Título: Un poco de teoría
Autor/a: Errico Malatesta
Fecha: 1892
Fuente: Traducción directa desde la versión en inglés disponible en theanarchistlibrary.org
Notas: Publicado originalmente en L’Endehors, el 21 de agosto de 1892.

La revuelta retumba en todas partes. Aquí es la expresión de una idea, y allá el resultado de una necesidad; a menudo es la consecuencia del entrecruce de necesidades e ideas que mutuamente se generan y refuerzan. Se ata a las causas del mal o golpea de cerca, es consciente o instintiva, es humanitaria o brutal, generosa o estrechamente egoísta, pero siempre crece y se extiende.

Es la historia la que avanza: es inútil tomarse el tiempo para quejarse de las rutas que escoge, ya que estas rutas han sido demarcadas por toda la evolución previa.

Pero la historia la hacen las personas; y ya que no queremos seguir siendo espectadores indiferentes y pasivos para con la tragedia histórica, ya que queremos contribuir todas nuestras fuerzas para determinar los eventos que nos parecen más favorables a nuestra causa, debemos tener un criterio que nos guíe en la evaluación de los hechos que se producen, y especialmente en la elección del lugar que ocuparemos en el combate.

El fin justifica los medios: ya hemos hablado muchas pestes de aquella máxima. En realidad, es la guía universal de conducta.

Podría uno mejor decir: cada fin contiene sus medios. Es necesario buscar la moral en el fin; los medios están fatalmente determinados.

El fin que uno propone como dado, por voluntad o por necesidad, el gran problema de la vida es hallar los medios que, de acuerdo a las circunstancias, conducen con mayor certeza y con mayor economía al fin ansiado. La manera como uno resuelve ese problema depende, por mucho que pueda depender de la voluntad humana, de si un individuo o un partido alcanza su propio fin, de si será útil a su causa o si sirve, sin desearlo, a la causa enemiga.

Haber hallado los buenos medios, ese es todo el secreto de las grandes personas y los grandes partidos, quienes han dejar sus marcas en la historias.

El fin de los Jesuitas es, para los místicos, la gloria de Dios; para los demás, el poder de la Sociedad. Por ende deben tratar de aturdir a las masas, de aterrorizarlas, de hacerlas rendirse.

El propósito de los Jacobinos y de todos los partidos autoritarios, que se creen en posesión de la verdad absoluta, es imponer sus ideas sobre las masas de personas seculares. Deben para ello intentar asir el poder, subyugar a las masas y anclar a la humanidad en la cama de Procusto de sus concepciones.

En cuanto a nosotros, es otra cosa: nuestro fin es muy distinto, por ende nuestros medios deben ser muy distintos.

Nosotros no luchamos para ponernos en el lugar de los explotadores y opresores de hoy, y no pugnamos por el triunfo de una abstracción. No somos como aquel patriota italiano que dijo: “Qué importa si todos los italianos se desmayan de hambre, mientras Italia sea grande y gloriosa!” Ni, mucho menos, como aquel compañero que admitió que sería igual para él masacrar tres cuartos de las personas, mientras la humanidad sea libre y feliz.

Nosotros queremos la buena fortuna para los individuos, para todos, sin excepción. Nosotros deseamos que cada ser humano sea capaz de desarrollarse y de vivir tan feliz como sea posible. Y creemos que la libertad y la buena fortuna no pueden serles otorgadas a las personas por parte de otras personas o de un partido, sino que todos deben por sí mismos descubrir las condiciones de su propia libertad y conquistarlas. Nosotros creemos que solo la más completa aplicación del principio de solidaridad puede destruir la lucha, la opresión y la explotación y que la solidaridad puede solo ser resultado del libre acuerdo, la espontánea e intencional armonización de intereses.

Para nosotros, todo lo que busque destruir la opresión económica y política, todo aquello que eleve el nivel moral e intelectual de los seres humanos, para darles consciencia de sus derechos y de sus fuerzas y para persuadirlos a hacer sus cosas por sí mismos, todo lo que provoque aversión contra la opresión y amor entre las personas, nos acerca a nuestro fin y como consecuencia es bueno — sujeto solo a un cálculo cuantitativo para obtener de las fuerzas dadas el máximo de efecto útil. Y por el contrario es malo, porque está en contradicción con ese fin, todo lo que tienda a sacrificar, contra su voluntad, a una persona por el triunfo de un principio.

Nosotros deseamos el triunfo de la libertad y el amor.

¿Pero renunciamos por ello al uso de los medios violentos? En absoluto. Nuestros medios son los que las circunstancias nos permiten y nos imponen.

Ciertamente no deseamos dañar ni un pelo de la cabeza de nadie; quisiéramos secar todas las lágrimas y no hacer que se derrame ninguna más. Pero debemos luchar en el mundo tal como es, o bien seguir siendo estériles soñadores.

El día vendrá, creemos firmemente, en el que será posible producir bien para las personas sin hacer mal a nadie. Hoy no es posible. Aún el más puro y dulce de los mártires, aquellos que son arrastrados al cadalso para el triunfo del bien, sin resistencia, bendiciendo a sus perseguidores como el Cristo de la leyenda, aún hacen bien del mal. Aparte del mal que se hacen a sí mismos, que ha de contar por algo, hacen que todos quienes les aman derramen amargas lágrimas.

Es un asunto entonces, siempre, en todos los actos de la vida, de escoger la menos porción de mal, de intentar hacer lo menos mal para la mayor porción de bien humano.

La humanidad se arrastra dolorosamente bajo el peso de la opresión política y económica; es brutalizada, degenerada, asesinada (y no siempre lentamente) por la pobreza, la esclavitud, la ignorancia y sus resultados.

Para la defensa de ese estado de cosas existen poderosas organizaciones militares y policiales, que responden con prisión, el cadalso, y la masacre de todo serio intento de cambio. No hay medios pacíficos, legales, mediante los cuales apartarse de esta situación, y ello es natural pues la ley está hecha expresamente por los privilegiados para defender privilegios. Contra la fuerza física que bloquea nuestra ruta, solo hay revolución violenta.

Obviamente, la revolución producirá muchos infortunios, muchos sufrimientos; pero si produce cien veces más de ellos, aún sería una bendición en relación a lo que se soporta hoy.

Sabemos que en una sola gran batalla se asesinan más personas que en la más sangrienta revolución; sabemos de los millones de niños que mueren a temprana edad cada año por falta de cuidado; sabemos de los millones de proletarios que mueren prematuramente por el mal de la pobreza; sabemos de la vida con carencias, sin dicha y sin esperanza, que la inmensa mayoría de las personas lleva; sabemos que incluso el más rico y más poderoso es mucho menos feliz de lo que podría ser en una sociedad de iguales; y sabemos que aquel estado de las cosas ha durado desde tiempos inmemoriales. Continuará indefinidamente sin la revolución, mientras que en una sola revolución, que ataque resueltamente las causas del mal, podría poner a la humanidad por siempre en la vía hacia la felicidad.

Por ende, que venga la revolución; cada día que se retarda es una enorme masa de sufrimientos que se nos infringe. Que trabajemos para que venga rápido y de tal modo necesario para poner fin a toda opresión y a toda explotación.

Es por el amor a la humanidad que somos revolucionarios: no es nuestra falta si la historia nos ha forzado esta desoladora necesidad.

Por eso para nosotros, los anarquistas, o al menos (ya que al final las palabras son solo convenciones) para aquellos ente los anarquistas que ven las cosas como nosotros, todo acto de propaganda o de logro, por la palabra o por los hechos, individual o colectivo, es bueno cuando sirve para acercar y facilitar la revolución, cuando sirve para asegurar a la revolución el apoyo consciente de las masas y para darle aquel carácter de liberación universal, sin el cual uno bien podría tener una revolución, pero no la revolución que deseamos nosotros. Y es especialmente respecto a la revolución que debemos tomar en cuenta el principio de los medios más económicos, ya que aquí el costo se cifra en vida humanas.

Conocemos demasiado bien las espantosas condiciones materiales y morales en las que el proletariado se halla a sí mismo como para no comprender los actos de odio, de venganza, incluso de ferocidad que pueden producirse. Comprendemos que hay algunos oprimidos que, habiendo siempre sido tratados por los burgueses con la más vergonzante dureza, habiendo siempre visto que todo se le permite al más fuerte, un radiante día, cuando se hallen por un momento a sí mismos como los más fuertes, digan: “Hagamos como hacen los burgueses”. Comprendemos que puede suceder que en la fiebre de la batalla algunas naturalezas —originalmente generosas, pero no preparadas por un largo ejercicio moral, muy difícil en las condiciones presentes— pierdan la vista del fin a alcanzar, tomen la violencia como fin en sí mismo y se permitan caer en salvajes transportes.

Pero una cosa es comprender y perdonar estos actos, y otra es clamarlos como propios nuestros. Estos no son actos que podamos aceptar, alentar, e imitar. Debemos ser resueltos y energéticos, pero nunca debemos tratar de pasar el límite delineado por la necesidad. Debemos hacer como el cirujano que corta cuando debe, pero evita infringir sufrimiento innecesario: en una palabra, debemos estar inspirados por el sentimiento de amor por las personas, por todas las personas.

Nos parece que el sentimiento de amor es la fuente moral, el alma de nuestro programa: nos parece que solo concibiendo la revolución como el gran júbilo humano, como la liberación y la fraternización de todos, no importa a qué clase o a qué partido hayan pertenecido, puede nuestro ideal ser realizado.

La revuelta brutal ciertamente se producirá, y podría incluso servir como la gran mano de ayuda que debe sacudir al sistema actual; pero si no halla el contrapeso en los revolucionarios que actúan por un ideal, se devorará a sí misma.

El odio no produce amor; no renovaremos el mundo mediante el odio. Y la revolución del odio o bien fallará completamente, o resultará en una nueva opresión, que podría quizás llamarse anarquista, así como le llaman liberales a los presentes gobiernos, pero no será menos opresión y no fallará en producir los efectos que produce toda opresión.