Título: Obsesión
Autor/a: Albert Libertad
Fecha: 1898
Fuente: Recuperado el 3 de noviembre de 2015 desde bibliotecaanarquistaculturayaccion.blogspot.com
Notas: Publicado originalmente entre el 28 de agosto y el 3 de septiembre de 1898. Traducción de Diego L. Sanromán. Extraído de “Contra los pastores, contra los rebaños”, primera edición de noviembre de 2013 publicada por Pepitas de Calabaza.

Durand, al salir de su palacete con una sonrisa de satisfacción en los labios, dio un pequeño respingo al leer un minúsculo cartel:



Mientras nosotros reventamos en la calle,
el burgués tiene palacios para alojarse.
¡Muerte a los burgueses!
¡Viva la anarquía!

Entonces rió con sarcasmo y gritó al conserje: «Quite usted esas idioteces pegadas en la puerta». Y recuperó su tranquila sonrisa cuando percibió, gloriosos en su nulidad, a dos agentes que hacían la ronda. Mas se detuvo, al mismo tiempo que ellos, por otro lado. Algunas etiquetas rojas destacaban sobre la blanca crudeza del muro:



Los guripas son los bulldogs del burgués.
¡Muerte a los maderos!
¡Viva la anarquía!

Los guripas se desgastaron las uñas arrancando los carteles y Durand se marchó preocupado. Cuando, al final de la avenida, un ruido de cornetas y tambores se hizo sentir y a lo lejos aparecieron dos batallones, se sintió protegido y soltó un suspiro de alivio.

La tropa pasó ante él, Durand se descubrió; en aquel momento, como un revuelo de mariposas, flotó en el aire una multitud de cuadraditos de papel; con aire indiferente, leyó:



El ejército es una escuela del crimen.
¡Viva la anarquía!

Algunos de aquellos papeles volaron sobre los soldados, otros les cayeron encima; la obsesión asaltó de nuevo a Durand, se sintió como aplastado por aquellas ligeras mariposas.

No bien se hubo sentado en su lugar ordinario para tomar el block o el habitual aperitivo, sobre la mesa vio desplegada otra etiqueta:



Venga, cébate, un día llegará en el que el odio nos vuelva caníbales.
¡Viva la anarquía!

Rió con sarcasmo, pero esta vez no amontonó platillo sobre platillo. Se levantó, se dirigió rápidamente hacia la esquina de la calle X, en la que los explotadores contratan obreros, y maquinalmente buscó con los ojos su cartel de reclamo; estaba escondido y decía:



El explotador Tal o Pascual contrata a vuestros hijos para envilecerlos,
a vuestras hijas para violarlas, a vuestras mujeres y a vosotros
Para explotaros
Aviso a los pringaos
¡Viva la anarquía!

Meneó la cabeza y se dirigió a su oficina. En una placa podía leerse: «Durand y Cía., sociedad con capital de 2 millones», pero debajo la exasperante crítica expresaba su palabra.



El capital es el producto del trabajo robado
y acumulado por los gandules.
¡Viva la anarquía!

Lo arrancó rápidamente. Despachó algunos asuntos y, para distraerse, pensó en ver a su amante. De camino, compró un ramo de flores que le ofrecieron.

Ella sonrió, viendo entre las flores algo así como un delicado billete: «¿Y ahora versos?», dijo.



La prostitución es el vertedero de las sobras de la burguesía
Del hijo del pobre se hace un esclavo y de la hija, una cortesana.
¡Viva la anarquía!

La amante le arrojó el ramo a la cara y lo echó. Avergonzado, fatigado, Durand volvió a su casa; la puerta había recuperado su aspecto ordinario.

Pues bien, al entrar en el salón, su mujer le dijo: «Mira este jarrón que acabo de comprar, una oferta». Lo cogió, lo giró, lo volvió a girar; cayó un papel:



El lujo del burgués lo paga la sangre del pobre
¡Viva la anarquía!

Y aquel ¡Viva la anarquía! y aquellas acerbas reclamaciones revolotearon a su alrededor, y aquella noche no fue al encuentro de su mujer por temor a hallar, en un lugar discreto y frondoso, una etiqueta en la que hubiese leído:



El matrimonio es la prostitución
¡Viva la anarquía!