Por qué es necesaria una organización anarquista... Pero no un «partido de vanguardia»

Hoy en día pocas personas son anarquistas revolucionarios. La gran mayoría de la gente rechaza el anarquismo y toda clase de radicalismo (si es que siquiera piensa en ello). Para los que somos anarquistas, la relación entre la minoría revolucionaria (nosotros), y la mayoría moderada y (todavía) no revolucionaria es una cuestión clave. ¿Debe la minoría revolucionaria esperar a que las Leyes de la Historia hagan que la mayoría (o al menos la clase trabajadora) se vuelva revolucionaria, como algunos proponen? En ese caso, la minoría no tiene que hacer prácticamente nada. ¿O acaso la minoría radical tiene que organizarse para difundir sus ideas liberadoras, cooperando con el proceso histórico? Si es así, ¿debe la minoría revolucionaria organizarse de manera verticalista y centralizada, o puede en cambio organizarse como una federación radicalmente democrática, consistente con su objetivo de libertad?

La tendencia más excitante hoy en la izquierda es quizás el crecimiento del anarquismo organizador clasista. Esto incluye al plataformismo internacional, al especifismo latinoamericano, y a otros elementos (el plataformismo se inspira en la Plataforma Organizativa de la Unión General de Anarquistas, de 1926; en Skirda, 2002). Incluso algunos trotskistas observaron que «el plataformismo es una de las corrientes más a la izquierda dentro del anarquismo contemporáneo» (International Bolshevik Tendency, 2002; p. 1).

Para el anarquismo organizador clasista, la organización de los anarquistas según sus creencias es un principio central. Esto se aplica en particular a los que concuerdan con un programa de revolución social antiautoritaria llevada a cabo por la clase obrera internacional y todos los oprimidos. Deberán por lo tanto organizar una asociación voluntaria específicamente anarquista. Se estructurará como una federación democrática de grupos más pequeños. Dicha organización producirá literatura política y trabajará para difundir sus ideas. Con unidad programática y táctica, sus miembros participarán en asociaciones más amplias y heterogéneas, como sindicatos, organizaciones comunitarias, grupos antiguerra, y —cuando surjan en un período revolucionario— consejos obreros y comunitarios. Estas organizaciones anarquistas no serán “partidos”, porque no buscarán tomar el poder para sí mismas. Buscarán liderar a través de las ideas y del ejemplo, sin dominar o apoderarse de las organizaciones populares, y sin tomar el poder estatal.

Este enfoque (resumido más arriba de manera condensada) ha sido atacado por dos lados. De un lado están los anarquistas anti-organizadores (incluidos los individualistas, primitivistas y “post-izquierdistas”, entre otros). A lo sumo éstos aceptan colectivos locales, con la asociación más laxa entre sí (una “red”). Han denunciado al anarquismo organizador como un intento de construir nuevos partidos autoritarios, esencialmente leninistas. Los verdaderos leninistas también lo han denunciado por no ser leninista. El único trabajo extenso de los leninistas sobre el tema (Platformism & Bolshevism, de la I.B.T. trotskista, 2002) declara que hay “un abismo político entre la Plataforma de 1926 y el bolchevismo” (p. 2). Los plataformistas, dice el texto, son «demasiado anarquistas para los bolcheviques, y demasiado ‘bolcheviques’ para los anarquistas» aunque «el grado de separación del plataformismo respecto de su herencia libertaria ha sido sobreestimada por sus críticos anarquistas...» (p. 3). Según los autores, la única solución es adoptar el partido centralizado leninista de vanguardia y el estado dictatorial de los trabajadores. Los anarquistas anti-organizadores y los leninistas coinciden en que una organización revolucionaria radicalmente democrática, no autoritaria y federada es imposible.

Los trotskistas señalan que los movimientos anarquistas fracasaron invariablemente en su objetivo de lograr una sociedad libre. Ellos sostienen que las únicas revoluciones exitosas fueron dirigidas por partidos de tipo leninista. La réplica obvia de los anarquistas es que estos “éxitos” leninistas resultaron en estados totalitarios monstruosos que asesinaron a decenas de millones de trabajadores y campesinos. Los anarquistas desean derribar el capitalismo sin terminar en “éxitos” de ese tipo. (Asimismo, todas las variedades de leninismo fracasaron completamente en alcanzar el objetivo principal de Marx y Lenin, una revolución de la clase obrera en los países industrializados e imperialistas). De todas maneras, esto plantea una pregunta válida: ¿cómo puede el anarquismo evitar repetir su historia de fracaso y derrota? ¿Cómo podemos derribar el capitalismo mundial sin crear estados de tipo stalinista? El anarquismo organizador fue desarrollado precisamente para lidiar con este problema.

Hay disputas similares respecto de formar organizaciones tanto entre los marxistas libertarios (o autonomistas) como entre los anarquistas. Aparentemente, esto tuvo incidencia en la división entre C.L.R. James y Raya Dunayevskaya. También fue un problema en el movimiento del Comunismo de Consejos, con teóricos diferentes defendiendo perspectivas distintas. En el grupo Socialisme ou Barbarie de la segunda posguerra francesa, hubo una división entre Cornelius Castoriadis, quien adoptó una posición organizadora, y Claude Lefort, quien adoptó una posición anti-organizadora.

En este ensayo, reseñaré los argumentos anarquistas a favor de alguna forma de organización política, incluyendo el debate histórico entre los anarco-sindicalistas y los anarco-comunistas. Reseñaré posteriormente una crítica anarquista al partido leninista. Revisaré la revolución rusa para demostrar que la necesidad de una centralización leninista es un mito. El partido bolchevique dirigió la revolución rusa cuando los bolcheviques eran más parecidos a una federación anarquista.

La organización política revolucionaria anarquista

Muchos anarquistas parecen creer que un buen día la mayoría de la gente comprenderá la inutilidad de una sociedad autoritaria. Todos juntos, como una sola persona, en un momento dado, abrirán los ojos ante su alienación, se pondrán de pie y recuperarán su sociedad. Este enfoque es a veces denominado “espontaneísmo”. Desgraciadamente las cosas no funcionan así. En general, a largo plazo, la gente se radicaliza de forma heterogénea. En épocas conservadoras, la gente se vuelve revolucionaria en números reducidos. A medida que la situación se radicaliza, se hacen revolucionarios grupos y núcleos enteros. Luego, a medida que la situación avanza hacia un período de radicalización, capas enteras se hacen revolucionarias. Finalmente, en períodos de rebelión, poblaciones enteras se sublevan. Pero muchos, o las personas recientemente radicalizadas, no han reflexionado sobre sus objetivos o estrategias. Suelen estar llenos de energías, pero confundidos e inseguros, hasta que logran ordenar sus ideas a través de la experiencia. En estos períodos, los reformistas pueden fácilmente desviarlos hacia un regreso a las antiguas costumbres, y los grupos autoritarios pueden instalar nuevos gobernadores. Esto ha sido demostrado por la triste historia de las revolucionas posteriores a la segunda guerra mundial en Europa y el “Tercer Mundo”. Más recientemente, hemos visto los lamentables resultados de la revolución iraní, que puso a los ayatolás en el poder, o el caso de la Argentina, donde la rebelión de masas produjo tan sólo un régimen capitalista un poco más de izquierda (pero las luchas en Argentina y el resto de América Latina aún no han terminado).

A medida que grupos y capas de trabajadores y otros grupos se radicalizan, tienen la oportunidad de organizarse para difundir eficazmente sus ideas entre el resto de la población aun no radicalizada. Esto no contradice la auto-organización del conjunto de la población oprimida. Es una parte integral de esta auto-organización.

Muchos grupos se organizarán siguiendo líneas autoritarias (reformistas, o para una nueva dominación revolucionaria). Esto es inevitable, ya que el autoritarismo es todo lo que conocemos. Pero es posible que algunos se organicen en direcciones libertarias, igualitarias y cooperativas —es decir, que se hagan anarquistas u otro tipo de anti-autoritarios. Esto es de vital importancia para no repetir la desastrosa historia de derrotas de las revoluciones de los trabajadores.

Una organización política ayudará a los anti-autoritarios a hablar entre sí, a educarse entre sí, a desarrollar su teoría, sus tácticas y su estrategia, su análisis de lo que está pasando y de qué hacer al respecto, y su visión de cómo podría ser una sociedad socialista. Podrán debatir lo que aprendieron de otras personas y lo que pueden enseñar a otros. Ser parte de una organización puede ayudarlos a resistir la influencia conservadora y desmoralizante del resto de la sociedad. Algo así como lo que decía el anarquista Paul Goodman, «Alcanza con buscar y hacer una banda, doscientas personas ideológicamente afines, para saber que uno está cuerdo y que el resto de la ciudad está desquiciada» (1962; p. 17).

Aquí la cuestión es la relación entre la minoría que llegó a conclusiones revolucionarias, y la mayoría que, la mayor parte de las veces, no es revolucionaria —salvo en períodos revolucionarios. (¡El hecho de que la mayoría se haya vuelto revolucionaria es lo que, por definición, hace que un período sea revolucionario!). Los anarquistas espontaneístas y anti-organizadores no ven esto como un problema: niegan su existencia. Para ellos, incluso hablar de una minoría revolucionaria es ser autoritario. Niegan la realidad. Sólo es posible contrarrestar los peligros del autoritarismo si admitimos que éste puede surgir de la separación entre una minoría revolucionaria y la mayoría. El anarquismo organizador es una forma de lidiar con esta separación, es una forma de superarla a través de la política práctica, una vía distinta del leninismo.

Una federación revolucionaria anarquista tendrá dos tareas entretejidas, dentro de las organizaciones populares más amplias. Una es luchar contra todas las organizaciones autoritarias que surgirán inevitablemente: stalinistas, socialdemócratas, liberales, fascistas, etc. Todos ellos tratarán de minar la confianza de los trabajadores y la iniciativa popular. Argumentaremos contra estas agrupaciones, lucharemos contra ellas, y alentaremos a los trabajadores, mujeres, minorías raciales y nacionales, etc., para que tengan confianza en sí mismos, para que tomen el poder para sí mismos, y cuenten con sí mismos, no con algún salvador venido de arriba.

La otra tarea entrelazada es hacer alianzas con todas las personas y grupos con que sea posible —con cualquiera que vaya en nuestra dirección. Nadie tiene todas las respuestas. Por ejemplo, en la enorme sociedad de Estados Unidos, es improbable que una sola organización (“vanguardista”) tenga todos los mejores militantes y todas las ideas correctas. Los anarquistas revolucionarios deberán estar preparados para hacer frentes unidos con cualquier grupo que se desarrolle en una dirección anti-autoritaria.

Muchos de estos problemas fueron planteados en el Congreso Anarquista Internacional de Amsterdam, en 1097. Estuvieron presentes cerca de ochenta anarquistas de Europa, América del Norte y del Sur y otras regiones, incluyendo figuras muy conocidas de la época, como Emma Goldman. Entre otros temas discutidos, Pierre Monatte, un anarco-sindicalista francés, urgió a los anarquistas a ingresar a las uniones [sindicatos], para ayudar en su organización y construcción. Argumentó que éste era el camino para que los anarquistas salieran de sus pequeños círculos aislados, y abandonaran rebeliones sin sentido y (en algunos casos) el terrorismo. Según Monatte, de esta manera los anarquistas podrían entrar en contacto con los trabajadores y participar en sus vidas y sus luchas.

Hablando en contra de él se encontraba el anarco-comunista italiano Errico Malatesta. (Estas etiquetas llevan a la confusión, ya que los anarco-sindicalistas coinciden en que su objetivo es el comunismo anárquico, mientras que los anarco-comunistas coinciden en que los sindicatos son valiosos). Estaba de acuerdo con que era importante que los anarquistas participasen de los sindicatos. Pero objetaba la idea implícita de que los anarquistas debían, en efecto, disolverse dentro de los sindicatos. Malatesta advirtió que esto era peligroso porque los sindicatos, por su misma naturaleza, tenían que atraer trabajadores con una gran variedad de niveles de conciencia, conservadores y socialistas de estado así como anarquistas. Asimismo, el trabajo de los sindicatos era negociar mejores condiciones de trabajo y salario bajo el capitalismo, siempre que no hubiese una situación revolucionaria. Es decir, los sindicatos tienen que adaptarse tanto a la conciencia más conservadora de la mayoría de sus miembros, como a las necesidades prácticas del mercado capitalista. Por lo tanto, Malatesta y otros concluyeron que los trabajadores anarquistas debían también organizarse en organizaciones específicamente anarquistas, para luchar por las ideas anarquistas. Ellos trabajarían dentro y fuera de los sindicatos, ocupándose no sólo de cuestiones sindicales, sino también de toda lucha contra la opresión de cualquier sector.

(Llamativamente, muchas personas de izquierda conocen en detalle el debate de Lenin con los “economistas” —marxistas que querían concentrarse únicamente en la organización de sindicatos— como lo consigna Lenin en ¿Qué hacer?. Pero no saben nada sobre el debate Malatesta-Monatte, que abarcó el mismo período. Los trotskistas de la I.B.T. observan, con aparente sorpresa, «...los plataformistas tienen antecedentes de participación en las luchas por extender y defender los derechos democráticos... Esto demuestra una comprensión relativamente sofisticada de cómo opera el estado capitalista y es congruente con el ¿Qué hacer? de Lenin...» [2002, p. 14].)

Monatte estaba en lo correcto acerca del valor del ingreso de los anarquistas a los sindicatos. Con este enfoque, los anarquistas terminaron con su aislamiento y lograron una gran influencia entre los trabajadores y otros grupos. Pero Malatesta tenían igualmente razón. Los otrora militantes sindicatos franceses (la C.G.T.) se volvieron conservadores. Lo único que los altos jefes de los sindicatos conservaron de su anarquismo original fue un deseo de mantener a los sindicatos separados de los partidos socialistas. Cuando se desencadenó la primera guerra mundial, los sindicatos franceses apoyaron la guerra y al gobierno. Monatte se hizo opositor a la burocracia de los sindicatos y a su proimperialismo.

Los anarco-sindicalistas sabían lo que había pasado en Francia y vieron tendencias similares en los sindicatos españoles (la C.N.T.). A diferencia de los anarco-sindicalistas franceses, los españoles se organizaron en una federación específicamente anarquista, la F.A.I., dentro de la C.N.T. Lograron batir en retirada a la tendencia reformista y burocrática (y luego a los comunistas). Más allá de sus eventuales errores, en esta cuestión la F.A.I. sigue siendo un ejemplo para los anarquistas organizadores.

El partido leninista

Como es sabido, el concepto de partido es fundamental para el leninismo. Éste ha sido definido de varias maneras. El documento central del trotskismo (una variante del leninismo) es el Programa de transición. Su primera oración —y concepto fundamental— es, «La situación política mundial en su conjunto se caracteriza principalmente por una crisis de la dirección del proletariado» (1977, p. 111). Es decir que el problema principal no es el conservadurismo de las masas de trabajadores, porque en nuestra época los trabajadores y los oprimidos se han alzado contra el capitalismo de tanto en tanto. El problema es que los socialdemócratas, liberales, stalinistas y nacionalistas, son los líderes establecidos y respetados. Estas elites llevan a los trabajadores a alguna versión de la antigua opresión. Lo que se necesita entonces es construir una nueva dirección, un partido comprometido con un programa revolucionario de palabra y de hecho, que pueda ganarse el apoyo de la mayoría de los trabajadores y oprimidos.

La ventaja de esta concepción es que dice a la minoría revolucionaria que no culpe a los trabajadores por el fracaso de la revolución. Esto no niega que la conciencia no revolucionaria de la mayoría de los trabajadores sea un problema. Pero lamentarse del “atraso” de la mayoría es tan incoherente como idealizar a los trabajadores. La decadencia del capitalismo llevará repetidamente a la clase obrera a rebelarse. La tarea de la minoría revolucionaria es desarrollar su propia teoría, análisis, estrategia, táctica, y una práctica real.

La desventaja de esta concepción de liderazgo es que se presta a considerar a la dirección como lo más importante. De este modo, se busca reemplazar a los líderes malos por los líderes buenos, a los partidos malos por el partido bueno —esto es, el partido con las ideas correctas. En lugar de concentrarse en agitar al pueblo, alentando su independencia y autonomía, esta perspectiva implica que todo lo que se necesita es llevar a los dirigentes adecuados al poder. En los casos más lamentables, el partido se convierte en un substituto de la clase obrera.

Los leninistas conciben al partido como una organización centralizada —bajo “centralismo democrático”. Esto se basa en su visión del socialismo, entendido como una economía centralizada dirigida por un estado centralizado. Para alcanzar este objetivo y dirigir la economía centralizada y estatizada es necesario un partido centralizado. En teoría el estado y el partido “se desintegrarán” (algún día), pero la economía permanecerá centralizada —y en una escala mundial, nada menos. La idea misma es una pesadilla burocrática.

El “centralismo” no es sólo coordinación, unificación o cooperación. El centralismo (“democrático” o de otro tipo) significa que todo está dirigido desde un centro. Manda una minoría. Como lo dijo Paul Goodman, «En una empresa centralizada... la autoridad es vertical. La información se reúne abajo en el campo y es procesada para luego emplearse en niveles superiores; las decisiones se toman en las sedes centrales; las políticas, agendas, y procedimientos estandarizados se transmiten hacia abajo por una cadena de mando... El sistema se ideó para disciplinar ejércitos; para llevar registros, cobrar impuestos, y para funciones burocráticas; y para... la producción en masa» (1977, pp. 3-4). Este es el modelo básico de la sociedad capitalista, y el partido leninista la mantiene. Este es el estado en embrión, la relación capital/trabajo en práctica.

Sin duda, una federación anarquista también tiene cierto grado de “centralismo”, es decir que la organización en conjunto asigna ciertas tareas específicas a grupos e individuos específicos. Estos grupos centrales son elegidos, y son revocables en todo momento, con una rotación de tareas entre los miembros. Por definición, una federación equilibra la centralización con descentralización: la centralización mínima indispensable, y toda la descentralización posible en la organización anarquista.

Entre los leninistas, el partido centralizado está justificado filosóficamente. Se supone que el partido conoce la Verdad, el “socialismo científico”. El partido es considerado como la encarnación de la conciencia del proletariado. La conciencia del proletariado no es lo que el proletariado realmente cree, sino lo que debería creer, lo que tiene que creer, y que solamente el partido conoce con seguridad. Por lo tanto, el partido no tiene nada que aprender de nadie ajeno a él. La dirección del partido es probablemente la más entendida en cuanto a la verdad. Por lo tanto, el partido debe ser centralizado, con una dirección central estable. Ella lleva “la carga del hombre brillante”1 (Landy, 1990, p. 5). El partido —o sus altos dirigentes— es la “vanguardia”.

No quiero protestar por definiciones de palabras, cuando lo que importa son los conceptos. Algunos anarquistas utilizaron la palabra “vanguardia” para describirse. Usaron el término para expresar que estaban creando pensamiento político de avanzada, y que eran los revolucionarios más extremos, la izquierda de la izquierda. Usaron “vanguardia” del mismo modo en que los artistas usan el término francés “avant-garde”, esto es, aquellos al frente de las nuevas ideas. Pero “vanguardia” designa hoy no sólo a un grupo que tiene ideas propias, la minoría revolucionaria. Designa a los que creen que tienen todas las respuestas y que tienen por lo tanto el derecho a dirigir al resto. Esto es lo que los anarquistas rechazan.

Por ejemplo, el panfleto de la I.B.T. argumenta que los bolcheviques estaban en lo correcto al mantener una dictadura de partido único en los inicios de la Unión Soviética (cuando Lenin y Trotsky estaban en el poder). Esto es correcto, dicen, a pesar de que la mayoría de los trabajadores (por no hablar de los campesinos) ya no los apoyaba. Si hubieran permitido elecciones libres en los soviets, los trabajadores y los campesinos los habrían echado, votando a los social-revolucionarios de izquierda (populistas), a los mencheviques, o a los anarquistas. Éstos, sostienen, habrían capitulado ante el capitalismo y permitido el surgimiento de un proto-fascismo. Cierto o no, los trotskistas justifican que gobierne una dictadura de un partido minoritario, porque el partido sabe qué es lo mejor para el pueblo. Sin embargo, este enfoque no llevó al socialismo, sino al stalinismo, la contrarrevolución a través del partido. El stalinismo fue casi tan brutal como el nazismo. Según el panfleto de la I.B.T., hacia 1924 el partido bolchevique ya no era revolucionario, poco tiempo después de la revolución de 1917. Concluyo, por lo tanto, que hubiese sido mejor para los bolcheviques ceñirse a la democracia revolucionaria de los soviets originales, incluso si esto significase perder el poder. Nada podría haber sido peor que lo que sucedió.

El mito de la revolución bolchevique

Generalmente, se cree que la revolución rusa demuestra la necesidad de un partido centralizado, verticalista, de estilo bolchevique. Sin este tipo de partido, se sostiene, no habría habido una revolución socialista. Por lo tanto, es hoy necesario construir partidos de este tipo. Este argumento es mayormente mitológico.

En el exilio europeo, Lenin había construido un cuerpo centralizado de cuadros profesionales, pero éstos no controlaban en absoluto a las bases reales del movimiento marxista del imperio ruso. El movimiento socialista había sido afectado por la represión zarista, y por las luchas entre facciones internas, que originaron rupturas como la de los mencheviques, tan sólo la más conocida. Murray Bookchin resumió: «El partido bolchevique... fue una organización ilegal durante la mayor parte de los años que precedieron a la revolución. El partido fue constantemente destruido y reconstruido, con el resultado de que, hasta la toma del poder, nunca se cristalizó en una maquinaria plenamente centralizada, burocrática y jerárquica. Más aun, se vio acribillado por facciones... hacia la guerra civil» (1986, p. 220).

Hal Draper, una autoridad en Marx y Lenin, hizo observaciones similares «...Los pasos previos para un partido de masas habían sido dados en Rusia no bajo la forma de sectas, sino de círculos locales de obreros, que siguieron siendo amplios y formaron asociaciones regionales amplias... Las organizaciones asociadas en Rusia eran grupos partidarios locales y regionales, que podían tener simpatías en parte bolcheviques y en parte mencheviques, o podían cambiar su apoyo de un grupo a otro de vez en cuando, etc. Cada vez que tenía lugar un ‘congreso del partido’ o una conferencia, cada grupo partidario tenía que decidir si asistir a uno u otro, o a los dos... Los miembros individuales de un partido en Rusia, o los grupos partidarios, podían decidir distribuir el periódico de Lenin o el de los mencheviques, o ninguno de los dos —muchos prefirieron órganos ‘no-facciosos’ como el que Trotsky creó en Viena; o podían usar las publicaciones bolcheviques que más les gustaban, más otras de los mencheviques u otros grupos, sin ningún tipo de constricción» (1971, pp. 7-8).

El papel de los bolcheviques en el derrocamiento del gobierno provisional capitalista ha sido cuidadosamente estudiado por Alexander Rabinowitch (1976, 1991). Mediante un estudio de las memorias tempranas de los activistas bolcheviques y una lectura de los periódicos bolcheviques de la época, llegó a la conclusión de que «...la casi monolítica unidad y ‘disciplina de hierro’ del partido bolchevique en 1917 son en gran parte un mito...» (1991, pp. viii-ix). El comité central del partido no logró controlar a muchas organizaciones regionales y locales, y generalmente tampoco lo intentaba. Incluso en lugares centrales como Petrogrado y Moscú, había cuerpos bolcheviques relativamente autónomos que crearon sus propios periódicos y se dieron sus propias políticas inmediatas. En el comité central había militantes con voluntad firme, que pelearon por sus opiniones, a veces ignorando la disciplina partidaria. Mientras tanto, el partido se había abierto a decenas de miles de nuevos miembros obreros, que sacudieron considerablemente a la organización. Cuando Lenin regresó a Rusia, confió en esta nueva base para anular las políticas conservadoras de los antiguos bolcheviques. Rabinowitch llegó a la conclusión de que estas divisiones «descentralizadas e indisciplinadas» (p. ix) causaron algunas dificultades, pero en términos generales fueron de vital utilidad. «...La flexibilidad organizativa de los bolcheviques, su carácter relativamente abierto y receptivo... habrían de ser una parte importante de la fuerza y habilidad del partido para tomar el poder» (1991, p. xi).

La creación del partido centralizado y monolitico se llevó a cabo después de la revolución, durante la guerra civil contra los Blancos contrarrevolucionarios. Cuando terminó la guerra civil en 1921, los bolcheviques sofocaron la revuelta en la fortaleza naval de Kronstadt y derrotaron a la oposición interna del partido —dos manifestaciones que reclamaban más democracia obrera. Lenin persuadió a los bolcheviques (ahora Partido Comunista) de que prohibieran todas las camarillas y facciones internas (Trotsky estuvo de acuerdo). «...Los bolcheviques tendieron a centralizar su partido al grado de aislarse de la clase obrera». (Bookchin, 1986, p. 221). El partido se hizo aun más burocrático e internamente represivo con la victoria de Stalin en 1924.

¡El partido bolchevique hizo la revolución rusa cuando éste se parecía más a una federación anarquista! El partido centralizado y monolítico no fue el partido de la revolución, sino el de la contrarrevolución. Los partidos leninistas autoritarios que hicieron las revoluciones china, vietnamita, yugoslava y norcoreana tuvieron por modelo al partido de la Unión Soviética stalinista. Mao y otros querían un partido que creara un similar régimen totalitario de capitalismo de estado.

Hay otro aspecto mitológico de la imagen corriente de la revolución rusa y del partido bolchevique. Es la idea de que fueron los bolcheviques por sí mismos quienes derrocaron al gobierno provisional. Eso no es cierto. La toma del poder original fue llevada a cabo por un frente unido del partido bolchevique, los social-revolucionarios de izquierda y los anarquistas. Los bolcheviques jugaron un papel dirigente a causa de la debilidad de los otros dos grupos, pero no podrían haber actuado solos. Los social-revolucionarios de izquierda eran los herederos del populismo campesino ruso, con un programa socialista libertario. A diferencia de los bolcheviques, tenían apoyo entre los campesinos. Su debilidad fueron sus enredos con el ala derecha del partido, de la que comenzaron a separarse tan sólo en 1917. Los anarquistas eran activos en las ciudades principales y en muchas industrias. Los anarco-sindicalistas fueron importantes en la construcción de consejos de fábrica. Desgraciadamente, los anarquistas estaban divididos en varias tendencias, y fueron superados por el mayor grado de organización de los partidos políticos. (Los anarco-sindicalistas parecen haber estado mejor organizados que los anarco-comunistas, en términos de creación de periódicos y difusión de sus opiniones).

Los social-revolucionarios de izquierda y los anarquistas concordaron con los bolcheviques en la necesidad de derrocar al gobierno provisional burgués y reemplazarlo por los soviets. Todos cooperaron en el comité militar, dirigido por Trotsky, que derrocó al gobierno provisional. Los social-revolucionarios de izquierda formaron luego un gobierno conjunto con los bolcheviques en los soviets. Los anarquistas participaron de los soviets y apoyaron generalmente las políticas de los bolcheviques y social-revolucionarios de izquierda. El fin de este frente unido fue un paso importante hacia la dictadura de partido único de los comunistas. (El desarrollo de este proceso es demasiado confuso para exponerlo aquí). En 1921, además de prohibir las facciones dentro del partido comunista, Lenin y Trotsky también exigieron la prohibición final de todos los demás partidos, por más dispuestos que estuvieran a apoyar al socialismo. La dictadura monolítica y centralizada de partido único acababa de ser creada, aunque pasó por algunas etapas más antes de que Stalin la perfeccionase completamente. Pero no fue así como se hizo la revolución.

Conclusión

Más allá de sus logros, el anarquismo fracasó repetidamente en sus intentos de crear una sociedad cooperativa libre. Las revoluciones influenciadas por los anarquistas han sido derrotadas, o “triunfaron” al ser controladas por los estatistas. Hoy hay un rebrote del anarquismo a escala mundial. Muchos militantes tienen sus expectativas puestas en la tendencia organizadora y clasista del anarquismo histórico, como la expresaron Malatesta, los plataformistas, la F.A.I., y los especifistas. Algunos de nosotros también ponemos nuestras expectativas en la tendencia autonomista del marxismo. Propugnamos la creación de federaciones democráticas organizadas en torno a un programa de revolución internacional de la clase obrera y todos los oprimidos. Los anarquistas anti-organizadores denuncian que se crean así partidos de tipo leninista. Más allá de sus intenciones, en la práctica los anti-organizadores abandonan la organización anarquista efectiva contra el capitalismo y el estado. Mientras tanto, los leninistas construyen partidos que re-crean la división centralizada dirigente/dirigido del capitalismo de estado. Ellos propagan una imagen falsa y autoritaria de cómo se logró la revolución rusa. Nosotros, sin embargo, creemos aun que la emancipación de la clase trabajadora y los oprimidos será obra de la clase trabajadora y los oprimidos mismos. Creemos que la formación de federaciones anarquistas revolucionarias es parte de la auto-organización de los oprimidos y explotados por el capitalismo. Esa auto-organización sigue siendo la clave para la liberación humana.

Referencias
  • Bookchin, Murray (1986). Post-scarcity anarchism, 2nd ed. Montreal: Black Rose Books.

  • Draper, Hal (1971; photocopied, undated). “Toward a New Beginning”. Reorient Papers No. 3.

  • Goodman, Paul (1962). Drawing the line; A pamphlet. NY: Random House.

  • Goodman, Paul (1965). People or personnel, Decentralizing and the mixed system. NY: Random House.

  • International Bolshevik Tendency (2002). Platformism and Bolshevism. I.B.T. pamphlet.

  • Landy, Sy (1990). Foreword. In Walter Daum. The life and death of Stalinism. NY: Socialist Voice Publishing. Pp. 3 — 6.

  • Rabinowitch, Alexander (1976). The Bolsheviks come to power; The revolution of 1917 in Petrograd. NY: W.W. Norton.

  • Rabinowitch, Alexander (1991). Prelude to revolution: The Petrograd Bolsheviks and the July 1917 uprising. Bloomington: Indiana University Press.

  • Skirda, Alexandre (2002). Facing the enemy. (P.Sharkey trans.). Oakland, CA: AK Press.

  • Trotsky, Leon (1977). The transitional program for socialist revolution. NY: Pathfinder Press.