos los burgueses y toméis vosotros posesión de cuanto existe.

Además, yo que sois tan patriotas, ¿por qué no bajáis a patadas a De la Barra de la silla presidencial? De la Barra es chileno y no mexicano, y la constitución que tanto adoráis dice que solo los mexicanos puedan llegar a ser verdugos del pueblo. De la Barra es hijo del que fue cónsul de chile en México; nació pues, bajo la bandera Chilena. Ya que sois tan patriotas id a México, coged por el pescuela a De la Barra y echadlo al demonio, junto con El chato por supuesto, ya que este dice que los capitales extranjeros recibirán mejores beneficios bajo su gobierno, lo que quiere decir que favorecerá más la explotación de la clase trabajadora, y luego echad al demonio, también, a los ricos, tomad todo lo que tienen. Entonces tendréis patria.

Regeneración, 18 de marzo de 1911. Semilla Libertaria: 138-169.

El gobierno y la revolución económica

Al trote andan los señores del Gobierno mexicano tratando de resolver, a su manera, el problema del hambre.

Cuando los que gobiernan consideran serias las aspiraciones de los pueblos, se apresuran a obrar de una manera que, sin comprometer los intereses de la clase rica —de los que son celosos guardianes—, calme, aunque sea por un momento, el ímpetu revolucionario de las masas.

Ya nadie niega en México que la Revolución marcha a pasos agigantados hacia el comunismo. El espantajo de la burguesía se refleja en su Prensa. El Imparcial de 30 de agosto, en un editorial titulado El Plan de Texcoco y la Revolución es la Revolución, asegura que el sentimiento que ha predominado en la actual Revolución es el de la expropiación de la tierra de las manos de los ricos, y juzga, por lo tanto, natural que los habitantes de varios Estados de la República estén tomando posesión de la tierra —palabras textuales— sin permiso de sus dueños.

La intensa agitación que están provocando en todo el país los grupos liberales armados; los diarios combates que estos sostienen contra las fuerzas maderistas y federales, el clamor inquietante de todo un pueblo que no quiere otra cosa sino ¡Tierra!, ¡Tierra!, ¡Tierra!, han hecho que el Gobierno simule preocuparse por los pobres, y, según la Prensa burguesa, está ya por resolverse el problema agrario.

Dicen los periódicos capitalistas que el Gobierno va a comprar vastas extensiones territoriales, las que serán fraccionadas y repartidas entre agricultores pobres que tendrán que pagarlas en plazos más o menos largos.

Esto, mexicanos, es una engañifa miserable de vuestros verdugos. Tengamos bien entendido que no tratamos de comprar tierra, sino de tomarla desconociendo el derecho de propiedad.

Lo que el Gobierno llama solución del problema agrario no es tal solución, porque de lo que se trata es de crear una pequeña burguesía rural, quedando de ese modo la tierra en más manos, sin duda, de lo que lo está actualmente; pero no en manos de todos y cada uno de los habitantes de México, hombres y mujeres. De lo que se trata es que todos sean dueños de la tierra y no unos cuantos que tengan con qué pagarla.

Por otra parte, el Gobierno se daría maña para que los agricultores pobres no pudiesen hacer sus pagos, y entonces serían recogidas las tierras por falta de pago, y los pobres quedarían tan pobres como siempre, o peor. Pero aun suponiendo que no se tuviese que pagar nada por un pedazo de tierra, ¿de dónde podrían sacar elementos los pobres, tanto para cultivarlas como para sostenerse ellos y sus familias durante el tiempo que transcurre desde que se comienzan los trabajos hasta la recolección de las cosechas? ¿No tendrían que pedir fiado al tendero, al agiotista, a todo el mundo, de manera que al levantar sus cosechas nada aprovecharían de ellas? Y, por el solo hecho de no quedar abolido el derecho de propiedad individual, ¿no quedarían los agricultores pobres a merced, como siempre, del poder absorbente del gran capital? Los grandes propietarios rurales harían una terrible competencia a los labradores pobres, competencia que estos no podrían resistir y se verían obligados a abandonar el pedazo de tierra que la hipocresía gubernamental hubiera puesto en sus manos en los momentos del peligro para el principio de Autoridad, como es el actual.

No os dejéis engañar, mexicanos, por los que, temerosos de vuestra acción revolucionaria, tratan de adormeceros con reformitas que no salvan. El Gobierno ha comprendido que os rebeláis porque tenéis hambre y trata de calmar vuestra hambre con una migaja de pan.

Entended que hay que abolir el derecho de propiedad privada de la tierra y de las industrias para que todo: tierra, minas, fábricas, talleres, fundiciones, aguas, bosques, ferrocarriles, barcos, ganados, sean de propiedad colectiva, dando muerte, de ese modo, a la miseria, muerte al crimen, muerte a la prostitución. Todo eso hay que hacerlo por la fuerza a sangre y fuego.

Los trabajadores por si solos, sin amos, sin capataces, deben continuar moviendo las industrias de toda clase, y se concertarán entre sí los trabajadores de las diferentes industrias para organizar la producción y la distribución de las riquezas. De esa manera nadie carecerá de nada durante la presente Revolución.

Regeneración, 9 de septiembre de 1911. Semilla Libertaria 33-35.

¿Gobierno?

Hay personas que de buena fe hacen estas preguntas: ¿cómo he de ser posible vivir sin gobierno?, y concluyen diciendo que es necesario un jefe supremo, un enjambre de funcionarios, grandes y chicos, como ministros, jueces, magistrados, legisladores, soldado, carceleros, polizontes y verdugos.

Esas buenas personas creen que, faltando la autoridad, todos nos entregaríamos a cometer excesos, resultado de eso que el débil sería siempre la víctima del fuerte.

Eso podría suceder solamente en este caso: que los revolucionarios, por una debilidad digna de la guillotina, dejaran en pie la desigualdad social. La desigualdad social es la fuente de todos los actos antisociales que la ley y la moral burguesa consideran como crimen, siendo el robo el más común de esos crímenes. Pues bien, cuando todo ser humano tenga la oportunidad de trabajar la tierra o de dedicarse, sin necesidad de andar alquilando sus brazos, a cualquier trabajo útil para poder subsistir, ¿quién será aquel que haga del robo una profesión como se ve ahora? En la sociedad que anhelamos los libertarios, la tierra y todos los medios de producción no serán más objeto de especulación para un determinado número de propietarios, si no que serán la propiedad común de los trabajadores, y como entonces no habrá más que una clase: la de los trabajadores, con derecho todos a producir y a consumir en común, ¿qué necedad habrá de robar?

Se dirá que hay personas dadas a la holgazanería, y que estas, en vez de trabajar, se aprovecharían del trabajo ajeno para vivir. Yo he vivido en diferentes presidios: he hablado con muchos ladrones; casi todos ellos habían robado por necesidad. No hay trabajo constante: los salarios son mezquinos: la jornada de labor es verdaderamente agotante; el desprecio de la clase propietaria para la clase proletaria es irritante; el ejemplo que la clase capitalista da a la clase trabajadora de vivir en la holganza, en lujo, en la abundancia, en el vicio sin hacer nada útil, todo esto hace que algunos trabajadores, por hambre, por indignación o como una protesta a su manera contra la rapacidad de la burguesía, la roben y se conviertan en criminales, llegando hasta el extremo de matar para tomar la que necesitan para vivir.

La profesión del robo no es ciertamente una de las más fáciles. Ella requiere una gran actividad y un gran derroche de energía por parte del ladrón, mayor actividad y mayor energía que la que en muchos casos se requiere para desempañar alguna tarea; pues, para llevar a cabo el robo, el ladrón tienen que espiar a su víctima, estudiar sus costumbres, cuidarse del polizonte, trazar planos, arriesgar la vida o la libertad, en continua zozobra, sin límite en esa clase de trabajo, y es de suponerse que un hombre no se entrega a él por placer, si no empujado por la necesidad o por la cólera de verse en la miseria, cuando la clase rica pasa a su lado ebria de vino, de lujuria, la boca retorcida por el hipo de hartazgo, arropada en sedas y en trapos finos, envolviendo en una mirada de desprecio a la gente pobre que se sacrifica en el taller, en la fábrica, en la mina, en el surco...

La inmensa mayoría de la población de las cárceles está compuesta de individuos que han cometido un delito contra la propiedad: robo, estafa, fraude, falsificación, etcétera, mientras una pequeña minoría de delincuentes se encuentra prisioneros por delitos contra las personas. Abolida la propiedad privada, teniendo todos la facultad de escoger un trabajo de su agrado, pero útil a la comunidad; humanizando el trabajo en virtud de que no se efectúa para que el patrón acumule riqueza, sino para satisfacer necesidades; devueltos a la industria los miles y miles de brazos que hoy acapara el gobierno en sus oficinas, en los cuarteles, en las prisiones mismas; puestos todos a trabajar para ganarse el sustento, con la ayuda poderosa de la maquinaria de toda especie, se necesitará trabajar solemnemente unas dos o tres horas diarias para tener de todo en abundancia. ¿Habría entonces quien prefiriese el robo para poder vivir? El hombre, aun el más perverso, gusta siempre de atraerse la estima de los demás. Eso puede observarse hoy mismo, a pesar de que el medio en que vive la humanidad embota los mejores instintos de la especie, y es cierto, ¿por qué no admitir que el hombre sería mejor en el seno de una sociedad libre?

En cuanto a los delitos contra las personas, en su mayor parte son el producto del medio malsano en que vivimos. El hombre vive en constante sobreexcitación nerviosa; la miseria, la inseguridad de ganar el pan para mañana; los atentados de la autoridad; la certidumbre de que se es victima de la tiranía política y de la explotación capitalista; la desesperación de ver crecer a la prole sin vestido, sin instrucción, sin porvenir; el espectáculo nada edificante de la lucha de todos contra todos, que nace precisamente del derecho de propiedad privada, que faculta a los astutos y a los malvados a amasar capitales explotando a los trabajadores: todo eso, y muchos más, llena de hiel el corazón del hombre, lo hace violento, colérico, y lo pesimita a sacar el revolver o el puñal para agredir, a veces por cuestiones baladíes. Una sociedad en que no exista esa brutal competencia entre los seres humanos para satisfacer todas las necesidades, calmaría las pasiones, suavizaría el carácter de las personas y fortalecería en ellas los instintos de sociabilidad y de solidaridad, que son tan poderosos que, a pesar de la secular contienda de todos contra todos, no han muerto en el ser humano.

No, hay que temer una vida sin gobiernos; anhelémosla con toda fuerza de nuestros corazones. Habrá naturalmente, algunos individuos dotados de instintos antisociales; pero la ciencia se encargará de atenderlos, como enfermos que son, pues esas pobres personas son victima de atavismo, de enfermedades heredadas, de inclinaciones nacidas al calor de la injusticia y delta brutalidad del medio.

Mexicanos: recordad cómo han vivido las poblaciones rurales de México. En las rancherías se ha practicado el comunismo; la autoridad no ha hecho falta; antes, por el contrario cuando se sabía que algún agente de la autoridad se acercaba, huían los hombres al bosque, porque la autoridad solamente se hacía presente cuando necesitaba hombres para el cuartel o contribuciones para mantener a los parásitos del gobierno, y, sin embargo, se hacía la vida tranquila en esos lugares donde no se conocían las leyes ni amenazaba el gendarme con su garrote.

La autoridad no hace falta más que para sostener la desigualdad social.

Mexicanos: ¡Muera la autoridad!

¡Viva Tierra y Liberta!

Regeneración, 24 de febrero de 1912. Semilla Libertaria 56-59.

Sin jefes

Querer jefes y querer al mismo tiempo querer ser libre, es querer un imposible. Hay que escoger de una vez una de dos cosas: o ser libres, enteramente libres, negando toda autoridad, o ser esclavos perpetuando el mando del hombre sobre el hombre.

El jefe o gobierno son necesarios solamente bajo un sistema de desigualdad económica. Si hoy tengo más que Pedro, temo, naturalmente que Pedro me agarre por el cuello y me quite lo que él necesite. En este caso necesito que un gobernante o jefe me proteja contra los posible ataques de pedro; pero si Pedro y yo somos iguales económicamente; si los dos tenemos la misma oportunidad de aprovechar las riquezas naturales, tales como la tierra, el agua, los bosques, las minas y demás, así como la riqueza creada por la mano del hombre, como la maquinaria, las casas, los ferrocarriles y los mil y un objetos manufacturados, la razón dice que sería imposible que pedro y yo nos agarrásemos por los cabellos para disputarnos cosas que a ambos nos aprovechan por igual, y en este caso no hay necesidades de tener un jefe.

Hablar de jefe entre iguales es un contrasentido, a no ser que se trate de iguales en servidumbre, de hermanos de cadenas, como somos actualmente los trabajadores.

Muchos son los que dicen que es imposible vivir sin jefe o gobierno, si son burgueses los que tal cosa dicen, les concedo razón, porque temen que los pobres se les echen al cuello y les arrebaten la riqueza que amasaron haciendo sudar el trabajo; pero ¿para qué necesitan los pobres al jefe o al gobierno?

En México hemos tenido y tenemos centenares de pruebas de que la humanidad no necesita de jefes o gobierno sino en los casos que no hay igualdad económica. En los poblados o comunidades rurales, los habitantes no han sentido la necesidad de tener un gobierno. Las tierras, los bosques, las aguas y los pastos han sido, hasta fecha reciente, la propiedad común de los habitantes de la comarca. Cuando se habla de gobierno a esos sencillos habitantes, se echan a temblar porque gobierno, para ellos, era lo mismo que verdugo; significaba lo mismo que tiranía. Vivian felices en su liberad, sin saber en muchos casos ni siquiera el nombre del presidente de la república, y solamente sabían que existía un gobierno cuando los jefes militares pasaban por la comarca en busca de varones que convertir en soldados, o cuando el recaudador de rentas del gobierno hacía sus visitas para cobrar impuestos. El gobierno era, pues para una gran parte de la población mexicana, el tirano que arrancaba de sus hogares a los hombres laboriosos para convertirlos en soldados, o el explotador brutal que iba a arrebatarles el tributo en nombre del fisco.

¿Podían sentir esas poblaciones la necesidad de tener un gobierno? Para nada lo necesitan, y así pudieron vivir cientos de años, Hasta que les fueron arrebatadas las riquezas naturales para provecho de los hacendados colindantes. No se comían unos a los otros, como temen que ocurra los que solamente han conocido el sistema capitalista en que cada ser humano tienen que competir con los demás para llevar a los débiles, como ocurre bajo la civilización capitalista, en que los más bribones, los más codiciosos y los más listos tienen dominados a los honrados y los buenos. Todos eran hermanos en esas comunidades; todos se ayudaban, y sintiéndose todos iguales, como lo eran realmente, no necesitaban que autoridad alguna velase por los intereses de los que tenían, temiendo posibles asalto de los que no tenían.

En estos momentos ¿para qué necesitan el gobierno las comunidades libres del Yaqui, de Durango, del sur de México 7 de tantas otras regiones en que los habitantes han tomado posesión de la tierra? Desde el momento en que se consideran iguales, con el mismo derecho a la madre tierra, no necesitan un jefe que proteja privilegios en contra de los que no tienen privilegios, pues todos son privilegiados.

Desengañémonos, proletarios: el gobierno solamente debe existir cuando hay desigualdad económica. Adoptad, pues, todos, como guía moral, e manifiesto de 23 de septiembre de 1911

Regeneración, 24 de febrero de 1912. Semilla Libertaria 56-59.

Por la patria

Después de cada hecatombe, en que miles de borregos constitucionalistas pierden la vida, Carranza levanta los ojos al cielo y dice con voz llena de santa unción patriótica: “La patria quiere sacrillos”

Huerta, al saber que en tal o cual combate han rendido su existencia miles de borregos federales, entorna la mirada y dice suspirando: “Todo por la patria”

Lo mismo dijo Iturbide cuando la borrachera de Pío Marcha lo llevo al trono, Santa-Anna pronunció idénticas palabras cuando la borrachera de la plebe lo llevo a la dictadura, Bustamante profirió idénticas palabras cuando el último estertor de Guerrero se perdió en los jacales de Cuilapa; santiguándose como una cucaracha de iglesia, “todo por la patria”, dijo Porfirio Díaz cuando su brutal lugarteniente cumplió al pie de la letra esta sentencia de hiena: “¡Mátalos en caliente!”; invocando a los espíritus balbuceó algo parecido aquel pobre idiota que se llama Francisco I Madero cuando las arenas de Rellano y de Conejos se enrojecieron con la sangre de los maderistas y de los orozquistas, las mismas palabras abrieron paso a las balas que cortaron la estéril existencia de Madero y Pino Suárez.

¡Todo por la patria! ¡La patria quiere sacrificios! Palabras estúpidas que han servido de pretexto para que legiones de brutos se rompan la cabeza.

Y bien, ¿Qué es la patria? La patria es una mezcolanza de cosas, de ideas, de tradiciones, de prejuicios que muy pocos entienden y, sin embargo, tal vez por ser incomprensible muchos son los que ponen la panza a las balas enemigas por defender eso que no conocen y que ningún beneficio les reporta.

“La patria, se dice es, en primer lugar, la tierra en que nacimos con la añadidura de las gentes que pueblan esa tierra, las leyes que rigen las relaciones de esos habitantes, las tradiciones comunes de la raza. Eso es la patria, y por eso miles de hombres pierden la vida”

El presidario que consume su existencia en las penumbras del calabozo no pueden decir que el presidio su patria. Y los hombres que agonizan en le surco que no es suyo; los trabajadores que pierde la sangre en las fábricas ajenas, los mineros que socavan las minas de los otros; todos los que trabajan para beneficiar al burgués, ¿qué patria tienen? Si la patria es la tierra en que nacimos, esa tierra deberás ser de todos; pero no es así: esa tierra es la propiedad de algunos cuantos, y esos pocos son los que ponen él fusil en nuestras manos para defender la patria. ¿No sería más lógico que, siendo ellos dueños de la patria, fueran sus manos las que empuñaran el fusil y no las manos de los que no tienen más tierra que la que pueden recoger en los zapatos?

La patria, proletarios, es lago que no es nuestro, y por lo mismo, en nada nos beneficia. La patria es de los burgueses, y, por eso, a ellos únicamente beneficia. La patria fue inventada por la clase parasitaria, por la clase que vive sin trabajar, para tener divididos a los trabajadores en nacionalidades y evitar, o al menos entorpecer por ese medio, su unión en una sola organización mundial que diera por tierra el viejo sistema que nos oprime.

En los libros de las escuelas, la burguesía fomente el patriotismo en la niñez, sembrando ahí en los tiernos pechos el odio a las demás razas que pueblan el mundo. Las fiestas patrióticas abundan en todas las naciones de mundo; el culto a la bandera raya en fanatismo en todos los países; las tradiciones nacionales encuentran poetas y literatos que las narran, inflamando en los pechos de la gente soberbia insensata, vanos, orgullosos de raza, pues esos literatos burgueses se dan maña para hacer entender que no hay raza más grande, más valiente, más inteligente que aquellas a la que se dirigen. De esta manera la burguesía divide en razas y en nacionalidades a los habitantes de la tierra; y el trabajador ruso se considera más valiente que su hermano el trabajador francés, mientras el proletariado inglés cree que no hay en la tierra hombre como él; y el español, por su parte, se jacta d ser la obra más perfecta del mundo; y el japonés, alemán, el italiano, el mexicano, los individuos de todas las razas, se consideran siempre mejores que los demás de las otras razas.: De esta división profunda entre el proletariado de todas las razas se aprovecha la burguesía para dominar a sus anchas, pues división por nacionalidades y razas impide que los trabajadores se pongan de acuerdo para derribar el sistema que nos ahoga.

El pobre no tiene patria porque nada tiene, a no ser su miseria existente. Son los burgueses los únicos que pueden decir: “esta es mi patria, porque ellos son los dueños de todo, los pobres son el ganado encerrado en los grandes corrales llamados naciones, y ¡oh, ironía! A ese ganado de le obliga a defender la patria, esto es, la propiedad de los burgueses, y al caer por millares en los campos de batalla donde se deciden vulgarmente querellas de patrias de las políticas, gritan los jefes. “Todo por la patria”.

Basta de comedias, hermanos proletarios. Cualquiera que sea la bandería política por la cual empuñáis las armas, recordad que siempre has sido carne de cañón sacrificada en aras de esa cosa que no existe para vosotros: La patria. ¡Basta de farsas! Matad a Huerta, a Carranza, a Villa a todo aquel que os hable de patria, de ley, de gobierno paternal, y, vamos hombres, aprovechad los fusiles que tenéis en las manos para arrebatar todo al ricota tierra, las casas, las mis, los barcos, los ferrocarriles, haciendo de todo ello propiedad común para que lo aprovechen por igual los hombres y las mujeres.

Regeneración, 18 de abril de 1914. Semilla Libertaria: 85-87.

No queremos reformas

Cosa curiosa es que dos hombres que poseen distinta psicología, y que para su razonamiento parten de premisas enteramente divergentes, pues diametralmente opuestas son sus convicciones económicas, políticas, filosóficas, sociales, morales y aun artísticas, lleguen, sin embargo, a estar de acuerdo en la solución de un problema tan complejo como lo es el movimiento revolucionario de México.

Los dos hombres son: Woodrow Wilson, presidente de los Estado Unidos, y Ariel, un colaborador de nuestro colega Tierra y Libertad de Barcelona.

Ambos opinan que subdividiendo los latifundistas en pequeñas propiedades para ser repartidas entre los peones, se aseguraría la paz en México.

Dice Ariel en un articulo titulado “El indio mexicano”, que apareció en el número de tierra y libertad correspondiente al 20 del pasado mayo: “Y puede asegurarse que, ínterin no se repartan las tierras desapareciendo los latifundios, subdivididas en pequeñas propiedades, México será siempre, como hasta aquí, el país de las eternas Revoluciones”

Nosotros opinamos ni como Ariel ni como Wilson precisamente porque somos antiautoritarios esto es anarquistas. Esa repartición de tierras tendría que ser hecha por un gobierno lesionando el derecho de propiedad de los ricos, y todos los anarquistas sabemos que ninguno se atrevería a hacer tal cosa, pues faltaría al principal compromiso que tiene, y que es el de velar por los intereses de la clase capitalista.

Por lo demás, todos los anarquistas estamos convencidos de que le derecho de propiedad individual es la causa de la esclavitud económica, política y social del proletariado: ¿Cómo pudiéramos creer entonces que quedase en paz “El país de las eternas convulsiones” si se perpetúa el infame derecho de la propiedad individual al subdividir las tierras “en pequeñas propiedades”, pues por pequeñas que fueran no dejarían de ser propiedad?

Suponiendo, sin conceder, que esa subdivisión, pudiera ser hecha por un gobierno, como estaría basada en el derecho de propiedad, tarde o temprano volvería a quedar la tierra en poder de uno cuantos, y las”Eternas convulsiones”, volverían a manifestarse. Esto, sin hacer mención de los que nacieran después de que el reparto hubiera sido hecho, quienes se encontrarían tan desheredados como los que actualmente luchan por conquistar la tierra.

Penetrados de estas verdades, los miembros del Partido Liberal Mexicano nos esforzamos por hacer entender a los proletarios que ignoran nuestros ideales de reconstrucción social, que la solución del problema del hambre no está en la subdivisión de la tierra en pequeñas propiedades, si no en unir toda la tierra y trabajarla en común, sin patrones y sin gobernantes, teniendo todos, hombres y mujeres, el mismo derecho a trabajarla, y, gracias a esas “eternas convulsiones”, los miembros del Partido Liberal Mexicano tienen la oportunidad, que como verdaderos revolucionarios aprovechan, de propagar sus ideas por medio de la palabra y de la acción, teniéndose como resultado el que varias regiones de lo que se llama república mexicana, están en poder de poblaciones comunistas que saben a la vez labrar la tierra y pelear en su defensa. Ejemplo. El Yaqui, la región del centro del Estado de Durango, México, Guanajuato, Michoacán, Jalisco, Guerrero, sur de Puebla y otros, en que los habitantes han tomado posesión de la tierra, de las casas, de los almacenes y de los útiles de trabajo.

No, no hay que conformarse con repartos de tierra; hay que tomarlo todo para hacerlo propiedad común, no individual y, para obtener este resultado, los miembros del Partido Liberal Mexicano no solamente luchan en grupos netamente libertarios organizados para la guerra, si no que esparcidos individualmente por todo el país, propagan en campos y pueblos los principios salvadores contenidos en el Manifiesto del 23 de septiembre de 1911, principios que abogan por la desaparición, para siempre, de la autoridad, el capital y el clero.

Y no para ahí la intensa propaganda de los miembros del Partido Liberal Mexicano, pues muchos de ellos, audaces e inteligentes, sientan plaza de soldados en las filas de carrancistas y huertistas para educar a los proletarios inconscientes, y los efectos de esa propaganda todos lo sabemos: son las deserciones en masa, rebeliones de compañías enteras de milicias de los partidos puramente políticos y el robustecimiento consiguiente de las fuerzas de los combatientes de la bandera Roja.

Nosotros creemos que mejor que con reformas ilusorias debemos llevar esta lucha hasta el fin: la emancipación económica, política y social del proletariado.

Regeneración, 13 de junio de 1914. Semilla Libertaria: 94-96.

A los proletarios patriotas

Patriotas, escuchad algunas palabras sanas, algunas palabras bien distintas a las que estáis acostumbrados a oír. Son palabras nuevas para vosotros, pero encierran la verdad. Escuchad, pues, con atención, y, si posible es, aprended de memoria lo que os voy a decir.

Os llamáis patriotas; tenéis orgullo en que se os tome por patriotas; la palabra “patria” ensancha vuestro corazón, y, sin embargo, obráis como traidores; como vuestros actos dais a vuestra patria querida un golpe por la espalda.

Vuestro patriotismo consiste en amar, en primer lugar, aquel pedazo de tierra que os vio nacer; allí donde se arrestó vuestra inocencia en vuestros primeros pasos por la senda de la vida, el patio de la vecindad, la ciudad, el pueblo, el caserío, el jacal perdido en el bosque, en la llanura, en la montaña, y el territorio que abarca vuestra mirada, donde corriste y traveseasteis cuando niños, y que más tarde, ya mozos, fue testigo de vuestros amores, de vuestras dichas, ¡ay!, también de vuestros pesares y sinsabores. Amáis aquel pedazo de tierra con amor dulce y sano, y lo encontréis bello aunque aun que para otros parezca feo, y si estáis fuera de el, a veces no podéis reprimir un suspiro al recordarlo, por más que en él hubierais sido desgraciado. Ese amor al terruño es natural: los sentís en vuestros corazones sin necesidad de que alguien os lo haya inculcado; parece como que aquel pedazo de tierra contiene algo de vuestro ser; como que formáis parte de él: es que vuestra vida sentimental está estrechamente unida a él: en él residía la muchacha que infiltró en vuestro corazón la dulzura y los tormentos de amor; allí están vuestros primeros amigos; los rostros de los vecinos os son familiares.

Pero, vuestro patriotismo se ensancha: ya no consiste solamente en el amor al terruño, si no que comprende un cierto sentimiento de simpatía para con lo individuos que hablan vuestro propio idioma; que, como vosotros, que tiene tradiciones comunes a la vuestras; que, como vosotros, participan de los mismos prejuicios, adolecen de las mismas preocupaciones y en cuyos pechos anidad virtudes análogas y serpean y se entremezclan vicios parecidos. Ese patriotismo es sano todavía, porque es un sentimiento natural, que nadie os ha inculcado y nos os estimula a cometer Villanías.

Más viene otro patriotismo, un patriotismo artificial, que os ha sido enseñado desde niños, un patriotismo oficial se puede decir, porque es adiestramiento, sugerido, fomentado, robustecido por el gobierno, ese perro obediente de la clase capitalista o burguesa. Este patriotismo es muy distinto de los que os acabo de bosquejar. Si aquellos dos consisten en sentimiento delicados de simpatía y de amor, provocan emociones dulcísimas y embargan de ternura vuestros pechos, el patriotismo artificial, el patriotismo oficial, el patriotismo burgués para decirlo de una vez, no hace otra cosa que despertar, dentro de vosotros, la bestia que dormita. Este último patriotismo es feroz, brutal, sanguinario, cruel, inhumano, injusto, odioso. Este último patriotismo es el que pone en vuestros ojos una venda de sangre cuando veis a un extranjero, este patriotismo es el que os enseña a odiar a todo aquel que no haya nacido en el lugar donde vosotros nacisteis o donde nacieron las personas que con vosotros tienen un idioma común, tradiciones y preocupaciones idénticas, vicios y virtudes análogas y que adolecen mismo prejuicios. Este patriotismo os dice que sois los hombres más inteligentes, más valientes y más virtuosos del mundo, este patriotismo irracional os señala como enemigo mortal a todo ser humano que no haya nacido dentro de las fronteras de la patria; este patriotismo es el que os enseñan a amar una bandera que no tiene más valor que el del trapo con que está hecha; este patriotismo ha sido hábilmente inculcado por la burguesía y los políticos para que arremetáis contra los seres humanos que pueblan los países que se extienden más allá de las fronteras y de los mares, cuando los burgueses de vuestra patria quieren aumentar sus caudales a costa de los caudales de los burgueses de las otras patrias, y así las palabras bombásticas de “integrad de la patria”, “honor nacional”, “dignidad de la bandera” y otras semejantes, y que tan gratas son a vuestros oídos porque os han venido repitiendo desde cuando erais niños, pueden ser traducidas por estas otras: “defensa de un sistema económico, político, social y moral” que tienen a la humanidad dividida en opresores y oprimidos, hecha por los oprimidos mismos, pues son los proletarios, los de abajo, los trabajadores, los parias, los ilotas y no los burgueses, por cuyo bienestar se hacen las guerras, los que empuñan el rifle para hacer pedazos, para exterminar, para asesinar a los oprimidos, a los proletarios, a los de abajo, a los parias, a los ilotas de otras patrias.

Pues bien, proletarios mexicanos: acabáis de cometer un acto de traición al consentir, con vuestro silencio, que Carranza hubiera pactado, con los gobiernos extranjeros, la muerte de la revolución. Si sois patriotas de la escuela oficial, esto es, si amáis a la patria que el gobierno enseña a amar, habéis cometido un delito, porque el honor de esa patria consiste principalmente en su soberanía, en su independencia política y económica de los gobiernos de las otras patrias: y al consentir que gobiernos extranjeros se hayan entrometido en asuntos internos, habéis permitido que se ultrajara a su soberanía, esto es, la facultad que tienen, como patria independiente, de regir pos sí misma sus destinos. Pero como la patria oficial es la de los burgueses, poco importa que la hayáis traicionado; lo que sí importa es que, al traicionarla, os hayáis relacionado a vosotros mismos comprometiendo vuestro por venir y el de vuestros hijos, porque los burgueses, que son los directamente interesados en que se haga la paz, tienen mucho que perder con la prolongación de la revolución, pues son los dueños de la tierra, de las casas, de los bosques, de las aguas, de las minas, de los talleres, de las fábricas, de los ferrocarriles, de los almacenes, de todo cuanto existe. En cambio vosotros, ¿qué tenéis que perder? Nada y sí mucho que ganar: la posesión de toda esa riqueza.

He aquí proletario, cómo se juega con vosotros con el patriotismo; cómo llamados patriotas, tanto proletarios como burgueses, lo que aprovecha a unos perjudica a los otros y viceversa. He aquí cómo con un mismo acto: el de traición a la patria, los burgueses se han beneficiado y vosotros os habéis perjudicado. Eso proviene del hecho de que la clase trabajadora y la clase capitalista no tienen nada que las afecte del mismo modo, que sus intereses son diametralmente opuestos, y que, por lo mismo, si guerra he de haber, que sea una guerra contra los burgueses, una guerra de clases, viendo como amigos y hermanos a los trabajadores de todas las razas, y como enemigos a los burgueses de todos los países.

Si sois patriotas en le sentido sano de la palabra, esto es, si vuestro patriotismo se reduce a abrigar sentimientos de simpatía por el lugar en que visteis la luz por vez primera y por la región en que viven las personas que hablan vuestras lenguas, y con quienes tenéis tradiciones y preocupaciones comunes, etcétera, y no abrigáis odio contra los individuos a quienes tocó nacer en otras regiones del planeta, derribad a Carranza y derribad todo gobierno que se pretenda establecer, porque el gobierno perpetúa la patria burguesa, la patria feroz que infunde y atiza el odio de las razas para que los oprimidos de las diversas patrias se despedacen entre sí cuando convenga a los intereses del capital; y si sois patriotas, amantes de la patria burguesa, haced igual cosa: derribar todo gobierno, en vista de que la patria burguesa es solamente una alcahuetería inventada por los ricos y los políticos para servirse del pueblo en el terreno de la explotación, en el terreno político y en los campos de batalla.

¡Arriba, mexicanos, contra vuestros verdugos!

¡Viva Tierra y Libertad!

Regeneración, 30 de octubre de 1916. Semilla Libertaria: 141-145.

Patriotismo

De mil maneras se nos ha incitado a los pobres a ser patriotas. Desde que nacemos a la vida hasta que rendimos el último suspiro, zumban en nuestros oídos estas palabras: “Ama a tu patria, ama a tu patria, ama a tu patria”.

Puede decirse que amamos el patriotismo con las gotas de leche que arrancamos al pecho materno. La madre nos arrulla con canciones en que se glorifica a la patria. Más tare nos enseña a amar la bandera, cuyos colores nos parecen más lucidos que los de cualquiera otra bandera. De niños se nos obsequia con juguetes que nos hacen jugar a los soldados: tambores, sables de palo, bandera, soldaditos de barro o de plomo, y atiborrados de leyendas que ensalzan las hazañas de los héroes de la patria, fingimos, en nuestros juegos, campos de batalla en que hacemos morder el polvo de la derrota a todos los que han cometido el delito de haber nacido fuera de los linderos de la nación, pues para todo buen patriota es enemigo el que no nace dentro de las fronteras de la patria.

La educación patriótica no termina con nuestros juegos de chiquillos: sigue en la escuela de primeras letras. Allí, el buenazo del maestro nos hace entonar coros en que se enaltece a la patria; en el libro de lectura deletreamos composiciones en prosa y en verso en honor a la patria, y nuestros ojos se extasían ante las lástimas que representan acciones de guerra, queriendo ser cada uno de nosotros el feliz abanderado a quien le ha cabido el grande honor de llevar la bandera de la patria en medio de feroz carnicería. Oímos el himno nacional, y la sangre circula por nuestras arterias con mayor rapidez.

El fraile, en sus sermones, nos excita a amar a la patria; el político, en sus discursos, nos habla de la grandeza de la patria, el periódico burgués estimula nuestros sentimientos patrióticos; por donde quiera que volvamos la vista vemos la estatua de un patriota o el cuadro con un asunto patriótico, las fiestas patrias, además de ser numerosas, revisten gran solemnidad. Todo, en fin, está sabiamente calculado para encender y mantener encendida, en nuestro pecho, la lumbre patriótica.

Preparados de esa manera, y aun cuando no seamos dueños de un terrón donde reclinan la cabeza; aun cuando de la patria que se nos ha enseñado a amar no poseemos ni una pulgada cuadrada de su territorio; a pesar de las indignidades, humillaciones, atropellos y desmanes de que seamos victimas en nuestro calidad de individuos que alientan en los más bajos peldaños de la escala social; a pesar de todo nos encontramos dispuestos a cometer los mayores accesos, a matar y dejarnos matar por la patria, por ese algo que ningún beneficio nos reporta y en cambio exige de nosotros los más grandes sacrificios.

Porque, hay que confesarlo, todas las cargas que implica el patriotismo descansan exclusivamente en los hombros de los pobres. El pobre solo sabe que tiene patria porque tiene que servir en ejército, y los beneficios que de la patria recibe son el garrotazo del gendarme, la contribución para los gastos del gobierno, las rondas, las “fatigas o servicios gratuitos y la ley que los somete a una eterna servidumbre bajo las garras del dueño de la tierra y de la maquinaria”

Al pobre no le beneficia la patria porque no es de él. La patria es la propiedad de unos cuantos que son dueños de la patria, de las minas, de las casas, de las fábricas, de los ferrocarriles, de todo cuando existe: pero al pobre se le inculca desde la niñez que ame a la patria para que esté listo a empuñar el fusil en defensa de intereses que no son suyos, cuando sus amos comprenden que esos intereses están en peligro y hacen un llamamiento al patriotismo de las masas. Tan es cierto que los intereses materiales son las patrias, que la burguesía no se opone a una invasión extranjera cuando esta no tiene por objeto despojarla de sus propiedades y hasta se solicita la invasión cuando las bayonetas invasoras pueden prestar algún apoyo al principio de la propiedad privada, cuando ese principio está en peligro de desplomarse a las recias embestidas de la injusticia popular.

Las dos invasiones que ha sufrido México durante el curso de la revolución, no han tenido otro objeto que sofocar el movimiento revolucionario que amenaza la estabilidad del principio de propiedad privada. Las dos invasiones norteamericanas fueron llevadas a cabo para sentar a Venustiano Carranza en la silla presidencial y consolidar un gobierno fuerte, capas de hacer respetar la ley, esto es, el escudo fuerte, la defensa del que tienen contra las posibles agresiones del que nada posee.

Contra esas dos invasiones no ha protestado la burguesía mexicana, como que iban encaminadas a salvar sus bienes amenazados por la actitud viril, ansiosa de conquistar su libertad económica. Si no hubiera sido porque los trabajadores norteamericanos protestaron contra esas invasiones y se negaron a ingresar al ejército para ir a sentar a Carranza en la silla presidencial, harían largos meses que tuviéramos a este fingiendo de presidente al abrigo de fuertes guardias de soldados norteamericanos.

El patriotismo es un manjar condimentado para el uso exclusivo del pobre. Se nos enseña que la invasión es una afrenta y que debemos rechazarla. ¿La rechazo Carranza? No la rechazo porque ella beneficiaba a la clase social que todo gobierno está en el deber de apoyar: la clase capitalista.

Ahora, perdida la esperanza de que las bayonetas norteamericanas pueden sostenerlo en el poder, Carranza se echa en brazos de Alemania. En una nota que ha enviado a las naciones neutrales, Carranza invita a esas naciones a que suspendan todo comercio con las naciones beligerantes, arguyendo de esa manera se les dejará aisladas y se verán obligadas, al fin, a firmar la paz, en vista de que no podrán contar con aprovisionamientos del exterior.

Los imperios centrales serían beneficiados si se pusiera en práctica el proyecto de Carranza, porque Inglaterra recibiría un golpe mortal impidiéndosele obtener de la región petrolífera de Tampico, el aceite que necesita para tener en movimiento su marina, e Inglaterra tendría que adoptar medidas extremas para tener abierta esa fuente de aprovisionamiento. ¿Qué sucedería? Que Inglaterra enviase soldados para que ocupase esa región.

Está patente que es el patriotismo no es practicado por los que nos lo inculcan. Es ése un sentimiento que hábilmente se nos fomenta para tenernos a su disposición nuestros verdugos. Cuando tomamos el fusil para defender la patria, lo que defendemos son los bienes de nuestros amos.

Abramos los ojos.

Regeneración, 24 de febrero de 1917. Semilla Libertaria: 181-145.

Tribuna roja

A manera de prólogo. Antonio Díaz Soto y Gama

Compañeros:

Tengo el honor, como uno de los últimos, de los más indignos compañeros que fui de Ricardo Flores Magón, tengo el honor de dar a esta Cámara la noticia de su muerte, ocurrida ayer en Los Ángeles, California. Yo no diré que quisiera ser orador para hablar de Ricardo Flores Magón. Los hombres grandes, dice Martí, no necesitan, para ser elogiados, de grandes palabras. Para hablar de los hombres grandes se debe hablar, urge hablar con frase clara y sencilla, como clara y sencilla fue la vida de esos hombres. Nadie quizá más grande entre los revolucionarios mexicanos, que Ricardo Flores Magón. Ricardo Flores Magón, modesto; Ricardo Flores Magón, que tuvo la fortuna, la dicha inmensa de jamás ser vencedor; Ricardo Flores Magón, que solo conoció las espinas y los dolores de la revolución, es un hombre delante del cual debemos inclinarnos todos los revolucionarios que hemos tenido, quizá, la desgracia de saborear algo de los manjares servidos en el banquete de la revolución.

Para Ricardo Flores Magón no debe haber frases de dolor ni tribunas enlutadas: sería demasiado burgués, demasiado indigno de ese hombre grande, de ese rebelde excelso, venir aquí y pedir cosas burguesas; yo quiero en este momento tener algo de la rebeldía de aquel numen de la rebeldía, de aquel hombre inquieto, para decir: No necesitamos luto, ni llevamos luto en el alma los compañeros, los camaradas de Ricardo Flores Magón; llevamos respeto, mucho respeto íntimo, respeto y admiración profunda por el gran luchador, por el inmenso hombre de carácter que se llamó Ricardo Flores Magón. Ricardo Flores Magón que no fue vencedor y por eso no se le honró; Ricardo Flores Magón que no llegó a la presidencia como Madero, ni a la Primera Jefatura como Carranza, ni a los honores como hoy llegan los jefes militares de la revolución; Ricardo Flores Magón, sin embargo, es el precursor de la revolución, el verdadero autor de ella, el autor intelectual de la revolución mexicana. Y por eso, porque no fue vencedor, no se le honra; no necesita honores: necesita simplemente la admiración de todos los revolucionarios, y esa admiración la tenemos los que no nos inclinamos ni ante el éxito, ni ante los honores, ni ante los grandes. Para Ricardo Flores Magón solo debe de haber frases de admiración y de justicia; Ricardo Flores Magón nunca pidió que se enlutara esta tribuna, no lo pediría; Ricardo Flores Magón tuvo el gesto de grandeza de rechazar la pensión que esta Cámara decretó en su honor, y no seria yo quien manchara su nombre pidiendo que así como se enluta la tribuna por un magistrado caduco, representativo de las ideas viejas, fuera a enlutarse esta tribuna que no es digna de la figura de Flores Magón, porque él fue más que la Cámara, fue más que la Representación Nacional, porque fue la inspiración, la videncia que llevó al pueblo a la revolución. De manera que para él no pido más que respeto profundo; que lo respeten los que quieran respetarlo, que se inclinen ante él los que tengan para él admiración; poco nos importa que la prensa no lo honre y que los reaccionarios lo desprecien; poco nos importa que la plutocracia norteamericana lo haya marcado con el hierro candente de su maldad y de su ferocidad, y que a esa plutocracia se deba la muerte de Flores Magón. Es mejor que esa plutocracia no haya concedido la libertad del gran rebelde; es infinitamente mejor que Ricardo Flores Magón haya cerrado su vida como la abrió: siempre rebelde, siempre sin prosternarse. ¡Mejor así! Ricardo Flores Magón, he dicho, fue el precursor de la revolución y el autor intelectual de ella; Ricardo Flores Magón preparó el terreno a Madero, y Madero y el maderismo vinieron a encontrarse el terreno preparado, la mesa puesta, por lo menos en el terreno ideológico de la preparación de las masas; pero como Madero triunfó, es el ídolo; como Ricardo Flores Magón murió en una cárcel, Flores Magón pasará quizá desapercibido para los ojos ingratos. Flores Magón vio la revolución totalmente, íntegramente en una visión plena de vidente, no de visionario. Ricardo Flores Magón abarcó todo el problema de la revolución, como no lo abarcó Madero ni tampoco Carranza; basta comparar sus palabras luminosas, sus frases candentes, sus frases de visión y rebeldía, sus presentimientos, anteriores al movimiento de 1910; basta leer cualquiera de sus artículos al acaso y compararlos con el mezquino, con el anodino Plan de San Luis o con el ridículo Plan de Guadalupe. Para justificar mis palabras, quiero leer un trozo de artículo que al acaso, como si adivinara lo que iba a suceder, leí hace unos pocos días en un viaje a Morelos. Decía Ricardo Flores Magón la víspera misma del rompimiento de las hostilidades contra Porfirio Díaz; decía en Regeneración, con fecha 19 de noviembre de 1910, abarcando todo el problema, toda la videncia de la revolución:

“No es posible predecir, repito, hasta dónde llegarán las reivindicaciones populares en la revolución que se avecina...”

Aquí está todo el programa de la revolución hecho con una videncia que ya quisieran para sí los científicos. Esta todo, está el problema de la tierra; está la posibilidad científica, la posibilidad humana; está la expresión que apenas puede uno creer que exista en los labios de un hombre tan radical y tan vehemente como Flores Magón; casi la videncia del político, del estadista: ... pero hay que procurar lo más que se pueda. Todo lo previó este hombre: previó que la conquista de la tierra era la base de todas las demás libertades, y que, conquistada la libertad económica del campesino, sobre esa libertad se edificaría todo el edificio revolucionario. Y lo dice con esa claridad, con esa llaneza de los apóstoles, sin galas retóricas, sin tonalidades líricas, con una sencillez enorme. Y si nada más eso se obtuviera: “Ya sería un gran paso hacer que la tierra fuera de la propiedad de todos, y si no hubiera fuerza suficiente o suficiente conciencia entre los revolucionarios para obtener más ventaja que esa, ella sería la base de reivindicaciones próximas, que por la sola fuerza de las circunstancias, conquistaría el proletariado”.

¡Qué diferencia entre esto y los alardes de radicalismo excesivo, peligroso y utópico! ¡Qué grandeza en la expresión! Por la sola fuerza de las circunstancias. Una vez realizada la emancipación del campesino, una vez hecha la justicia en el reparto de la tierra, todo lo demás vendrá por añadidura. Y cuando un hombre como este desaparece, y desaparece grande, justo es recordar su memoria, de paso, en tropel, en montón, en desorden como en desorden escribió sus artículos, como en desorden fue su vida. Yo no quiero absolutamente hacer aquí alarde de frases oratorias que ni están en mi carácter ni podría tenerlas, ni debo tenerlas en este momento; pero si quiero acordarme en globo, en tropel, quizá desordenadamente, de algo de esa personalidad; quisiera acordarme, en medio del tropel de recuerdos, de algo que ponga de manifiesto, si posible es, la personalidad de aquel luchador. Me acuerdo, de pasada, como en una pincelada, de aquella su peregrinación por esta ciudad de México, entonces más mercachifle todavía que ahora, entonces más terrible todavía, para los revolucionarios, porque hoy se posterna ante ellos, aunque sea hipócritamente, a reserva de herirlos por la espalda cuando pueda, porque los ve fuertes. Y entonces no; entonces ser oposicionista era ser visto con desprecio y marcado con el estigma de toda la sociedad metropolitana; y en aquellos momentos, allá por el año de mil novecientos dos, cuando floreció el imperio de las bayonetas en las manos de Bernardo Reyes, atravesaba Ricardo Flores Magón, enhiesto, altivo, entre dos filas de soldados en unión de dos personas ilustres, Juan Sarabia y Librado Rivera, atravesaba las calles de la Metrópoli, repito, entre dos filas de soldados para ser llevado a la prisión de Santiago Tlatelolco; y Ricardo Flores Magón, en medio de la admiración y de la estupefacción de los transeúntes, lanzó vivas a la revolución, vivas al porvenir y mueras a Porfirio Díaz, sabiendo muy bien que aquellos mueras le podrían causar la muerte. Entonces éramos jóvenes, teníamos el pecho anhelante y el alma pujante, y, sin embargo, nos sobrecogíamos de admiración ante aquella rebeldía; aquel gesto, aquellos gritos fueron los precursores de la revolución. ¡Cuántos de los jóvenes y hombres presentes aprendieron a ser revolucionarios y bebieron la linfa revolucionaria de la pluma de los Flores Magón! ¡Cuántos deben haber abierto su cerebro y su alma al nuevo aliento, a la nueva vida, por Ricardo Flores Magón! Por eso tratándose de este hombre no caben frases, sino sentimientos; me parece verlo en la cárcel de Belén, escribiendo, garrapateando cuartillas con su letra menuda, chiquita, apretada, con su miopía que debería convertirse en ceguera en las prisiones norteamericanas; me parece verlo siempre con fe, siempre con ánimo, jamás desfalleciente, siempre con una serenidad espartana, siempre dándonos lecciones y clases de civismo, de honradez, de energía; me parece verlo en aquellos días de nuestra juventud cuando muchos jóvenes, que hoy somos ya hombres, sentíamos el aleteo impuro y malsano de esta ciudad cortesana, de esta ciudad de placeres, verlo solo, consagrado a su idea, a esa obsesión gloriosa, a esa sublime obsesión que le duró veinte años. ¿Qué clase de hombre era este, qué clase de carácter era este? Era el carácter del indio de Oaxaca, del indio mixteco o zapoteco, y por eso nosotros los revolucionarios nos enorgullecemos grandemente; ya que los reaccionarios, los hombres enamorados de un pasado que no volverá, se enorgullecen con tener un Porfirio Díaz, nosotros los revolucionarios, los agraristas, nos enorgullecemos con que Ricardo Flores Magón sea también hijo de Oaxaca. ¡Antítesis curiosa del destino! Frente al tirano más grande y abominable, el más grande de los agitadores libertarios. Si Oaxaca se deshonró por haber nacido allí un Porfirio Díaz, Oaxaca se enalteció y lavó su mancha con haber engendrado a Ricardo Flores Magón. Para nosotros, los revolucionarios, es un culto el que tenemos para esos hombres que, como Flores Magón, dio su vida por su ideal lentamente, gota a gota, en la prisión obscura; que no tiene grandezas militares, ni aplausos de las multitudes, ni sonrisas de las hermosas; pero esa gloria, que no es la aureola militar, es más respetable para nosotros que la gloria del que vence en los campos de batalla. Y por esto nosotros, los rebeldes, los que no somos militaristas, nos inclinamos y nos inclinaremos siempre más ante un Flores Magón y un Zapata que ante un Madero o ante un Carranza, o ante cualquiera de los vencedores presentes o futuros. Y por esto, señores, yo, al bajarme de esta tribuna, no quiero más que esto: un grito ahogado en el alma, pero que quiera decir respeto y admiración para este hombre, y en lugar de pedir a ustedes algo de luto, algo de tristeza, algo de crespones negros, yo pido un aplauso estruendoso, que los revolucionarios mexicanos, los hermanos de Flores Magón dediquen al hermano muerto, al gran rebelde, al inmenso inquieto, al enorme hombre de carácter jamás manchado, sin una mancha, sin una vacilación, que se llamó Ricardo Flores Magón.

Discurso pronunciado el 22 de noviembre de 1922. Tribuna Roja: 5-12.

Compañeros:

Un recuerdo glorioso y una aspiración santa nos congregan esta noche. Cada vez más claro, según el tiempo avanza; cada vez más definido, según pasan los años, vemos aquel acto grandioso, aquel acto inmortal llevado a cabo por un hombre que en los umbrales de la muerte, cuando su religión le mostraba el cielo, bajó la vista hacia la Tierra, donde gemían los hombres bajo el peso de las cadenas, y no quiso irse de esta vida, no quiso decir su eterno adiós a la humanidad sin antes haber roto las cadenas y transformado al esclavo en hombre libre.

Yo gusto de representarme el acto glorioso. Veo con los ojos de mi imaginación la simpática figura de Miguel Hidalgo. Veo sus cabellos, blanqueados por los años y por el estudio, flotar al aire: veo el noble gesto del héroe iluminar el rostro apacible de aquel anciano. Lo veo, en la tranquilidad de su aposento, ponerse repentinamente en pie y llevar la mano nerviosa a la frente. Todos duermen, menos él. La vida parece suspendida en aquel pueblo de hombres cansados por el trabajo y la tiranía; pero Hidalgo vela por todos, Hidalgo piensa por todos. Veo a Hidalgo lanzarse a la cabeza de media docena de hombres para someter un despotismo sostenido por muchos miles de hombres. Con un puñado de valientes llega a la cárcel y pone en libertad a los presos; va a la iglesia después y congrega al pueblo, y, al frente de menos de cincuenta hombres, arroja el guante al despotismo.

Ese fue el principio de la formidable rebelión cuyo centenario celebramos esta noche; este fue el comienzo de la insurrección que, si algo puede enseñarnos, es a no desconfiar de la fuerza del pueblo, porque precisamente fueron sus autores los que aemente son los más débiles. No fueron los ricos los que rodearon a Hidalgo en su empresa de gigante: fueron lo pobres, fueron los desheredados, fueron los parias, los que amasaron con su sangre y con sus vidas la gloria de Granaditas, la tragedia de Calderón y la epopeya de Las Cruces.

Los pobres son la fuerza, no porque son pobres, sino porque son el mayor número. Cuando los pueblos tengan la conciencia de que son más fuertes que sus dominadores, no habrá más tiranos.

Proletarios: la obra de la Independencia fue vuestra obra; el triunfo contra el poderío de España fue vuestro triunfo; pero que no sirva este triunfo para que os echéis a dormir en brazos de la gloria. Con toda la sinceridad de mi conciencia honrada os invito a despertar. El triunfo de la revolución que iniciasteis el 16 de septiembre de 1810 os dio la Independencia nacional; el triunfo de la revolución que iniciasteis en Ayutla os dio la libertad política; pero seguís siendo esclavos, esclavos de ese moderno señor que no usa espada, no ciñe casco guerrero, ni habita almenados castillos, ni es héroe de alguna epopeya: sois esclavos de ese nuevo señor cuyos castillos son los bancos y se llama el Capital.

Todo está subordinado a las exigencias y a la conservación del Capital. El soldado reparte la muerte en beneficio del Capital; el juez sentencia a presidio en beneficio del Capital; la máquina gubernamental funciona por entero, exclusivamente, en beneficio del Capital; el Estado mismo, republicano o monárquico, es una institución que tiene por objeto exclusivo la protección y salvaguarda del Capital. El Capital es el Dios moderno, a cuyos pies se arrodillan y muerden el polvo los pueblos todos de la Tierra. Ningún Dios ha tenido mayor número de creyentes ni ha sido tan universalmente adorado y temido como el Capital, y ningún Dios, como el Capital, ha tenido en sus altares mayor número de sacrificios.

El Dios Capital no tiene corazón ni sabe oír. Tiene garras y tiene colmillos. Proletarios, todos vosotros estáis entre las garras y colmillos del Capital; el Capital os bebe la sangre y trunca el porvenir de vuestros hijos. Si bajáis a la mina, no es para haceros ricos vosotros, sino para hacer ricos a vuestros amos; si vais a encerraros por largas horas en esos presidios modernos que se llaman fábricas y talleres, no es para labrar vuestro bienestar ni el de vuestras familias: es para procurar el bienestar de vuestros patrones; si vais a la línea del ferrocarril a clavar rieles, no es para que viajéis vosotros, sino vuestros señores; si levantáis con vuestras manos un palacio, no es para que lo habiten vuestra mujer y vuestros hijos, sino para que vivan en él los señores del Capital. En cambio de todo lo que hacéis, en cambio de vuestro trabajo, se os da un salario perfectamente calculado para que apenas podáis cubrir las más urgentes de vuestras necesidades, y nada más.

El sistema de salario os hace depender, por completo, de la voluntad y del capricho del Capital. No hay más que una sola diferencia entre vosotros y los esclavos de la antigüedad, y esa diferencia consiste en que vosotros tenéis la libertad de elegir vuestros amos.

Compañeros: habéis conquistado la Independencia nacional y por eso os llamáis mexicanos: conquistasteis así mismo, vuestra libertad política, y por eso os llamáis ciudadanos; falta por conquistar la más preciosa de las libertades; aquella que hará de la especie humana el orgullo y la gloria de esta mustia Tierra, hasta hoy deshonrada por el orgullo de los de arriba y la humildad de los de abajo.

La libertad económica es la base de todas las libertades. Ante el fracaso innegable de la libertad política en todos los pueblos cultos de la Tierra, como panacea para curar todos los dolores de la especie humana, el proletariado ha llegado a la conclusión de que la emancipación de los trabajadores debe ser obra de los trabajadores mismos, y este sencillo axioma es el cimiento de granito de toda obra verdaderamente revolucionaria.

Compañeros, conozco al mexicano. La historia me dice todo lo que puede hacer el mexicano. Abrid la página de ese gran libro que se llama historia de México, y en ella encontraréis los grandes hechos de los hombres de nuestra raza. Es grande el mexicano cuando rechaza, con su pecho desnudo y sus armas de piedra, al bandidaje español caído en nuestra tierra, en són de conquista; es grande el mexicano cuando vencido y torturado, cuando sus carnes arden en el suplicio del fuego, lanza una mirada despreciativa a sus verdugos y formula, con la sonrisa en los labios, aquella pregunta digna de un dios en desgracia y que es algo así como la nota más alta de la ironía, arrancada a los horrores de la tragedia: ¿Estoy acaso en un lecho de rosas? Es grande el mexicano cuando sepulta, bajo una tormenta de guijarros, la altura altanera de la alhóndiga de Granaditas; es grande el mexicano en Cuautla, grande en el cerro de El Sombrero, grande en Padierna y Chapultepec, grande en Calpulalpan, grande en Puebla, grande en Santa Isabel y en Querétaro.

Grandes sabéis ser en el infortunio y grandes en el triunfo: ahí está la historia que lo dice. Cada vez que el humano progreso da un paso, dais vosotros un paso también. No queréis ir atrás, os avergüenza quedaros a la zaga de vuestros hermanos de las otras razas, y aun bajo el peso de la tiranía, cuando la conciencia humana parece dormir, y cuerpo y espíritu son esclavos, viven en vosotros, con la vida intensa de las cualidades de la raza, el estoicismo de Cuauhtémoc, la serena audacia de Hidalgo, el arrojo indomable de Morelos, la virtud de Guerrero y la constancia inquebrantable de Juárez, el indio sublime, el indio inmenso, el piloto gigante que llevó a la raza a seguro puerto en medio de los escollos y de las tempestades de un mar traidor.

Mexicanos: vuestro pasado merece un aplauso. Ahora es preciso que conquistéis el aplauso del porvenir por vuestra conducta en el presente. Habéis cumplido con vuestro deber en las grandes luchas del pasado; pero falta que toméis la parte que os corresponde en las grandes luchas del presente. La libertad que conquistasteis no puede ser efectiva, no podrá beneficiaros mientras no conquistéis la base primordial de todas las libertades: la libertad económica, sin la cual el hombre es miserable juguete de los ladrones del gobierno y de la banca, que tienen sometida a la humanidad con algo más pesado que las cadenas, con algo más inicuo que el presidio y que se llama la miseria, ¡el infierno trasplantado a la Tierra por la codicia del rico!

Os independizasteis de España; independizaos, ahora, de la miseria. Fuisteis audaces entonces; sed audaces ahora uniendo todas vuestras fuerzas a las del Partido Liberal Mexicano en su lucha a muerte contra el despotismo de Porfirio Díaz.

Discurso pronunciado el 16 de septiembre. De 1910. Tribuna Roja: 13-17.

En pos de la libertad

La humanidad se encuentra en estos momentos en uno de esos periodos que se llaman de transición, esto es, el momento histórico en que las sociedades humanas hacen esfuerzos para transformar el medio político y social en que han vivido, por otro que esté en mejor acuerdo con el modo de pensar de la época y satisfaga un poco más las aspiraciones generales de la masa humana. Quienquiera que tenga la buena costumbre de informarse de lo que ocurre por el mundo, habrá notado, de hace unos diez años a esta parte, un aumento de actividad de los diversos órdenes de la vida política y social. Se nota una especie de fiebre, una ansia parecida a la que se apodera del que siente que le falta aire para respirar. Es este un malestar colectivo que se hace cada vez más agudo, como que cada vez es más grande la diferencia entre nuestros pensamientos y los actos que nos vemos precisados a ejecutar, así en los detalles como en el conjunto de nuestras relaciones con los semejantes. Se piensa de un modo y se obra de otro distinto; ninguna relación hay entre el pensamiento y la acción. A esta incongruencia del pensamiento y de la realidad, a esta falta de armonía entre el ideal y el hecho, se debe esa excitación febril, esa ansia, ese malestar, parte de este gran movimiento que se traduce en la actividad que se observa en todos los países civilizados para transformar este medio, este ambiente político y social, sostenido por instituciones caducas que ya no satisfacen a los pueblos, en otro que armonice mejor con la tendencia moderna a mayor libertad y mayor bienestar.

El menos observador de los lectores de periódicos habrá podido notar este hecho. Hay una tendencia general a la innovación, a la reforma, que se exterioriza en hechos individuales o colectivos: el destronamiento de un Rey, la declaración de una huelga, la adopción de la acción directa por tal o cual sindicato obrero, la explosión de una bomba al paso de algún tirano, la entrada al régimen constitucional de pueblos hasta hace poco regidos por monarquías absolutas, el republicanismo amenazando a las monarquías constitucionales, el socialismo haciendo oír su voz en los Parlamentos, la Escuela Moderna abriendo sus puertas en las principales ciudades del mundo y la filosofía anarquista haciendo prosélitos hasta en pueblos como el del Indostán y la China: hechos son estos que no pueden ser considerados aisladamente, como no teniendo relación alguna con el estado general de la opinión, sino más bien como el principio de un poderoso movimiento universal en pos de la libertad y la felicidad.

Lo que indica claramente que nos encontramos en un periodo de transición, es el carácter de la tendencia de ese movimiento universal. No se ve en él, en manera alguna, el propósito de conservar las formas de vida política y social existentes, sino que cada pueblo, según el grado de cultura que ha alcanzado, según el grado de educación en que se halla, y el carácter más o menos revolucionario de sus sindicatos obreros, reacciona contra el medio ambiente en pro de la transformación, siendo digno de notarse que la fuerza propulsora, en la mayoría de los casos, para lograr la transformación en un sentido progresivo del ambiente, ya no viene desde arriba hacia abajo, esto es, de las clases altas a las bajas de la sociedad, como sucedía antes, sino desde abajo hacia arriba, siendo los sindicatos obreros, en realidad, los laboratorios en que se moldea y se prepara la nueva forma que adoptarán las sociedades humanas del porvenir. Este trabajo universal de transformación no podía dejar de afectar a México, que, aunque detenido en su evolución por la imposición forzosa de un despotismo sin paralelo casi en la historia de las desdichas humanas, de hace algunos años a esta parte, da también señales de vida, pues no podía sustraerse a él en esta época en que tan fácilmente se ponen en comunicación los pueblos todos de la Tierra. Los diarios, las revistas, los libros, los viajeros, el telégrafo, el cable submarino, las relaciones comerciales, todo contribuye a que ningún pueblo quede aislado y sin tomar carácter mundial, y México toma la parte que le corresponde en él, dispuesto, como todos los pueblos de la Tierra en este momento solemne, a dar un paso, si es que no puede dar un salto —que yo creo que sí lo dará—, en la grande obra de la transformación universal de las sociedades humanas.

México, como digo, no podía quedar aislado en el gran movimiento ascencional de las sociedades humanas, y prueba de lo que digo es la agitación que se observa en todas las ramas de la familia mexicana.

Haciendo a un lado preocupaciones de bandería, que creo no tener, voy a plantear ante vosotros la verdadera situación del pueblo mexicano y lo que la causa universal de la dignificación humana puede esperar de la participación de la sociedad mexicana en el movimiento de transformación del medio ambiente. No por su educación, sino por las circunstancias especiales en que se encuentra el pueblo mexicano, es probable que sea nuestra raza la primera en el mundo que dé un paso franco en la vía de la reforma social.

México es el país de los inmensamente pobres y de los inmensamente ricos. Casi puede decirse que en México no hay término medio entre las dos clases sociales: la alta y la baja, la poseedora y la no poseedora; hay, sencillamente, pobres y ricos. Los primeros, los pobres, privados casi en lo absoluto de toda comodidad, de todo bienestar; los segundos, los ricos, provistos de todo cuanto hace agradable la vida. México es el país de los contrastes. Sobre una tierra maravillosamente rica, vegeta un pueblo incomparablemente pobre. Alrededor de una aristocracia brillante, ricamente ataviada, pasea sus desnudeces la clase trabajadora. Lujosos trenes y soberbios palacios muestran el poder y la arrogancia de la clase rica, mientras los pobres se amontonan en las vecindades y pocilgas de los arrabales de las grandes ciudades. Y como para que todo sea contraste en México, al lado de una gran ilustración adquirida por algunas clases, se ofrece la negrura de la supina ignorancia de otras.

Estos contrastes tan notables, que ningún extranjero que visita México puede dejar de observar, alimentan y robustecen dos sentimientos: uno, de desprecio infinito de la clase rica e ilustrada por la clase trabajadora, y otro de odio amargo de la clase pobre por la clase dominadora, a la vez que la notable diferencia entre las dos clases va marcando en cada una de ellas caracteres étnicos distintos, al grado de que casi puede decirse que la familia mexicana está compuesta de dos razas diferentes, y andando el tiempo esa diferencia será de tal naturaleza que al hablar de México, los libros de geografía del porvenir dirán que son dos las razas que lo pueblan, si no se verificase una conmoción social que acercase las dos clases sociales y las mezclase, y fundiese las diferencias físicas de ambas en un solo tipo.

Cada día se hacen más tirantes las relaciones entre las dos clases sociales, a medida que el proletariado se hace más consciente de su miseria y la burguesía se da mejor cuenta de la tendencia, cada vez más definida, de las clases laboriosas a su emancipación. El trabajador ya no se conforma con los mezquinos salarios acostumbrados. Ahora emigra al extranjero en busca de bienestar económico, o invade los grandes centros industriales de México. Se está acabando en nuestro país el tipo de trabajador por el cual suspira la burguesía mexicana: aquel que trabajaba, para un solo amo toda la vida, el criado que desde niño ingresaba a una casa y se hacía viejo en ella, el peón que no conocía ni siquiera los confines de la hacienda donde nacía, crecía, trabajaba y moría. Había personas que no se alejaban más allá de donde todavía podían ser escuchadas las vibraciones del campanario de su pueblo. Este tipo de trabajador está siendo cada vez más escaso. Ya no se consideran, como antes, sagradas las deudas con la hacienda, las huelgas son más frecuentes de día en día y en varias partes del país nacen los embriones de los sindicatos obreros del porvenir. El conflicto entre el Capital y el Trabajo es ya un hecho, un hecho comprobado por una serie de actos que tienen exacta conexión unos con otros, la misma causa, la misma tendencia; fueron hace algunos años los primeros movimientos de los que despierta y se encuentra con que desciende por una pendiente; ahora es ya la desesperación del que se da cuenta del peligro y lucha a brazo partido movido por el instinto de propia conservación. Instinto digo, y creo no equivocarme. Hay una gran diferencia en el fondo de dos actos al parecer iguales. El instinto de propia conservación impele a un obrero a declararse en huelga para ganar algo más, de modo de poder pasar mejor la vida. Al obrar así ese obrero, no tiene en cuenta la justicia de su demanda. Simplemente quiere tener algunas pocas comodidades de las cuales carece, y si las obtiene, hasta se lo agradece al patrón, con cuya gratitud demuestra que no tiene idea alguna sobre el derecho que corresponde a cada trabajador de no dejar ganancia alguna a sus patrones. En cambio, el obrero que se declara en huelga con el preconcebido objeto de obtener no solo un aumento en su salario, sino de restar fuerza moral al pretendido derecho del Capital a obtener ganancias a costa del trabajo humano, aunque se trate igualmente de una huelga, obra el trabajador en este caso conscientemente y la trascendencia de su acto será grande para la causa de la clase trabajadora.

Pero si este movimiento espontáneo, producido por el instinto de la propia conservación, es inconsciente para la masa obrera mexicana, en general no lo es para una minoría selecta de la clase trabajadora de nuestro país, verdadero núcleo del gran organismo que resolverá el problema social en un porvenir cercano. Esa minoría, al obrar en un momento oportuno, tendrá el poder suficiente de llevar la gran masa de trabajadores a la conquista de su emancipación política y social.

Esto en cuanto a la situación económica de la clase trabajadora mexicana. Por lo que respecta a su situación política, a sus relaciones con los poderes públicos, todos vosotros sois testigos de cómo se las arregla el gobierno para tener sometida a la clase proletaria. Para ninguno de vosotros es cosa nueva saber que sobre México pesa el más vergonzoso de los despotismos. Porfirio Díaz, el jefe de ese despotismo ha tomado especial empeño en tener a los trabajadores en la ignorancia de sus derechos tanto políticos como sociales, como que sabe bien que la mejor base de una tiranía es la ignorancia de las masas. Un tirano no confía tanto la estabilidad de su dominio en la fuerza de las armas como en la ceguera del pueblo. De aquí que Porfirio Díaz no tome empeño en que las masas se eduquen y se dignifiquen. El bienestar, por si solo, obra benéficamente en la moralidad del individuo; Díaz lo comprende así, y para evitar que el mexicano se dignifique por el bienestar, aconseja a los patrones que no paguen salarios elevados a los trabajadores. De ese modo cierra el tirano todas las puertas a la clase trabajadora mexicana, arrebatándole dos de los principales agentes de fuerza moral: la educación y el bienestar.

Porfirio Díaz ha mostrado siempre decidido empeño en conseguir que el proletariado mexicano se considere a sí mismo inferior en mentalidad, moralidad y habilidad técnica y hasta en resistencia física a su hermano el trabajador europeo y norteamericano. Los periódicos pagados por el gobierno, entre los que descuella El Imparcial, han aconsejado en todo tiempo, sumisión al trabajador mexicano, en virtud de la supuesta inferioridad, insinuando que si el trabajador lograse mejor salario y disminución de la jornada de trabajo, tendría más dinero que derrochar en el vicio y más tiempo para contraer malos hábitos.

Esto, naturalmente, ha retrasado la evolución del proletariado mexicano; pero no es lo único que ha sufrido bajo el feroz despotismo del bandolero oaxaqueño. La miseria en su totalidad más aguda, la pobreza más abyecta, ha sido el resultado inmediato de esa política que tan provechosa ha sido así al despotismo como a la clase capitalista. Política provechosa para el despotismo ha sido esa, porque por medio de ella se han podido echar sobre las espaldas del pobre todas las cargas: las contribuciones son pagadas en último análisis por los pobres, exclusivamente; el contingente para el ejército se recluta exclusivamente entre la masa proletaria; los servicios gratuitos que imponen las autoridades de los pueblos recaen también, exclusivamente, en la persona de los pobres. Las autoridades, tanto políticas como municipales, fabrican fortunas multando a los trabajadores con el menor pretexto, y para que la explotación sea completa, las tiendas de raya reducen casi a nada los salarios, y el clero los merma aún más vendiendo el derecho de entrada al cielo.

No se sabe que tanto tiempo tendría que durar esta situación para el proletariado mexicano si por desgracia no hubieran alcanzado los efectos de la tiranía de Porfirio Díaz a las clases directoras mismas. Estas, durante los primeros lustros de la dictadura de Porfirio Díaz, fueron el mejor apoyo del despotismo. El clero y la burguesía, unidos fuertemente a la autoridad, tenían al pueblo trabajador completamente sometido; pero como la ley de la época es la competencia en el terreno de los negocios, una buena parte de la burguesía ha sido vencida por una minoría de su misma clase, formada de hombres inteligentes que se han aprovechado de su influencia en el poder público para hacer negocios cuantiosos acaparando para sí las mejores empresas y dejando sin participación en ellas al resto de la burguesía, lo que ocasionó, naturalmente, la división de esa clase, quedando leal a Porfirio Díaz la minoría burguesa conocida con el nombre de los científicos, mientras el resto volvió armas contra el gobierno y formó los partidos militantes de oposición a Díaz y especialmente a Ramón Corral, el vicepresidente, bajo las denominaciones de Partido Nacional Democrático y Partido Nacional Antirreeleccionista, cuyos programas conservadores no dejan lugar a duda de que no son partidos absolutamente burgueses. Sea como fuere, esos dos partidos forman parte de las fuerzas disolventes que obran en estos momentos contra la tiranía que impera en nuestro país, de las cuales la del Partido Liberal constituye la más enérgica y será la que en último resultado prepondere sobre los demás, como es de desearse, por ser el Partido Liberal el verdadero partido de los oprimidos, de los pobres, de los proletarios; la esperanza de los esclavos del salario, de los deheredados, de los que tienen por patria una tierra que pertenece por igual a científicos porfiristas como a burgueses demócratas y antireeleccionistas.

La situación del pueblo mexicano es especialísima, Contra el poder público obran en estos momentos los pobres, representados por el Partido Liberal, y los burgueses representados por los partidos Nacionalista democrático y Nacional antirreeleccionista. Esta situación tiene forzosamente que resolverse en un conflicto armado. La burguesía quiere negocios que la minoría científica no ha de darle. El proletariado, por su parte, quiere bienestar económico y dignificación social por medio de la toma de posesión de la tierra y la organización sindical, a lo que se oponen, por igual, el gobierno y los partidos burgueses.

Creo haber planteado el problema con claridad suficiente. Una lucha a muerte se prepara en estos momentos para la modificación del medio en que el pueblo mexicano, el pueblo pobre, se debate en una agonía de siglos, Si el pueblo pobre triunfa, esto es, si sigue las banderas del Partido Liberal, que es el de los trabajadores y las clases que no poseen bienes de fortuna, México será la primera nación del mundo que dé un paso franco por el sendero de los pueblos todos de la Tierra, aspiración poderosa que agita a la humanidad entera, sedienta de libertad, ansiosa de justicia, hambrienta de bienestar material; aspiración que se hace más aguda a medida que se ve con más claridad el evidente fracaso de la república burguesa para asegurar la libertad y la felicidad de los pueblos.

Disertación leída en la sección del Grupo Regeneración la noche del domingo 30 de octubre de 1910. Tribuna Roja: 18-26.

El miedo a la burguesía es la causa de la intervención

Camaradas:

Hipocresía, ambición irrefrenable, miedo: estos son los ingredientes malditos que entran en la composición de ese acto de piratas que se conoce con el nombre de intervención norteamericana. El atentado de Veracruz no es el acto gallardo del hombre que se interpone entre el verdugo y la víctima, sino el asalto brutal del bandido, llevado a cabo por sorpresa y por la espalda. La invasión de Veracruz por las fuerzas del capitalismo yanqui, no es el asalto audaz a la trinchera, en pleno día y a sangre y fuego, sino el golpe asestado en las tinieblas por un brazo invisible. La mano que clavó en las alturas de la ciudad sorprendida la bandera de las barras y las estrellas no fue la robusta mano del héroe, inspirado en altos ideales, sino la mano temblorosa del negociante, que lo mismo sabe vaciar de un zarpazo los bolsillos del pueblo, como azuzar sus perros contra el mismo pueblo cuando este muestra poca disposición para ser desvalijado.

El miedo a la bandera roja

La burguesía de los Estados Unidos —y la de todo el mundo— ve con espanto que el trabajador mexicano ha tomado por su cuenta la obra de su emancipación. La burguesía de todos los países no se siente tranquila ante el hermoso ejemplo que el proletariado mexicano está dando desde hace cuatro años, y teme que el ejemplo cunda a todos los países de la Tierra; teme que de un momento a otro, aquí mismo, en los Estados Unidos, así como en Europa y por todas partes, el desheredado enarbole la bandera de la rebelión, y, a ejemplo de su hermano el desheredado mexicano, prenda fuego a los palacios de sus señores, tome posesión de la riqueza y arranque la existencia de autoridades y ricos.

El insulto a la bandera

La burguesía de todos los países tiene interés, además, en que México esté poblado por esclavos para que no disminuyan los negocios. Quiere ver al mexicano eternamente encorvado, dejando en el trabajo su sangre, su salud y su porvenir en provecho de sus amos. Estos son los motivos de la invasión norteamericana. ¡Mentira que el insulto a la bandera de los Estados Unidos haya precipitado la guerra con México! Si los ricos y los gobiernos no tuvieran interés en que los explotados de todo el mundo no sigan el ejemplo de los desheredados de México; si el derecho de propiedad privada y el principio de autoridad no bamboleasen en México al empuje de los dignos proletarios rebeldes, no declararían la guerra, así pudiera permanecer eternamente en la bandera estrellada la saliva de Huerta.

Es, pues, el miedo de los grandes de la Tierra la causa de la guerra con México: el miedo a que se extienda por todo el mundo el movimiento mexicano, y el miedo a perder, para sus negocios, ese rico filón de oro que se llama México.

La libertad económica

Los hechos desarrollados en México desde hace cuatro años muestran que el desheredado mexicano está levantado en armas con el fin de conquistar de una vez para siempre, su libertad económica; esto es, la posibilidad de satisfacer todas sus necesidades tanto materiales como intelectuales, tanto las del cuerpo como las del pensamiento, sin necesidad de depender de un amo. La toma de posesión de la tierra y de los instrumentos de labranza, llevada a cabo en distintas regiones del país por las poblaciones sublevadas, indica que el proletariado mexicano ha empuñado el fusil, no para darse el extraño gusto de echarse encima de los hombros un nuevo gobernante, sino para conquistar la posibilidad de vivir sin depender de nadie, que es lo que debe entenderse por libertad económica.

Acción directa

El capitalismo ríe cuando el trabajador emplea la boleta electoral para conquistar su libertad económica; pero tiembla cuando el trabajador hace pedazos, indignado, las boletas que solo sirven para nombrar parásitos, y empuña el rifle para arrancar resueltamente de las manos del rico el bienestar y la libertad. Ríe el capitalismo ante las masas obreras que votan, porque sabe bien que el gobierno es el instrumento de los que poseen bienes materiales y el natural enemigo de los desheredados, por socialista que sea; pero su risa se torna en convulsión de terror cuando, perdida la confianza y la fe en el paternalismo de los gobiernos, el trabajador endereza el cuerpo, pisotea la ley, tiene confianza en sus puños, rompe sus cadenas y abre, con estas, el cráneo de las autoridades y los ricos...

Quieren esclavos

Veis, pues, que el capitalismo de todos los países tiene interés en que los trabajadores de otras partes del mundo no tomen ejemplo de los trabajadores mexicanos, y ese es el motivo que los ha empujado a obligar al gobierno de los Estados Unidos a intervenir en México. Poco importa a los capitalistas el insulto a la bandera de las barras y las estrellas; ellos mismos se ríen de ese trapo; ellos mismos hacen escarnio de ese hilacho, adornando con él las colas de los caballos y de los perros. Lo que a los capitalistas les interesa es que el trabajador mexicano siga trabajando de sol a sol, por un salario de hambre; lo que a los capitalistas les interesa, es que el trabajador mexicano siga encorvado sobre el surco, fecundando con su sudor una tierra que no es suya; lo que a los capitalistas interesa es que haya un gobierno estable en México que responda, a balazos, las demandas de los trabajadores.

El gobierno, protector de los ricos

¡Un gobierno! Eso es todo lo que piden los capitalistas, tanto mexicanos como de todo el mundo, porque ellos saben bien que gobierno es tiranía; porque ellos —los capitalistas— son los verdaderos gobernantes; pues los gobernantes, lo mismo sean presidentes como sean reyes, no son otra cosa que los perros guardianes del Capital.

¿Qué beneficio le viene al pobre con tener un gobierno? ¿Tiene, siquiera, pan, albergue, vestido y educación para sus hijos? ¿Es respetado el pobre por los representantes de la autoridad? Para el pobre, el gobierno es un verdugo. El pobre tiene que trabajar para pagar contribuciones al gobierno, y el gobierno tiene por misión defender los intereses de los ricos. ¿No es esto un contrasentido? El gobierno tiene gendarmes destinados a velar por los intereses de los ciudadanos; pero ¿qué intereses materiales tiene que perder el pobre? Desengañémonos, trabajadores: los pobres tenemos que pagar para que los bienes de los ricos sean protegidos; somos las víctimas las que tenemos que mantener, con nuestro sudor y nuestros sufrimientos, a los encargados de velar por la seguridad de los bienes de nuestros verdugos, los bienes que en manos de los ricos son el origen de nuestra esclavitud, son la fuente de nuestro infortunio.

Por eso los liberales gritamos: ¡muera todo gobierno! Y nuestros hermanos, los miembros del Partido Liberal Mexicano, luchan y mueren en los campos de la acción con el propósito de liberar al pueblo mexicano de ese monstruo de tres cabezas: gobierno, Capital, clero. Y en su acción redentora el esclavo de ayer se enfrenta a sus señores, ya no como el siervo de antes, sino como hombre, con la bomba de dinamita en una mano y tremolando con la otra la bandera roja de Tierra y Libertad.

La expropiación

Es que ha llegado el momento de tomar. Pasó, tal vez para no volver jamás, la época de la súplica y del ruego. Ya no piden pan más que los cobardes; los valientes toman. A los que se rompen la cabeza para obtener de sus amos la jornada de ocho horas, se les ve con lástima; los buenos no solamente rechazan la gracia de las ocho horas, sino que rechazan el sistema de salarios, y consecuentes con sus doctrinas, con la misma mano con que se apoderan de la riqueza que indebidamente retiene el rico, parten el corazón de este en dos, porque saben que si el burgués sobrevive a su derrota, la derrota se transforma en reacción y la reacción en la amenaza de la revolución.

Por todo esto la revolución mexicana es el espectáculo más grandioso que han contemplado las edades. El proletariado rebelde hace pedazos la ley, quema los archivos judiciales y de la propiedad, incendia las guaridas de la burguesía y de la autoridad, y con la mano con que antes hacía el signo de la cruz, con la mano que antes se extendía suplicante ante sus señores, con la mano creadora que solo había servido para amasar la fortuna de sus amos, toma posesión de la tierra y de los instrumentos de trabajo, declarándolo todo, propiedad de todos.

La ruina de la burguesía

Ya comprenderéis, hermanos desheredados, la impresión que este generoso movimiento habrá producido en el ánimo de los burgueses de todo el mundo. Ellos, que nos quisieran ver agonizantes a las plantas del hacendado y del cacique; ellos, que sueñan con que el país vuelva a estar en las mismas condiciones en que se encontraba bajo el despotismo de Porfirio Díaz. Pero esos tiempos se fueron para no volver jamás. Hoy para cada burgués tenemos un puñal; para cada gobernante tenemos una bomba. Pasaron aquellos tiempos en que el burgués hacía tranquilamente la digestión mientras sus esclavos se arrastraban sobre el surco o se consumían de anemia y de fatiga, en el fondo de la mina y de la fábrica. Ahora el burgués tiene que franquear las fronteras del país, si no quiere balancear de un poste de telégrafo.

No quieren la guillotina

Por humanidad, dicen los burgueses, es necesario que los Estados Unidos intervengan en México. ¡Por humanidad! ¿Quiénes nos hablan de humanidad? Nos hablan de humanidad los chacales carniceros que han bebido la sangre de los pobres. Nos hablan de humanidad los vampiros que no han tenido una mirada de compasión para los pobres. Ellos saben bien que en nuestros hogares no hay lumbre; ellos saben bien que nuestros pequeñuelos tienen hambre; ellos han visto nuestras covachas; ellos se han reído de nuestros andrajos; ellos nos han apartado con el bastón en el paseo para que no les ensuciemos sus vestidos; ellos nos han visto reventar de hambre a la vuelta de una esquina; ellos nos explotan mientras nuestros brazos son fuertes, y nos arrojan a la calle cuando somos viejos; ellos explotan los bracitos de nuestros hijos, imposibilitándolos para ganarse el pan más tarde; ellos conocen todos nuestros sufrimientos, sufrimientos causados por ellos, sufrimientos de los cuales ellos sacan su poder y su riqueza. ¿Cuándo han tenido para los pobres una mirada de lástima siquiera? No, hermanos de infortunio, no es por humanidad por lo que los burgueses están urgiendo la intervención; lo que ellos quieren es que se salve el sistema capitalista amenazado hoy de muerte por la acción del proletariado en armas; lo que ellos quieren es salvar sus riquezas y ahorrar a la guillotina el trabajo de cortarles el pescuezo.

Tierra y Libertad o muerte

Pero todos los esfuerzos de la arrogante burguesía resultarán inútiles. El trabajador ha levantado la cabeza; el trabajador sabe que entre las dos clases —la de los hambrientos y la de los hartos, la de los pobres y la de los ricos— no puede haber paz, no debe haber paz, sino guerra sin tregua, sin cuartel, hasta que la clase trabajadora triunfante haya echado la última paletada de tierra sobre el sepulcro del último burgués y del último representante de la autoridad, y los hombres redimidos puedan, al fin, darse un abrazo de hermanos y de iguales.

Discurso pronunciado el 4 de julio de 1914 en Santa Paula, California. Tribuna Roja: 57-63.

La patria burguesa y la patria universal

Camaradas:

La humanidad se encuentra en uno de los momentos más solemnes de su historia. En el universo nada es estable: todo cambia, y nos encontramos en el momento en que un cambio está por efectuarse en lo que se refiere al modo de agruparse de los seres humanos al conjunto de las instituciones económicas, políticas, sociales, morales y religiosas, que constituyen lo que se llama sistema capitalista, o sea el sistema de propiedad privada o individual.

El sistema capitalista muere herido por sí mismo, y la humanidad, asombrada, presencia el formidable suicidio. No son los trabajadores los que han arrastrado a las naciones a echarse unas sobre otras: es la burguesía misma la que ha provocado el conflicto, en su afán por dominar los mercados. La burguesía alemana realizaba colosales progresos en la industria y en el comercio, y la burguesía inglesa sentía celos de su rival. Eso es lo que hay en el fondo de ese conflicto que se llama guerra europea: celos de mercachifles, enemistades de traficantes, querellas de aventureros. No se litiga en los campos de Europa el honor de un pueblo, de una raza o de una patria, sino que se disputa, en esa lucha de fieras, el bolsillo de cada quien: son lobos hambrientos que tratan de arrebatarse una presa. No se trata del honor nacional herido ni de la bandera ultrajada, sino de una lucha por la posición del dinero, del dinero que primero se hizo sudar al pueblo en los campos, en las fábricas, en las minas, en todos los lugares de explotación y que ahora se quiere que ese mismo pueblo explotado lo guarde con su vida en los bolsillos de los que lo robaron.

¡Qué sarcasmo! ¡Qué ironía sangrienta! Se hace trabajar al pueblo por un mendrugo, quedándose los amos con la ganancia, y después se hace que los pueblos se destrocen unos a otros para que esa ganancia no sea arrancada de las uñas de sus verdugos. Protegernos los pobres, está bien: ése es nuestro deber, esa es la obligación que nos impone la solidaridad. Protegernos los unos a los otros, ayudarnos, defendernos mutuamente, es una necesidad que debemos satisfacer si no queremos ser aniquilados por nuestros señores; pero armarnos, y echarnos unos sobre los otros para defender el bolsillo de nuestros amos, es un crimen de lesa clase, es una felonía que debemos rechazar indignados. A las armas, está bien; pero contra los enemigos de nuestra clase, contra los burgueses, y si nuestro brazo ha de tronchar alguna cabeza, que sea la del rico; si nuestro puñal ha de alcanzar algún corazón, que sea el del burgués. Pero no nos destrocemos los pobres unos a otros.

En los campos de Europa los pobres se destrozan unos a los otros en beneficio de los ricos, quienes hacen creer que luchan en beneficio de la patria. Y bien; ¿qué patria tiene el pobre? El que no cuenta más que con sus brazos para ganarse el sustento, sustento del que carece si el amo maldito no se le antoja explotarlo, ¿qué patria tiene? Porque la patria debe ser algo así como una buena madre que ampara por igual a todos sus hijos. ¿Qué amparo tienen los pobres en sus respectivas patrias? ¡Ninguno! El pobre es un esclavo en todos los países, es desgraciado en todas las patrias, es un mártir bajo todos los gobiernos.

Las patrias no dan pan al hambriento, no consuelan al triste, no enjugan el sudor de la frente del trabajador rendido de fatiga, no se interponen entre el débil y el fuerte para que este no abuse del primero; pero cuando los intereses del rico están en peligro, entonces se llama al pobre para que exponga su vida por la patria, por la patria de los ricos, por una patria que no es nuestra, sino de nuestros verdugos.

Abramos los ojos, hermanos de cadena y de explotación; abramos los ojos a la luz de la razón. La patria es de los que la poseen, y los pobres nada poseen. La patria es la madre cariñosa del rico y la madrastra del pobre. La patria es el polizonte armado de un garrote, que nos arroja a puntapiés al fondo de un calabozo o nos pone el cordel en el pescuezo cuando no queremos obedecer las leyes escritas por los ricos en beneficio de los mismos ricos. La patria no es nuestra madre: ¡es nuestro verdugo!

Y por defender a ese verdugo, nuestros hermanos los proletarios de Europa se arrancan la existencia los unos a los otros. Imaginaos el espacio que ocuparan más de 6.000.000 de cadáveres; una montaña de cadáveres, ríos de sangre y de lágrimas, eso es lo que ha producido hasta este momento la guerra europea. Y esos muertos son nuestros hermanos de clase, son carne de nuestra carne y sangre de nuestra sangre. Son trabajadores que desde niños fueron enseñados a amar a la patria burguesa, para que, llegado el caso, se dejasen matar por ella. ¿Qué poseían de sus patrias esos héroes? ¡Nada! No poseían otra cosa que un par de brazos robustos para procurarse el sustento propio y el de sus familias. Ahora las viudas, los dolientes de esos trabajadores tendrán que morirse de hambre. Las mujeres se prostituirán para llevarse a la boca un pedazo de pan; los niños robarán para llevar algo de comer a sus ancianos padres; los enfermos irán al hospital y a la tumba. Burdel, presidio, hospital, muerte miserable: he ahí el premio que recibirán los deudos de los héroes que mueren por su patria, mientras que los ricos y los gobernantes derrochan en francachelas el oro que se ha hecho sudar al pueblo en la fábrica, en el taller, en la mina. ¡Qué contraste! Sacrificio, dolor, lágrimas para los que todo lo producen, para los creadores abnegados de la riqueza. Placeres y dichas para los holgazanes que están sobre nuestros hombros. Sacudámonos, agitémonos, obremos para que caigan a nuestros pies los parásitos que acaban con nuestra existencia. Pongamos resueltamente nuestros puños en el cuello del enemigo. Somos más fuertes que él. Un revolucionario dijo esta inmensa verdad: Los tiranos nos parecen grandes porque estamos de rodillas; ¡levantémonos!

Y bien: horrible como es la carnicería insensata que convierte en matadero el territorio del viejo mundo, ella tiene que producir inmensos bienes a la humanidad, y en lugar de entregarnos a tristes reflexiones considerando tan solo el dolor, las lágrimas y la sangre, alegrémonos, regocijémonos de que tal hecatombe haya tenido lugar. La catástrofe mundial que contemplamos es un mal necesario. Los pueblos, envilecidos por la civilización burguesa, ya no se acordaban de que tenían derechos, y se hacía indispensable una sacudida formidable para despertarlos a la realidad de las cosas. Hay muchos que necesitan del dolor para abrir sus cerebros a la razón. El maltrato envilece al apocado y al tímido; pero en el pecho del hombre de vergüenza despierta sentimientos de dignidad y de noble orgullo que lo hacen rebelarse. El hambre doblega al cobarde y lo entrega de rodillas al burgués; pero es al mismo tiempo un acicate que hace encabritar a los pueblos. El sufrimiento puede conducir a la resignación y a la paciencia: pero también puede poner, en las manos del hombre valiente, el puñal, la bomba y el revólver. Y esto será lo que suceda cuando termine esta guerra infame, o lo que la hará terminar. Las grandes batallas cámpales terminarán con la barricada y el motín de los pueblos rebelados, y las banderas nacionales se desvanecerán en el espacio, para dar lugar a la bandera roja de los desheredados del mundo. Entonces la revolución que nació en México, y que vive aún como un azote y un castigo para los que explotan, los que embaucan y los que oprimen a la humanidad, extenderá sus flamas bienhechoras por toda la Tierra y en lugar de cabezas de proletarios rodarán por el suelo las cabezas de los ricos, de los gobernantes y de los sacerdotes, y un solo grito subirá al espacio escapado del pecho de millones y millones de seres humanos: ¡Viva Tierra y Libertad!

Y por primera vez el sol no se avergonzará de enviar sus rayos gloriosos a esta mustia Tierra, dignificada por la rebelión, y una humanidad nueva, más justa, más sabia, convertirá a todas las patrias en una sola patria, grande, hermosa, buena: la patria de los seres humanos; la patria del hombre y de la mujer, con una sola bandera: la de la fraternidad universal.

Saludemos, compañeros de fatigas y de ideales, a la revolución mexicana. Saludemos esa epopeya sublime del peón convertido en hombre libre por la rebeldía, y pongamos todo lo que esté de nuestra parte, nuestro dinero, nuestro talento, nuestra energía, nuestra buena voluntad, y si necesario es sacrifiquemos nuestro bienestar, nuestra libertad y aún nuestra vida para que esa revolución no termine con el encumbramiento de ningún hombre al poder, sino que, siguiendo su curso reivindicador, termine con la abolición del derecho de propiedad privada y la muerte del principio de autoridad; porque mientras haya hombres que poseen y hombres que nada tienen, el bienestar y la libertad serán un sueño, continuarán existiendo tan solo como una bella ilusión jamás realizada.

La revolución no debe ser el medio de que se valgan los malvados para encumbrarse, sino el movimiento justiciero que dé muerte a la miseria y a la tiranía, cosas que no mueren eligiendo gobernantes, sino acabando con el llamado derecho de propiedad privada. Este derecho es la causa de todos los males que sufre la humanidad. No hay que buscar el origen de nuestros males en otra cosa, pues por el derecho de propiedad hay gobierno y hay sacerdotes. El gobierno es el encargado de ver que los ricos no sean despojados por los pobres, y los sacerdotes no tienen otra misión que infundir en los pechos proletarios la paciencia, la resignación y el temor de Dios, para que no piensen jamás en rebelarse contra sus tiranos y explotadores.

El Partido Liberal Mexicano —unión obrera revolucionaria— comprende que la libertad y el bienestar son imposibles mientras existan el Capital, la autoridad y el clero, y a la muerte de estos tres monstruos o de ese monstruo de tres cabezas, tienden todos sus esfuerzos, y a la propaganda y a la acción de los miembros de este Partido se debe el hecho de que no hay un gobierno estable en México, esto es, que no se fortalezca una nueva tiranía. No queremos ricos, no queremos gobernantes ni sacerdotes; no queremos bribones que exploten las fuerzas de los trabajadores; no queremos bandidos que sostengan con la ley a esos bribones, ni malvados que en nombre de cualquier religión hagan del pobre un cordero que se deje devorar de los lobos sin resistencia y sin protesta.

Aquellos de vosotros que queráis conocer a fondo porque lucha el Partido Liberal Mexicano, no tenéis que hacer otra cosa que leer el Manifiesto del 23 de septiembre de 1911, promulgado por la Junta Organizadora del Partido.

Así como la guerra europea es un mal necesario, la revolución mexicana es un bien. Hay sangre, hay lágrimas, hay sacrificios, es cierto; pero ¿qué grande conquista ha sido obtenida entre fiestas y placeres? La libertad es la conquista más grande que puede apetecer un pecho digno, y la libertad solo se obtiene arrostrando la muerte, la miseria y el calabozo.

Pensar que de otra manera se puede conquistar la libertad, es equivocarse lamentablemente.

Nuestra libertad está en las manos de nuestros opresores: de ahí que no podamos adquirirla sin lucha y sin sacrificio.

¡Adelante! Si en Europa se combate todavía por la patria, esto es, por los ricos, en México se lucha por Tierra y Libertad. ¡Adelante! El momento es solemne. En México el sistema capitalista se derrumba a los golpes de la plebe dignificada y los clamores de los ricos y los clérigos llegan a Washington a trastornar el seso de ese pobre juguete de la burguesía que se llama Woodrow Wilson, el presidente enano, el funcionario de sainete que, por ironía del destino, le ha tocado ser actor en una tragedia en la que solamente deberían tomar parte personajes de hierro.

¡Adelante! El remedio está a nuestro alcance. Para acabar con el sistema capitalista no tenemos otra cosa que hacer que poner nuestras manos sobre los bienes que se encuentran en las garras de los ricos y declararlos propiedad de todos, hombres y mujeres. El hombre arriesga su vida por encumbrar a un gobernante, que por más amigo del pobre que se diga ser, nunca lo será más que lo es del rico, ya que su misión es velar porque la ley sea respetada, y la ley ordena que se respete el derecho de propiedad privada o individual. ¿Para qué matarse por tener un gobierno? ¿Por qué no, mejor, sacrificarse por no tener ninguno, con mayor razón cuando el mismo esfuerzo que se hace para quitar a un gobernante y poner otro en su lugar, es el mismo que se necesita para arrancar de las manos de los ricos la riqueza que detentan?

La expropiación: este es el remedio; pero debe ser la expropiación para beneficio de todos y no de unos cuantos. La expropiación es la llave de oro que abre las puertas de la libertad, porque la posesión de la riqueza da la independencia económica. El que no necesita alquilar sus brazos para vivir, ese es libre.

¡Adelante! No es posible detenerse y ser simples espectadores del drama formidable. Que cada cual se una a los de su clase: el pobre con el pobre; el rico con el rico, para que cada quien se encuentre con los suyos y en su puesto en la batalla final: la de los pobres contra los ricos; la de los oprimidos contra los opresores; la de los hambrientos contra los hartos, y cuando el humo del último disparo se haya disipado, y del edificio burgués no quede piedra sobre piedra, que el sol alumbre nuestras frentes ennoblecidas y a la Tierra le quepa el orgullo de sentirse pisada por hombres y no por rebaños.

Aprendamos algo de nuestros hermanos los revolucionarios expropiadores de México. Ellos no han esperado a que se encarame nadie a la presidencia de la República para iniciar una era de justicia. Como hombres han destruido todo lo que se oponía a su acción redentora. Revolucionarios de verdad, han hecho pedazos la ley; la ley solapadora de la injusticia; la ley alcahueta del fuerte. Con mano robusta han hecho pedazos las rejas de los presidios y con los barrotes han hundido el cráneo de jueces y cagatintas. Al burgués le han acariciado el pescuezo con la cuenta de los ahorcados, y con gesto heroico, jamás presenciado por los siglos, han puesto las manos sobre la tierra que palpita emocionada al sentirse poseída por hombres libres...

¡Adelante! Que en este momento solemne cada quien cumpla con su deber.

¡Viva la anarquía! ¡Viva el Partido Liberal Mexicano! ¡Viva Tierra y Libertad!

Discurso pronunciado el 19 de septiembre de 1915, California. Tribuna Roja: 76-83.

Epistolario revolucionario e íntimo

Penitenciaría Federal de los Estados Unidos.
Leavenworth, Kansas. Diciembre 20 de 1920

Nicolás T Bernal
Oakland, Calif.

Mí querido Nicolás:

Es inútil decir cuán bien recibidas son tus cartas, porque ellas siempre traen en una u otra forma la expresión de tus sentimientos, o las noticias referentes al trabajo llevado a cabo para promover el advenimiento de la por tanto tiempo suspirada justicia social; o detalles del trabajo especial que mis amigos han emprendido para conseguir mi libertad, o el aliento fraternal de los trabajadores mexicanos, aliento que llena el corazón de uno con alegría, vigor y esperanza. Así, pues, tu querida carta del 13 del actual ha sido bien recibida, muy bien recibida.

El mensaje del Sindicato de Obreros Panaderos de San Luis Potosí es conmovedor y animador. Te suplico hagas saber a estos generosos compañeros cuánto aprecio sus alentadoras palabras, en las cuales respira la sinceridad de los hombres honrados del trabajo. El saludo de estos hermanos ha llenado mi corazón de esperanzas, de esperanzas en ese futuro en que sueño, cuando cada uno sea su propio amo y cuando el único código de leyes que gobierne las relaciones entre los seres humanos esté contenido en estas simples palabras: No hagas a otro lo que no quieras que te hagan a ti. Estaba yo muy enfermo, cuando aquel cariñoso saludo llegó a mis manos. Enfermo del cuerpo y enfermo del alma; pero hay cierto encanto en la fraseología que lo anima, que tuvo el mérito de mitigar un poco mi adolorido corazón, así como mi cuerpo envejecido y estrujado por las inclemencias del tiempo, haciendo que ello duplicase mi reconocimiento a estos generosos y queridos compañeros.

¡Oh, si ellos supieran que mi libertad está en sus manos!

Después de escrito lo anterior llegó a mis manos una carta del 16 del actual, en la que transcribiste la carta que... te escribió refiriéndose a la pensión que la Cámara de Diputados, generosamente acordó para Librado y para mí.

No puedo escribir directamente a México por razones que te expliqué en mi última carta. Así, pues, dile a... que yo no sé lo que Librado piense acerca de esta pensión, y hablo solamente en mi nombre. Soy anarquista, y no podría sin remordimiento y vergüenza, recibir el dinero arrebatado al pueblo por el gobierno.

Agradezco los sentimientos generosos que impulsaron a la Cámara de Diputados a acordar dicha pensión. Ellos tienen razón porque creen en el Estado, y consideran honesto imponer contribuciones al pueblo para el sostenimiento del Estado; pero mi punto de vista es diferente. Yo no creo en el Estado; sostengo la abolición de las fronteras internacionales; lucho por la fraternidad universal del hombre; considero al Estado como una institución creada por el capitalismo para garantizar la explotación y subyugación de las masas. Por consiguiente todo dinero obtenido por el Estado representa el sudor, la angustia y el sacrificio de los trabajadores. Si el dinero viniera directamente de los trabajadores, gustosamente, y hasta con orgullo, lo aceptaría, porque son mis hermanos. Pero viniendo por intervención del Estado, después de haber sido exigido —según mi convicción— del pueblo, es un dinero que quemaría mis manos, y llenaría mi corazón de remordimiento. Mis agradecimientos a Antonio Díaz Soto y Gama en particular, y a los generosos diputados en general. Ellos pueden estar seguros que con todo mi corazón aprecio sus buenos deseos; pero yo no puedo aceptar el dinero.

Recibe un fuerte abrazo de tu hermano.

Epistolario revolucionario e íntimo: 31-33.


Penitenciaría Federal de los Estados Unidos.
Leavenworth, Kansas. Abril 6 de 1921

Nicolás T. Bernal.
Oakland, Calif.

Mí querido Nicolás:

Es con un sentimiento de alivio que contesto tu querida carta del 26 de marzo último, en la que me informo que la crisis de tu enfermedad ha pasado ya, no obstante haberte dejado fatigado y consumido. Me alegro mucho que lo más duro de tus sentimientos físicos se te haya pasado, y confío que tu juventud ayudara al rápido mejoramiento de tu salud. Ahora paso a otro asunto. Creo que no estás enterado de que mis amigos de New York pidieron otra vez mi libertad a los funcionarios del gobierno, basándose en que mi enfermedad está aumentando. El nuevo Procurador General, el 15 de marzo último, en substancia contestó lo siguiente: que aunque es verdad que estoy quedando ciego no estoy ciego todavía; que aunque mi salud en general no está buena, no estoy todavía en una condición agonizante, y que como el juez y el fiscal de mi jurado se oponen a que se me ponga en libertad, tengo que permanecer tras las rejas de la prisión. Así es que no hay para mi esperanza de salir, a menos que pida perdón, que es lo que ellos pretenden; y esto nunca lo haré. Tú sabes por qué. No es porque sea valiente, no lo soy. Me horroriza la vida en la prisión, me siento miserable. Amante de lo bello, estoy enfrentado a la fealdad. Dentro de las paredes de la prisión me siento envilecido y humillado; pero toda la humillación que sufro no es comparable a la que sentiría si estas puertas me fuesen abiertas al precio de mi honor de luchador. El terror de este sufrimiento es lo que me da la apariencia de un luchador audaz.

¡Alegrémonos! El tiempo pasa; y no pasa en vano. Hay algo que se agita en el corazón de las masas. ¿Qué es? ¿Es una ansia fecunda por la libertad? No: ellas nunca han sabido lo que es libertad, lo que es sentir sed por ella. Es un sentimiento de inquietud lo que se ha apoderado de ellas. Ellas no saben lo que es, aunque presumen que algo marcha mal. Eso es ya alentador, que al final se sentirán descontentas, porque nada hay tan desanimador como la vista de un esclavo satisfecho. El descontento es fructífero, y veo con júbilo esta fecunda dolencia que infecta hasta las más pacientes y resignadas razas del mundo. ¡Hay esperanza! ¡Alegrémonos!

Me despido con saludos para nuestras buenas compañeras y con un fuerte abrazo de tu hermano.

Epistolario revolucionario e íntimo: 71-72. (Traducción al inglés).

Penitenciaría Federal de los Estados Unidos.
Leavenworth, Kansas. Junio 2 de 1921

Nicolás T. Bernal.
Oakland, Calif.

Mí querido Nicolás:

Me vi obligado a detener mi contestación a tu estimada carta del 31 de mayo último, porque tenía algunas cartas que por su naturaleza demandaban respuesta pronta y personal.

Mi viejo amigo Felipe Jáuregui —Consulado de México, Vigo, España—, me escribe otra vez y sobre un tema que no quiero dejar de contestar. Este buen amigo mío, aunque reconoce que el ideal anarquista es grande y puro, no obstante me aconseja no contender por él, sino más bien acomodarme a las circunstancias, llevado por lo tanto, deliberadamente, al capricho de las olas; porque, después de todo lo que se diga, solo por grados podrá la humanidad llegar a un sistema de intercurso social que esté basado en el amor y la justicia. Esto es, en sustancia, lo que dice Jáuregui. Estimo su consejo, pues me lo da en un espíritu de amistad, y con el objeto de inducirme a tomar un descanso, descanso que ciertamente mucho necesita mi cuerpo adolorido. Pero, ¿tengo derecho a un descanso? Si detengo mi lucha por el ideal, ¿puede alguno garantizarse un descanso? No; nadie puede asegurármelo, pues la fuerza que me obliga a interponer mi cuerpo adolorido entre el amo y el esclavo, no está afuera, sino dentro de mí: es mi conciencia. Si detuviera mis esfuerzos por la libertad y la justicia para que mi cuerpo pudiera disfrutar de las comodidades de que se ha privado voluntariamente, una conciencia ultrajada y encolerizada se levantaría dentro de mí para amargar la mezquina satisfacción que hubiera comprado al precio de mi honor.

Respecto a que la humanidad solamente por grados podría llegar a un sistema de intercurso social basado en el amor y la justicia, no puedo realmente entender la conclusión. No fue por grados como la humanidad pasó de la autocracia a la democracia, y el salto de la anterior a la última implica una revolución mental mucho más profunda que la que es necesaria para capacitar a las masas a que abracen mi ideal. ¿Se ha olvidado que fue el mismo Dios que gobernó por medio del Rey? Sin embargo, sabemos que las masas tomaron en sus manos la institución divina, la destruyeron y trataron de gobernarse a sí mismas para suprimir el privilegio y obtener la libertad, la justicia y el bienestar para todos. La humanidad no pasó de la autocracia a la democracia por grados, sino en el acto; y si no tuvo éxito en su generoso intento para hacer a todos libres y felices, el fracaso no se debió al salto que dio, sino al hecho de que se dejó intacta la fuente de donde provenían el privilegio y la desigualdad; esto es, la propiedad privada. Siempre que se habla del anarquismo, todos se encantan con sus sublimes principios, y muchos, con un profundo suspiro, exclaman: ¡Qué hermoso; pero la humanidad es tan ignorante todavía, que pasará mucho tiempo antes de que se pueda vivir en anarquía! ¡Qué error! El estudio de los pueblos primitivos, los esquimales por ejemplo, y muchos otros entre los cuales no ha hecho su aparición la llamada civilización, demuestra que viven prácticamente en anarquía y, por lo tanto, son libres y felices, no habiendo sido pervertido su sentido de justicia por los móviles mío y tuyo ¡Lo único que se necesita es ser tan cuerdo como el esquimal!

Recibí uno de los folletos de que me hablaste. Gracias a nuestro querido Owen.

Con recuerdos a los buenos camaradas y un fuerte abrazo para ti, quedo tu hermano.

Epistolario revolucionario e íntimo: 8-10. (Traducción al inglés).

Penitenciaría Federal de los Estados Unidos.
Leavenworth, Kansas. Agosto 3 de 1921

Nicolás T. Bernal.
Oakland, Calif.

Mí querido Nicolás:

Tu carta del 18 de julio último la recibí.

Me llenan de regocijo los esfuerzos de los compañeros mexicanos. Sin embargo, no puedo abrigar la esperanza de ser puesto en libertad; anteriormente se han hecho esfuerzos para ello, pero sin provecho. Soy considerado peligroso por los que están en el Poder, como puede verse por la carta del señor Daugherty al señor Harry Weinberger. Peligroso para el capitalismo, por supuesto; peligroso para la tiranía, y mientras el capitalismo esté en la silla en los Estados Unidos, seguiré siendo un forzado huésped de sus calabozos. El señor Daugherty, como vocero del gobierno, quiere que demuestre yo arrepentimiento, y en esto el sarcasmo toca los límites de la tragedia. ¿Arrepentimiento? No he explotado el sudor, el dolor, la fatiga, ni el trabajo de otros; no he oprimido ni una sola alma; no tengo de qué arrepentirme. Mi vida ha sido consumida sin haber adquirido riqueza, poder o gloria, cuando pude haber obtenido estas tres cosas muy fácilmente; pero no lo lamento. Riqueza, poder o gloria solamente se conquistan atropellando los derechos de otro. Mi conciencia está tranquila, porque sabe que bajo mi vestidura de convicto late un corazón honrado. Yo pudiera ser puesto en libertad tan solo con firmar una petición de perdón, arrepintiéndome de lo que he hecho, como sugiere el Ministerio de Justicia que haga. Entonces podría reunirme a mi pobre y abandonada familia; podría atender la decadencia de mi vista, cuya debilidad, que está siempre aumentando, arroja sombras a mi alrededor y amargura en mi corazón; pero pienso que la alegría de estar afuera de este infierno, que parece haberme tragado para siempre, sería cruelmente ahogada por la protesta de una indignada conciencia que me gritaría: ¡Vergüenza! ¡Vergüenza! ¡Vergüenza! Porque es mi honor como luchador por la libertad, mi honor como defensor del pobre y del desheredado, vigorizado en treinta años de lucha por la justicia para todos, el que está en peligro. Siendo así, no renunciaré al ideal, venga lo que venga.

Con la esperanza de saber pronto de ti y algo respecto de la impresión de mi último drama, me despido con saludos para todos nuestros buenos camaradas, y un fuerte abrazo de tu hermano.

Epistolario revolucionario e íntimo: 23-24. (Traducción al inglés).

Penitenciaría Federal de los Estados Unidos.
Leavenworth, Kansas. Mayo 2 de 1922.

Señorita Irene Benton.
Granada, Minn.

Mí querida camarada:

Tu carta, tan perfectamente calculada para difundir algún calor en mi corazón adolorido, tuvo éxito en su generosa misión, y especialmente la última parte de ella, en donde dices lo que tu querida madre piensa acerca de mí, tocó las más delicadas fibras de mi corazón. Me conmovió casi al punto de derramar lágrimas, porque pensé en mi propia madre, muerta hace tanto tiempo. ¡Hace 21 años! Estaba yo en la prisión en ese tiempo, castigado por haber denunciado la tiranía sangrienta de Porfirio Díaz, y, por lo tanto, no pude estar al lado de su lecho, no pude darle mi último beso, ni pude oír sus últimas palabras. Esto pasó en la ciudad de México el 14 de junio de 1900, un poco menos de tres años antes de mi venida a este país, como un refugiado político en busca de libertad.

Muchas gracias a ti y a tu querida madre por sus simpatías hacia mí, expresadas en tu hermosa carta.

Tu información de la obra realizada ya en los campos y de la que está en preparación, es de lo más interesante, pues no puedes imaginarte cuánto amo al campo, las selvas, las montañas. Los hombres —dices— han estado ocupados en los campos preparando el terreno para recibir la semilla. ¡Qué mundo de emociones y pensamientos fomentan esas pocas palabras en mi ser!, porque yo también he sido sembrador, aunque sembrador de ideales... y he sentido lo que el sembrador de semillas siente, y la semejanza de emociones me impulsa a llamarle mi hermano y colaborador. Él deposita sus semillas en las generosas entrañas de la tierra, y yo deposito las mías en los cerebros de mis semejantes, y ambos esperamos, esperamos, esperamos... y las agonías que él sufre en su espera, son mis agonías. La más pequeña muestra de mala suerte oprime nuestro corazón, y conteniendo su aliento espera que la roturación de la costra de la tierra le anuncie que la semilla ha brotado, y yo, con mi corazón comprimido, espero la palabra, la acción, el gesto que indique la germinación de la semilla en un cerebro fértil... La única diferencia entre el sembrador de semillas y el sembrador de ideales reside en el tiempo y la manera de trabajar, pues mientras que el primero tiene la noche para solaz y descanso de su cuerpo, y, además, espera hasta que la estación sea favorable para su siembra, y solamente planta en donde el suelo es generoso, el último no tiene noches ni estaciones del año; todas las tierras merecen sus atenciones y trabajos. Siembra en la primavera así como en el invierno, en el día y en la noche, en la noche y en el día; en todos los climas, bajo todos los cielos y cualquiera que pueda ser la calidad del cerebro, sin tener en cuenta el tiempo... Aunque el rayo truene a las alturas en donde residen los arbitrios de los destinos humanos.

El sembrador de ideales no detiene su obra: camina hacia un futuro que mira con los ojos de su mente, sembrando, sembrando, sembrando. Puños muy agitados pueden agitarse amenazadoramente, y toda la atmósfera que lo envuelve puede temblar y llegar a arder con el odio difundido por aquellos cuyo interés es dejar sin cultivo el cerebro de las masas... El sembrador de ideales no retrocede; el sembrador de ideales continúa sembrando, sembrando, sembrando... Lejos y cerca, aquí y allá, bajo cielos lívidos iluminados por un sol amarillo que, proyectando sus lúgubres siluetas contra ceñudos horizontes que presagian cadalsos, extiende sus siniestros brazos como antenas de monstruosas criaturas engendradas por la fiebre o producidas por la locura, mientras enormes puertas negras de fierro anhelan por su carne y su alma... El sembrador no retrocede, el sembrador continúa sembrando, sembrando, sembrando... y esta ha sido su tarea desde tiempo inmemorial, y este ha sido su destino aun desde antes de que la humanidad surgiera dignificada y erecta, de la selva, en donde transcurrió su infancia a gatas con los demás cuadrúpedos, la fauna; porque el sembrador de ideales ha tenido siempre una misión de combate; pero sereno y majestuosamente, con un amplio movimiento de su brazo, tan amplio que parece trazar en el aire hostil la órbita de un sol. Él siembra, siembra, siembra la semilla que hace avanzar a la humanidad, aunque con grandes tropiezos, hacia ese futuro que él ve con los ojos de su mente...

¡Tu carta es tan tierna! ¡Oh mi querida camarada!; eres tan amable como tu querida madre. Sí, tu simpatía me calma, me hace mucho bien; gracias un millón de veces. Los recortes son muy interesantes y las pinturas muy simpáticas. Ahora me despido.

Di a Rivera tu recado; está muy agradecido. Tuyo fraternalmente.

Epistolario revolucionario e íntimo: 29-32. (Traducción al inglés).

Penitenciaría Federal de los Estados Unidos.
Leavenworth, Kansas. Agosto 25 de 1922.

Señorita Elena White.
Nueva York, N. Y.

Mí querida camarada:

De modo que mi carta no se perdió. Me alegro, mucho me alegro que haya llegado con seguridad a su apreciable destino, como puedo ver por el contenido de tu afectuosa misiva, fecha 5 del presente, la cual recibí, aunque no así las flores... ¡Pobres flores! Pero tu carta es más hermosa que mil flores. ¡Qué bien escribes cuando quieres hacerlo!

No me siento inclinado a escribir esta vez; ¡siento tanta melancolía! He estado muy enfermo durante estos últimos tres o cuatro meses; parece como que los grandes fríos, que tanto me atormentan, están degenerando en una enfermedad terrible, espantosa. Durante los últimos diez días, poco más o menos, he estado esputando sangre. He sido examinado, pero no conozco el resultado; pues el análisis del esputo fue hecho en Topeka, Kansas, y el Informe aún no llega aquí. No puedo menos que sentirme triste. Comprendo que de una manera u otra tiene uno que morir; pero, a pesar de eso, no puedo dejar de estar triste. Sin embargo, tu carta es tan agradable; encuentro tanta fragancia en ella, que me siento inspirado. ¡Cuán grande es el poder de la expresión sincera de los sentimientos! Y bajo el encanto de tus sentimientos, sueño. He aquí que han desaparecido los muros, y las rejas y los puños velludos armados con garrotes, signos todos de mi existencia crepuscular. ¡Qué bien y con que claridad veo, y con qué fuerza y que vigoroso me siento: es un milagro! Mientras que vibre en mis oídos una suave melodía que pocos mortales oyen, miro, a través del aire traslúcido, las calles, y las plazas, y los edificios y los monumentos de una ciudad, de la Ciudad de la Paz, como lo comprendo por una señal desplegada en la parte más alta de los más elevados edificios y monumentos de esta maravillosa comunidad. Un suspiro de alivio brota de mi atormentado pecho, y como si este suspiro, que parece compendiar la tristeza colectiva que ha vivido en los corazones de los humildes de todos los países, desde que en la noche de los tiempos fue oído por primera vez el silbido de un látigo manejado por un amo, fuese la señal para las felices multitudes de entrar en la vida, las calles, las plazas, los edificios y los monumentos se llenan repentinamente de gente, viejos y jóvenes, hombres y mujeres, los dichosos moradores de la Ciudad de la Paz. Con respeto y admiración dirijo una mirada a toda la extensión abarcando toda la pompa de las calles, las plazas, los edificios y monumentos, que parecen sonreír bajo el sol; no se ve una sola torre de iglesia apuntando hacia las alturas como en un esfuerzo para hacer al hombre ver con desprecio las cosas de la vida, ni está el claro azul del cielo afrentado con las feas siluetas de muros almenados; ni una prisión, ni una casa de tribunal, ni el edificio del Capital ofenden la suave y tranquila belleza de la Ciudad de la Paz. Es la Ciudad sin pecado ni virtud. En su admirable lenguaje vernacular, lleno de palabras capaces de expresar los más sutiles y más ligeras emociones, no hay significado para las palabras amo y esclavo, caridad y piedad, autoridad y obediencia. Como no existe el pecado, la vergüenza es desconocida allí. Las nociones del bien y el mal no tienen raíces en los corazones de esta gente inocente y pura; ellos son naturales, y naturalmente y sin ostentación, hombres, y mujeres y niños exhiben sus encantos y su belleza como lo hacen las flores. No son ni buenos ni malos: son sencillamente hermosos como los árboles, como las plantas, como las aves, como las estrellas, porque, como los árboles y las plantas, y las aves y las estrellas siguen el ritmo de la vida, ese ritmo que los pueblos atrasados tratan de confinar en las páginas amarillas del código, como una persona cruel arroja a una jaula a los cantores de las selvas. Y contemplo y contemplo las multitudes felices de la Ciudad de la Paz. No hay prisa, no hay precipitación entre ellos, no hay una cara ansiosa leyendo el tiempo en los relojes públicos. Tanto cuanto mi vista alcanza, no hay señales de chimineas que envenenen el aire, ni manchen el azul del cielo con el sucio humo negro; estas benditas gentes han encontrado la manera de hacer agradable el trabajo, suprimiendo a los parásitos y convirtiéndose ellos mismos en propietarios y trabajadores al mismo tiempo. Algunos de ellos van al trabajo, otros se divierten; pero todos ellos llevan el mismo aspecto radiante, porque trabajo y placer son ahora sinónimos. Allí no hay pobres. Los jóvenes y las doncellas, cogidos de la mano y meciéndose rítmicamente alrededor del Monumento de la Belleza, están desnudos. Sí, pero no son pobres, están honrando la belleza y se han quitado sus hermosos vestidos para mostrar su gloriosa desnudez; porque, ¿hay algo más bello que la desnudez del hombre y de la mujer? El ideal es más bello, dice una voz gentil; el ideal es la belleza misma.

Tengo que suspender mis extravagancias, mi querida camarada; el espacio no es bastante grande para la completa extensión de mis alas.

Da les mi cariño a todos nuestros buenos camaradas.

Epistolario revolucionario e íntimo: 49-52. (Traducción al inglés).


P. O. Box 7. Leavenworth, Kansas. Mayo 9 de 1921.

Señor Licenciado Harry Weinberger.
Nueva York, N. Y.

Mí querido señor Weinberger:

Su carta del 25 del pasado abril, y una copia de la que el señor Daugherty escribió a usted, fueron recibidas.

Desea usted que le suministre los datos relativos a mi sentencia que terminó en enero 19 de 1914; pero para que usted pueda juzgar si he sido, o no, víctima de una conspiración encaminada a retener en la esclavitud al pueblo mexicano, voy a dar a usted un extracto de la persecución que he sufrido desde que me refugié en este país. Más, antes de seguir adelante, debo rogarle que me perdone al substraer su atención de otros negocios que, indudablemente, serán de mayor importancia que el mío.

Después de pasar años, muchos años, en una lucha desigual por medio de la prensa y los clubs políticos en la ciudad de México, en contra del cruel despotismo de Porfirio Díaz; después de haber sufrido repetidos encarcelamientos por mis creencias políticas, desde que tenía yo diecisiete años de edad, y de que en varias ocasiones hube escapado casi milagrosamente de la muerte a manos de asesinos alquilados, en aquel negro periodo de la historia mexicana, cuando la costumbre del gobierno era la de a silenciar la voz de la verdad con el fusilamiento, el puñal o el veneno; después de que el Poder Judicial, por decreto de 30 de julio de 1903, me prohibió no solamente escribir para mis propios periódicos, sino aún colaborar en otros; habiendo sido mis plantas de imprenta secuestradas sucesivamente por el gobierno y estando mi vida en peligro, decidí venir a este país, que yo sabía era la tierra de los libres y la patria de los bravos, para continuar mi trabajo de educar a las masas mexicanas.

El 4 de enero de 1904 me vio poner pie en esta tierra, casi sin dinero, pues todo lo que llegué a poseer había sido secuestrado por el gobierno mexicano; pero rico de ilusiones y esperanzas de justicia social y política.

Regeneración hizo su reaparición en suelo norteamericano en noviembre de 1904. Al siguiente diciembre, un asesino enviado por Díaz entró a mi domicilio, y me hubiese apuñalado por la espalda a no ser por la pronta intervención de mi hermano Enrique, que casualmente estaba cerca. Enrique arrojó fuera al rufián. Las circunstancias que mediaron en este asalto brutal prueban que fue preparado por ciertas autoridades y que hasta fue previsto un posible fracaso en la empresa del rufián, porque cuando este cayó en la banqueta, una nube de agentes del orden público invadió la casa. Enrique fue arrestado, encarcelado y finalmente multado por perturbar el orden público... Envalentonado por la protección que gozaba, el rufián forzó nuevamente la entrada a mi casa. En esta ocasión telefonee a la policía; el hombre fue arrestado y yo fui instruido para aparecer ante el juez al día siguiente temprano. Cuando llegué al juzgado de policía, el hombre había sido ya puesto en libertad.

Viendo que mi vida era considerada con tal ligereza por aquellos que claman estar investidos de autoridad para velar por los intereses y vidas humanas, decidí peregrinar al norte; y en febrero de 1905, Regeneración reanudó su publicación en Saint Louis, Missouri.

En octubre de ese mismo año, nuevas calamidades cayeron sobre mí. Un funcionario del gobierno mexicano llamado Manuel Esperón y de la Flor —quien sostenía la peor clase de esclavitud en el distrito de su domicilio, a causa de que él mataba a los hombres, mujeres y niños, al igual que acostumbraban hacerlo los señores feudales—, fue escogido por Díaz para venir a presentar demanda por lo que él consideraba ser un artículo difamatorio, que fue impreso en Regeneración y que trataba sobre el despotismo por él desplegado entre los infortunados habitantes del distrito por él controlado. Se presentó acusación de libelo, y junto con mi hermano Enrique y Juan Sarabia fui arrojado a la cárcel. Todo fue secuestrado en la oficina del periódico: imprenta, máquinas de escribir, libros, muebles. etc., y vendido, aun antes de se nos hiciera jurado.

Un detalle que ilustra la connivencia habida entre las autoridades mexicanas y norteamericanas para perseguirme puede ser visto en el hecho de que el Administrador de Correos de Saint Louis me llamó a sus oficinas con el propósito de obtener de mí algunos informes acerca de las cuentas administrativas del periódico; pero en realidad para dar oportunidad a un espía de la Agencia Pinkerton a que me viese para que, más tarde, pudiera identificarme. El espía estaba ya en la oficina del Administrador de Correos cuando llegué atendiendo a la cita. Este mismo espía dirigía a la policía que nos arrestó.

Después de varios meses de languidecer en una celda fuimos puestos en libertad bajo fianza, hallando, al salir, que el privilegio de la Segunda Clase para Regeneración había sido cancelado por el Administrador General de Correos, basándose en el deleznable pretexto de que más de la mitad de los ejemplares de cada tiraje del periódico circulaban en México y de que en México se estaba tramitando nuestra extracción, para pedir que fuésemos entregados a las autoridades mexicanas. Pagamos a nuestros fiadores el monto de la fianza, y en marzo de 1905 tomamos refugio en Canadá por estar seguros de que la muerte nos esperaba en México. En aquella época bastaba con que Díaz pidiese que se le mandase cualquier persona para que esta fuese conducida secretamente a través de la frontera y fusilarla.

Estando en Toronto, Ontario, Regeneración se publicaba en Saint Louis. Pero los agentes de Díaz encontraron al fin dónde estábamos, e informados de sus intenciones evadimos ser arrestados marchando a Montreal, Québec. Pocas horas después de haber salido de Toronto, la policía llegó al domicilio abandonado. Hasta la fecha ignoro cómo pudo Díaz usar en nuestra contra a las autoridades canadienses.

Mientras que estábamos en Montreal, los compañeros mexicanos planeaban en México un levantamiento armado para derrocar el salvaje despotismo de Porfirio Díaz. Secretamente marché a la frontera mexicana en septiembre de 1906 para participar en el generoso movimiento. Mas mi presencia en El Paso, Texas, aunque tenida estrictamente en secreto, fue descubierta por los esbirros norteamericanos y mexicanos, quienes, en octubre del mismo año, asaltaron el cuarto donde tenía yo que conferenciar con algunos de mis compañeros. Antonio I. Villarreal, que ahora es Ministro de Agricultura en el gabinete de Obregón, y Juan Sarabia, fueron arrestados. Yo escapé, poniéndose precio sobre mi cabeza. Un precio de veinticinco mil dólares fue ofrecido por mi captura, y cientos de miles de hojas sueltas con mi retrato y descripción personal se hicieron circular por todo el suroeste y pegadas en las Oficinas de Correos y otros lugares prominentes con el premio tentador. Sin embargo, tuve éxito en evadir el arresto, hasta agosto 23 de 1907, cuando con Librado Rivera y Antonio I. Villarreal fui hecho prisionero en Los Ángeles, California, sin las formalidades de orden de arresto.

La intención de los perseguidores era la de enviarnos a través de la frontera, como lo habían hecho ya con Manuel Sarabia en junio del mismo año, y por esta razón ellos obraron sin llevar orden de arresto. Manuel Sarabia era uno de mis asociados. Sin orden de aprehensión fue arrestado en Douglas, Arizona, por las autoridades norteamericanas, y en el peso de la noche fue entregado a los rurales mexicanos, quienes lo llevaron al lado mexicano. Toda la población de Douglas se agitó en contra de dicho crimen, y la intranquilidad que produjo fue tan intensa, que Sarabia fue devuelto a los Estados Unidos tres o cuatro días después, y en donde fue puesto inmediatamente en libertad.

Nosotros evitamos ser plagiados a México gritando por las calles las intenciones de nuestros aprehensores. Una gran multitud se reunió; y fue necesario a nuestros plagiadores llevarnos a la estación de policía y manufacturar rápidamente alguna acusación en nuestra contra. Nuestro abogado, Job Harriman, obtuvo una declaración, certificada por Notario Público, que creo fue enviada al Ministerio de Justicia, en la cual un tal Furlong, jefe de una agencia de policía secreta de Saint Louis, confesó que estaba empleado y pagado por el gobierno mexicano y que su propósito era el de pasarnos secretamente a través de la frontera mexicana.

Acusación tras acusación fue presentada en nuestra contra, variando en importancia desde la de haber hecho resistencia a un policía hasta la de robo y asesinato. Todas estas acusaciones fueron refutadas con éxito por Harriman; pero, mientras tanto, nuestros perseguidores estaban falsificando documentos, aleccionando trestigos, etc., hasta que, por último, fuimos acusados de haber violado las leyes de neutralidad prestando ayuda material a los patriotas para que se levantasen en armas en contra de Porfirio Díaz. Estos documentos falsificados y testigos aleccionados fueron aleccionados por el Comisionado federal, en Los Ángeles, y como consecuencia de ello, después de estar más de veinte meses presos en la cárcel del Condado, fuimos enviados a Tombstone, Arizona, para ser juzgados ahí.

Basta con leer las declaraciones hechas por los testigos del gobierno ante el Comisionado federal de Los Ángeles y después ante el juez, durante nuestro jurado en Tombstone, para que se vea que ellos testificaron falsamente, ya sea en uno o en ambos lugares.

Peritos presentados por la defensa probaron que los documentos aportados por la acusación eran groseras falsificaciones. Fuimos, sin embargo, sentenciados a dieciocho meses de prisión, cuya sentencia cumplimos en Yuma y en Florence, Arizona, siendo puestos en libertad en agosto 1 de 1910, después de haber pasado tres años tras de las rejas de la prisión.

Regeneración apareció otra vez en septiembre de ese mismo año; esta ocasión en Los Ángeles, California.

En junio de 1911 fui arrestado junto con mi hermano Enrique, Librado Rivera y Anselmo L. Figueroa, acusados de haber violado las leyes de neutralidad, por enviar hombres, armas y municiones a los que combatían en México en contra de esa forma de esclavitud vergonzosa conocida bajo el nombre de peonaje, que ha sido la maldición de cuatro quintas partes de la población mexicana, según lo sabe todo el mundo.

Jack Mosby, uno de los testigos en perspectiva de la acusación, dijo en la silla de los testigos que el Fiscal General le había prometido toda clase de beneficios si declaraba falsamente en contra de nosotros. Fueron presentados por la parte acusadora testimonios falsos, como fue probado por medio de declaraciones certificadas ante Notario Público y dadas por los mismos testigos de la acusación después de que el Jurado hubo pasado, documentos que deben estar archivados en el Ministerio de Justicia, a donde fueron enviados en 1912. En junio de 1912, después de un año de pelear el caso, fuimos enviados a la Penitenciaría de la isla de McNeil a cumplir veintitrés meses de prisión, a que se nos condenó, habiendo sido puestos en libertad en enero 19 de 1914. Figueroa murió poco después, como resultado de su encarcelamiento.

En febrero 18 de 1916 fuí arrestado, junto con mi hermano Enrique, por haber publicado en Regeneración artículos atacando la traición cometida en contra de los trabajadores por Carranza, que entonces era el presidente de México, y por haber escrito que los mexicanos, que en esos días estaban siendo asesinados por la policía rural texana, merecían justicia en vez de balas. A mí se me dio una sentencia de un año y un día, porque se esperaba que no viviría arriba de unos cuantos meses, pues se me levantó de la cama de un hospital para llevárseme a Jurado. A Enrique le tocaron tres años. Apelamos la sentencia y, finalmente, logramos ser puestos en libertad bajo fianza mientras se decidía sobre la apelación que, por último, nos fue negada.

El 21 de marzo de 1918 fui arrestado con Rivera por haber publicado en Regeneración el Manifiesto por el cual fui condenado a veinte años de prisión y Rivera a quince. Las frases y significado del Manifiesto fueron declarados sediciosos por la parte acusadora, es decir, encaminados a provocar la insubordinación y amotinamiento de las fuerzas militares y navales de los Estados Unidos.

Cualquier persona de sentido común que lea el Manifiesto no puede llegar a tal conclusión, porque en realidad el Manifiesto es solamente una exposición de hechos y una advertencia oportuna a la humanidad entera acerca de los males que esos hechos pueden ocasionar. En uno de sus párrafos está claramente expresado que nadie puede hacer una revolución, porque esta es un fenómeno social. El Manifiesto estaba encaminado a prevenir los males que una revolución lleva en sí misma, considerando la revolución desde un punto de vista científico, como un resultado mundial inevitable de las desarregladas condiciones del mundo. El Manifiesto no se refiere en lo más mínimo a la política del gobierno norteamericano durante la última guerra, ni da ayuda ni aliento a sus enemigos. No es germanófilo, ni aliadófilo, ni tampoco señala especialmente a los Estados Unidos en su breve revista de las condiciones mundiales. Sin embargo, fue suficiente para que asegurase para mí una sentencia de vida tras de las rejas del presidio. La persecución fue excesivamente severa en esta ocasión. Mi pobre esposa, María, fue encarcelada por cinco meses y ahora se halla libre bajo fianza esperando que se le haga Jurado, por haber notificado a mis amigos acerca de mí arresto, para que ellos pudiesen prestarme su ayuda en mi defensa legal.

Después de leer esta exposición de hechos, extremadamente larga y espantosamente tediosa, ¿cómo puede cualquier persona creer que yo he sido legalmente encausado y de ninguna manera perseguido? En cada caso, y en flagrante contravención a la ley, mis fianzas han sido fijadas en sumas exorbitantes para así impedirme hacer uso de ese privilegio.

En cuanto a la veracidad de mis aserciones hechas en estas líneas, está mi honor de viejo luchador por la justicia.

El señor Daugherty dice que soy un hombre peligroso a causa de las doctrinas que sostengo y practico. Ahora bien: las doctrinas que sostengo y practico son las doctrinas anarquistas, y desafío a todos los hombres y mujeres honrados de todo el mundo a que me prueben que las doctrinas anarquistas son perjudiciales a la raza humana.

El anarquismo tiende al establecimiento de un orden social basado en la fraternidad y el amor, al contrario de la presente forma de sociedad, fundada en la violencia, el odio y la rivalidad de una clase contra otra y entre los miembros de una misma clase. El anarquismo aspira a establecer la paz para siempre entre todas las razas de la Tierra, por medio de la supresión de esta fuente de todo mal: el derecho de propiedad privada. Si este no es un ideal hermoso, ¿qué cosa es?

Nadie cree que los pueblos del mundo civilizado están viviendo en condiciones ideales. Toda persona de conciencia se siente horrorizada a la vista de esta continua lucha de hombres contra hombres, de este interminable engaño de unos a otros. El objetivo que atrae a hombres y mujeres en el mundo es el éxito material; y para alcanzarlo ninguna vileza es bastante vil, ni bajeza lo bastante baja para desanimar a sus adoradores de codiciarla.

Los resultados de esta locura universal son espantosos: la virtud es pisoteada por el crimen, y la astucia toma el lugar de la honradez; la sinceridad no es más que una palabra, o a lo sumo una máscara tras de la cual sonríe el fraude. No hay valor para sostener las propias convicciones. La franqueza ha desaparecido y el engaño forma la pendiente resbaladiza sobre la cual el hombre encuentra al hombre en sus tratos sociales y políticos.

Todo por el éxito es el lema, y la noble faz de la Tierra es profanada con la sangre de las bestias contendiente...

Tales son las condiciones bajo las cuales vivimos nosotros, los hombres civilizados; condiciones que engendran toda clase de torturas morales y materiales, ¡ay!, y todas las formas de degradación moral y material.

Las doctrinas anarquistas tienden a corregir todas esas influencias malsanas; y un hombre que profesa estas doctrinas de fraternidad y amor, nunca puede ser llamado peligroso por persona alguna razonable y honesta.

El señor Daugherty reconoce que estoy enfermo; pero cree que mi enfermedad puede ser atendida en la prisión de la misma manera que serlo allá fuera.

Todas las circunstancias y cosas que rodean y que afectan a un enfermo, son de suma importancia para el tratamiento de las enfermedades, y nadie puede imaginarse que una prisión sea el lugar ideal para una persona enferma, y mucho menos cuando la estancia de esa persona en la prisión se debe a que haya sido fiel a la verdad y a la justicia.

Los dignatarios del gobierno han dicho siempre que no hay en los Estados Unidos personas que sean retenidas en cautiverio a causa de sus creencias; pero el señor Daugherty dice en la carta que escribe a usted: de ninguna manera da él señales de arrepentimiento, sino que, por el contrario, más bien se enorgullece de su desprecio a la ley... Por consiguiente, mi opinión es que hasta que él muestre una actitud diferente a la expresada en su carta a la señora Branstetter, debe él, al menos, estar preso... hasta agosto 15 de 1925.

Los párrafos citados y la parte de la carta del señor Daugherty, en la que dice que se me considera peligroso a causa de mis doctrinas, son la mejor evidencia de que hay personas que están retenidas en prisión a causa de sus creencias sociales y políticas.

Si yo creyese que no es persecución, sino proceso legal el que ha sido ejercido en contra mía; si yo creyese que la ley bajo la cual se me ha dado un término de prisión por vida es una buena ley, sería yo puesto en libertad, según el criterio del señor Daugherty.

Esa ley fue indudablemente una buena ley, pero para unas cuantas personas, para aquellas que tenían algo que ganar por medio de su promulgación. Mas, para las masas, tal ley fue mala, porque debido a ella miles de jóvenes norteamericanos perdieron sus vidas en Europa, muchos miles más fueron mutilados para ganarse la vida, y debido a ella la colosal carnicería europea, en la que decenas de millones de hombres resultaron muertos o mutilados por vida, recibió un enorme impulso y engendró la tremenda crisis financiera que está amenazando sepultar al mundo en el caos. Sin embargo, como lo he hecho constar anteriormente, yo no violé tal ley con la publicación del Manifiesto de marzo 16 de 1918.

En lo que respecta a lo del arrepentimiento, al cual el señor Daugherty da tanta importancia, sinceramente declaro que mi conciencia no me reprocha de haber hecho algo malo; y por lo tanto, arrepentirme de lo que estoy convencido ser justo, sería un crimen de mi parte; un crimen que mi conciencia jamás me perdonaría.

El que comete un acto antisocial puede arrepentirse, y es deseable que se arrepienta; pero no es honrado exigir promesa de arrepentimiento a quien no desea otra cosa que procurar libertad, justicia y bienestar para todos sus semejantes, sin distinción de razas o credos.

Si algún día alguien me convenciese de que es justo que los niños mueran de hambre y de que las jóvenes mujeres tengan que escoger alguno de estos dos infiernos: prostituirse o morir de hambre; si hay alguna persona que pudiese arrancar de mi cerebro la idea de que no es honrado matar en nosotros mismos ese instinto elemental de simpatía que empuja a cada animal sociable a auxiliar a los demás individuos de su propia especie, y la de que es monstruoso que el hombre, el más inteligente de las bestias, tenga que recurrir a las viles armas del fraude y del engaño si quiere alcanzar éxito; si la idea de que el hombre debe ser el lobo del hombre entra en mi cerebro, entonces me arrepentiré. Pero como esto nunca sucederá, mi suerte está decretada: tengo que morir en presidio, marcado como un criminal.

La obscuridad va envolviéndome ya, como si estuviese ansiosa de anticipar para mí las sombras eternas dentro de las cuales se hunden los muertos. Acepto mi suerte con resignación viril, convencido de que tal vez algún día, cuando el señor Daugherty y yo hayamos lanzado el último suspiro, y de lo que hemos sido quede solamente su nombre grabado exquisitamente sobre una lápida de mármol en un cementerio elegante, y del mío solamente un número, 14596, toscamente cincelado en alguna piedra plebeya en el cementerio de la prisión, entonces se me hará justicia.

Dando a usted muchas gracias por la actividad que ha desplegado en mi favor, quedo sinceramente suyo.

Epistolario revolucionario e íntimo: 68-79. (Traducción al inglés).

[1] Introducción y selección de Gonzalo Aguirre Beltrán.

[2] Kaplan.

[3] Blaisdell.

[4] Blanquel dice: “La utopía y la mentalidad que la produce según han demostrado sus análisis, tiene caracteres que la anclan en la realidad y que ha su vez son perceptibles en la obra agonista y que por tanto trataremos de precisar. El utopista tiene indudablemente una noción de la sociedad humana que se aparta de la realidad, que la trasciende, pero esa noción no se resuelve en una actitud simplemente especulativa, es un pensar como deberían ser las cosas, sino que siempre va acompañada de una acción, de un esfuerzo real, material para hacerla realidad”.

[5] Flores Magón; en los días que antecedieron a su trágica muerte, prisionero en la penitenciaria Leavenworth por una sociedad afluente que tenía gran temor a sus ideas, manejando con soltura una prosa en la que se advierte el ascendiente de la literatura del siglo anterior, escribe “hijo de las montañas tropicales, mis primeras impresiones de la vida me fueron proporcionadas por la grandeza y majestad de los que me rodeaban, y ningún príncipe vio nunca mecer su cuna en medio de tal esplendor como yo, bajo los rayos dorados y purpurinos de mi sol nativo. Sencillamente respiré la belleza con mi primer aliento. Creo que estas impresiones primeras determinaron mi futuro, porque hasta donde puedo recordar, la naturaleza ha sido para mí una fuente inagotable en donde mi alma ha tratado de saciar su formidable sed por la belleza. Así es que cuando llagué la edad en que la razón arroja cruelmente su resplandor sobre el ambiente de uno y cada cosa, y cada ser y cada emoción y el pensamiento es hecho para soportar su luz, puede contrastar lo amoroso de la naturaleza con la horrible artificialidad de la vida del hombre, y mi alma se rebeló... La creación es hermosa; todavía más, es sublime. Cuando se contempla el amor universal, el ala no puede comprender por qué el hombre, aunque tan inteligente y tan privilegiado por la naturaleza, que lo hace a uno hasta pensar que fue su elevado propósito hacer de él la flor de la vida, el mismo espíritu de la vida, desciende sin, embargo, a figurar tan triste que lo convierte en una desgracia y una decepción. La realización de este de este hecho quema la vergüenza mi cara... ¿Qué es lo que el hombre tiene que ofrecer a la gracia y el amor universal? Fue formado de tal manera que puede colocar su pie firmemente sobre la tierra y levantar su cabeza la azul, de modo de circundar su frente con coordenadas de estrellas y de soles. Se le dieron las alas más poderosas con que pudiera explotar los rincones más remotos del infinito: las del pensamiento. Sin embargo, él se arrastra encadenado y azotado, llenando el espacio con sus lamentos, cuando debería de hacerlo estremecer con himnos de triunfo y de alegría”.

[6] Rousseau.

[7] Flores Magón, he aquí sus palabras: “Cuando se considera por un momento que el hombre —esa maravilla de la naturaleza— es el descendiente directo del humilde ameba, uno no puede dejar de tener fe en el progreso... Puedes estar seguro, mi querido camarada, que está cerca el momento en que el progreso sacudirá sus espaldas para libertarlas de la pesada carga que lo hace bambolear. El progreso ha llegado a uno de los periodos históricos en que es imperativo efectuar una descarga de los males acumulados por siglos de ignorancia, y la descarga ya ha principiado: el lastre ha comenzado a ser arrojado al mar”.

[8] Ricardo Flores Magón.

[9] Proudhon insiste: “No solamente el trabajo es necesario a la conservación de nuestro cuerpo, también es indispensable a la conservación de nuestro espíritu”.

[10] Ricardo Flores Magón.

[11] Joll, dice: “La perfectibilidad del hombre se debe al hecho de que esté ha nacido —según la versión radical que Godwin dio de una doctrina que tuvo a Hume como primer adalid— libre de toda idea innata”.

[12] Flores Magón en 1910, momentos antes de que estallara el movimiento armado, les decía a los obreros: “La revolución es inminente: ni el gobierno ni los oposicionistas podrán detenerla. Un cuerpo cae por su propio peso obedeciendo las leyes de gravedad; una sociedad revolucionaria, obedeciendo leyes sociológicas incontrastables, pretenden oponerse a que la revolución estalle, es uno locura que solo puede cometer pequeño grupo de interesados en que suceda tal cosa. Y ya que la revolución tiene que estallar, sin que nadie ni nada pueda contenerla, bueno es, obreros, que saquéis de ese gran movimiento popular todas las ventajas que trae en su seno”. Cuando el movimiento social, ya desencadenado, encontró mayor oposición entre los epígonos del positivismo, Manuel Gamio (1916) tomó la defensa de la lógica revolucionaria y expuso con sencilla claridad lo hacedero de la libertad, y del progreso humanos, contenidos en la proposición magoniana formulada unos cuantos años antes: “Para qué luchar —pregunto—, ¿para que producir sufrimientos a nuestros semejantes, si la marcha de las sociedades se rige por leyes inmutables como las que prescinde la materia? A esto diremos que sí hay que luchar, luchar siempre, como se lucha contra los elementos, aprovechando precisamente como se lucha contra esos elementos, aprovechando precisamente esas leyes y no oponiéndose a su consumación”. Sorpresivamente, el Partido Socialista (el Día, 30 de enero de 1969) que propala como substratum de su doctrina política la tesis social del marxismo-leninismo, en el documento que produjo durante su convención de enero del presente año, celebraba en la ciudad de México, sacó a la luz una vez más el concepto positivo de Spencer, usando las mismas palabras y los mismos argumentos a que acudieron en su tiempo Flores Magón y Gamio; pero, en esta ocasión, con el propósito manifiesto de contribuir a la conservación del orden existente bruscamente conmovido por el movimiento anárquico estudiantil iniciado el año anterior: “Nuestros padres —reza el documento— hace un llamamiento a la juventud que vive preocupada por el provenir de México y el mundo. A la juventud que lucha contra el imperialismo y la paz, que se inquieta por su porvenir, a quien sin abandonar esta inquietud legítima medite, estudie y se prepare para transformar a ala sociedad; pero no olvidando que está sujeta leyes y solo sirviéndose de ellas es posible actuar con éxito en la luchas más elevadas, en la lucha revolucionaria”.

[13] Proudhon, lo expreso de otra manera: “Dios, en religión, El estado en política, la propiedad en economía, tal es la triple forma bajo la cual la humanidad, que se ha hecho extranjera a sí misma no cesa de desgarrarse con sus propias manos”.

[14] Blanquel.

[15] Flores Magón.

[16] Joll.

[17] Proudhon, continua: “Bien sea que se considera el presente o que se avizore el porvenir, la propiedad no es nada, es una sombra. Como toda creación del pensamiento eterno, la propiedad, nacida de la idea, ha retornado a la idea”.

[18] Blanquel.

[19] Flores Magón.

[20] Flores Magón.

[21] Flores Magón.

[22] Flores Magón.

[23] Flores Magón.

[24] Blaisdell.

[25] Cabrera.

[26] Kropotkin, dice: “Todas las leyes sobre la propiedad, que llenan los grandes volúmenes de los códigos, que son la alegría de los abogados, y cuyo objeto es tan solo el de proteger la apropiación injusta de los productos del trabajo de la humanidad por ciertos monopolizadores, no tienen razón de ser, y los socialistas revolucionarios están decididos a hacerlas desaparecer, el día de la revolución. Y podemos, en efecto, con plena justicia, hacer un auto de fe con todas las leyes que se relacionan con los llamados derechos de propiedad, con todos los títulos de propiedad, con todos los archivos, en suma, con todo lo que forma esa institución, que será bien pronto considerada como un borrón humillante en la historia de la humanidad”.

[27] Flores Magon.

[28] Flores Magon.

[29] Kropotkin, afirma: “El día, no muy lejano, en que, a consecuencia del incremento de la acción revolucionaria, el pueblo insurreccionado barra todos los poderes políticos existentes, e introduzca el desorden en las filas de la burguesía, que solo se sostiene por la protección del Estado, no esperará a que un gobierno cualquiera decrete ciertas formas económicas, si no que abolirá por si mismo la propiedad individual mediante la expropiación violenta, tomando posesión, en nombre de todos, de la riqueza social acumulada por el trabajo de las generaciones precedentes. No se limitará a expropiar a los detentadores de la riqueza social por medio de una ley, que sería letra muerta, si no que se apoderará de aquella en el acto, y establecerá derechos definitivamente”.

[30] Flores Magon.

[31] Flores Magon.

[32] Flores Magon.

[33] Flores Magon.

[34] Flores Magon.

[35] Flores Magon.

[36] Flores Magon.

[37] Flores Magon.

[38] Blanquel, dice: “El pensamiento de Bakunin y el título mismo de su libro que mejor lo expresa; Dios y el Estado, esos dos unidades expresan lo impositivo. El afán de su tarea de reformador social fue hacerlos innecesarios en la vida de la libertad en todos los órdenes; de la libertad del espíritu humano capas de mejorarse y mejorar a sus semejantes sin la acción directora de dios o de otra entidad trascendente, y la de la mejoría social por el ejercicio de la libertad de los individuos sin la coerción del Estado”.

[39] Flores Magón.

[40] Flores Magón.

[41] Blanquel, dice: “El anarquismo es sin duda una etapa, la más radical en le proceso de desarrollo lógico del liberalismo, tanto política como económicamente. En ambas doctrinas es preocupación fundamental la actividad reservada del Estado dentro de la sociedad, así pues de la restricción del poder estatal de los liberales pasan los anarquistas a la abolición de todo Estado, sin establecer ninguna diferencia, siquiera de matiz entre las formas que este puede adoptar ni en servicio de que grupo o clase las adopta. De la fórmula clásica de que el mejor gobierno es el que no gobierna, el anarquismo sin graduación concluye que el gobierno mejor es el que no existe; la dicotomía autoridad-libertad es para él absoluta”.

[42] Flores Magón.

[43] Flores Magón.

[44] Flores Magón.

[45] Blanquel, dice: “Si liberalismo y revolución industrial se dan históricamente como elementos hermanos, y el primero es el resultado de la segunda, y el anarquismo es políticamente liberalismo radical, y desde le punto de vista económico, una forma de socialismo parece que no fuese posible pensar que en un país como México donde indudablemente la revolución industrial es todavía hoy una aspiración, pudiera ser disparadero de actitudes anarquistas. Ahora bien, si revolución industrial no ha habido, sí es indudablemente la ínter pendencia del mundo moderno hizo que repercutiera en nosotros ese fenómeno casi mundial. Desde luego, sí sus resultados doctrinarios, es decir, un fenómeno inverso al de Europa; allá el liberalismo es fruto de una realidad histórica, en México es la idea regulativa de acuerdo con lo que querrá transformase primero y reconstruirse después esa realidad. Nuestro liberalismo fue mucho tiempo mental. El mexicano ha sido un burgués más como disposición de ánimo, como aspiración que como realidad, nuestros anarquistas lo serán también en ese sentido y si duda porque su actitud era un tanto especulativa, llegaron al radicalismo dentro de su propia teoría que en una realidad más definida habrían sido difíciles de lograr”.

[46] Kropotkin, dice: “La necesidad de rehacer nuestras relaciones colectivas sobre el principio tan sublime de la ayuda mutua, practicando, como hemos visto, por las tribus más salvaje y más bárbaras, se hace sentir cada vez más. Pero nasa o muy poco cabe hacer por este camino, mientras la superstición, la guerra, el sofisma, la autoridad y la explotación sigan siendo base de nuestra organización social”.

[47] Blanquel.

[48] Adams.

[49] Aguirre Beltrán.

[50] Aguirre Beltrán.

[51] Flores Magón.

[52] Blaisdell.

[53] Blaisdell, dice: “Durante la campaña de Baja California y algún tiempo después muchos radicales criticaron duramente a Flores Magón por restringir su rol a editar un periódico semanario, en lugar de pasar a México para actuar en el campo como dirigente. En respuesta, Owen hizo notar que el exiliado era un intelectual, un teórico y un propagandista, interesado en un movimiento social y económico a largo plazo y que, por lo tanto, no debía esperarse que participara en un breve pasaje de una revolución de múltiples desarrollos. Sin embargo, este asunto y otros más fueron objeto de escrutinio por parte de los lidere del anarquismo internacional. En Paris Les Temps Nouveaux, quizás el diario anarquista de mayor influencia, acuso a Flores Magón por no participar en su propia revolución. También acusó a la Junta por usar las contribuciones en dinero de pueblos muchas partes del mundo para fomentar el fraccionalismo personal en México. Finalmente, y significativamente, censuro a los liberales por operar duramente durante la revolución con le programa del 1 de junio de 1906, que, como lo hacia notar en el periódico, no eran un programa anarquista. Solamente, hasta septiembre de 1911, después de que todo había pasado, la Junta hizo a un lado el programa reformista de 1906 a favor de un programa abiertamente anarquista y oficialmente reemplazo el slogan “Reforma, Libertad y Justicia” con el de “Tierra y Libertad”. La dirección del partido maniobró para sobrevivir a esta crítica en parte porque Pedro Kropotkin, oráculo del mundo anarquista, salió en su defensa. Señalo, sin tener una adecuada percepción del punto del debate, que era de más valor el anarquismo que el combate en las barricadas”.

[54] Blaisdell, hace notar que en otras de las cartas Flores Magón decía: “Todo se reduce a una mera cuestión de táctica. Si desde el principio nos llamamos anarquistas muy pocos nos escucharan. Sin llamarnos anarquistas hemos inflamado sus mentes... contra la clase poseedora... Ningún partido Liberal en el mundo tiene nuestras tendencias anticapitalistas que están a punto de iniciar una revolución en México y no podremos lograr esto si en lugar de anarquistas nos llamamos simplemente socialistas. Todo es una cuestión de táctica. Daremos tierras al pueblo durante la revolución; así no serán engañados. También les daremos posesión de las fábricas, minas, etc. Para no tener a todos contra nosotros, continuaremos con la misma táctica que nos ha dado tan buenos resultados; continuaremos llamándonos liberales durante la revolución pero en realidad continuaremos propagando la anarquía y ejecutando actos anárquicos. Quitaremos la tierra a los latifundistas y se la daremos al pueblo”.

[55] Flores Magón.

[56] Flores Magón.

[57] Flores Magón.

[58] Flores Magón.

[59] Flores Magón.

[60] Flores Magón.

[61] Flores Magón.

[62] Flores Magón.

[63] Flores Magón.

[64] Flores Magón.

[65] Joll, dice: “La revolución francesa había dejada tras de si una secuela de, por lo menos, tres mitos, que contribuirán a gestar los credos revolucionarios del siglo XIX y que se convertiría en parte integral de las creencias de los anarquistas. El primero es el mito de la revolución triunfante. De aquí en adelante, la revolución violenta aparece como un hecho posible. En segundo lugar figura el mito de que la próxima será una verdadera y autentica revolución social y no la mera sustitución de una clase dirigente por otra. En palabras de Babeuf: “La revolución francesa no es si no el mensajero de otra revolución mayor, más excelente y que será la última”. Por último, el tercero de estos mitos manifiesta que una revolución que una tal revolución solo puede verificarse una vez que la actual sociedad se derrumbe como resultado de la labor de los revolucionarios más puros. Los marxistas alemanes, los populistas rusos y los anarquistas españoles y franceses compartirán más tarde estos postulados. A partir de auel momento, las revoluciones se harían simultáneamente en las calles y en el gabinete de estudio de los revolucionarios”.

[66] Joll, cita la siguiente argumentación de Engels: “Todos los socialistas están de acuerdo en que, como resultado del advenimiento de la revolución social, el estado político, y con él, la autoridad política, desaparecerán; es decir las funciones públicas perderán su matiz político par transformarse en simples funciones administradoras y defensoras de los verdaderos intereses de la sociedad. Pero los enemigos del autoritarismo piden que este Estado políticamente autoritario se suprima de un plumazo, incluso antes de proceder a la destrucción de las condiciones sociales que lo fomentaron. Exigen que el primer acto de la revolución social sea la abolición de la autoridad. ¿Pero estos señores habían visto alguna vez lo que es una revolución? La revolución, sin duda alguna, el acto autoritario por excelencia; es aquella acción mediante la cual una parte de la población impone su voluntad a otra valiéndose del rifle, bayoneta, y el cañón, medios todos autoritarios por definición. Y si el partido victorioso no quiere luchar en vano, debe mantener su imperio por medio del terror que sus métodos producen en los reaccionarios”.

[67] Flores Magón

[68] Flores Magón.

[69] Flores Magón.

[70] Flores Magón.

[71] Flores Magón.

[72] Blanquel.

[73] Blanquel.

[74] Flores Magón.

[75] Flores Magón.

[76] Blanquel.

[77] Blaisdell.

[78] Flores Magón.

[79] Blanquel.

[80] Blanquel.

[81] Comas.

[82] Acerca de este tema de la nacionalidad, y su origen les recomendamos el libro de Hayes, Nacionalismo ¿una religión? Nota de KCL.

[83] Flores Magón.

[84] Flores Magón.

[85] Flores Magón.

[86] Flores Magón.

[87] Pocock, en su análisis de antropología social británica concede a Radcliffe —Brown la paternidad de la tesis que fundan la cohesión social en 1) el sentimiento de pertenencia; 2) el sentimiento de obligación moral; 3) el sentimiento de dependencia. En México, Alfonso Caso, apoyándose en el primero de estos sentimientos definió al indio y ala comunidad indígena. Lo admirable del asunto es que muchos de los rasgos — ideales éticos, estéticos, sociales y políticos del grupo; participación en simpatías y antipatías colectivas; colaboración en acciones y reacciones — que Caso confiere al sentimiento de pertenencia a l comunidad. Flores Magón los asigna al sentimiento de amor a la patria. Este hecho, evidentemente nos indica hasta que punto el filósofo anarquista habría sufrido la influencia incontrastable de su temprano condicionamiento en la comunidad indígena que lo vio nacer.

[88] Gamio.

[89] Flores Magón.

[90] Flores Magón.

[91] Flores Magón.

[92] Léase el nacionalismo una ¿religión? De Hayes, nos da una completa visión sobre el origen de la patria y la nacionalidad, además de adentrarnos en las verdaderas intenciones de la enseñanza en la escuela de los llamados héroes de la patria. Nota de KCL.

[93] Flores Magón.

[94] Flores Magón.

[95] Flores Magón.

[96] Flores Magón.

[97] Joll, Kropotkin; en cuanto a la educación integral, decía: “Ahora bien, las diferentes escuelas socialistas han prestado escasa atención al hecho de que cualquier intento encaminado a cambiar las actuales relaciones entre el capital y el trabajo fracasarán por completo se prescinde de las tendencias hacia integración del último. Toda sociedad reorganizada tendrá que abandonar el error de especializar a las naciones para la producción agrícola e industrial. Cada una debe contar consigo misma para la elaboración de los alimentos y de las materias primas en casi toda su totalidad, buscando al mismo tiempo los medios mejores de combinar la agricultura con la manufactura, y el trabajo del campo con una industria especializada. En otros términos, debe proporcionar a todos una educación integral la cual por sí sola, y enseñando oficios y ciencias desde la niñez, dote a la sociedad de los hombres que verdaderamente necesite”.

[98] Flores Magón.

[99] Joll, formula su opinión de esta manera: “No obstante, y aunque los anarquistas no hayan logrado salir airosos en el empeño de consumar su propia revolución, y aceptado aceptando que se hallen hoy más lejos que nunca de conseguirlo, es indudable que con su actitud han puesto en entredichos los valores de la sociedad existente, haciendo que reconsideremos nuestras concepciones políticas y sociales. Ellos han señalado con insistencia los peligros que entraña recorrer una falsa senda revolucionaria, y sus admoniciones sobre el riesgo de la dictadura que suponía el marxismo con la sustitución de una tiranía por otra de nuevo cuño; sus advertencias proferidas en le curso de los últimos cien años han resultado tener, por desgracia, demasiados fundamentos. Sea cual fuera su idea de lo que creían que estaban llevando a cabo, los anarquistas han preferido en realidad un ideal revolucionario que corresponde exactamente con el mito de Sorel: “No una descripción de las cosas, sino una expresión de voluntad”. Su extremada e irreconciliable afirmación de una serie de creencias, ha pasado a erigirse en ejemplo y en reto. Como todos los puritanos, los anarquistas han logrado que nos sintiéramos un tanto inquietos con al tipo de vida a que estamos acostumbrados”.