Querido amigo y hermano, 

Circunstancias ajenas a mi voluntad me impiden asistir a vuestra gran Asamblea del 13 de marzo. Pero no quiero dejar pasar esta ocasión sin expresar a mis hermanos de Francia mi pensamiento y mi afecto.

Si yo pudiese asistir a esta importante reunión, he aquí lo que les diría a los obreros franceses, con la bárbara franqueza que caracteriza a los demócratas socialistas rusos.

Trabajadores, fiaos solo de vosotros mismos. No os desmoralicéis ni paralicéis vuestra ascendente fuerza mediante alianzas engañosas con el radicalismo burgués. La burguesía no tiene nada que ofreceros. Política y moralmente, está muerta, y de sus antiguas magnificencias históricas solamente ha conservado el poder de una riqueza basada en la explotación de vuestro trabajo. Antaño fue grande, fue audaz, fue poderosa en ideas y en voluntad. Tenía un mundo para destruir y un nuevo mundo para crear, el mundo de la civilización moderna.

La burguesía logró destruir el mundo feudal con vuestros brazos y fundar un nuevo mundo sobre vuestras espaldas. Evidentemente, no tiene ningún interés en que dejéis de ser la cariátides de este mundo. Ella quiere su conservación, y vosotros queréis, debéis querer, su destrucción. ¿Qué tenéis de común con ella?

¿Seréis tan ingenuos de creer que la burguesía aceptará alguna vez desposeerse voluntariamente de lo que constituye su prosperidad, su libertad y su misma existencia, como clase económicamente separada de la masa económicamente sojuzgada del proletariado? Evidentemente, no. Sabéis perfectamente que jamás una clase dominante ha hecho justicia contra sus propios intereses, que siempre ha sido preciso ayudarla. ¿Acaso esta famosa noche del 4 de agosto, gracias a la cual tanto se ha honrado a la nobleza francesa, no fue una consecuencia forzosa de la sublevación general de los campesinos que quemaron los pergaminos aristocráticos y con ellos los castillos de los nobles?

Sabéis muy bien que antes de concederos las condiciones que permitan una auténtica igualdad económica, las únicas que podríais aceptar, buscarán mil veces la protección de la quimera parlamentaria, y si es preciso la de una nueva dictadura militar.

Entonces, ¿qué podéis esperar del republicanismo burgués? ¿Qué ganáis con esta alianza? Nada. Y en cambio, lo perderéis todo, pues no podréis llevar a cabo esta alianza sin abandonar la santa causa, la única gran causa de hoy: la de la emancipación integral del proletariado.

Ha llegado la hora de que proclaméis la completa ruptura. Sólo a este precio conseguiréis la salvación.

¿Quiere ello decir que debéis rechazar a todos los individuos nacidos y educados en el seno de la clase burguesa, pero que, penetrados de la justicia de vuestra causa, se acercarán a vosotros para servirla y para colaborar a su triunfo? Al contrario, recibidles como amigos, como iguales, como hermanos, siempre que su voluntad sea sincera y que os den garantías tanto teóricas como prácticas de la sinceridad de sus convicciones. En teoría, deben proclamar netamente y sin reticencia alguna todos los principios, consecuencias y condiciones de una auténtica igualdad económica y social de todos los individuos. En la práctica, deben haber roto, resuelta y definitivamente, con las relaciones, debidas al interés, al sentimiento y a la vanidad, que les unen al mundo burgués, que está condenado a morir.

Hoy portáis en vosotros todos los elementos del poder que renovará el mundo. Pero los elementos del poder no son aún el poder. Para constituir una fuerza real, deben ser organizados; y para que esta organización esté de acuerdo con su base y con su objetivo, no debe admitir a ningún elemento extraño. Por ello, debéis mantener alejado todo aquello que pertenezca a la civilización, a la organización jurídica, política y social de la burguesía. Aunque la política burguesa fuese roja como la sangre y ardiente como el fuego al rojo vivo, si no acepta como objetivo inmediato y directo la destrucción de la propiedad jurídica y del Estado político, (los dos pilares sobre los que se apoya la dominación burguesa) su triunfo sólo sería fatal para la causa del proletariado.

Además, la burguesía, que ha llegado al último grado de impotencia intelectual y moral, hoy es incapaz de hacer una revolución por si misma. Sólo el pueblo la desea y tiene fuerza para hacerla. ¿Qué pretende, pues, este sector avanzado de la clase burguesa representado por los liberales o por los demócratas exclusivamente políticos? Quiere apoderarse de la dirección del movimiento popular para utilizarlo una vez más en su propio beneficio, o, como ellos dicen, para salvar las bases de lo que denominan la civilización, es decir, los fundamentos mismos de la dominación burguesa.

¿Se dejarán engañar los obreros una vez más? No. ¿Pero qué deben hacer para no ser engañados? Abstenerse de toda participación en el radicalismo burgués y organizar al margen del mismo las fuerzas del proletariado. La base de esta organización está ya disponible: son los talleres y la federación de talleres; la creación de los fondos de resistencia, instrumentos de lucha contra la burguesía, y su federación no solamente nacional, sino internacional; la creación de cámaras del trabajo, como en Bélgica.

Y cuando llegue la hora de la revolución, la liquidación del Estado y de la sociedad burguesa, incluidas todas las relaciones jurídicas. La anarquía, es decir, la franca revolución popular: la anarquía jurídica y política, y la organización económica, de abajo arriba y del centro a la periferia, del mundo triunfante de los trabajadores.

Y para salvar a la revolución, para conducirla a buen fin, en el seno de esta misma anarquía, la acción de una dictadura colectiva, invisible, no revestida de un poder cualquiera, sino de la eficacia y el poder procedentes de la acción natural de todos los revolucionarios socialistas enérgicos y sinceros, diseminados por la superficie del país, de todos los países, pero fuertemente unidos por un pensamiento y una voluntad comunes.

Este es, querido amigo, en mi opinión, el único programa cuya aplicación osada traerá no nuevas decepciones, sino el triunfo definitivo del proletariado.

M. Bakunin.