Enrique Arenas

La rebeldía no es anarquismo

1919

Debido a un desconocimiento absoluto de las teorías anarquistas, a menudo se confunde la rebeldía con el anarquismo, y las manifestaciones violentas se toman como actos engendrados por la idea misma, lo que no es exacto si sometemos estas cuestiones a un examen prolijo.

Un individuo atenta contra la vida de un rey, presidente o cualquier hombre de Estado, se le llama anarquista. Otro se rebela contra esta o aquella imposición, y también se dice que es anarquista.

Si admitiéramos esta teoría daría por resultado que la humanidad entera es anarquista, porque la rebeldía es ingénita en el ser humano, y no obstante esto, no todos son anarquistas; lo que evidencia pues, que no todos los actos de rebeldía son manifestaciones del anarquismo, ni puede decirse que la rebeldía lo constituye.

Se puede ser rebelde y no anarquista; pero no se puede ser anarquista sin ser rebelde; de aquí que, afirmemos que la rebeldía no es anarquismo.

¿Quién no ha visto a pequeñas criaturitas desobedecer a la voz imperiosa del padre o a la amenaza de lo rebencazos de la madre? Pues bien, esos actos de desobediencia son otra cosa que la rebeldía instintiva de los seres, pero en ningún caso podría decirse, porque sería ridículo, que esas criaturas son anarquistas, porque son muy rebeldes.

De igual modo no se puede llamar anarquista al obrero que contravenga una imposición patronal o proteste contra la injusticia, impulsado por ese sentimiento rebelde que genera la mayor parte de las acciones humanas y no porque sea el fruto de un razonamiento desapasionado, de un análisis sereno e imparcial. Los que así obran son rebeldes, pero no anarquistas.

Basta que al individuo se le haga la más insignificante imposición para que le choque, le hiera su dignidad y rebele contra lo ordenado, obrando, no como se le ha dicho, sino como le parece mejor, aun cuando esté convencido que sus resultados han de ser contrarios a los esperados, manifestándose con esto la rebeldía inconsciente, el impulso ciego e irracional.

Y el anarquista no obra jamás bajo ese impulso ciego, sino que obra ajustando sus actos al producto de una reflexión madura, de un completo dominio sobre su persona y las cosas. Nunca protesta sin razón, sin tener plena conciencia de lo que hace, ni se rebela por instinto, sino por convicción, cuando está seguro que puede hacer algo más justo, más artístico, más humano, más bello, algo superior a lo que se le ha ordenado o se le pretende someter.

El rebelde no anarquista obra inconscientemente, mientras que toda la obra del anarquista es el fruto de un profundo y detenido estudio.

Esta rebeldía inconsciente que es innata en todos los seres, tórnase consciente, sufre metaforseamientos infinitos cuando los individuos se posesionan de las ideas anarquistas; superándose cada vez más, a medida de los nuevos conocimientos adquiridos, hasta extinguir por completo la acción inconsciente e impulsiva, para dar paso a la acción pensada y razonada.

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En cuanto a los actos violentos de algunos anarquistas, no han sido nunca impulsados por la concepción anarquista, sino por causales independientes del ideal; siendo, por consiguiente, un error creer que una de las modalidades del anarquismo es la violencia.

La mayor parte de las gentes tiene muy mal concepto de los anarquistas; se figuran que son tipos capaces de todo: de instintos salvajes y mirada terrible, lo que resulta siempre contrario. El anarquista, por lo general, es incapaz de causar el menor daño, a menos de ser atacado, y sus instintos, debido a su estudio, son más elevados que los de la generalidad, son más humanos.

La violencia no es la finalidad del anarquismo, sino actos engendrados por la represión y persecución de que son objeto los anarquistas; pero de ningún modo puede decirse que la violencia es una consecuencia engendrada por la idea misma.


Recuperado el 23 de mayo de 2013 desde grupogomezrojas.org
Enrique C. Arenas Robles (1894-1928) fue un impulsor del anarquismo en Chile. Se destaca la enorme labor que realizó en el periódico “El Surco” y en el semanario “El Sembrador”, publicado en Iquique y luego en Valparaíso. Este texto fue publicado originalmente en «El Surco», Iquique (Chile). 1 de diciembre de 1919.