#title ¿Quién dice no? #subtitle En torno a la anarquía #author Agustín García Calvo #LISTtitle quien dice no #SORTauthors Agustín García Calvo #SORTtopics Anarquía, Sicología #date 1999 #source Editorial Estudios Libertarios Anselmo Lorenzo #lang es #pubdate 2016-01-10T19:20:00 #notes Conferencia impartida en Lorca (Murcia) el día 21 de noviembre de 1997, publicada por la Fundación Estudios Libertarios Anselmo Lorenzo. Se han corregido algunas palabras contenidas en el original que marcaban la fonética del lenguaje hablado del autor. **Agustín**: Gracias por vuestra presencia. Gracias, Pedro, especialmente por esa alusión que bien querría merecer a lo de monstruo, y que no puedo merecer más que cualquiera de vosotros. Todos, como veremos enseguida, tenemos algo de eso de monstruo, porque somos dos, y dos en guerra el uno con el otro. En contra de lo que os quieren hacer creer, de que cada uno tiene su persona bien constituida, esto es mentira. Siempre esta persona está en guerra contra una cosa que le queda por debajo, y es justamente a esa otra cosa que queda por debajo de las personas a lo que voy a estar llamando entre vosotros ahora; de forma que no es al final el coloquio, va a ser por el medio; de manera que estad preparados para empezar enseguida a conversar conmigo y entre vosotros de algo que a todo el mundo le toca, que todo el mundo sufre, sobre lo que todo el mundo piensa, que es a lo que alude ese título de “¿Quién dice ‘no’?” Todo el mundo sufre, todo el mundo ha pensado acerca de ello, tenéis cosas que decir, y es tan sencillo; no tenéis que estar preocupados. Lo único que os pido es que al menos alguno de vosotros, pronto, en cuanto me oigáis un rato, os dejéis hablar, que es lo que por mi parte intento hacer. Dejarse hablar es lo contrario de tener que exponer ideas, expresarse uno mismo, dar su opinión: éstas son las formas de la falsificación. Dejarse hablar quiere decir, en la medida de lo posible, quitarse un poco de en medio y dejar que hable eso que hay por debajo de uno, que es lo que no es personal, ni mío ni de nadie, que es lo que es común, aquello a lo que pueden aludir palabras como no consciente, el lenguaje mismo, el pensamiento, que no es de nadie, que no es personal, que está latiendo por ahí debajo. Es a eso a lo que llamo entre vosotros, de manera que si acierto a incitaros un poco, ahora, dentro de un rato, en cuanto haga una pausa, no tenéis más que dejaros hablar; es tan sencillo, de decir por lo menos. Luego, claro, os resulta difícil porque, claro, eso de quitaros un poco de en medio cuesta; hasta tal punto a uno le han convencido de que tiene su persona, de que tiene sus ideas, de que tiene su sitio en este mundo, de que tiene su nombre propio, de que tiene su Documento de Identidad, y todo eso pesa mucho. Dejar que eso se retire un poco, se resquebraje, para que hable el que de verdad sabe hablar, que no es ninguna persona, sino el propio lenguaje corriente y moliente, el pensamiento, ese pensamiento con el que habláis constantemente con esa facilidad por vuestras bocas sin que, sin embargo, tengáis una noción, una idea de los mecanismos del artilugio del lenguaje común. Confiar en el lenguaje, no en el de uno, sino en el lenguaje común, es lo mismo que confiar en el pueblo, en eso que nos quede de pueblo por debajo de las personas. A eso os estoy llamando, y esto ya actualmente tiene que ver con el tema que en el título se ha propuesto, con el “¿Quién dice 'no’?”. Espero muy rápidamente ponéroslo a punto para lanzaros a la discusión y a la contradicción si es preciso. ‘No’ es el corazón de todo lenguaje, de toda lógica; es del ‘no’ de lo que toda la lógica, todo el pensamiento corriente nace. Recordad que no me estoy refiriendo nunca ni a filosofías ni a teorías científicas ni a ninguna otra de las cosas que se formulan en la jerga de las escuelas o de los periódicos: me estoy refiriendo al pensamiento, al lenguaje corriente y moliente; para ése, ‘no’ es de alguna manera el corazón de donde todo nace. Oís contar que, cuando un niño cae en este mundo, empieza esa larga lucha de alrededor del año y medio entre el lenguaje común que él trae a este mundo —en cada niño que nace se produce esta encamación del verbo—, entre eso y el lenguaje, el idioma de los padres y de sus alrededores, una lucha que termina triunfando la lengua de Babel, el lenguaje —el español, el que sea— que tiene esa sociedad en la que al niño le ha tocado nacer. Termina así, normalmente —salvo accidentes, casos de enloquecimiento, de locura—, pero termina no sin una larga lucha, y cuando el niño está en ella, no hagáis caso de que os digan que lo primero que aprende a decir es “ma” o “mamá”: lo primero que aprende es a decir ‘no’ y no sólo es lo primero que aprende, sino que lo traía ya sabido de antes de quedar cazado en esta sociedad; lo traía ya consigo, eso era el centro de la lógica del verbo encamado con que él venía. Lo primero que dice es ‘no’; recordad esto. Ahora paso al otro término que figura en el título de una manera implícita, porque ‘no’ se dice a algo, a alguna cosa o de alguna cosa, y sobre esto tenemos que aclaramos un poco si queremos discutir con una cierta precisión. ¿A qué es a lo que se dice ‘no’? o ¿de qué es de lo que se dice ‘no’? Utilizo este juego que permite esta lengua de Babel con la preposición ‘a’ y la preposición ‘de’, porque en este caso tienen que jugar. ¿A qué se dice ‘no’?, ¿de qué se dice ‘no’? Son dos cosas que tienen que ver entre sí, aunque no parece que sean lo mismo. Todos habéis sospechado, cuando habéis venido aquí (seáis más o menos libertarios, más o menos, por lo menos, ineducados, más o menos indefinidos, que es lo que hace falta para que podáis soltaros a hablar dentro de un momento; no va a hacer falta que tengáis un título especial), pero todos habéis sospechado que aquí veníais a tratar de decir ‘no’ al Poder, a lo que está arriba, aquello que se contrapone a lo que acabo de aludir como pueblo, como gente, aquello bajo lo que la gente está oprimida —como solía decirse—, pero antes que oprimida, más que oprimida, convertida en número de almas de una población cualquiera. El pueblo no era eso, y perece en primer lugar por esa conversión, por esa obligación de ser miembro de tal familia, de ser español, de ser murciano o de Lorca incluso, de pertenecer a esta secta o aquella otra, de estar matriculado en tal o cual institución académica: es decir, entrar a formar parte de conjuntos de números de almas. Esa es la muerte de lo que había de pueblo en nosotros, ésa es la labor funesta del Poder, labor mortífera del Poder. El Poder, desde el comienzo de la Historia, está dedicado a no dejar vivir, a que no haya pueblo, a que no haya más que conjuntos de personas que se tragan todos los sustitutos de la vida que se les quieran ofrecer desde arriba. Esta es la función del Poder a la que muchas veces aludo diciendo ‘administración de muerte’. Sospecháis, por tanto, sin duda, ya al venir aquí, que, cuando se trata de decir ‘no’, se trata de decir ‘no’ a eso; por tanto, decir ‘no’ a eso desde ahí abajo donde he dicho que está el corazón del lenguaje y de toda razón común: en el ‘no’, en el ‘no’ mismo. Decir ‘no’ al Poder, al Estado, al Capital, al Dinero, a la Familia, en especial al Régimen que hoy padecemos, en el cual culminan todos los regímenes de la Historia y donde esa labor funesta que he descrito se da de la manera más perfecta: en la democracia desarrollada que se funda en la fe en el individuo personal; y, por tanto, decir ‘no’ —y esto es lo más difícil y más importante—, decir ‘no’ a la persona de cada uno, en contra de lo que manda la democracia. Decir ‘no’, negarse a creer también en la persona de cada uno, porque cada uno es el Poder, igual que la Banca, igual que el Estado. Bueno, si ya pensabais antes de venir aquí que se trataba de decir ‘no’ a todo eso —aunque seguramente no se os ocurría incluir en ella la institución del individuo personal, pero sí lo que suele llamarse el Poder entre la gente más o menos revoltosa— tenéis que tener en cuenta que, aparte de decir ‘no’ a eso, también se trata de decir ‘no’ de algo, y, naturalmente, ‘no’ se dice de la mentira. Es la mentira la que recibe la negación, es la mentira la que en virtud de la negación se descubre como mentirosa, como falsedad, como falsificación. La mentira es la realidad; la mentira es la realidad porque la realidad, ésa que os imponen y ésa que se os vende, es necesariamente mentirosa, es necesariamente una falsificación. Fijáos cómo os engañan, que muchas veces se os confunden los términos ‘verdad’ y ‘realidad’ cuando son —trato de presentároslos rápidamente— todo lo contrario. La realidad es necesariamente falsa; por eso precisamente tiene que estarse reconstruyendo todos los días: desde la televisión, por ejemplo, por boca de los mayores y conformes, en las instituciones pedagógicas, en la prensa. Tiene que estarse reconstruyendo, demostrando con ello que, si bien es la falsificación poderosa, nunca está del todo tan segura de sí misma, precisamente porque tiene que estarse cada día reproduciendo: “Eso es la realidad, muchacho”, como le puede decir un padre típico a sus retoños. “Eso es la realidad”, que quiere decir, cuando bien se mira, “Eso es el Dinero”, porque la forma más perfecta de la realidad es el Dinero, realidad de las realidades, al cual todas las cosas pueden reducirse y con el cual se supone que todas las cosas reales —digamos redundantemente—, se pueden comprar. Entonces, el ‘no’ se dirige igualmente a la mentira, al descubrimiento de la falsedad de la realidad; pero las dos operaciones no son tan distintas ni separadas, porque el Poder no puede sostenerse si no es por medio de la mentira. Esa es su primer arma: no la policía, no los ejércitos de antaño, no los palacios de justicia. La primera es la mentira, la falsedad en la que se os quiere hacer creer cada día. Todas las demás cosas, todas las pistolas, las ametralladoras, las bombas atómicas, nacen de ahí; sin eso, sin falsificación, no hay Poder que se sostenga. La primera necesidad del Poder es la mentira, de forma que naturalmente quien pretende decir ‘no’ al Poder, rebelarse contra el Poder, está al mismo tiempo obligado a decir ‘no’ a la mentira, a las ideas que os venden: lo uno es lo otro. Ahora supongo que os hago entender un poco cómo no habéis venido aquí a hablar, sino a hacer. Estamos intentando que ésta no sea una sesión cultural donde se dicen cositas más o menos interesantes, se exponen ideas más o menos filosóficas o científicas; estamos aquí aprovechando este rato para ver si intentamos hacer algo. Y hacerlo es decirlo. Que no os engañen tampoco nunca haciéndoos creer que se habla para llegar a conclusiones y después, como antaño decían los marxistas, pasar a la praxis, venir a la práctica. Ese método es el propio de las instituciones de la realidad: así se actúa en las reuniones de directivos de una empresa, en los consejos de un consorcio bancario; así se actúa en las reuniones de claustros de las facultades universitarias o de los institutos; así se actúa también, por desgracia, en los Sindicatos Obreros. En cualquier sitio se piensa que se habla para llegar a conclusiones y entonces pasar a la práctica, a ver qué hacemos. Contra eso os estoy hablando. Hablar es hacer. Precisamente porque el Poder está necesariamente fundado en la mentira y ésta es su primera necesidad, si de verdad nos dejamos hablar y decir ‘no’, estamos ya destruyendo lo primero que hay que destruir, que es la mentira. Todo lo demás vendrá después por su paso, pero lo primero es esto. Si uno, en cambio, intenta hacer cosas, revueltas contra esta forma de Poder o la otra, sin haber entrado a este fondo de la falsificación de la realidad y haber empezado a descreer de la realidad, entonces todas la acciones son inútiles para el pueblo, vuelven a quedar convertidas en maneras de colaboración con el Poder, aunque sean desde la izquierda o desde donde sea, pero, en cualquier caso, ya perfectamente asimiladas. El primer hacer es este hablar que consiste en decir ‘no’, decir ‘no’ al Poder, que, repito —y ahora dentro de unos pocos momentos vais a decir si este punto está claro— es lo mismo que decir ‘no’ de la realidad, descubrir la falsedad esencial de la realidad, negarse a creer en la realidad. ¿Quién dice ‘no’? Desde luego, ni yo personalmente —lo cual quiere decir Don Agustinito García, que ha venido aquí invitado por los amigos de Lorca que se reúnen en un local de una institución bien conocida en la localidad y que tiene tal edad y que tiene tal cargo y que, en fin, tiene tal número en su Documento de Identidad—; no ése, desde luego, ni tampoco ninguno de vosotros, a los cuales más o menos les pasa lo mismo, sea cual sea el sitio donde estáis ubicados y sea cual sea el número de vuestro Documento de Identidad: ése no: ése no puede decir ‘no’. Algunos os pueden hacer creer —y esto es una vieja perversión de los políticos de izquierda, incluso los anárquicos—, os pueden hacer creer que, en cambio, si nos juntamos unos cuantos y nos ponemos de acuerdo, entonces sí podremos decir ‘no’ al Poder. Mentira: cada individuo está constituido en obediencia al Poder, le debe al Poder no su vida, ciertamente, pero sí ese sustituto de la vida que es la existencia, el ser fulano de tal, el tener un puesto en tal sitio, el tener derecho a tales trabajos y a tales diversiones. De manera que el pobre individuo personal, ¿cómo va él a hacer nada contra el Poder si está hecho por el Poder, está constituido, tan constituido como lo está el propio Estado español, por ejemplo, tan constituido como lo está un consorcio bancario? Ese no puede decir ‘no’ al Poder de ninguna manera; y cuando se juntan, aunque sea con todas las intenciones revolucionarias —las más rojas y las más negras—, cuando se juntan y se ponen de acuerdo, pues de la suma de individuos nunca puede salir más que lo mismo. Tampoco. Os estoy hablando contra la solidaridad; la solidaridad con los oprimidos no vale para nada; la suma de individuos no puede dar más que un individuo más gordo, un conjunto de individuos tan sumiso como cada uno de sus miembros. Y bueno, si os hace falta comprobarlo por el sufrimiento práctico y real, pues por todas partes lo veis, en lo que se convierte cualquier consorcio, cualquier solidaridad de gente que se reúne, en principio, para luchar contra el Poder, para rebelarse contra él. No: ése no puede decir ‘no’ al Poder, ni el individuo personal ni sus conjuntos. Al Poder, a la mentira, le puede decir ‘no’ otro, que soy yo: Yo, cuando no se trata de Don Agustinito García, sino todo lo contrario; yo, que no es nadie porque es cualquiera: ése es el que puede decir ‘no’ al Poder. Yo es lo mismo que el pueblo, porque, en contra de todas las pretensiones de los gobiernos, de los poderes, como ellos no pueden menos de dejar que la gente hable (el lenguaje corriente y moliente es la única cosa de verdad gratuita que se da a todos, a cualquiera, sin distinción de clases ni de sexos, más gratuita que las cosas llamadas naturales, que el aire o que el agua, la única cosa humana artificiosa, la máquina del lenguaje, que se da a todos, a cualquiera, sin ninguna distinción), como no puede menos de darles eso, tiene que darles ‘yo’ con ello; porque yo, este otro índice, éste está en el corazón del lenguaje junto al ‘no’ del que antes he hablado. De manera que cualquiera, sin distinción de clases, de edades, de sexos, es ‘yo’. Tiene derecho a decir ‘yo’, ‘me’, ‘mí’, ‘conmigo’, y es ése que no es nadie, que no existe, pero que hace algo mucho más importante que existir, que es estar aquí, estar presente en cada momento que se habla: es ése el que puede decir ‘no’: ese ‘yo’ es contra-personal, ese ‘yo’ es común, ese ‘yo’ es el pueblo. Os engañan constantemente confundiéndoos vuestra personita privada, con vuestro nombre propio, con eso del ‘yo’. Pero ahora estáis sintiendo cómo se separan: una cosa es que pretendan que creáis que ‘yo’ es fulanito de tal, menganita de cual, y otra cosa es que sea verdad. Eso es mentira y forma parte de las mentiras constitutivas de la realidad de que antes os he hablado. Estos días me viene muchas veces a las mientes la situación, más o menos imaginada, de un niño que está en el trance que antes os he recordado de quedar sometido a la sociedad de los adultos, de creerse, de tragar todo lo que le mandan. Un niño de dos años tal vez, tres, cuatro, que se asoma al espejo y al que le quieren hacer creer que lo que está allí viendo es él, su personita real. Así se le está educando, eso es lo que el Poder le dicta y manda, ésa es la falsedad. Ese niño, todavía medio vivo, se queda perplejo delante del cristal, y dice: “pero yo no soy ése”, “pero yo no soy ése”. Y ahí, en esa manera de decir, está surgiendo algo de verdad; en efecto, yo no soy ése. Podéis, con toda la mala intención, creer de mí que no soy más que este viejo catedrático que se llama Agustín García y que tiene sus ideas y cualquiera de las estupideces que os hagan creer para tranquilizaros; pero yo no soy ése, yo no soy ése. Yo no soy ése, porque soy cualquiera de vosotros, porque yo es común, y es esto de ‘yo’ lo que puede decir de veras ‘no’ al Poder, que es decir ‘no’ a la mentira de la realidad, empezando por la propia realidad de uno mismo. Para los que anden con pretensiones revolucionarias, les quiero decir que ninguna revolución sirve para nada si no es también revolución contra sí mismo al mismo tiempo; quien se crea que puede surgir de entre las personas algún movimiento liberador, se está equivocando. Es una equivocación vieja, hasta los propios viejos anarquistas se confundían con frecuencia y creían que eso de la libertad podía ser una cosa de individuos. Ahora supongo que vais más o menos entendiendo y sintiendo conmigo que de ninguna manera puede ser verdad. La libertad no es cosa de los individuos: uno, una, como persona, está sometido, tiene que creer lo que le mandan y, encima de creer lo que le mandan, creerse que se lo cree él, que éste es el gran truco de todos los regímenes, pero especialmente de la democracia. ¿Por qué creéis que el Régimen ha progresado hasta el punto de venir a tomar esta forma del Estado del Bienestar y de la democracia desarrollada que hoy nos está oprimiendo y sometiendo?: porque es la forma más perfecta de la falsificación. Este régimen está fundado en la creencia en el individuo personal, en la creencia en que no hay pueblo, no hay nada de eso común, no hay yo común del que os he estado hablando, no hay más que individuos personales que forman conjuntos: conjuntos de clientes, conjuntos de votantes. Esto es lo que el Régimen en su forma más perfecta está fingiendo que cree y procurando de hecho por todos los medios que se dé así en la realidad. Creen en el individuo y quieren que cada uno de vosotros se lo crea también. Como antes os he sugerido, se ve que esta labor funesta nunca está cumplida del todo, porque tienen que seguíroslo contando todos los días de diferentes maneras; de manera que eso os muestra que, aparte del individuo personal, queda siempre un resto de niño vivo que trata de decir “yo no soy ése”, y ahí es donde aparece el pueblo, al cual podría referirse un término puramente negativo como ‘libertad’. Libertad no puede ser más que puramente negativo, como todo lo bueno, como todo lo bueno para la gente. Es el ‘no’ el corazón del lenguaje y el corazón del pueblo. Solamente lo negativo, la negación, puede ser buena para la gente; lo positivo es un engaño. Fijáos cómo habéis llegado a esta sala de engañados, que hasta seguramente os han acostumbrado a llamar a lo bueno positivo y, en cambio, a lo malo negativo. Este es un truco fácil que padecéis todos los días; me gustaría que lo estuvieseis sintiendo conmigo. Por el contrario, para la gente, para lo que nos queda de pueblo, lo único bueno es lo negativo, la negación, el decir ‘no’; y esta negación tiene que referirse no sólo a las instituciones —por supuesto, también; y entre ellas en primer lugar el Dinero—, sino también a la propia alma personal de cada uno. Esa es una condición previa para cualquier forma de acción política que no sea el mero sometimiento. El régimen que padecéis, que padecemos —la democracia desarrollada— es la muerte del pueblo. No una muerte total, como digo por tercera vez; no total, porque, si no, no tendrían que estároslo contando todos los días y haciéndonoslo creer, pero es muerte del pueblo. Esto se ve hasta... este progreso del Poder se ve hasta en detalles como el referente a la producción anónima, popular, de canciones, de romances, de baladas; mal que bien, por medio de toda la opresión, venían surgiendo por tradiciones populares voces vivas de estas que cantaban o que hacían eso de contar cantando, que son el género de los romances y las baladas. Bueno, eso duró hasta más o menos comienzos de este siglo; es decir, hasta el momento en que el señor Ford empezó a producir automóviles personales y dio con ello un paso simbólico para el establecimiento del régimen peor de todos, que es el que hoy padecemos: la Democracia desarrollada; el peor de todos para el pueblo. El mejor de todos, por supuesto, para los individuos personales, porque ¡qué bien vivís en el Régimen del Bienestar!, ¡qué bien vivimos todos! Efectivamente, no padecemos los horrores de los pobres negros de África, ni padecemos los horrores de las pasadas dictaduras de que os hablan vuestros abuelos: vivimos de puta madre. Vivimos de puta madre en el Régimen del Bienestar. Claro que eso, por desgracia, no es vivir: eso es el sustituto, eso es lo que se le da a las personas; eso es tener un futuro, trabajar, pasarse horas delante de la televisión, pasarse fines de semana aguantando en la discoteca a ver si llega la madrugada y por fin pasa algo: sustitutos, sustitutos. Por el contrario, es el régimen peor para aquello otro que quedaba vivo por debajo; eso otro que dice “esto no es vida”, y que sigue diciendo “esto no es vida”, y demuestra con ello que por debajo sigue latiendo el sentimiento, el razonamiento de que hay algo que no es esto, que no existe, desde luego, porque existir lo que existe es la realidad, pero que lo hay, lo hay por ahí abajo, está ahí: las posibilidades sin fin de una vida que no fueran sustitutos; de una razón viva que no fueran ideas, que vienen a ser dos caras de la misma cosa. Eso por ahí abajo sigue latiendo, y sigue latiendo en eso a lo que he aludido como pueblo, y a lo que al mismo tiempo he relacionado con el lenguaje común, el verdadero, no las jergas que imponen desde arriba los educadores, la televisión, los científicos: el lenguaje corriente y verdadero que al mismo tiempo he relacionado también conmigo cuando no soy nadie: yo, el pueblo. Bueno, esto es apuntaros para introducción (porque os voy a pasar inmediatamente la palabra, y si es preciso el chisme, si las condiciones acústicas son muy malas, para que os podáis soltar hablando) ésta es la primera aproximación al problema de ¿quién dice ‘no’? y ¿qué es a lo que se dice ‘no’? Sin duda, se os han venido ocurriendo muchas cosas; algunas podrán saliros de ahí abajo, del lenguaje común, del corazón, y podrán ser sólo prolongación de lo que yo he dicho como lo podría decir cualquiera; otras serán defensa de las ideas con las que habéis venido a esta sala. Tendréis que oponeros porque vuestra personita lo pide, y decir: “pero, hombre ¿cómo dice usted esas locuras, esas tonterías, hombre? Pero si la realidad es la realidad, no hay más verdad”, y cualquier cosa por el estilo. Bueno, vosotros dejaos hablar; si lo que sale es algo de esto segundo, pues qué se le va a hacer: también eso sirve para la contradicción; y, como al principio os decía, tiene que ser así porque cada uno es dos, somos monstruos, y en uno mismo está en guerra lo uno y lo otro, y unas veces por la boca le va a salir eso que viene de abajo, que cualquiera siente, y otras veces le van a salir sus ideas personales, que son las ideas de arriba, claro, las que le han impuesto; pero ¿qué se le va a hacer? Que salga lo que salga; y, Pedro, si me quieres ayudar a ver con las manos que se levantan. Siento mucho tener que recurrir a esto de las manos, pero, bueno, como aquí hay bastante gente, yo no distingo bien. **Público**: Bueno, a mí no me gusta este modelo de vida ni para mí ni para mis hijos, entonces a mis hijos se lo digo /.../ pero bueno, queda la esperanza. **Agustín**: La esperanza no hace falta para nada, estorba. Esperanza no se puede tener; pero quedarse deprimida, ¿por qué? No, no se queda una deprimida; por el contrario, yo creo que reconocer la vanidad de esas ilusiones que usted misma confiesa que tenía, reconocer la vanidad de esas ilusiones, es como un respiro de liberación, eso da alegría. Fijáos bien que en esta misma reunión donde se está intentando decir ‘no’, es decir, hacer ‘no’, no hay ni el menor peligro de que os aburra nada ni de que os entre ninguna tristeza. Comparad con los sitios en que os dan ilusiones, en donde os las alimentan, lo mismo en televisión que en cualquier reunión en que se trata de ser positivos y hasta optimistas: el aburrimiento cunde inmediatamente; y el aburrimiento es un testimonio de lo que está contra el pueblo. Lo que nos quede de pueblo, cuando oye decir ‘no’ y lo siente razonar en su propio corazón, de ninguna manera se siente triste ni se deprime. Eso, al contrario, se convierte en un aliento de alegría, y ese aburrimiento propio de los centros positivos —iglesias, escuelas, partidos, sindicatos y cualquier otra especie de reunión positiva—, ese aburrimiento desaparece. Al contrario, hay un respiro de alegría, no optimismo. Optimismo y pesimismo, para ellos, para los que creen en el futuro. El pueblo no cree en el futuro, sabe que el futuro es la muerte, no puede ser nunca ni optimista ni pesimista. El pueblo sigue la lección de don Antonio Machado: “no hay camino:/se hace camino al andar”, y para que pueda hacerse camino al andar, la primera función es que no lo haya, que no haya futuro. De manera que quédese alegre y sin futuro; desde luego, tiene usted que, como cualquiera, como yo mismo, que seguir ahondando mucho más hondo en la destrucción de las ilusiones. A usted le costará mucho trabajo reconocer que, aparte de las desgracias que me ha contado que pesan sobre sus hijos, también pesa sobre sus hijos la desgracia de ser sus hijos. Esto le va a costar un poco de trabajo creerlo; pero, sin embargo, así es; así es, y como veo que tiene usted esta facilidad para dejarse hablar, seguro que ya lo está reconociendo. Tener hijos y ser hijos de alguien, implica el vínculo de posesión, y eso nunca puede servir para nada bueno; eso no puede servir nada más que para el establecimiento de la muerte; por eso, la familia y su fundamento, la pareja establecida, son mortales, son mortíferas, son muertes del sentimiento, del amor, de cualquier cosa que pudiera haber. A mí, como a cualquiera, esos niños a medio hacer como el que... os hemos contado, nos encantan, nos dan alegría. Percibimos ahí la gracia de algo que podía ser la vida de verdad, pero, desde luego, por eso no nos hace ninguna falta que sean míos ni de nadie; al contrario, si son míos, se me estropean enseguida. En cuanto empiezan a hacerse míos, pues ya no se trata de aquel niño encantador que decía ‘no’, se trata de algo de lo que tengo responsabilidad. En el Estado del Bienestar la responsabilidad maldita puede incluso volverse del revés. Tantas hijas de madres solteras que son responsables de sus madres en nuestros días. Puede estar en un sentido y en el otro, pero, en todo caso, la maldición es la misma. Con la posesión no puede haber nada de sentimiento ni de razón común, no puede haber más que ideas que sustituyen al pensamiento; por ejemplo, en lugar de enamoramiento, amor, pues una idea de amor es lo corriente, una idea de amor que pasa por sustituto y que se cree que depende de la conciencia y de la voluntad. “Yo sé que quiero a fulano”: ¿quién eres tú para querer eso?, ¿quién eres tú para querer nada?, ¿quién te mandó a ti creer nada, si los sentimientos son una cosa que en todo caso tendrían que arrebatarlo a uno o a una y, por tanto, arrebatar con ello la conciencia y la voluntad?; si lo sabes, si te lo sabes, niña o niño, pues ya lo estás matando; en ese momento, ya ni enamoramiento, ni amor: sustituto, idea, y no digamos si se trata de padres y madres y cosas así. Por debajo todavía de la familia, de la pareja, está el individuo personal. A lo que os estoy incitando es a que reconozcáis que toda rebelión contra el Poder tiene que pasar también por la negación de uno mismo, la negación a la propia persona de uno. La libertad no es mía, es de quien no soy yo, de la gente, del pueblo. Gracias de todas maneras, porque no es corriente que alguien sea capaz de dejarse hablar de esa manera. Y seguimos recogiendo más palabras. **Público**: Me llamo Antonio Ramírez y hace once años tenía el honor de escucharlo a usted todos los viernes en la Caravana de Hormigas. Yo le escuché durante tres años y hablaba usted del Capital. Cuando usted dijo lo del tren ese que baja de Madrid tan corriendo, cuanto va a correr es porque van a ganar más dinero, pero /.../ **Agustín**: Bueno, pues me alegro mucho. La verdad es que no fueron ni siquiera tres años, pero durante dos años esta institución bastante tremebunda que es Radio Nacional de España, se dejó engañar un poco y nos permitió a mí con algún amigo que estuviéramos, efectivamente, todas las semanas una hora no sólo soltando cosas, sino recibiendo llamadas de oyentes de todos los colores; y esto se permitió hace ya unos ocho o diez años, se permitió durante dos años. Esto os lo digo para que veáis que tampoco ni Radio Nacional de España ni las instituciones están tan perfectamente hechas; tiene estas rendijas por las que de vez en cuando se puede colar algo de razón y de sentimiento. Ahora por todas partes me encuentro gente como usted, que era de los antiguos oyentes, y esto, claro, me da una alegría pues doble; primero, por el encuentro y, después, porque es una especie de testimonio de que a pesar del poder de la realidad, siempre, sin embargo, cabe aprovechar esos resquicios y hasta por la radio se puede acertar a encontrar no un acuerdo en las ideas, no una solidaridad, sino algo de común, algo de común que despierta en los corazones de cualquiera. Gracias por estar aquí y por ser un antiguo oyente de esa radio. **Público**: Por un lado, parece que sí, que esto de la mentira todo el mundo la sentimos que la hay, pero habría que distinguir entre mentira y engaño. No hay nadie que administre la mentira: la mentira se administra a sí misma; es decir, no hay arriba nadie engañador, alguien que nos engaña. Esto lo podemos ver en los dictadores; los dictadores han sido siempre los más amigos del pueblo, según ellos; se les llenaba la boca con términos como el pueblo, en la estructura franquista, o en Mussolini, il popolo, o en Hitler, das Volk. Siempre se ha apelado mucho a los movimientos populares en las dictaduras, ¿no?, y al pueblo. Por lo tanto, habría que decir que los primeros que creen tienen que ser ellos, por el propio bien del pueblo. Luego, en cuanto a lo de la negación... **Agustín**: Los que más tienen que creer, efectivamente, son los de más arriba. Que no os engañen nunca haciéndoos creer que el tirano, allá arriba, es maquiavélico y que por debajo sabe la verdad, pero luego opera como si no lo supiera, y organiza la realidad y esclaviza a las poblaciones: esto no es así. El tirano, el que ocupa algún puesto en las alturas, es el que más fe tiene que tener, mucha más fe que cualquiera de nosotros, los que andamos por aquí abajo. Así que ya sabéis, ¿eh?: para trepar en la pirámide del Poder lo que tenéis que tener es fe. Esto ya os lo dicen ellos; a cualquiera que se mete en una escuela empresarial, en una escuela de marketing, lo primero que le dicen es que tenga fe en la empresa y... fe en sí mismo, seguridad en sí mismo. ¿No estáis reconociendo ya la cara del ejecutivo, el hombre seguro de sí mismo? El hombre que cree, pues ése es el que trepa, porque para trepar hace falta ser idiota, y cuanto más se quiera trepar más idiota hace falta ser, hasta llegar al sumo pontífice o al presidente de los Estados Unidos de América, que tiene que haber reunido condiciones de idiotez en grado sumo para llegar adonde ha llegado. Por tanto, ésta es la condición de la fe, y planteároslo en serio respecto a cada uno de vosotros, porque es así: si queréis estableceros, trepar, no os queda más remedio: tener fe, creeros, tragaros lo que os mandan. No hay otro procedimiento. Si os mantenéis mucho en esta guerra a la que os invito con muchas dudas y todo eso, no os voy a decir que vayáis a perecer, porque yo mismo estoy todavía aquí y soy bastante viejo; no vais a perecer, pero, desde luego, trepar por la pirámide mucho no. Para trepar hace falta la fe; si en lugar de ocupar un puesto en la sociedad, de colocaros bien y de ser un alto ejecutivo, os interesa ver si de vez en cuando se puede vivir un poco y pensar un poco, eso es otra cuestión. Para eso no tengáis ninguna fe. Lo que antes estábamos diciendo: la fe es la maldición. Pero, en fin, si os interesa haceros un hombre de Dios, una mujer de Dios, que en el Estado del desarrollo vienen a ser la misma cosa, pues fe y más fe, por supuesto. Hasta entre los muertos, como, por ejemplo, en las palabras del Evangelio cristiano, de vez en cuando se escapa algo que no es enteramente sumiso, que es un aliento de verdad. Vamos, no en la mayoría de los casos. Vosotros sabéis muy bien, los que estudiáis sobre todo y también los demás, que la mayoría de los muertos que están en los libros son tan idiotas como la mayoría de los vivos. Por eso os los hacen tragar, claro; por eso procuran que os hartéis de poetas, de filósofos que no tienen nada que deciros de nuevo y de importante, que no tienen más que el nombre. Fijaos bien en qué consiste la educación que recibís, no tanto la de los institutos y las escuelas como la de la Televisión, que es el órgano de educación por excelencia. Consiste en haceros creer en las figuritas de los poetas, de los músicos, de los pintores, de los filósofos, de los científicos, para que nunca se os ocurra de verdad dejaros pensar, dejaros sentir, porque las personas de esos personajones están para perfeccionar esta muerte que se os administra. Pero bueno, igual que entre los vivos, entre vosotros, entre los que estamos medio por azar en esta sala, no todos somos tan perfectamente idiotas, sino que a lo mejor se nos puede escapar algo de entendimiento, de razón, también entre los muertos. La mayoría desde luego es idiota; eso lo sabe la Democracia, porque, si no, no tendríamos el régimen que tenemos. De la mayoría están seguros, y por desgracia tienen razón. El Régimen tiene razón, en el sentido de conveniencia para su práctica: la mayoría es idiota; por eso ¿cuál es la principal plaga, aparte del automóvil, la televisión y la red informática universal, con que el régimen nos oprime?: es la libertad de expresión. Cualquiera puede decir lo que quiera en cualquier medio que le caiga a mano: libertad de expresión, en la cual no sólo se incluyen los idiotas más o menos establecidos que suelen escribir en los periódicos o incluso hablar en Televisión, sino también los fanzines de los muchachos rebeldes y cosas así. Libertad de expresión a troche moche. Se sabe bien que eso no le va a hacer daño ninguno al Poder; se confía en que la mayoría es idiota y, por tanto, si se la deja expresarse, no va a decir más que idioteces, es decir, conformidades con el Poder, con lo cual el Régimen cumple un doble servicio: primero, efectivamente, sostiene esta falacia de la libertad de expresión, y, con ello, la fe en el individuo personal; pero, además, a fuerza de libertad de expresión, se consigue que los Medios estén llenos de estas idioteces de los que se expresan, y que, si por casualidad, por ventura, hay alguien que hable de corazón, de razón, pues eso quede aplastado en la balumba de la expresión personal de tantos y tantos. Espantable, espantable. No hay que ponerse triste, sino reconocer: es así el régimen que padecemos. Entre los muertos que yacen en nuestras bibliotecas y en vuestros programas de estudio y por ahí, y que aparecen en las películas históricas de la televisión, lo mismo: la mayoría son, efectivamente, idiotas. Por eso se confía; pero tampoco todos: hay algún muerto vivo que otro. Y esto venía a cuento de palabras nada menos que de los Evangelios cristianos. Hasta ahí, lo mismo que en los recuerdos que tenía Platón de joven de la voz de Sócrates, nunca escrita, lo mismo que en los restos o en los harapos que nos quedan del libro de Heráclito, puede oírse algo de verdad. En el Sermón de la Montaña se dice: “no os preocupéis del día de mañana: el día de mañana cuidará de sí mismo. A cada día con su mal le basta”. Una cosa que os suena a limpio y a verdadero, pero ¡imagináos que la Sociedad hubiera hecho caso de las palabras del Evangelio!: no sólo el Estado Vaticano, como dices, sino todos los Estados no tendrían fundamento, porque todos ellos están fundados en hacemos creer en el futuro, en el día de mañana. Que no padezcáis por el hambre de cada día (eso ni en el Estado del Desarrollo se lleva. Nadie pasa hambre, salvo algunos que se rebelan y no saben cómo, y se pierden en las bocas del metropolitano y a lo mejor se mueren alguna vez de frío. Pero vosotros, no; vosotros nunca os vais a morir de hambre ni de frío, ni siquiera vais a saber qué es eso en toda vuestra vida), pero el pan de mañana, ah, amigo, ése sí que es la muerte, el pan de mañana; el de mañana, el pan as tracto, el ideal, contra el que habla la Voz de Jesucristo en el Sermón de la Montaña precisamente. Él dice: “El pan de cada día”. El pan de cada día; y ese pan de cada día se opone a esa preocupación por el mañana. Pues esas voces, como las que recordabas tú misma ahora: “que se niegue a sí mismo”, “el que quiera seguirme que se niegue a sí mismo”, con otras partes del Evangelio es donde se muestra lo que antes os decía de nuestra constitutiva monstruosidad: que uno es dos. Porque, claro, estamos en la cuestión de nuestra charla de hoy: si uno se niega a sí mismo, está claro que uno es el que niega y otro es al que se niega. ¿Os dais cuenta de cómo estáis constituidos de dos en guerra? Y es justamente lo que hemos estado hablando hoy. Os lo recuerdo: hasta en vuestras bibliotecas, por error, por imperfección del Poder, hasta en vuestras clases, hasta en vuestros libros de vez en cuando, también de entre los muertos, puede salir alguna voz que no sea idiótica y conforme. Es raro, pero sucede de vez en cuando gracias a que la realidad no está perfectamente constituida. **Público**: Pues empezaré por reconocer que /.../ **Agustín**: Yo sé que, yo sé que a los que no quiero llamar jóvenes, sino que estáis por fortuna menos formados, les cuesta más trabajo por —no sé— alguna pequeña timidez, lanzarse a esto, pero, por favor, romped con eso... **Público**: /.../ **Público**: Yo quería, en fin, estar de acuerdo contigo —perdona la confianza— en que he estado, pues toda mi vida, metido en esa maraña de no, que nos has expuesto tan estupendamente, y tengo conciencia de ello, y aun esta noche me lo has puesto más delante de los ojos, ¿eh?, me lo has puesto más delante de los ojos, hasta el punto que yo he entrado, he decidido voluntariamente hacer una nueva etapa a mi edad y en mi vida, y a los amigos que me lo han preguntado, les he dicho, eh, me han dicho: “¿qué vas a hacer?”, y yo les digo: “vivir”. Es la asignatura que tengo pendiente. La conferencia de esta noche era muy atractiva para mí, porque precisamente sé, tengo conciencia de que tenía que decir no a muchas cosas. Lamentablemente, no solamente no sé decirlo, sino que no digo lo que debo, no digo que no las veces que debo decirlo, y quizá como deba decirlo; y es más: después de oírte, lo que tengo es un cacao impresionante, tengo que reconocerlo: tengo un cacao impresionante después de lo que acabas de decir, que no creo que me vaya a ayudar, a pesar de que era mi propósito y mi deseo —y lo sigue siendo, ¿eh?— Quiero, quiero vivir y quiero salir de esa maraña, de esa trama de noes y de historias de... que tú tan perfectamente has explicado. Entonces, ése era mi planteamiento: que quiero vivir. Y para eso hay que decir no y, hasta ahora, todavía no sé cómo, no se cómo afrontarlo... **Agustín**: Desde luego, no querría que de aquí saliera ninguna especie de cacao, ¿eh? La mayor parte, cuando os marchéis, vais a procurar tranquilizaros y deciros: “ideas de ese señor, y tal”; pero cacaos y caos, no. La cosa está bien clara: de la confusión vive el Poder, pero la gente de abajo, que habla el lenguaje corriente y moliente, nunca puede dar lugar a cacaos y confusiones. La cosa es muy sencilla de decir y muy clara. Lo que pasa es que después, que sea difícil que esto se produzca, es otra cuestión. Pero, claro está, y no tienes más remedio, antes de preguntarte cómo lo vas a hacer, preguntarte quién lo hace y contra quién lo hace. Si te haces la ilusión de que eres tú el que se va a liberar, estás perdido; estamos al cabo de la calle. Tú no te liberas; tú no dices ‘no’, personalmente. Nadie dice no personalmente, nadie va a encontrar una liberación en su vida. El individuo personal no entra en la tierra prometida, como le decían a Moisés: “no entro en la tierra prometida”. Si uno dice ‘no’, no es para resolver su vida ni alcanzar alguna otra meta; es simplemente porque, aparte de uno mismo, siente que hay algo más en él, por debajo de él, y que eso merece más la pena. De manera que es, sin duda, muy difícil liberarse de uno mismo, pero parece que no está excluido del todo; y, desde luego, es claro; desde luego es claro, es decir, lo de que uno es dos. Hay unos versos en que don Antonio Machado —entre los cuales, de vez en cuando, pues se oyen cosas de ésas vivas, que se salen de la idiotez mayoritaria— planteaba bien esta necesaria dualidad de uno mismo. Son tres versos sueltos que terminaban diciendo: O que yo pueda asesinar un día en mi alma, al despertar, esa persona que me hizo el mundo mientras yo dormía. El mundo, la realidad de la que estamos hablando. Esto y otras muchas formulaciones nos dan lugar a eso, ¿no? Renunciar a la libertad individual es primario. Si uno sigue creyendo que el que se libera es él y que la persona se opone a la sociedad, no estamos haciendo nada, porque la persona no se opone a la sociedad. Haga lo que haga está constituida por ella. De forma que, quien dice ‘no’, nunca es la persona individual. Se dice ‘no’. ‘Se’, este es otro precioso implemento del lenguaje corriente: el impersonal ‘se’, ‘se’. Se dice ‘no’ a pesar de uno mismo, a pesar de uno mismo y gracias a que uno no está bien hecho del todo. **Público**: /.../ **Agustín**: A mí, en primer lugar, me dejas conmovido, y supongo que lo mismo les ha pasado a muchos de tus compañeros y otra gente, porque no es corriente que alguien se deje, se deje hablar, tal como yo pedía, de esa manera tan decidida y tan suelta. Esto es algo que conmueve y que da alegría, como antes decía respecto a la posible depresión o tristeza. Sí: aunque al salir de aquí o mañana o cuando te hagas mayor, vuelvas otra vez a creer y a tener fe, ya el solo hecho de dejarse hablar un rato este momento, ya para mí es mucho, independientemente de todo lo que te pase después. Tu futuro no es lo que me importa, y pienso que a ti no te importa. Lo que importa es este momento en que te has dejado hablar un rato. ‘Yo’, ese ‘yo’ común que se opone a mi persona, conocerse no se puede. No se puede conocer, porque se conoce la realidad. Se puede decir al revés: realidad es aquello que se conoce, aquello de lo que se habla; pero lo que no es real, lo que está por debajo de la realidad, como yo, como pueblo, eso no se puede conocer con las armas y los procedimientos de la realidad: sería enteramente contradictorio. De manera que lo único que con ello cabe es lo que tú has hecho: sentirlo —está ahí, aunque no exista— y dejarle hablar, que es hacer, y que él lo haga. Tú ni yo no tenemos que planteamos, como los empresarios, el problema de qué vamos a hacer. Eso es para la empresa y para la Banca. Hay simplemente que sentir, sentir de veras, y dejar que eso que no es yo personal, que eso que es común y pueblo hable, diga ‘no’, que es actuar, que es hacer, y él, él encontrará su camino. Cuando estéis diciendo ‘no’ más o menos acertadamente en algún sitio y alguien os salga, como siempre, con la mandanga de “Bueno, y entonces ¿qué?: ¿qué alternativas nos ofrece?”, y cosas por el estilo, que es con lo que se encuentra uno, tened el valor de saber decir también ‘no’ a esa insinuación estúpida. Tened también el valor de saber decir: “No: yo no conozco ninguna alternativa; yo no conozco otro mundo de sustitución; yo no tengo un plan, yo no creo en el futuro. A mí me basta con intentar dejarme vivir y, por tanto, decir ‘no’ y razonar, y ya es mucho y ya es difícil. No me vengas con esa monserga de cuál es la alternativa o la sustitución o la buena sociedad, porque eso no me lo dices nada más que para entretenerme y para desvirtuar ese ‘no’ que yo estuviera pudiendo decir”. Es una valentía algo difícil también; pero, por supuesto, de todo corazón os la recomiendo. Sabed negaros a toda propuesta de alternativa. Ya hay mucha tela cortada con la realidad, que es lo que conocemos, la que tenemos aquí, y ya el irla desmontando y descubriendo su falsedad es algo que va a durar mi vida y todas las vidas de muchas generaciones, y ya hasta el sin fin. Por tanto, no cortar, no cortar esta acción —de verdad común, de verdad de abajo— con la pretensión de la alternativa o del conocimiento. Hay, bueno, por lo que toca a ti y a mí y a cualquiera, hay que renunciar a ese otro personal que no soy yo. Fijáos cómo se decía en esos versos sueltos de Machado: *O que yo pueda asesinar un día* *en mi alma, al despertar, esa persona *que me hizo el mundo mientras yo dormía*. Fijáos que dice “yo” y habla en contra del yo de esa persona, a la que yo se desea que pueda asesinar. Acertó ahí a formularlo de una manera sumamente clara. Por un lado está yo, al que no se le llama persona, al que no se le conoce, pero que dice yo, y que dice que yo pueda asesinar un día en mi alma, al despertar, esa persona que me hizo el mundo (porque también acertó a decir que la persona y la realidad son la misma cosa, de un mismo orden) mientras yo dormía, que es la situación habitual en que se está. Este adormecimiento en que se nos suele tener, como pueblo o como yo, a favor de la imposición de las creencias personales. **Público**: Bueno, que ya en parte la pregunta se me ha contestado, ¿no?, que era muy parecida a la de mi compañero Carlos, y era que si, después /.../ Yo estoy de acuerdo con lo que se ha dicho, ¿no?, pero... **Agustín**: /.../ sacas el asunto económico, y además está bien sacado. Efectivamente, uno es contradictorio: uno es dos, en guerra el uno con el otro, y eso no hay quien lo cure. Entonces, si uno no quiere o uno siente repugnancia a adoptar la postura del que se retira, del anacoreta, del místico, porque reconoce ahí también otra mentira —que es una mentira fundada en la propia persona individual—, si uno no quiere eso, sino que quiere seguir metiendo la nariz en este mundo —como ‘yo’ has recordado muy bien—, no le queda más remedio que plantear la cuestión de una manera económica, como un ten con ten. Desde luego, uno se aprovecha de la evidencia de que la realidad, por poderosa que sea, no está nunca constituida del todo, perfectamente, ni mi persona real tampoco, que tiene resquebrajaduras. Ni el Gobierno, ni la Banca, ni el Dinero están perfectamente constituidos. Esto es lo que le da a uno aliento para luchar en algún sentido. Si estuvieran bien hechos, no habría nada que hacer. Pero el hecho de que ellos tengan que fabricarlos todos los días y llenaros la cabeza de las mismas estupideces una y otra vez para que os lo creáis, demuestra, como antes decíamos, que no están bien hechos del todo. Bueno, pero entonces se trata... tu cuestión es cómo aprovechar esas resquebrajaduras —las de la sociedad, las del dinero, las de mi propia persona. Pues ahí no hay ninguna receta, no hay más que un ten con ten, un cálculo de orden económico. Por ejemplo, Radio Nacional 3. Meterme en Radio Nacional 3 y que incluso me dieran por cada emisión... no me acuerdo cuánto, pero a lo mejor me daban quince mil pts, eso, desde luego, es una cesión. Te metes nada menos que en el Ente Radiofónico Nacional —bastante horrible, ¿no?, y gracias a eso te admiten que puedas hablar los viernes. Bueno, yo hice el cálculo y dije: “Bueno, se ve que las radios, ni siquiera Radio Nacional, no están tan bien hechas del todo como para que puedan admitir esto. Yo ¿cuánto pago aquí, cuánto pago en sometimiento, en engordamiento de mi persona? Pues pago tanto, bastante: no demasiado. No es como cuando me proponen salir en la Tele. Ahí el precio es enorme en cuanto a engordamiento de la persona y en cuanto a sumisión. El que sale en la Televisión es el que existe de verdad. ¿Os habéis dado cuenta, antes de venir yo aquí, lo poquito relativamente que yo existo como persona individual? Comparadme con los personajes que aparecen en la Televisión: ésos sí que existen de verdad. De forma que en vista de que el precio, en el caso de la Televisión, es enorme, jamás se me ha ocurrido acceder a eso, jamás se me ha ocurrido acceder a salir. Pero Radio Nacional no era lo mismo, se ve; se ve que el precio no era tan grande y, en cambio, que las probabilidades de que sucediera algo de lo que, por fortuna, después sucedió con creces, que es que hubiera mucha gente que se pegara a esa Radio y que se lanzara a hablar y que ahora, diez años después, lo recuerde como algo que le ha dado vida, eran relativamente grandes, y en ese caso calculé y acerté. Calculé y acerté, y resistí dos años. De la Cátedra no puedo presumir tanto; no puedo presumir tanto porque llegué a ella de muy muchacho, y la verdad es que no tenía tiempo de acertar el cálculo ni las vi las cosas tan claras. Pero después seguí estando en ella, nunca me escapé de la Cátedra tampoco, (bueno, me echaron en el sesenta y cinco, pero eso era cosa de ellos; pero eso fue un favor que me hicieron ellos por su cuenta), y seguí metiéndome en la Cátedra: porque, efectivamente, es una ignominia cobrar un sueldo como catedrático y estar bajo este título y tener este engordamiento de persona, es un precio bastante alto el que se paga, pero las facilidades de comunicación con gente menos hecha —en las aulas y en los pasillos— son muy grandes también, y la verdad es que yo todo a lo largo de estos años me lo he seguido pasando muy bien encontrando cosas, hablando con los chicos y las chicas que me caían por cerca, ¿no? No sé si he acertado o no en este cálculo, pero es un cálculo. Os he puesto algunos ejemplos de la Televisión, el de esa Radio, el de la Cátedra, cosas por el estilo. Y no hay ninguna receta, no hay más que tener sensibilidad y dedicarse al tanteo. Desde luego, tenéis que atender a las dos partidas. No que te digan “¡Uf, qué enorme audiencia!”; “¡Uf, quinientos lectores del diario El País!”. “¿Cómo te vas a perder esa ocasión?”, no sólo esta partida, sino la otra. ¿Cuánto se paga?, ¿cuánto se paga en sometimiento y en engordamiento personal?; y entonces, pues una vez, con suerte, se acierta. No conozco ningún otro procedimiento más seguro. Dada nuestra duplicidad —la guerra que cada uno vive consigo mismo—, no cabe más en estas cuestiones que el tanteo económico. Tanteo a la económica, es la verdad. **Público**: /.../ **Agustín**: Aquí no se trata de crear caos, sino todo lo contrario. Ahora un poco habrá que descrearlo en lo que tú has hecho. Yo común no existe, no es el que verdaderamente existe, sino que no existe. El que existe es el yo real, de manera que quede claro esto: La existencia es la existencia. Yo, que soy cualquiera porque no soy nadie, no existo. El pueblo no existe: ahí tiene su gracia y su fuerza. Si uno está convencido de que la realidad es todo lo que hay, estamos al cabo de la calle y, desde luego, no hay nada que hacer. Pero, fíjate: aunque con este hablar, que pretendo que sea un hacer, no se hiciera nada positivo, como dicen ellos, si por lo menos se matara las ilusiones de las rebeliones, si se evitara en algo que las rebeliones cayeran una y otra vez en las trampas de siempre, ya sería muchísimo. Siempre el matar las ilusiones está en el sentido del hablar de veras, de decir ‘no’, del hacer, sea lo que sea lo que se consiga. De manera que este yo, que no es nadie, que es cualquiera, no es la suma de individualidades: simplemente la negación de la individualidad. Es común, es pueblo, está en el lenguaje corriente y moliente, y para él, desde luego, no hay ningún peligro en todo lo que se dice. Al contrario, se le intenta dejar hablar; pero ahora, para tu persona y la mía y la de la banca y la del Estado, para ésa sí que hay peligro, y para eso sí que hay peligro, y para eso estamos aquí, para ver si aprovechamos esos peligros. **Público**: /.../ **Agustín**: Está bien tu problema, está bien planteado; pero no sé por qué dices ‘individuo’ las dos veces. Individuo no es más que el real: yo no es individuo ninguno, porque yo es común, es cualquiera: a eso no se le puede llamar individuo. La guerra es entre el individuo —el único que hay, que es real— y aquello que está por debajo y que no es individuo, que es común, por supuesto; y ése, si, como tú mismo dices, es el momento de decir que no, ése no existe, no tiene futuro: ése está diciendo que ‘no’. Lo que pasa es que, como yo es cualquiera, las bocas que lo pueden decir en cada momento son sin fin, sin fin. No se trata de un individuo personal. Precisamente en eso tiene su fuerza y su gracia. No llames más individuo a eso otro que no existe, pero que tiene ahí su gracia, en el no existir: es yo. ‘Individuo’ es una palabra de la jerga filosófica; viene de arriba, de las escuelas medievales. En cambio, ‘yo’ es del lenguaje corriente. Fíate siempre del lenguaje corriente; desconfía de términos como ‘individuo’ o ‘sujeto’, que vienen de las jergas de arriba, como el verbo existir, que le pasa lo mismo. Hay, hay pueblo, por ejemplo; hay vida, por ejemplo; hay posibilidades, por ejemplo. Eso es del lenguaje corriente: ‘hay’. Pero ‘existe’, para ellos. ‘Existe’ es invención para Dios, y ahí tiene su destino. Existe el individuo, de manera que, ¡que existan ellos, que existan ellos! Yo, no. Yo, a lo mejor, puedo descubrirme y hablar un momento, hacer algo, vivir, pensar, pero existir no. **Público**: /.../ **Agustín**: Apenas se puede graduar. Desde luego, podemos decir que en el régimen actual el Capital y Estado se han fundido. Dinero, la suma realidad, es la principal mentira. Esa por supuesto. Pero el individuo personal, en el que la democracia se basa, es también una mentira de primera importancia, hasta el punto de que se puede decir que tanto la mentira Dinero como la mentira Individuo personal, pueden venir a ser la misma en cierto modo. En cuanto a lo otro, no hables nunca de los pueblos, porque si dices los pueblos estás ya admitiendo fronteras y, por tanto, en lugar de pueblos, te están haciendo decir Estados más o menos disimulados. Pueblo no tiene fronteras, no tiene definición, no existe. Ahí tiene su gracia y su fuerza. En cambio, lo que los políticos llaman los pueblos y señalan en el mapa y les ponen sus fronteras, eso no es pueblo, eso ya son conjuntos de poblaciones de número de almas. Como en uno de los romances que sacaba el Ramo de Romances y Baladas, decía el bandolero catalán al que llevaban a la horca, en el momento de morir, ¿eh?: “El pueblo no tiene patria”. Esto conviene no olvidarlo. El término ‘patria’ ya no se lleva mucho, a favor de términos como Estado y demás, pero el engaño subsiste. El pueblo no tiene patria. **Público**: Y si la patria no tiene pueblo, ¿qué es? **Agustín**: Un conjunto de almas individuales; eso es lo que ellos quieren. Por eso te pueden poner un número en el Documento Nacional de Identidad, porque os tienen contados. Perdonad, que es que antes he dejado de responder... ¿Quién me hizo la cuestión de si yo creía que esto es oportunismo, que si cosas así se podrían decir entre gente desheredada y miserable y todo eso? Eso convenía haberlo cogido al paso, porque es importante; una dificultad que os puede salir. Desde luego, yo he estado hablando entre vosotros, y sé bien, más o menos, que podía decir tranquilamente lo que antes os he dicho: no os vais a morir nunca ni de frío ni de hambre. De manera que eso quiere decir que ya sabía la clase de gente con la que me las iba a ver. ¿Cómo voy yo a ir a meterme en una boca de metro metropolitana y decirles a los que andan allí vagabundeando y pidiendo limosna una cosa como ésta? En todo caso, si me sale decirles algo, les diré otras cosas que la situación me sugiera. ¿Cómo voy a ir a contarles esto a los negros de Namibia en el momento en que se encuentran? Sí, algo les diría, sin duda, si supiera hablar su lengua, pero sería otra cosa, otra cosa bastante distinta, la que la propia situación requiriera. Estoy hablando para vosotros, entre vosotros, gente que, como yo, personalmente está bien, se encuentra bien en la Sociedad del Bienestar; pero es muy importante que aquí, entre la gente que nos encontramos personalmente bien, aprendamos a decir ‘no’, porque este ‘no’ a nosotros, personalmente, no nos va a liberar, pero, desde luego, sí que va a estar luchando directamente contra la miseria de los pobres del metro y de los negros de Namibia; porque esa miseria está sostenida, está criada y sostenida por el propio Estado del Bienestar, tanto la una como la otra; y, por tanto, quien ataca al Estado del Bienestar, partiendo de la situación normal, está haciendo más de lo que cree en la lucha contra la miseria, contra el hambre, contra el frío de los que padecen —según nos cuentan— esas cosas en los alrededores. Eso había que cogerlo al paso también. Público; Yo creo que respecto a lo del individuo se podría poner un ejemplo, pues muy elocuente, que las calles están llenas de ellos, de esos individuos. El ejemplo más multitudinario del individuo es el automóvil propio y particular, que es el caso eximio del individuo. Hoy día, los individuos se han convertido en automóviles propios y particulares, que es en lo que se sostiene el régimen de desarrollo democrático, ¿no?, que aumenta la personalidad en cuarenta veces la que uno tiene, que uno, cuando está dentro de ese aparato —ya lo mismo da que sea de cualquier sexo que sea—, se conduce absolutamente como cualquier otro conductor. Es decir, se uniforma de alguna manera, y eso me parece que es un ejemplo de individuo democrático, ¿no?, el automóvil... **Agustín**: Sí, sí; no en vano el automóvil personal es una de las instituciones clave del régimen que hoy padecemos. Efectivamente, no creáis que es en vano que el automóvil personal quiera decir que la persona tiene cincuenta veces más volumen por término medio. Es importante; es importante que tengan un caparazón de lata más o menos fuerte, porque eso representa el límite y la definición del individuo. Por eso, el conductor que va dentro, con esa cara que tienen de que creen que saben que van a algún sitio, está tan bien definido, tan cerrado dentro del caparazón del automóvil. Es el auto realmente la persona; es una institución fundamental. Esto de que el auto sea tan fundamental para la democracia, para la fe en el individuo, está en correlación con el hecho evidente de su inutilidad para la gente. Lo uno va con lo otro. Nada puede ser tan útil para el Poder si al mismo tiempo no es tan inútil y perjudicial para la gente que de verdad podría vivir y seguir pensando. Es el medio de trasporte más inútil, más declaradamente inútil que se pueda haber inventado. Por eso mismo es un hijo favorito del Poder, por eso mismo se le cultiva sobre todas las cosas. Alguien dirá que es por mover dinero tal empresa o tal otra; es verdad, y el Estado está casado con el Capital y saca también mucho provecho del automóvil. Pero, por debajo o por encima de eso, está la necesidad de sostener la persona, el individuo personal, por medio del aumento del volumen del caparazón. **Público**: Es un paradigma de la libertad. **Agustín**: Sí, eso de querer ir a donde van es la equivocación. Eso es todo lo contrario de aquello a lo que he aludido por libertad. **Público**: /.../ **Agustín**: ... también en condiciones de responder. Están acostumbrados a que llaméis a lo más ideal, a lo más impalpable, que es el Dinero, a lo más ideal, que es el Dinero, que lo llaméis material, palpable, y, en cambio, a cualquier cosa que se opone al Dinero, a cualquier ‘no’ por palpable que sea, enseguida te salen con lo de ideal y abstracto y cosas de esas, ¿no? Este vuelco, esta vuelta del revés tenéis que tenerla siempre presente: ellos os quieren hacer pasar como palpable y como material nada menos que el Dinero, que es lo más sublime, lo más ideal, lo más abstracto, lo más impalpable que pueda haber. En consecuencia, en cambio, cuando os hablan como yo de lo más palpable, a ver si se puede vivir, aunque sea un momento, hablar aun sólo un momento, “¡Oh, qué idealista!” Te están diciendo que a ver si este pobre cuerpo se puede palpar... si lo dejan un rato, te están diciendo si por esta boca pueda salir algo que no sea la mentira, te están diciendo yo, que no es nadie, pero que está cada vez que se habla, lo más inmediato. Entonces, los enemigos del pueblo, pues enseguida tienen preparado: “¡Oh, eso es idealista, tópico, abstracto!” Es decir, que vuelven las cosas exactamente del revés y, por tanto, tenéis que estar siempre preparados para darles otra vuelta del revés. Con el individuo no hay que tener miedo, porque normalmente nadie no sólo no se muere ni se suicida, sino que ni siquiera se vuelve loco cuando descubre más o menos la falsedad de la realidad que es su propia realidad. Simplemente se sigue siendo un monstruo, se sigue siendo un monstruo. Un individuo personal, ya hay alguien que está contra él, que está en guerra contra él. Pero no debes decir humildad y cosas así, porque eso son virtudes del individuo. Quiere decir simplemente roturas, resquebrajaduras, imperfecciones. Con eso es con lo que el individuo contribuye, y esas, efectivamente, esas roturas, resquebrajaduras, imperfecciones, se puede siempre intentar no cerrarlas, dejarlas abiertas como heridas por las que el pueblo puede hablar. Esa es la contribución que el individuo tiene. Gracias a que no estamos perfectamente hechos, ni cada uno de nosotros ni el Poder en su conjunto. **Público**: Vamos a ver, Agustín. Para aclarar un poco la relación entre yo y el individuo, cuando la Voz del pueblo por boca de alguien habla, lo que importa ahí no es el alguien o la boca que habla, sino que hable el pueblo. Entonces, ¿acaso hay un hacer más fuerte, o es más hacer el que hable una sola boca o que hablen muchas, puesto que las bocas son contables por ser del individuo? ¿Podemos decir que con que por una boca hable el pueblo, en cierto sentido está hablando por todas las bocas? ¿Hay que querer que hablen muchas bocas o basta con que hable una? **Agustín**: Bueno, gracias por esto. Efectivamente, esto es un motivo de perplejidad bastante importante. Primero, respecto a una boca, por el hecho de ser una, como tú mismo has recordado, por desgracia nunca se puede estar seguro de que lo que habéis oído por esa boca es verdaderamente algo que sea verdad contra la realidad, algo que sea voz del pueblo. Tenéis síntomas: por ejemplo, algunos de vosotros, pues, oyendo, han palpitado conmigo, han sentido. Eso no vale, eso no da ninguna seguridad. Puede que yo sea un falsificador; puede ser que yo os esté engañando. ¡Qué se le va a hacer! Yo, por supuesto, no lo creo; pero no podéis tener ninguna seguridad. Esos síntomas —que uno se sienta, no de acuerdo en las opiniones, sino palpitando en común— para mí son muy valiosos; pero, desde luego, no equivalen a una seguridad en que estáis oyendo de verdad voz del pueblo. Y uno, ni yo ni nadie, nunca se libera lo bastante de su máscara personal para pretender que por su boca surja la voz del pueblo. Esta inseguridad es lo primero. Estamos condenados siempre a sentir, sentir que, efectivamente, allí ha sonado algo que no era lo que nos están metiendo todos los días, las ideas ya hechas; pero sentir nada más, y dejarlo que después siga funcionando por sí. Esto respecto de una boca. La cuestión de si es mejor que sean muchas bocas, es una cuestión complicada. Una cosa que puedo decir de cierto es que en una reunión como ésta de unas doscientas personas, puede efectivamente suceder que algo de voz de pueblo se escape mucho más fácilmente que si se trata de seis amigos en la barra o de cuatro personas en el hogar materno o en el hogar marital o donde sea. Mucho más fácilmente que si se trata de un novio y una novia que andan cortejando. Eso es mucho más difícil. En esas reuniones de muy pocos, fácilmente contables, de dos, de una familia, de un grupo, no se puede hablar más que como personas, decir una vez y otra lo que está mandado por Televisión y los medios que se diga. Es muy difícil que digamos algo en casa, a la hora de comer, muy difícil. Aquí, entre gente que es relativamente numerosa y relativamente desconocida en parte unos de otros, esto se hace mucho más fácil. Yo tengo, por tanto, una cierta confianza no en el número, pero sí en la abundancia. Y la que tengo en la abundancia de gente se refiere tanto a los oídos como a la lengua, como a la boca. Es más fácil. Es más fácil si bastante gente parece como si hablara y oyera en un cierto, no acuerdo, sino en una cierta comunidad. Es más fácil que aquello sea de verdad voz del pueblo, es más fácil matar al individuo. Una pareja no mata al individuo, lo reafirma; una familia no mata al individuo, lo reafirma; una reunión improvisada más o menos como ésta, entre pocos cientos y más o menos desconocidos, ésa no tiene una operación tan fatal. Ahí es más fácil que por parte de unos cuantos surja v oz de pueblo. Esa es la manera en que entiendo que hay alguna relación entre la cantidad, la cuantía de gente y las posibilidades, siempre inseguras, de que se esté diciendo algo que no sea simplemente un sostén de la realidad. **Público**: /.../ **Agustín**: Hay una parte en que suenas un poco a pueblo, pero otra parte, claro, como te declaras creyente, pues ya eres distinto. Estás... quiero decir que en tu manera de hablar se está poniendo en escena lo que yo he dicho de que cada uno es dos, de que hay esa contradicción. Tú mismo la has expuesto de una manera bastante viva esta contradicción. Claro, cuando tú dices eso de la conveniencia o necesidad de la fe para cambiar algo, es porque crees que no hace falta fe para sostenerlo. Tienes que convencerte de que el Dinero, el Capital, el Estado, sólo se mantienen por la fe. Hasta en la Banca se llama a la fe crédito; y el Dinero es siempre futuro y, por tanto, necesita fe, necesita fe. Y en ese sentido es como debes emplear el término ‘fe’. Y si es verdad que la realidad y el Poder se sostienen por la fe, está claro que la rebelión del pueblo no puede emplear el mismo instrumento: tiene que emplear el descreimiento. Y finalmente, en cuanto al miedo de que a quien dice ‘no’ la sociedad lo aplasta, pues eso hay que verlo. Eso hay que verlo, porque la sociedad no está tan perfectamente constituida, y entre la gente hay muchos rasgos de inteligencia y de astucia, y hasta de virtudes del tipo económico que antes decíamos, que permiten sobrevivir y seguir metiendo la nariz, que hacen que sea raro que el Poder aplaste. El Poder en la sociedad aplasta más bien a los tipos de gente que ellos pueden catalogar debidamente, como funcionarios o como criminales o como jueces, da igual. Pero los que no se dejan catalogar tan bien, ésos muchas veces se les escurren, se les escurren, no los aplastan. No hay que tener demasiado miedo. Fe no, pero miedo tampoco. El Poder es muy poderoso, pero no es todopoderoso. Siempre quedan rendijas, resquebrajamientos, y es a eso a lo que nos hemos estado refiriendo aquí, como decir ‘no’, o, como el pueblo dice, “respirar por la herida”. Eso siempre cabe, y no implica de por sí ninguna condena a muerte. **Público**: /.../ **Agustín**: ... para éste. El Estado de desarrollo, esta democracia desarrollada, no puede subsistir sin ellos. Están todas las penurias y las hambres, están fabricadas desde aquí, empezando por la división en cuadrículas de los Estados africanos según el modelo de los otros. Matar pueblo y convertirlos en pueblos, con sus capitales y sus capitostes: ésa es la primera gran operación y, por tanto, de esa manera sujetarlos al manejo de la Banca. De manera que, si hablas de responsabilidad, es mucho más todavía que la que has dicho. Por eso es por lo que es importante matar este Estado, y no creer jamás en el Estado del Bienestar, porque con eso es con lo que estás haciendo algo para liberar a los demás. No haciendo obras de caridad, no compadeciéndose mucho por las hambres o por las epidemias de los países de alrededor: sintiéndolas aquí, entre nosotros, como un resultado de esto mismo. Y, finalmente, tal vez será bueno para acabar quitarte toda confianza —que no sé si con mucha sinceridad has expresado— en los intelectuales. Me extrañaría que siguieras creyendo en los intelectuales de este país ni de ningún otro. Los intelectuales son unos servidores del Poder, están hechos para engañar, para engañar al pueblo. Ahí los tienes a todos los intelectuales, se llamen científicos, filósofos, literatos, todos esos que salen en la televisión, que existen: están para eso, están para engañar, para sostener la mentira, volverla a reconstruir. De forma que, vamos, ni en broma se te ocurra decir que puedes tener alguna confianza en los intelectuales. Confianza, que es lo contrario de fe, no se puede tener más que en el pueblo, en lo que nos queda de pueblo y de vivo, y, por tanto, en nuestras imperfecciones como individuos personales, a través de los cuales y en contra de los cuales de vez en cuando algo de pueblo puede respirar por la herida.