Título: Problemas del “mañana”
Fecha: 1923
Fuente: Transcrito desde el original.
Notas: Publicado originalmente en La Protesta, Nº 78, 16 de julio de 1923. Apareció simultáneamente en Rabotchi Put (El camino del proletariado), órgano de los anarco-sindicalistas rusos, publicado en Berlín.

No puede existir duda alguna de que el movimiento anarquista internacional pasa por un periodo crítico muy agudo que se expresa en un serio profundizamiento de sí mismo. Está demostrado que toda ideología que permanece sin ser influenciada por los grandes trastornos sociales o que considera que sus principios y su táctica son inconmovibles y no dependen del tiempo ni del espacio, está condenada a una vegetación estéril y a patinar sobre el mismo lugar.

Una crítica seria de un movimento por el movimiento mismo, es decir, el reconocimiento de su factibilidad y la conciencia de su necesidad de estudiar a un fondo las condiciones del ambiente es un signo característico de todo movimiento vital; al enorme entusiasmo promovido por la revolución de octubre en Rusia, por un lado, el golpe severo sufrido por la revolución mundial gracias a la derrota de esa revolución y la reacción triunfante sobre el frente internacional, por otro, he ahí lo que nos obliga a profundizar sobre el porvenir de nuestra obra revolucionaria y sobre el destino de nuestro movimiento.

Pero no es la crítica la que nos ocupa actualmente. La crítica sana de nuestros defectos no puede afectar a las cuestiones radicales planteadas ante el movimiento obrero mundial; no puede detenerse en la cuestión de la aproximación inevitable de una serie de revoluciones en la Europa central y occidental y en la urgencia de elaborar respuestas definitivas sobre los problemas que estas revoluciones futuras nos plantean desde hoy.

¿Cuál será el carácter de la revolución próxima? ¿Cuáles serán los problemas del mañana? ¿Cuál debe ser el rol del anarquismo en una revolución y al día siguiente?

Nuestros camaradas de todo el mundo se plantean estas cuestiones. De ellas, comparativamente nuevas y nunca planteadas antes en serio, la más importante fundamentalmente, es, sin duda, la de la misión de los anarquistas al día siguiente de la revolución. Subentendiendo por la palabra “revolución” su primera fase solamente, es decir, su fase destructiva, su proceso combativo —y en lo que concierne a esta fase, los anarquistas se han hecho especialistas— involuntariamente se plantea la pregunta: ¿qué van a hacer al día siguiente, después de esa destrucción?

Nos encontramos aquí con todas las variedades de respuestas, comenzando por el dogmatismo, obtuso según el cual la revolución será anarquista o no será, hasta la de los adeptos de la conciliación poco perspicaz que afirma que en tanto que la revolución no sea necesariamente anarquista, será preciso, en el camino hacia la sociedad antiestatal, la reconciliación con una cierta dosis de estatalismo político.

La gran revolución rusa y las experiencias incesantes, puramente de carácter de laboratorio, hechas sobre el cuerpo vivo del obrero y del campesino han dado el primer impulso hacia la solución de esta cuestión perturbadora.

Dos soluciones sin embargo deben considerarse inaplicables. Por una parte la del anarquismo “puro” que se coloca por encima de las experiencias y no halla ninguna necesidad de aprender ni de deducir; por otra la del sindicalismo “puro” que, siendo un producto de la lucha de clases, no aprecia en su propio valor la importancia de una ideología social que abarque todas las fases de la vida y considera que él mismo —producto accidental y temporal— es capaz de resolver el problema social con sus propios medios, que son en tanto que solo económicos, comparativa e inevitablemente restringidos.

Según nuestra opinión, para poder responder a la cuestión que nos hemos planteado, es necesario poner en evidencia los hechos obtenidos de la experiencia de la revolución rusa y aclararnos en qué medida nos es necesario aceptar sus lecciones. Una cosa, sin embargo, debe ser bien clara: no debemos imitar a las fuerzas de la revolución que la arruinaron, si no que queremos preparar para la nueva revolución la misma suerte que tuvo la de octubre de 1917. Y sin embargo —por paradojal que esto aparezca a primera vista— es lo que los dos extremos del anarquismo hicieron hasta aquí. Si por una parte, el llamado anarco-bolchevismo cayó en el extremo, imitando a los bolcheviquis en su comunismo estatal al considerar que el paso al comunismo antiestatal no puede evitar una cierta forma de dictadura proletaria, los anarco-machnovistas, por otra, no menos imitadores del bolchevismo, cayeron en el otro extremo, en el anarquismo militarista, al considerar con los bolchevistas que el paso al comunismo antiestatal no puede evitar una cierta forma de militarismo organizado.

Estos dos extremos son profundamente peligrosos para el anarquismo. Mientras que el anarco-bolchevismo introdujo la aberración y la confusión en las ideas anarquistas y da una falsa base a la dirección marxista del comunismo libertario, el anarco-machnovismo lleva irreparablemente al desastre del movimiento mismo, introduciendo en la ideología la bayoneta y los pelotones militares de “reconocimiento”.

El primero desmoraliza los espíritus, el segundo desmoraliza el movimiento y los hombres mismos.

Pero como casi siempre sucede con los extremos, ambos poseen una dosis de verdad.

“Las revoluciones próximas serán anarquistas o no serán”... Pero en tanto que esas revoluciones sean económicas, y por tanto sociales (no hay que olvidar que las revoluciones puramente políticas han pasado a la historia), es urgente dar una dirección anarquista a los esfuerzos de la clase obrera y nosotros tenemos en este sentido una obra importante que realizar.

Sin embargo, es preciso, para poder resolver el problema fundamental, renunciar a todo un mundo de prejuicios arraigados demasiado profundamente en nuestro movimiento.

El principal de estos prejuicios, es el miedo a las palabras que carcome a esa sección de nuestro movimiento que no es capaz o no quiere comprender el sentido. Tomemos por ejemplo la piedra tallada del anarquismo de nuestros días. Cuando la mayor parte de los anarquistas reconoce que la próxima ola revolucionaria no será por completo y en todas partes anarquista, admite por lo tanto que la revolución social —todo su desenvolvimiento, desde el instante destructor del viejo orden hasta la formación integral del orden nuevo— se divide en etapas más o menos prolongadas. No obstante, cuando se habla del período transitorio, los anarquistas dogmáticos se encolerizan inmediatamente. “Período transitorio” es, a la ligera, fusionado con “dictadura”.

No hay actualmente anarquista que suponga que al día siguiente de las barricadas la anarquía podrá florecer libremente en toda su belleza. Y, sin embargo, muchos anarquistas se alarman en cuanto se les dice que en ese período reconocido por sí mismos involuntariamente, será preciso de un modo o de otro arreglar la vida económica y social, y eso al margen de la ideología y de la moralidad anarquistas, tales como nuestro ideal las esboza. Para estos anarquistas, —que se denominan anarquistas comunistas como en oposición a los anarcos-indicalistas, no existe en general cuestión de forma de organización al día siguiente de una revolución, sino enteramente anarquista, al menos impregnada bastante considerablemente de anarquismo. No quieren ni pensar en el período que seguirá inmediatamente a una tal revolución y no consideran necesario ocuparse de los medios de superar ese período.

Los anarco-sindicalistas rusos fueron los primeros en declarar abiertamente su negativa a imitar, desde la derecha o la izquierda, a los destructores de nuestra revolución. Deduciendo las lecciones de esa revolución, fueron los primeros en plantear franca y concretamente la cuestión de las formas que un movimiento obrero victorioso deberá tomar, y promovieron la cuestión de la inevitabilidad de un puente entre la víspera y el mañana, y por consiguiente de la misión y de la importancia de ese puente, de los peligros del período de transición y de la urgencia de superarlos; los anarco-sindicalistas, no sastisfechos con el anarquismo de las frases sonoras y de las fórmulas vacías, han colocado de frente todas esas cuestiones ante el movimiento, sin la solución de las cuales ninguna revolución será jamás anarquista. Pero la mayor parte de nuestros camaradas, alejados de la realidad, no encontraron ningún medio mejor para gritar el alarma, pidiendo socorro al Sanctus Sanctorum del anarquismo contra la invasión de los heréticos impios...

A decir verdad, los anarco-sindicalistas no han hecho más que atraer la atención sobre estas cuestiones, planteadas por la revolución misma, para la vida. En tanto que de su solución correcta depende el éxito de la infiltración de nuestras ideas en las grandes masas del movimiento obrero y, por consiguiente, el éxito de la revolución, el deber de cada uno de nosotros consiste, sin temor, sin demagogia y sin prejuicios, sencillamente desde el punto de vista de la vida misma y de nuestros principios, en unir todos nuestros esfuerzos para conseguir ese objetivo.

¿Qué quieren, pues, los anarco-sindicalistas?

Los anarco-sindicalistas afirman:

  1. Que la revolución próxima no será la encarnación de todo el ideal anarquista.

  2. Dado que la revolución estará, en un grado mayor o menor, penetrada del espíritu antiestatal, es probable que el “día siguiente” será tal como la clase obrera, psicológicamente bastante madura para la abolición del sistema burgués y para la realización de la igualdad integral, se encuentre de capaz para administrar la producción y organizar la vida social sobre nuevas bases.

¿A qué nos llevan entonces estas afirmaciones?

Vemos por ejemplo a Malatesta —bien lejos de considerarse sindicalista— obligado a promover la cuestión de si será posible, al día siugiente de la revolución abolir el sistema monetario: se pregunta si no habría que respetar temporalmente ese resto del orden capitalista para no quedar en la fase inicial de la nueva sociedad sin ningún medio de cambio.

Una situación revolucionaria compleja crearía condiciones que disminuyen la productividad del trabajo —y una situación semejante sería inevitable al díá siguiente de una revolución, aunque fuese diez veces victoriosa— en cuya atmósfera nos será necesario resolver el problema: ¿la distribución de los productos de primera necesidad, los víveres, deberá hacerse entre todos, o solamente entre una cierta parte de la población, y en qué medida?

¿Este es el único problema? No, estaremos obligados a dar respuestas claras y concretas sobre toda una cadena de preguntas concretas y vitales. Así:

¿Será preciso al día siguiente de una revolución recurrir a medidas violentas contra los burgueses recalcitrantes y rehacios y contra todos sus agentes conscientes? Sí, será necesario, y son los obreros los que deberán hacerlo, no ciertamente recurriendo al linchamiento, sino por medio de sus organizaciones económicas.

Las organizaciones económicas de los trabajadores —aunque fuesen locales, industriales o cooperativas— ¿deberán continuar la distribución de los productos del consumo estrictamente según las reservas, o bien comenzarán inmediatamente la distribución según las necesidades? Ciertamente lo harán o deberán hacerlo según las reservas, porque en el caso contrario esas reservas no soportarán la presión de los consumidores.

Las organizaciones económicas, ¿van a armarse y organizarse en destacamentos obreros de combate, para la defensa del territorio revolucionario? Sí, lo harán y deberán hacerlo, a pesar del hecho de que el destacamento de combate —aunque sea temporal— desarrollará siempre una cierta dosis de parasitismo y de improductividad.

Las organizaciones económicas de los trabajadores, ¿asumirán todo el peso de la producción y de la organización de toda la vida social aunque no está toda la población incluid en esas organizaciones económicas? Deberán asumir esa responsabilidad, porque al día siguiente de las barricadas nadie será capz de organizar la vida pública.

Pero todo eso, ¿está un poco lejos del orden anarquista que desearíamos y propagamos? Habrá, indudablemente desigualdad. ¿Entonces? ¿Deberemos ser hostiles a esta etapa?

Si hemos de serlo, determinemos entonces que los anarquistas están condenados a la misión única de educadores y no de luchadores y de creadores: no serán esto último, parece, más que cuando les sean garantizada la completa anarquización de la revolución futura.

De lo contrario, estamos obligados a participar de una tal revolución, ayudado por todos los medios a superar la etapa, introduciendo en todas partes el principio anrquista, cuyos elementos fundamentales tendrán ciertamente su puesto en esa revolución victoriosa.

¿Es que eso significa que los anarco-sindicalistas se ocupan de la revolución de los valores anarquistas, de una rectificación? De ningún modo. Pero consideran que la introducción del comunismo estatal es imposible frente a la resistencia y a la inconsciencia de la población interesada, y lo será en un grado aun superior la realización del comunismo libertario frente a esas mismas condiciones.

Los anarco-sindicalistas son de opinión que en un período preparatorio para la revolución es preciso propagar el anarquismo sindicalista en nuestras propias filas anarquistas, y el sindicalismo anarquista en las masas obreras, en sus organizaciones económicas. En otras palabras, nuestro movimiento de ideas y nuestro movimiento organizado deben desenvolverse paralelamente, completándose uno al otro, porque entonces llegaríamos, sea a una nueva variedad de dictadura de partido, sea a un reformismo estéril. Es precisamente la cooperación de estos dos elementos lo que constituye el pensamiento madre del anarco-sindicalismo. El anarquismo debe volverse activo y no permanecer solamente propagandista, de otro modo vegetará en el intelectualismo cultural.

Este es el trabajo fundamental antes de la revolución.

Después de la revolución, nuestro fin debe consistir en que la primera y más difícil estapa constructora, es decir, lo que algunos llaman el período transitorio, no nos aleje, sino al contrario nos aproxime al objeto final. Cuanta más energía creadora introduzcamos en esos días difíciles de la revolución, más pronto nos libraremos de ese período transitorio inevitable.

Contra el sistema transitorio estatal —la “dictadura del proletariado”— nosotros oponemos la reglamentación económica y social por las organizaciones económicas del proletariado urbano y rural que prepararon la revolución y que escombraron el camino reconstructor de todos los fenómenos estatales, aproximándonos así, por el ensanchamiento cotidiano de la base anarquista, al comunismo libertario.

No es un sistema intermediario el que queremos crear, ni el Estado proletario ni la dominación sindical. No queremos más que ser los simples trabajdores deseosos de desembarazar el camino que lleva hacia el comunismo libertario, de los escombros y de los restos amontonados por la tempestad revolucionaria que destruyó el viejo régimen.

Y nuestra herramienta principal es el anarco-sindicalismo.

A. SCHAPIRO

1º de junio de 1923.