#title Impresiones #author Albert Libertad #SORTauthors Albert Libertad #date 1906 #source Recuperado el 3 de noviembre de 2015 desde [[https://bibliotecaanarquistaculturayaccion.blogspot.com][bibliotecaanarquistaculturayaccion.blogspot.com]] #lang es #pubdate 2016-02-03T20:00:00 #notes Publicado originalmente el 9 de agosto de 1906. Traducido por Diego L. Sanromán. Extraído de “Contra los pastores, contra los rebaños”, primera edición de noviembre de 2013 publicada por Pepitas de Calabaza. El rápido recorre la línea del norte, hacia Boulogne, hacia Calais. La máquina devora kilómetros. Evoco ya a esos amigos que no conozco y que me hacen venir hasta aquí para charlar. Porque no es una conferencia lo que voy a dar, sino una charla. No es como orador, como conferenciante, como voy a hablar a gentes a las que deba subyugar mediante mi elocuencia, mediante mi retórica; son camaradas, son amigos; y solo la fuerza Smith razonamiento, la potencia de mi convicción deben intervenir junto a ellos. Y pienso en esta «responsabilidad», si puede decirse así, en esta responsabilidad que me compete, de venir a provocar nuevas formas de pensar, nuevas formas de ser entre estos jóvenes. Pues son jóvenes, no me cabe ninguna duda, todo lo más, hombres de mi edad, los que me han invitado a esta charla. Es preciso, si vengo a turbar la banalidad de su existencia, que les traiga, de otro lado, la felicidad y la vida. Me pongo en su lugar, en la misma época, y recuerdo mis primeras sensaciones, mis primeros deseos de conocer la «verdad». Vuelvo a recorrer rápidamente las primeras etapas y me pregunto si esas ideas nuevas han traído a mí más fuerza, más alegría. Qué decir... No siento vacilación alguna. Sí, la idea anarquista ha hecho de mí un hombre diferente del que habría sido en la banalidad de las ideas acostumbradas. Todo lo que hay de «bueno» en mí, de fuerte, proviene de su lógica, de su templanza. Y, sin embargo, qué avatares, qué caminos espinosos, qué baches no me habrá hecho atravesar. ¡No importa! Me ha evitado la trampa de la enfermedad interior, de la enfermedad de los prejuicios y los dogmas. Cada vez que el atavismo y la influencia del medio inclinan mi cuerpo hacia la tierra, hacia la suciedad, la idea anarquista hace que se yerga de forma maravillosa, con una ruda unción que alivia músculos y nervios. Y, acaso esa fuerza que me ha dado, ¿no es sino una fuerza interior? En absoluto. Cuántos amigos, a los que he tenido la dicha de ser útil y que me dieron la dicha de serme útiles, ha puesto cerca de mí. Cuántos amigos sin prejuicios, cuántos amigos auténticos me han mostrado su dedicación, comprendiendo mis debilidades y ayudándome a sanarme de ellas. Cuántos amigos que pueden guiaros y a los que uno puede guiar. Es como una pesadilla que aparto rápido de mi mente, cuando evoco la vida que habría podido llevar; esa glorificación de la panza, de la panza solo. Mientras yo veo, con alegría la glorificación de todo el cuerpo que me ha permitido la idea anarquista. Es una fuerza personal, son los amigos, las compañías agradables que la anarquía aportará a todos y cada uno si sé lanzar la idea con fuerza. No tengo más inquietud que la forma que he de dar a mi propaganda; una forma que deberá llevar a mis amigos hacia la lógica sin hacer que se retrasen en las múltiples encrucijadas de la idea anarquista.
He aquí Calais... La recepción banal: dos o tres compañeros dispuestos a recibir el señor camarada. Rompo el hielo a bastonazos. Inmediatamente, nos sentimos a gusto. Soy, sin ninguna duda, tal como me esperaban. Y las discusiones comienzan: «¿El grupo? ¿Qué tal funciona? ¿Quiénes vienen? No lo frecuentan mujeres. — ¡Es un grupo muerto! — No es lo habitual. — Hay que establecerlo. — Sí, pero ¿cómo? — Enseguida lo veremos». Calais fue, hará unos diez años, un medio anarquista interesante, de esos grupos al viejo estilo en los que se bebían carajillos anarquistamente y en los que había que cortar la atmósfera de tabaco con un cuchillo. Las persecuciones dispersaron a sus elementos y, cada uno por su cuenta, contaba tranquilamente que él era un precursor, un veterano de la vieja guardia que ya no había nada que contarle, que ya no tenía nada que aprender, nada que leer... Puesto que no avanzaban, recularon... y, un día, algunos se encontraron delante de las urnas. En aquel momento, la nueva corriente de ideas nacía, se desarrollaba, una fiebre de acción volvía a tomar la ciudad. La agrupación anarquista se recomponía... Los veteranos se apartaron de ella prudentemente... Algunos incluso se llevaron una gran sorpresa al ver a sus hijos ocupar su lugar en ella. Fueron los jóvenes de entre veinte y treinta años los que lanzaron el movimiento. Hasta ahora, los grupos no habían salido de las tascas, la propaganda no había atravesado jamás las puertas de la casa familiar. Desde sus primeros pasos, nuestros amigos quieren, sin embargo, liberarse del café, del carajillo. Desde sus primeros pasos, nuestros amigos llevan la palabra anarquista a sus casas, a sus familias, a sus compañeras, a sus hermanas. Las temibles trabas que impedían la eclosión del trabajo anarquista se han quebrado. Sí, estoy feliz por esta charla continua que ha durado horas y horas. He hecho más por aquí y por allá, de un lado y del otro, que en la charla misma. No solo los camaradas se conocen, sino que conocen a las mujeres de la familia, y también a los niños. Un agradable tuteo libera a los jóvenes y a las jóvenes y rompe con ese trasnochado respeto que aleja a los unos de los otros según el sexo. Los camaradas ayudarán, en Calais como en París, a barrer los cuartos, a fregar las vajillas para que las mujeres vengan a engrosar las fuerzas de la agrupación; para que la vivacidad de sus espíritus y de sus réplicas, su gracia incluso, diría yo, aumente la potencia de la propaganda. Y vuelvo lleno por completo de una impresión nueva. Sentía, por dondequiera que pasásemos, brotar la anarquía, crecer y embellecer la vida de los hombres.